La vida nueva de Pedrito de
Andía. Rafael Sánchez Mazas
Hay lecturas que dejan poso
en el alma: buenos sentimientos, deseos de ser mejor persona, de hacer el bien.
Es lo que consigue a mi juicio esta
novela de Sánchez Mazas, publicada en 1951. La leí hace años, como muchos
jóvenes españoles, y el encuentro casual con una ficha que tomé entonces me
mueve a esta reseña.
Dirigida a un público
joven, su protagonista es un adolescente que atraviesa el turbulento cambio que
le llevará de la infancia a la edad madura. El ambiente en que transcurre es la España de 1923,
bien distinto al que se encuentran los
jóvenes de nuestros días. Pero la crisis es la misma. Y los medios para
atravesarla son también muy similares.
Desde entonces han mejorado
mucho los conocimientos de sicología, en los que todo padre y educador debe
estar al día para encauzar con acierto a los jóvenes. Pero no deberíamos
despreciar la sabiduría contenida en los consejos de nuestros abuelos, padres
de familia y educadores que quizá no estudiaron sicología pero conocían el alma
humana como nadie y tenían experiencia de la vida.
***
La novela refleja el
ambiente en que crecían los jóvenes de la época, habitualmente más cristiano
que el actual. Los razonamientos incluyen la perspectiva cristiana, sobrenatural,
sin la que es imposible entender plenamente a la persona, ni por lo tanto
ayudarla cabalmente. Tratar de educar sin esa perspectiva es dejar cojo y sin
un fundamento clave el edificio de la personalidad. Si somos hijos de Dios, ¿cómo
vamos a prescindir de Él a la hora de educar? ¿No hay que educar de acuerdo con lo
que somos?
***
La ficha se refiere al
sentido del dolor. El adolescente sufre mucho, todo le molesta; amores y
desamores, encuentros y rupturas, miedo
al futuro… Le duele sobre todo no
entenderse a sí mismo ni encontrar sentido a las cosas. Pedrito de Andía acude
a su confesor, un buen sacerdote que le conoce bien, y le abre su alma.
Así lo cuenta, en un párrafo
largo pero enjundioso:
“Otra vez le saqué la
conversación de lo requetemal que me había ido todo el verano en tantísimas
cosas. Él me contestó que tampoco exagerara y me pusiese a hacer el mártir y
que Dios Nuestro Señor siempre prueba a los que habrán de ser más buenos,
porque en lo que se crece para mejores cosas es en el dolor, y sin dolor, dijo,
no se nace ni se renace a nada y mucho menos a la vida eterna, ni se sacan
frutos ningunos, ni se hacen trabajos ni luchas nobles, como tampoco sin
estrujar la uva se hace el vino, ni sin moler el grano el pan.
Me insistió en que si yo
quería vivir sobre la tierra como hombre de verdad me tendría que hacer a
sufrir como hombre y que, si se quitaran las penas de este mundo, se le
quitaría toda la belleza y toda la nobleza y toda la poesía, porque sin penas
no hay héroes, ni poetas, ni santos, ni habría san Agustín, ni san Ignacio, ni
san Francisco, ni san Pablo, ni David, que tanto llevaron todos esos; ni
tampoco César, ni Ulises, ni Aquiles, ni Eneas, ni siquiera el pobre Don Quijote
de la Triste Figura, y que no era hombre alto el que no crecía en el dolor, que
es la bienaventuranza de las bienaventuranzas, porque casi todas se podrían
resumir en una: Bienaventurados los que sufren.
Ármate, Pedrito –me dijo al
final- , a precio de dolor, de punta en blanco, para entrar como caballero en
una vida nueva. Que sea ésa tu vida nueva y la tomes con alegría.”
***
Encontrar sentido al dolor,
valorar el esfuerzo, no contentarse con una vida materialista ni mediocre, afán
de superación, ideales nobles para hacer el bien en el mundo a manos llenas…
Ahí es nada.
Ojalá esta lectura siguiera llegando a muchos jóvenes de nuestros días y fuera capaz de despertarles del sopor en que suelen encontrarse.
Por cierto, veo que los
ejemplares de segunda mano se venden a buen precio en Amazon…
De temática similar, más actual, esta novela de Alejandro D'Avernia: Blanca como la nieve, roja como la sangre.