Del mismo modo que la
semilla sólo puede germinar si encuentra buena tierra, la verdad sólo puede ser
reconocida y aceptada por una persona habituada a buscar el bien y rechazar el
mal.
Esta luminosa
consideración está expuesta, con palabras similares, en el magnífico libro En
torno al hombre, del profesor y escritor José Ramón Ayllón. Fue su primer libro.
Contiene su experiencia de años de docencia, dedicada a exponer las grandes
cuestiones de la vida a sus alumnos, deseosos de conocer qué es la
metafísica, qué misteriosa relación existe entre la ética, la estética y la
felicidad, si la política puede estar o no al margen de la verdad y del bien.
Entre esos grandes
temas de la existencia humana, Ayllón aborda el subjetivismo, un lacra constante
en la historia del hombre que reaparece con fuerza en nuestros días.
“El subjetivismo
deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su
causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el
embarazo; el Estado totalitario se autodenomina Democracia Popular…”
Todo
lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas
razones, decía Hegel. Y es que la verdad –adecuación entre el entendimiento y la realidad-
depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Eso quiere
significar Antonio Machado con sus versos: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven
conmigo a buscarla.”
El subjetivismo, señala
Ayllón, es casi siempre la coartada para una conducta deliberadamente
equivocada. Dante lo expresa bien en la Divina Comedia: “Un mal amor me hizo
ver recto el camino torcido.”
Sócrates representa al
hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. La mentira –que se
puede imponer de muchas maneras, y no solo con la complicidad de los modernos y
grandes medios de comunicación social-
la mentira mil veces repetida es capaz de aislar al hombre honrado. Así
dijo Socrates: “Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del
ánimo (…) una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis
acusadores (…) Intrigantes, activos, numerosos (…) os han llenado los oídos de
falsedades…”
Pertenece Sócrates a
esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones
cambiantes de la mayoría. Comprometió su vida en la solución del problema
radical: ¿es preferible equivocarse con
la mayoría, o tener razón contra ella?
Manipular
es presentar lo falso como verdadero, lo negativo como positivo, lo degradante
como beneficioso. El poder económico y el político usan
la manipulación para convertir a las personas en súbditos-votantes o en
consumidores-compradores.
El “Pan y circo” de los
romanos fue quizá el primer ensayo de manipulación de masas con éxito,
sirviéndose del anzuelo de la diversión y del placer para convertir al hombre
en pobre hombre. “La manipulación de la
sexualidad es uno de los ejemplos más claros: los grandes medios de
comunicación, dedicados a imponer la idea de que el placer sexual es el
auténtico fin del hombre. Suministrar suficiente dosis de carne para animalizar el interés de las personas,
y así, reducidos a un rebaño, manipularlas más fácilmente. Lenin prometió a los dictadores comunistas que la sociedad caería
en sus manos como fruta madura si lograban este tipo de corrupción, que
convierte en rebaño a los hombres libres.”
Para hacer frente a tanta manipulación, es preciso educar en el
espíritu crítico, que es lo más opuesto a cierta pereza mental que el poder
parece querer imponer en la escuela. Lo expresaba bien Paul Valery: “La verdad está
siempre en la oposición”. No debemos aceptar nada porque nos lo digan. La verdad
debe instalarse en nuestro espíritu merced a nuestro propio esfuerzo. Los
jóvenes deben aprender a valorar lo que se les ofrece a la luz de su conciencia
bien formada.
El escritor ruso Alexander Soljenistyn, como millones de seres humanos en el siglo pasado y aún en nuestros días,sufrió en su propia carne lo que
supone vivir en un régimen instalado en el subjetivismo y la mentira: “Es más difícil hacer surgir la verdad que
inventar la mentira (…) La primera regla para todo el mundo es no aceptar
la mentira. Decir la verdad es hacer que renazca la libertad. Sin tener en
cuenta las presiones, los intereses, los modos. Decir lo que se sabe, ser
veraz, repetirlo. Y si algunos se encogen de hombros, repetirlo una vez más.
Los que se encogen de hombros al oír el relato de una tragedia de esta magnitud
son, consciente o inconscientemente, cómplices de los verdugos.”
La tragedia a la que se refiere Soljenistyn, como es sabido, es la catástrofe humanitaria causada por el terror del régimen comunista en la Unión Soviética. La mentira, cuando se instala en el poder, devora al hombre. Sólo la verdad nos hace libres.
Una docena de reediciones
acreditan el interés de este libro: no sólo por la
calidad de cuanto expone, sino también por la sencilla amenidad con que nos introduce
en los conceptos esenciales de la filosofía, que determinan
nuestro estilo de vida y el buen rumbo de la sociedad en que
vivimos.
En
el mes de agosto comienza para muchos un tiempo de merecido descanso. Deporte,
lecturas, aire libre, convivencia más sosegada con los seres queridos… Y, con
un poco de suerte, silencio. Necesitamos silencio. Es en el silencio donde se
nos revela la belleza: de las personas, de los paisajes naturales, de la creación
entera. Es en la contemplación silenciosa de la belleza donde el alma se
oxigena y remonta el vuelo, elevándonos hacia lo mejor de lo que somos
capaces.
Releo
unas notas de Eugenia Ginzburg, en su libro de memorias El cielo de Siberia. Depurada
por Stalin, fue enviada a un campo de trabajos forzados donde
recibió un trato cruel e inhumano. Maldormía en barracones repletos de
centenares de presas comunes y políticas. De día sin tiempo más que para pensar
en sobrevivir, de noche inmersa en un enloquecedor griterío de aullidos de los
guardianes, y llantos, súplicas y peleas de las presas.
Sorpresivamente,
fue enviada durante un mes a trabajar en una granja, administrada por unas
pocas presas, pacíficas y tranquilas, donde incluso tuvo su propia pequeña habitación
y una cama, y además no estaban vigiladas día y noche. Y allí descubrió lo que
sin saberlo ansiaba: el silencio.
“Recuerdo
mi primera semana en la granja (…) ¡El silencio! ¡Cuánto tiempo sin oírlo! ¡Cómo
se había embotado mi alma en la agotadora alternativa del automatismo de los
trabajos físicos con el suplicio de la asistencia médica en la zona! Creo que
hasta había dejado de recitarme versos a mí misma. Pero allí volvería a vivir,
sería otra vez yo misma. Y, con el silencio, también los versos volverían… ¡Ah,
bendita soledad, espléndida soledad, aún más preciosa después del horrendo
aislamiento de una ininterrumpida convivencia forzosa…!
Silencio,
la música más bella
que
he escuchado en mi vida… "
No echemos a perder el merecido descanso: busquemos cada día esos
espacios de silencio donde, ausente la tecnología y la frivolidad, el alma se expande y eleva
el vuelo.
Mundialmente conocido
por su biografía de san Juan Pablo II “Testigo de la esperanza”, George Weigel es
un escritor norteamericano especialista en Ética pública, catedrático de
Estudios Católicos en Whasington D.C. En esta obra se propone mostrar, a un
imaginario joven católico de nuestro tiempo, la inmensa riqueza que contienen
las raíces cristianas, y especialmente católicas, de nuestra civilización. Unas
raíces que corresponde a las nuevas generaciones conocer y cuidar, porque son
la fuente en que debe beber el mundo si quiere ser cada día más humano. Son
raíces que se hunden en los profundísimos manantiales de la vida divina que se
nos ha dado con la Encarnación de Dios, hecho hombre en Jesucristo.
“Una cultura sin raíces
no solo no crece, sino que produce decrepitud y sequía”. Los católicos somos
herederos de una tradición que ha dado origen a la más grande civilización de
todos los tiempos, y en la que podemos encontrar los antídotos para responder
con seguridad a los argumentos desnortados del discurso dominante.
Y la razón de esa
seguridad es Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros para que fijándonos en Él encontremos
la verdadera medida de quiénes somos. En su rostro encontramos la verdad sobre
nosotros mismos. “En Jesús, Dios revela el hombre al propio hombre”, decía san
Juan Pablo II. De la crisis actual no saldremos sin Dios. Sólo Él nos da el sentido
vital que necesitamos. El Hijo de Dios es el inicio y el fin de la cultura en
la que debemos beber.
Weigel muestra en
acertadas pinceladas algunas de las manifestaciones de esa huella cristiana en
la historia, y cómo las verdades de la fe católica han transformado la vida de
los santos, y con ellos la historia y el progreso de los hombres. Sin duda, conocer
a quienes han seguido de cerca los pasos de Jesús es beber en las fuentes claras
de la tradición católica. Sus vidas y sus obras constituyen un ingente tesoro
cultural, verdadero patrimonio de la humanidad, fuente de inspiración para
quienes desean seguir contribuyendo al verdadero progreso social.
Recojo algunos de los
aspectos que me han parecido más reseñables, entre los que Weigel considera
necesario poner bajo la atenta mirada de los jóvenes de hoy:
1)El
catolicismo es realismo, no sólo un conjunto de ideas, aunque sean verdaderas.
Ser católico, como ser cristiano, no es seguir un libro, aunque sea un libro
inspirado por Dios. Ser católico significa haberse encontrado con una Persona, que
es verdadero Dios y verdadero hombre. Al hacerse uno de nosotros, Dios mismo ha
dado realce y valor a las realidades cotidianas, que se convierten en lugar de
encuentro con Él. Desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo,
perfecto Dios y perfecto hombre, no es posible hacer verdadero humanismo sin
Dios, porque ese “humanismo” acabaría siendo profundamente inhumano.
2)Vivir
como hijos de Dios. La fuerza más dinámica de la historia son las personas
dispuestas a vivir la verdad de su propio ser, que es reconocerse como hijo de
Dios. Es lo que hizo la Virgen María con su “Hágase en mí según tu palabra”, su
sí incondicional al querer de Dios. Vale la pena comprometerse personalmente
con Dios.
3)Compromiso.
Cuando una persona “cierra sus opciones” para comprometerse con Dios (y no las
deja abiertas, como hacen quienes tienen miedo al compromiso) surge una nueva
cultura, la que salvará al mundo. Una cultura que comienza con la experiencia
personal de alegría por el encuentro con Dios.
4)Estudiar
el Catecismo de la Iglesia Católica, que resume y sintetiza de manera magistral
el contenido de la fe, ha supuesto un esfuerzo titánico durante siglos hasta llegar
a esas sencillas y precisas formulaciones. Es un manantial de sabiduría al que
acudir una y otra vez para obtener luces sobre el sentido de nuestra existencia.
5)Recuperar
el sentido moral. Weigel, que se dirige especialmente a un público joven norteamericano,
menciona a Flanery O’Connor (1925-1964) escritora norteamericana que refleja en
sus obras la característica intuición católica sobre el sentido de la vida.
Decía Flanery que el sentido moral se ha expulsado hoy de algunos sectores de
población, como se recortan las alas de los pollos para que produzcan más
carne. El sentido moral es un hábito de ser, una sensibilidad espiritual, que
nos permite reconocer el mundo no como una simple sucesión de acontecimientos,
sino como el dramático terreno donde se juega la creación, el pecado, la
redención y la santificación.
6)La
“muerte de Dios” es la muerte del hombre. En realidad, la famosa “muerte de
Dios” anunciada por Nietzche ha consistido en una verdadera “castración
espiritual del hombre”, que ha supuesto la muerte del verdadero humanismo. Lo
que ha quedado es una colección de pollos sin alas, sin los referentes morales
que les permitirían elevar el vuelo hacia aspiraciones altas y nobles como
personas y para el bien común.
7)El
catolicismo es un antídoto, el único adecuado, contra el nihilismo, ese “nihilismo
elegante” o más bien presumido, que pasa por la vida considerando que todo
(relaciones, belleza, sexo, historia…) no es más que una broma cósmica que
acabará en el olvido. El catolicismo insiste en lo contrario: todo es
importante (cada uno de nosotros, nuestras relaciones, la amistad, la belleza,
la historia, el amor entre un hombre y una mujer…) porque todo ha sido redimido
por Cristo. El catolicismo trata de cambiar el mundo, pero al mismo tiempo lo
acepta como es, porque también Dios lo aceptó como es: éste es el que quiso
redimir.
8)La
Iglesia vive de la Eucaristía, de la Presencia real de Cristo bajo las
apariencias de Pan y Vino. Hay dos parámetros típicamente católicos en el trato
con ese gran Misterio de Amor que es la Eucaristía: intimidad (familiaridad) y
reverencia. Su Presencia no es sobrecogedora ni apantallante, sino cercana,
como la del amigo que busca estar con el amigo. Jesús vive, es una Persona real
y sencilla, acogedora, que se muestra vulnerable, expuesto al rechazo o la
frialdad, y espera ser respondido con nuestra presencia cálida y afectuosa, de
corazón a corazón. Una respuesta nuestra confiada y reverente, porque es Dios,
y porque es Hombre. Está oculto en las especies sacramentales, el Pan y el
Vino; pero Vivo, Latente, tan real o más que nosotros mismos.
Flanery O'Connor
Flanery
O’Connor asistía a una reunión de sesudos intelectuales cuando era una joven
promesa. Alguien habló de la Eucaristía diciendo que era “un símbolo muy bonito”.
Flanery era la única católica, y todos los ojos se dirigieron a ella en ese
momento. Sólo pudo balbucear (porque era muy joven, y estaba impresionada entre
tanta gente mayor importante): “Bueno, si no es más que un símbolo a mí no me
interesa.” Más tarde reconocería que tampoco tendría mucho más que añadir, “aparte
de que la Eucaristía para mí es el centro de mi existencia. De todo lo demás puedo
prescindir tranquilamente…”
9)El Papa, fundamento de la Iglesia. Cristo afirmó de Pedro que era Roca, y sobre
esa Roca edificaría su Iglesia. Por eso impresiona contemplar en la basílica de
san Pedro de Roma, debajo del altar, la tumba de Pedro, roca sobre la que
efectivamente y en pleno sentido de la palabra se edifica la Iglesia Cabeza de
la Cristiandad, cumpliéndose a la letra las palabras de Jesús. La tumba fue
hallada casual e inequívocamente cuando en 1940 se hacían las obras para
instalar la tumba de Pío XI, un sarcófago sobredimensionado que precisó rebajar
el suelo de la cripta.
Cuidar de los demás. El “Apacienta mis
ovejas” y el “Simón, ¿me amas?” que
Jesús repite por tres veces a Pedro, es un insistente requerimiento para que
descubra que tendrá que vaciarse de sí mismo para darse a los demás, para
cuidar del rebaño aun a costa de la vida. También de nosotros, en cada tarea y
aspecto de la vida, Jesús espera respuesta sobre hasta qué punto le amamos. Lo
que hemos recibido gratis (el cariño del Señor, la fe, la vocación cristiana,
la atención que nos prestan…) hemos de darlo gratis a los demás. “Gratis lo
habéis recibido, dadlo gratis también vosotros”: transmitid el don de Dios para
que siga vivo en los demás, no os conforméis con tenerlo vosotros. Y eso
requiere renuncia a “ir donde me apetece, ocuparme en lo que me gusta”. La
entrega es renunciar a nuestra autonomía. Y en esa renuncia está nuestra
ganancia, que consiste en ser como Cristo, o más bien identificarnos con
Cristo, cuya existencia es un vivir para Dios y para los demás. Esta forma de
orientar la existencia choca frontalmente con la moda dominante, fuertemente
individualista, pero es la que conduce a la felicidad.
Jesús, garantía e inspiración de la verdadera
belleza. La Encarnación, el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre
en Jesús de Nazareth, se ha convertido en la garantía suprema del arte religioso:
el cristianismo supuso una floración del arte y la creatividad artística. Dios
se ha hecho hombre, no un hombre ficticio, y esa realidad nos lleva a tomar muy
en serio lo físico y material. Catolicismo es realismo. No es una cuestión de
ideas, sino de vida tangible: de ideas hechas carne, Dios hecho hombre, y
hombre divinizado: eso es lo que vemos, por ejemplo, en el icono del Sinaí, el Cristo
Pantocrator. Ya desde el siglo IV los eremitas se interesaron por ese lugar
donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, y en el siglo VI se construyó
un monasterio, que milagrosamente se ha mantenido hasta nuestros días. Conserva
miles de manuscritos e iconos de los más antiguos de la cristiandad, algunos
del siglo IV. Y entre ellos esa imagen sumamente bella y serena del Cristo
Pantocrator, que ha inspirado a tantos artistas y contemplativos a lo largo de
la historia. Una imagen cuyos rasgos recuerdan tanto a los del Hombre de la
Sábana Santa.
El
conjunto del libro, bien hilvanado con estos y otros muchos más significativos retazos
de la tradición y de la historia del cristianismo, es de lectura amena y
agradable, muy enriquecedora cultural y espiritualmente.
Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo
(Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)
El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador,
es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo.
Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos
Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres
ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes,
tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert
K.Chesterton. Su actitud vital,
reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de
serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el
autor los ofrece ahora a nuestra consideración.
Se trata de tres
figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda
persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida
defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la
amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan
humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro
ser.
Los tres viven en
un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de
ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que
en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente
a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió
Harper Lee, la conciencia de cada
uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.
Nuestros
personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton,
fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio,
ninguno de ellos es pájaro de mal agüero,
ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en
el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las
luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la
existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que
dulcifica y ennoblece la convivencia.
Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra
Tomás Moro,
primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de
coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la
ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza
de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y
murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les
recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia
conversión, y acabó siendo san Pablo.
Moro ha pasado a
ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con
su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da
lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”,
señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y
cae por su propio peso.
Con gran sentido,
la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia
conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en
prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría
bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor
que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio.
John Henry Newman
John Henry
Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió
pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio
origen al movimiento de Oxford, y le
llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora
de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo
intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus
fuertes prejuicios contra Roma.
Newman sabía que
padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía
en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por
celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su
Carta
al duque de Norfolk: “Si me
pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El
primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación
supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.
Gilbert. K. Chesterton
En Gilbert K.
Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que
piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia,
escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un
marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que
resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje
del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras
mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a
la Iglesia católica que ya intuye cercano.
No gustaba mucho
esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y
como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le
combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en
su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias
con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con
quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente
para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo,
a romper con quienes sostienen ideas diferentes.
Tres personajes
muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan
necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se
muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y
a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y
poner zancadillas, saben poner al rival
en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima
de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin
verdad no se puede ser libre.
La vida de estas
personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra
capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza
liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros
halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino
para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es
preciso ir “Contracorriente… hacia la
libertad”.
Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es
El
suicidio es, en estos momentos, la principal causa de muerte no natural en
España, y la primera causa de muerte evitable en el mundo. Algo se está haciendo
mal, y tiene que ver con nuestra capacidad –personal y colectiva- de aliviar el
dolor ajeno, cualquiera que sea su origen. La muerte nunca puede ser la
solución a los problemas humanos. No podemos dejar a nadie tan solo que
su único consuelo sea dejarse morir.
Pienso
que hay un amplio consenso respecto a lo que acabo de escribir. Por eso me
desconciertan tanto los argumentos de quienes, considerando el suicido un
fracaso colectivo, niegan que lo sea la eutanasia. La muerte como solución al sufrimiento
es una gran derrota social.
Algunos
afirman que la eutanasia es el modo de evitar la quiebra de la Seguridad Social,
un argumento cínico e inhumano donde los haya. No quieren ver que a lo que conduce
realmente la eutanasia es al envenenamiento de las relaciones, a la quiebra de la humanidad en las sociedades donde se implanta.
Los
especialistas en cuidados paliativos saben muy bien que, cuando un enfermo afirma
que no quiere seguir viviendo, lo que hay que hacer es preocuparse de él,
atenderle, cuidarle. Lo mismo sucede con cualquier otra causa por la que un ser
humano desee morir: no encontrar sentido a la vida, tratarse de un
parado de larga duración, ser un inmigrante que ha perdido toda posibilidad
de instalarse en su nuevo país, o el fallecimiento de un ser muy querido. La
solución nunca puede ser morir, sino ayudar.
Se
trata de atender las causas del sufrimiento, cualquiera que sea su origen. Donde se ofrece la atención necesaria, nadie persiste en su deseo de morir
anticipadamente. Y esa ayuda debería estar garantizada en una sociedad que se
precia de solidaria y fraterna.
En
el caso de los enfermos, la medicina ha logrado hoy en día paliar cualquier
sufrimiento. Existen los medicamentos necesarios, y son accesibles. El especialista
en cuidados paliativos sabe además que basta situar a un paciente terminal en un
ambiente agradable, en espacios grandes, con actividades en las que se sienta
bien, para que cambie su actitud ante la vida.
Donde se han puesto en marcha, prestan una ayuda impagable los equipos de
voluntarios, capaces de acompañar, escuchar, y también de apoyar a la familia
del enfermo, que suele sufrir la mayor parte de la carga del dolor. De hecho,
muchas de las demandas de muerte anticipada no proceden del paciente, sino de
sus familiares, que sufren con el enfermo. La familia requiere también apoyo.
Pero
es que además hay algo muy grande que la sociedad se pierde cuando no cuida de
sus mayores, o de cualquiera que pase por momentos duros. Nos perdemos el
milagro que experimentan en sus vidas quienes, al sentirse acompañados, afrontan
de cara el sufrimiento o la muerte. En
esos momentos se desprenden de lo peor, y aflora lo mejor que llevan dentro. Se
convierten en verdaderos maestros de vida para quienes les cuidan.
Quienes
sufren no son una carga. Atenderles, cuidarles, es enriquecer nuestro estilo de
vida, un estilo que ha caracterizado a las naciones con mayor nivel de
humanidad. Me resisto a creer que queramos perder esa nota propia de nuestra civilización.
¿Con qué confianza podremos seguir conviviendo en una sociedad que permite
eliminar a sus mayores, cuando cuidarles resulta costoso o sencillamente incómodo?
Historia
de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de
Motolinía
El autor
Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la
Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano,
nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española
de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.
Se sabe que tomó el hábito franciscano a los
17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa
Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas
tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus
superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo.
Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.
Llegaron
a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que
les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.
Fray
Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su
tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena
parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer
de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en
que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos
incorporados a la corona española.
Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población
indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió
obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la
historia, lengua y costumbres de los indios. Y a partir de ahí, sacó conclusiones
operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse
entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.
Motivo del libro
En
este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden
franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia
adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar
las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de
las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.
Las
tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte
española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y
de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el
catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció
desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.
Los
datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando
los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los
indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor
parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como
verdaderos liberadores.
Cruel dominio azteca y
costumbres satánicas
Hasta
el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y
otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo
su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron
arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron
su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores.
Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.
El
azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los
demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios
brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones
a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles,
celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo
echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas
(serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo
aún caliente de las víctimas y se lo comían.
No
nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica,
que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas
apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a
la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has
bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás,
y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.
Costumbres diabólicas
Había
tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban
vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando
había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta
que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.
Otras
tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en
una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar
una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a
sus esclavos y aún a sus propios hijos.
Los
territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y
sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se
atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser
sacrificado a los ídolos.
Era
una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película
Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos
narra en su libro Motolinía.
A
raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras
encarnizadas entre las diversas tribus.
Liberados de costumbres
sanguinarias
Los
indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta
criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que
el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito
por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.
Los
españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían
vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica,
la sociedad indígena se humanizaba.
Motolinía
aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos,
en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más
de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese
a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo
permite.
Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual.En lo
humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se
hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias
a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan
grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase
centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad
que lo haría por España.
Fue
una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz
que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al
demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos
amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento
de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como
nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos
y sanguinarios ídolos diabólicos.
Los
primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos,
y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el
cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de
indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.
Codicia de los
conquistadores
Motolinía
no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún
en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención
cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios
fuese conocido y adorado.
Ese
recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era
accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los
españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes
necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y
haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de
muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los
casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica
entre los infieles.
Fervor cristiano de los
indios
Era
tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios
convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que
algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la
seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para
impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los
abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto
sucedió, cuenta Motolinía,
por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte
leguas.
Si
al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que
los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos
años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que
les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les
enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños.
Es
curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría
que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura
de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una
utopía inexistente.
Quienes
se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra
época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los
padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en
el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos
americanos.
Por
no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el
Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución
cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes
defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado.
Cuando
se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un
derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?
Desde
que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray
Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les
llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a
darles un mínimo de formación.
La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego
Era
frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a
los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los
hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y
suspirando”, subraya fray Toribio.
En
ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de
ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos
misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.
Algunas
indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de
arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio
se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del
demonio.
Debieron
sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y
patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados,
mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos
durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se
adelantaban ellos.
Los
indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su
iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel
de Hoaxotano…
De
la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen
María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para
el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.
Educación
y civilización de las costumbres
Desde
el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de
dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el
Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión
para la formación del clero indígena.
Los
hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los
frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un
influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en
cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen.
Cuando
llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios
emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron
con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a
su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.
Los
pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al
cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia
cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio
social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y
restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a
la virtud.”
Antes
los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas,
mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la
familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba
todo o parte a los pobres.
Cuando
se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar
una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por
propia voluntad- la esclavitud.
Paulatinamente
se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de
los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.
Exageraciones utópicas
de Bartolomé de las Casas
Asegura
Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían
defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos
hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero
enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico,
fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico,
presidida por Nuño de Guzmán.
El
obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando
personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en
toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo
Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de
Mendoza.
Hubo
españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud
general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser
frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con
indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni
general ni mucho menos vista con aprobación.
La
enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y
de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién
llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y
acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en
tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por
religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.
Motolinía
tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que
hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas
de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga
para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones
injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento
por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se
había desarrollado la actividad española.
Motolinía
acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo
de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las
ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan,
protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se
aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban,
de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de
esos escrúpulos, más propios de burócratas.
Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo
La historiadora Carmen Alejos
ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo,
las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que
inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de
la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos
durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo
inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que
rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y
tengamos que pedir perdón?
Nada es blanco o negro. Todo
tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede
evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del
descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea
primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran
la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.
Pertenecían a órdenes
religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir
según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a
esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados
y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto,
hubo muchas.
La fe la llevaron religiosos
(franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto
sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida.
A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que
en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los
misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la
jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por
defender los derechos de los indígenas.
La evangelización llevada a
cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente
según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la
religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de
Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es
decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo
latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio
del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen
difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso
también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”
Carta de fray Toribio al Señor de Benavente
FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan
grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera
en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades
grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno
de sus hijos rey de América.
En
1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil
indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por
eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los
indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles.
Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de
Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.
El
papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas, quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: “Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su
tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron
a la vez elementos activos de promoción social.¡Cuánto se debe a ellos,
incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de
amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en
tantas formas y lugares…”
Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.
Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson
Este video ofrece los últimos descubrimientos de la ciencia sobre el misterio de la imagen de la Virgen de Guadalupe: