En la anterior entrada escuchábamos el tema central de la música que
Geoffrey Burgon compuso para la versión televisiva de Retorno a
Brideshead.
George Weigel señalaba que esa música ofrece un fondo sonoro perfecto para
el mensaje que Evelyn Waugh quiere transmitirnos: la decisiva realidad del amor
en nuestras vidas, ya que hemos sido creados por amor y para amar.
El amor está en el centro de nuestra condición humana, y no es un vago
sentimentalismo: se trata de ese amor que Dante refleja en su Divina Comedia
como “el Amor que mueve el sol y las demás estrellas”.
Añade Weigel que esa decisiva realidad del amor está expresada, de un modo
todavía más sublime, en el himno Ubi caritas et amor (Donde hay
caridad y amor, allí está Dios). Se trata de una de las más bellas
composiciones de la tradición católica.
El Ubi caritas se canta especialmente en la Misa de la Cena del Señor, el Jueves Santo, mientras el celebrante lava los pies a doce miembros de la
comunidad (como hizo Jesús con sus discípulos en la Última Cena). Se suele cantar también durante la comunión de los fieles. Y
dice así:
Ubi caritas et amor Deus ibi est.
Congregavit nos in unum Christi amor.
Exultemus, et in ipso iucundemur. Timeamus et amemus Deum vivum.
Et ex
corde diligamus nos sincero.
Donde hay caridad y amor, allí está Dios.
El amor de Cristo nos ha
reunido en unidad.
Saltemos de gozo y alegrémonos en Él.
Temamos y
amemos al Dios vivo,
y amémonos con corazón sincero.
Vale la pena escuchar dos de las mejores versiones de ese maravilloso
himno, compuesto en el siglo VIII por Paulinus de Aquileia. La serena melodía gregoriana que encabeza esta entrada es la más conocida.
El compositor francés Maurice Duruflé creó en 1960 esta otra
versión del precioso motete. Entronca con la versión gregoriana, pero añade una
armonía contemporánea, con varias voces que se interpelan, se separan y
vuelven a unirse, recordándonos que donde hay amor y caridad, allí está Dios:
Como señala Weigel, a través de una misteriosa interacción de texto y
música el motete logra captar la sed de amor que tiene el ser humano, el
esfuerzo por encontrar los amores más puros, la escala del amor a la que
Cristo nos invita, el perdón de Cristo que hace posible la subida a los
auténticos amores, de modo que el amante pueda amar al Amor eternamente.
Estamos ante el núcleo central de la religión católica: el amor es la
realidad más viva que existe, porque el propio Dios es amor.“Es cuestión
de dejarse asir por la Verdad que es Amor, el Amor que se encarnó en el mundo
en la persona de Jesús de Nazaret, sobre todo en su pasión, muerte y
resurrección.”
Y nos encontramos con Jesús en su Iglesia, que es también esa misteriosa pero
viva realidad que llamamos «Cuerpo místico de Cristo», en la que sus miembros, siendo pecadores, saben que están llamados a
subir por esa escala del amor que les une cada vez más estrechamente a su
Cabeza, que es Cristo mismo, el Amor de los amores.
“Nunca pretendas conseguir algo menos que la grandeza moral y espiritual que
por la gracia puedes alcanzar”, concluye Weigel.
Retorno
a Brideshead, publicada por primera vez en 1945, es la novela más famosa del
escritor inglés, Evelyn Waugh (1903-1966). En los años 30, tras el divorcio con
su primera mujer, Waugh se convirtió al catolicismo.
En
su interesante Cartas a un joven católico, George Weigel hace un agudo
comentario a esta novela, que considera un referente para entender en qué
consiste la conversión al catolicismo. Para Waugh, el castillo de Brideshead,
como el Castle Howard en que se rodó más tarde la película basada en la novela,
no es simplemente el escenario en que transcurre gran parte de la acción, que
además ofrece un marco de belleza magnífico.
Gracias
al arte y la intuición de Waugh, todo se transforma en un lugar emblemático
en el que se puede observar el proceso de una conversión al catolicismo, un
lugar privilegiado en el que podemos ver cómo un personaje asciende por la
escala del amor. Porque al fin y al cabo, hablar de catolicismo es hablar de la
acción de Dios, que es Amor, en el mundo. Y de su Amor proceden todos los demás
amores que merecen ese nombre.
En Retorno a Brideshead, Evelyn Waughofrece una penetrante visión del
catolicismo. Cuando en plena fiesta, una imponente matrona pregunta al
protagonista cómo es que él, prominente católico converso, puede comportarse
de manera tan descortés, Waugh replica: «Señora, si no fuera por mi fe, yo
apenas sería humano».
Ese comentario, más allá de la ironía o el
sarcasmo, encierra una convicción humilde, que nos recuerda lo que el propio Evelyn
Waughhabía escrito a su amiga Edith
Sitwell, escritora como él, cuando fue admitida en la Iglesia Católica:
“¿Debería yo, como padrino, ponerle a
Vd. en guardia sobre los probables sobresaltos que le aguardan en el aspecto
humano del catolicismo? En realidad, no todos los curas son tan inteligentes y
tan amables como el Padre D’Arcy y el Padre Caraman. (En mi libro, el caso de
aquel que va a confesarse con un espía es una experiencia real.) Por mi parte,
estoy seguro de que Vd. conoce el mundo lo suficientemente bien como para saber
que hay católicos presuntuosos, rudos, perversos y maleducados. Yo me digo continuamente
a mí mismo: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no
tuviera fe». Una de las alegrías de la vida católica consiste en reconocer
las pequeñas chispas de bien que saltan por todas partes, igual que los
ardores de los santos.”
Retono a Brideshead es una obra que muestra cómo pequeñas chispas de bondad
puedan acabar provocando llamaradas de auténtica conversión. Como dijo el
propio Waugh, la obra muestra «los efectos de la gracia divina en un grupo
de personajes diferentes, pero estrechamente vinculados».
Se trata de una novela sobre la conversión; pero una conversión entendida
como disposición a subir los escalones, muchas veces demasiado empinados, de
la escala del amor. Una escalera que comienza con la juvenil amistad del
protagonista, Rydler, con Sebastian, que implica un juego no exento de
perversión.
La escala sigue más tarde con un amor más elevado y noble con Julia, aunque
adúltero por ambas partes, y por eso limitado. Ese amor no puede sino acabar en
tristeza, porque está muy alejado del idílico paraíso que soñaban y al que por
ese camino nunca llegarán. Ese amor mutuo está muy lejos del verdadero amor y
de sus exigencias. Sólo cuando lo reconocen, cuando aceptan admitir que su
situación es de pecado, sólo entonces son capaces de afrontar el último
escalón, el del verdadero amor. Y por eso de mutuo acuerdo se separan.
Es entonces, cuando han aceptado separarse, cuando se enfrentan al último
peldaño: el del amor de Dios manifestado en Cristo. Han pedido una señal que
les permita dar ese salto definitivo, y la reciben ante el lecho de muerte de lord Marchmain. Éste se encuentra ya en estado de coma.
Todos pensaban que Marchmain vivía alejado de la religión, y de hecho así
era. Pero sucede algo inesperado: el lord está en coma, inconsciente, y entra
el sacerdote para ungirle con la Unción y absolverle de sus pecados. Y mientras
le absuelve, de manera imprevisible, la mano derecha del lord se mueve
pausadamente hacia su frente, y luego baja hacia el pecho… y hace completa la
señal de la cruz, ante la mirada atónita de todos. Era la señal que ambos,
Julia y Rydler, pedían para dar el paso definitivo hacia su conversión.
No es pues esta obra una mera sátira social de su época (tan frecuente en
otras de las novelas de Waugh). Ni tampoco evocación nostálgica de un suntuoso
pasado. Ni una prueba más de ese estilo refinado y un tanto amanerado con que
Waugh y otros autores ingleses han recreado la vida social de esos años.
Estamos ante una novela sobre la conversión, por otra parte magistralmente
puesta en escena, en la que se muestra cómo el amor es algo superior y muy
distinto al sentimiento.
El amor es un impulso interior de carácter espiritual, un anhelo de
comunión, incapaz de ser saciado por amores raquíticos. No es un camino fácil,
pero es posible, ascender por la escala del amor. Para ascender es preciso
reconocer que el estado en que uno se encuentra es insuficiente, pedir perdón y
reconciliarse, haciéndonos responsables de nuestros actos.
La novela fue recreada
con éxito en 1981 en una serie de diez horas de duración para la televisión
británica: una adaptación muy fiel al espíritu de la novela, en la que
intervinieron artistas de la talla de Diana Quick o Sir Laurence Olivier. La inspirada música de Geoffrey Burgon, que abre esta entrada, suena
magistralmente como una imagen de que el amor está en el centro de nuestra
condición humana, muy alejado del mero sentimentalismo.
No podía ser de otro modo, puesto que Dios es Amor y nosotros
imagen suya, en camino hacia la identificación con Él si sabemos ir subiendo
los peldaños de calidad del amor, que nos alejan del egoísmo y nos acercan al
verdadero Amor.
No
sucedió lo mismo con la película que en 2008 dirigió Julian Jarrold para la
gran pantalla. Una película que deja vacío, o al menos tergiversa, el sentido
de la novela de Waugh, y roba al espectador la esencia de una historia –la de
la novela original- que ha emocionado a millones de espectadores, tanto
creyentes como ateos.