La nieta del señor
Linh. Philippe Claudel. Ed Salamandra
Entrañable relato
sobre la amistad que surge espontánea entre dos corazones rotos, que tienen en
común el vacío que ha dejado la pérdida de seres queridos y el anhelo de
comprensión y humanidad que todos llevamos dentro.
Ese anhelo contrasta
con la fría sociedad en la que viven. Personas supuestamente civilizadas encerradas
en un modo de vida egoísta, técnicamente avanzado, pero incapaz de mirar a los
ojos para adivinar que alguien está necesitado de algo y ofrecerle al menos una
mirada de comprensión.
El señor Linh llega
como refugiado a una ciudad europea, procedente de algún país asiático asolado
por la guerra. Lleva en brazos a su único tesoro y razón de su vida: su nieta,
de escasos meses. Ha perdido todo en una guerra tan absurda como todas las
guerras.
Linh y su nieta reciben una atención correcta de los servicios oficiales de atención al
refugiado. Pero es una atención falta de
humanidad, porque es fría, vacía de sentimientos, incapaz de hacerse cargo de
sus anhelos interiores. Le embarga un profundo sentimiento de soledad y desamparo.
El viejo señor Linh,
sólo en una ciudad fría, de la que no entiende ni el idioma ni las costumbres,
coincide en un banco junto al parque con el señor Bark, y este le habla, sin
importarle el desconocimiento del idioma. El señor Bark necesita hablar, porque acaba de
perder a su mujer y está desconsolado. Regentaba junto a su mujer el tío vivo
del parque, que tienen frente a ellos. Pero ahora ya nada tiene sentido para
él.
El señor Lihn no
entiende nada de lo que le dice, pero siente por primera vez desde que llegó el
calor de una voz que le habla en confianza. Una voz cálida que le envuelve en
una dulce sensación de ternura y comprensión. Y le escucha con interés, y el
señor Bark se siente escuchado y comprendido. Y una intensa simpatía crece
entre ambos.
“Esta ciudad nunca
nos gustó” dice el señor Bark, sin importarle que Linh no le entienda. “No sé
usted, pero lo que es nosotros nunca pudimos soportarla. Así que pensábamos
buscar una casita en el interior, en un pueblo, un pueblo cualquiera en el
campo, cerca de un bosque, de un río, un pueblecito, si es que todavía existen
sitios así, en el que todo el mundo se conociera y se saludara, no como aquí…”
Es un relato breve,
que se lee con avidez de principio a fin. Philippe Claudel escribe con maestría. Deja en el corazón,
más allá de añoranzas, un deseo de apertura al otro, de volver a mirar a cada persona en toda su dignidad, sin juzgar por las apariencias o las procedencias. Muy adecuado para calar hondo en el drama de los refugiados. Y para proponerse mejorar la convivencia en el ambiente en que vivimos.