Sin
raíces: Europa. Relativismo. Cristianismo. Islam. Marcello Pera. Joseph
Ratzinger. Ed Atalaya.
El
senador italiano Marcelo Pera -que fue presidente del Senado de su país- y el
cardenal Ratzinger –más tarde Benedicto XVI- analizaron en este libro, desde
sus distintas perspectivas, la preocupante situación de Europa, un continente
cuyos líderes parecen perdidos al haber renegado de sus raíces cristianas.
Un
amplio número de gobernantes europeos niega la existencia de valores
universales, y se somete al imperio de un lenguaje tan “políticamente correcto”
que les impide conocer la realidad, con el consiguiente perjuicio para los
ciudadanos.
El
oscurecimiento de la realidad lleva por ejemplo a autodenominar “legislaciones laicas”
a leyes agresiva y dogmáticamente laicistas. El “Dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios” termina por convertirse en un rechazo frontal
incluso a la simple mención de Dios en la vida pública.
Marcelo
Pera, además de político y hombre de Estado, es un pensador, profesor de filosofía de la
ciencia. Joseph Ratzinger, por su parte, es teólogo, y una de las mentes más
preclaras de nuestro tiempo. Parten de esas dos ópticas distintas, pero la
poderosa categoría intelectual de ambos les lleva a identificar las mismas
causas y posibles remedios a la triste situación de Europa, a la que juzgan en
irremisible decadencia si no corrige su rumbo.
Esa
Europa que ahora parece una gran Babilonia, sin norte y caótica en sus
directrices, sólo sobrevivirá, afirman, si no pierde la conciencia de los valores
morales compartidos e intangibles, que hicieron posible el surgimiento de nuestra
civilización. Renunciar a esos principios para sumergirse en el relativismo supondría
la autodestrucción de la conciencia europea y el vaciamiento de su identidad.
Entre
las propuestas que tanto Ratzinger como Marcelo Pera consideran que la
Constitución de Europa debería recoger con nitidez destaco estas tres:
1.Presentación
clara y sin condiciones de la dignidad
de la persona y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier
jurisdicción estatal. No son derechos creados por el legislador ni
otorgados a los ciudadanos, sino que existen por derecho propio, el legislador
ha de respetarlos siempre, son valores de orden superior. Existen amenazas muy
reales contra este principio hoy en día, especialmente en el campo de la medicina: manipulación genética, clonación, conservación de fetos humanos con fines de
investigación, eutanasia y eugenesia…
2.Definición clara de matrimonio y
familia: matrimonio monogámico, de un hombre con una mujer,
célula en la formación de la comunidad estatal.Matrimonio y familia forman parte de la identidad europea, le han dado
su rostro particular y su humanidad. Si esa célula básica cambiase
esencialmente, Europa dejaría de ser Europa. Sabemos que tanto el matrimonio
como la familia están siendo atacados brutalmente en su base. Políticas
fiscales que penalizan la unión matrimonial y desalientan la natalidad; dificultad
de acceso a la vivienda de los más jóvenes; facilidad del divorcio; pretensión
de un reconocimiento de las uniones homosexuales como equiparables al
matrimonio: esto, afirman, nos saca de la historia moral de la humanidad, que hasta
ahora nunca ha olvidado que matrimonio esencialmente es la unión de un hombre
con una mujer, que se abre a los hijos y así a la familia. No se trata de
discriminación, sino de lo que es la persona humana en cuanto hombre y en
cuanto mujer, y qué unión puede recibir la forma jurídica llamada matrimonio.
Equiparar la unión homosexual al matrimonio es disolver la imagen del hombre, y
tiene unas consecuencias morales y sociales graves.
3.La cuestión religiosa:
es preciso reconocer el respeto a lo que para el otro es sagrado en el sentido
más alto: o sea, el respeto a Dios. Ese respeto es lícito suponerlo también en
el que no está dispuesto a creer en Dios. De hecho, se respeta la fe de Israel,
y se multa a quienes la ofenden. También se multa a quien ofende al Islam. Pero
cuando se trata de Cristo y de lo que es sagrado para los cristianos, parece que
cambia el enfoque: ahí el bien supremo es la libertad de opinión, y limitarla
sería amenazar la tolerancia y la libertad.Pero la libertad de opinión tiene justo ese límite: no puede destruir la
dignidad y el honor del otro. No es libertad para mentir o destruir los
derechos humanos.
Al
no reconocer estos y otros principios esenciales, el llamado Tratado
constitucional ha quedado en un texto poco claro, que suscita controversias, y
que decaerá si no se corrige: no podrá sostenerse mucho tiempo sobre terreno incierto y desenraizado.
Como
esperanza, Marcelo Pera y Ratzinger coinciden en que el destino de una sociedad depende
siempre de minorías creativas que sepan asumir sus responsabilidades. Minorías
que actúen como fermento en Europa y en cada una de las naciones que la componen,
mostrando los puntos inconsistentes, la razonabilidad de sus propuestas para hacer viable el entendimiento y mejorar la convivencia, y no dejándose someter a las imposiciones -tan dogmáticas como inhumanas-
del relativismo y del laicismo ateo.
La crisis de fe en amplios
sectores de la Iglesia, y el patente declive moral de Occidente, han movido al
cardenal Robert Sarah en repetidas ocasiones a elevar su voz de pastor y hombre
de fe para dar un toque de atención a quien quiera escucharle.
Éste es el tercero de los
libros que publicacon esa finalidad: tres
llamadas fuertes a las conciencias de creyentes y no creyentes. El primero fue
Dios o nada, en 2015. Le siguió en 2016 La fuerza del silencio.
Nacido en Guinea Conakry en
1945, la profunda piedad de unos misioneros franceses dejó una huella
imborrable en su vida. Tras muchas penurias y dificultades, fue ordenado
sacerdote en 1969, y arzobispo diez años después. Sufrió la persecución del régimen
marxista de Sekou Touré.
En 2001 Juan Pablo II le llamó a Roma, y desde
entonces ha ocupado cargos de responsabilidad en la Iglesia católica. En la
actualidad es Prefecto de la Congregación del Culto Divino y de los
Sacramentos.
Con ocasión de la presentación
de este libro, el cardenal Sarah ha concedido numerosas entrevistas, intentando
aportar luz en momentos a su juicio de gran oscuridad. No le importa ir
contracorriente. Alude con frecuencia a la presión mediática, movida por
intereses financieros, que silencia o desprestigia a las voces disidentes.
Selecciono algunas de las
ideas que me han parecido más sugerentes, tanto del libro como de algunas de sus
entrevistas con los medios. Desde luego recomiendo la lectura íntegra y pausada del libro. Ayuda a pensar.
Quédate con nosotros
Ya desde el título Sarah
nos da a conocer su intención: una llamada a orientar nuestra mente a lo
fundamental, que es Dios. Es la frase que los discípulos de Emaús dirigen a
Jesús: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y anoche.”
Han abandonado Jerusalén,
desanimados tras la cruel muerte de su Maestro, y regresan abatidos y sin
esperanza a su pueblo. Pero por el camino Jesús les sale al encuentro. No le
reconocen al principio, porque es Jesús glorioso. Pero algo cautivador perciben
en Él, y cuando se despide, le suplican: “Quédate con nosotros, pues está
cayendo la tarde y se termina el día.” Anochece, resta con noi. (Lc 24, 29). Tu
presencia y tu palabra nos devuelve la esperanza.
Es la oración que en este
tiempo deberíamos pronunciar todos: no nos dejes, porque cae la noche sobre el
mundo, y tu Presencia es la única capaz de iluminar y dar esperanza a nuestros
corazones.
Diagnóstico, pronóstico y
remedio
A preguntas de Nicolas
Diat, ensayista y editor, que se limita a intentar que el libro no
se convierta en un largo monólogo, el cardenal Sarah hilvana una reflexión
sobre la salud de dos enfermos: Occidente y la
Iglesia. Ambos sumidos en una crisis grave e interrelacionada.
Occidente ha abandonado a
Dios. Se empeña en construir una sociedad en la que Dios no tenga lugar. El
pronóstico es terrible, porque sin Dios el amor y la solidaridad, que están en
la raíz de nuestra civilización, no son sostenibles largo tiempo. Europa camina
hacia el abismo, sin identidad, despreciada por otras religiones que la
acabarán invadiendo y borrarán todo lo bueno que hemos construido durante siglos.
El remedio es volver a poner a Dios en el centro de la vida personal y social.
Paralelamente examina la
situación de la Iglesia, sumergida en una crisis en estrecha relación con la de
Occidente. Y con un diagnóstico similar: la ausencia de Dios, el desprecio de
la liturgia y de los sacramentos, que son la Presencia de Dios entre nosotros.
La Iglesia no morirá,
porque tiene promesas de vida eterna y siempre quedará un resto, por pequeño
que sea, que transmitirá la herencia recibida. Pero lo que conocemos como
Occidente cristiano desaparecerá si no
corrige su rumbo, porque a ninguna civilización se le ha prometida vida eterna.
El cristianismo no es una ideología
La Iglesia –afirma el
cardenal Sarah- atraviesa un Viernes Santo. Ese día muchos discípulos abandonaron a Jesús y le traicionaron. Judas le
traicionó porque aspiraba a un Cristo ocupado en la política. Así andan hechizados
muchos sacerdotes y obispos –afirma Sarah- metidos en cuestiones terrenales.
Olvidan que sin Cristo la caridad no será nunca sólida, que Cristo es la única
luz capaz de iluminar el mundo. Olvidan que existe el pecado original, y que el
hombre no es bueno por naturaleza: necesita la ayuda divina.
Algunos reniegan de la
capacidad de enseñar de la Iglesia, y limitan su misión a la de escuchar lamentos. Claro que una madre escucha a sus hijos, pero su papel primordial es
el de enseñar, orientar y dirigir, porque conoce el camino que hay que seguir.
La Iglesia es madre, pero es también maestra.
Con el pretexto de abrirse
al mundo, algunos adoptan ideologías actuales, para parecer a los ojos del
mundo “modernos”. Pero es el mundo el
que debe abrirse a Dios, fuente de nuestra existencia.
Recuperar el sentido del
pecado
Dios es misericordioso,
pero ese no puede ser el único aspecto de la doctrina que enseña la Iglesia.
Para que Dios pueda ejercer su misericordia es preciso que antes nos reconozcamos
pecadores, y que volvamos a Él, como regresó el hijo pródigo de la parábola de Jesús:
primero reconoce su pecado, y sólo entonces puede caminar de regreso al Padre,
confiado en su misericordia.
Hay una visión falsa de la pastoral,
que presenta a un Dios misericordioso que no exige nada. Pero no existe un
padre que no exija nada a sus hijos. Dios, como buen padre, es exigente, porque
ambiciona grandes cosas para nosotros: “Sed santos, porque Yo soy santo.”
Enseñar la doctrina que
salva
El abandono de la fe en grandes
sectores no es solo culpa del materialismo. Los sacerdotes deben reconocer la
responsabilidad principal de ese derrumbe: porque no han enseñado la doctrina cristiana,
sino lo que les gustaba, porque han menospreciado el sacramento de la
confesión, porque han celebrado la Misa sin respetar las rúbricas... Han
banalizado los sacramentos.
El luminoso misterio de la
liturgia
La crisis de la liturgia,
ha afirmado Benedicto XVI, ha provocado la crisis de la Iglesia. Algunos han
querido “humanizar” la misa, reduciéndola a un espectáculo.Pero la misa es un misterio que está más allá
de nuestra comprensión.
Es preciso rendir justicia
al misterio que rodea nuestra relación con Dios. Cuando el sacerdote celebra la
Misa, o da la absolución en la confesión, capta el significado de las palabras,
pero no puede comprender el misterio que estas palabras producen. Y eso es
preciso mostrarlo al pueblo: Dios, que nos quiere tanto, está a la vez más allá
de nuestra comprensión. Hemos de acercarnos a Él con la humildad de quien entiende
que tanto amor nos sobrepasa.
Tecnología y silencio, comunicación y evangelización
Dios se manifiesta en el
silencio, pero hoy el gran enemigo de nuestro silencio interior son los medios
tecnológicos. Sin silencio ni siquiera la razón es capaz de desarrollarse.
Por ejemplo, sugiere Sarah,
habría que instituir un gran ayuno mediático durante la cuaresma, que es un tiempo
de silencio y oración. ¿Seríamos capaces de liberarnos durante 40 días de
nuestras cadenas digitales?
La evangelización, antes
que comunicación, es testimonio. Se lleva a cabo con el cuerpo, el cansancio y
el sufrimiento. Los sacrificios de Cristo son nuestro modelo. Podemos hacer
buen uso de la teconología, pero eso requiere mucha
humildad, cualidad necesaria en periodistas y comunicadores.
Para introducirse en el
misterio de la liturgia cristiana hay que comenzar por salir de las tablets y
los móviles, de la incapacidad de vivir en silencio. No se trata de hacer que
las misas sean más amenas. Lo importante no es si me aburro o no en Misa, sino
si asisto o no.
Lo importante en la liturgia no es el aspecto afectivo, ni
siquiera entenderla, sino vivirla, porque Dios está allí. Dios es presencia real
oculta en el Sagrario y en la Misa. Esa Presencia eucarística es insustituible
por ninguna tecnología. Lo decisivo es experimentar Su Presencia.
Publicidad versus
Felicidad
La publicidad alimenta una
búsqueda ilusoria de la felicidad en el consumo y el confort, en el dinero y el
lujo. Es una trampa que se convierte en esclavitud, fuente de envidias y de
odios. Habría que limitarla como medida de salud pública.
Dios es humilde, es pobre.
Cuando la búsqueda desordenada de confort penetra en el cristiano, se aburguesa, y el clero además se burocratiza.
Celibato apostólico
Destruir el celibato sería
destruir una de las riquezas más grandes de la Iglesia. El sacerdote está
llamado a ser Cristo mismo, pobre, humilde y célibe como Él.
Hay un proyecto
estructurado de destrucción de la Iglesia mediante la decapitación de su
cabeza: cardenales, obispos, sacerdotes… Ese proyecto presenta el celibato como
algo imposible, contra-natura, para destruir el sacerdocio.
Persecución de la Iglesia y
lo cristiano
Tampoco Jesucristo fue
aceptado, porque murió en la Cruz. “Si a Mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros.”
No debemos escandalizarnos
si vamos contracorriente. T.S. Eliot decía que “en el mundo de los fugitivos,
el que toma la dirección opuesta será considerado un desertor.”
Escándalos en la Iglesia
El mal ejemplo de Judas no debe llevarnos a
rechazar a todos los apóstoles. Jesucristo ha confiado su Iglesia a hombres
sencillos y débiles, para demostrar que es Él quien actúa en medio de ellos.
Identidad europea
Europa está cegada por la
disolución de su identidad, que le ha hecho orgullosa, irreligiosa y atea. La
ruptura con Dios traerá graves consecuencias
espirituales, morales y psicológicas. Se percibe una tremenda regresión en los
valores. Lo feo se ha convertido en bello y lo inmoral en progreso.
La Comisión Europea, afirma
Sarah, sólo piensa en la construcción de un mercado libre al servicio de los
grandes poderes financieros. No protege a los pueblos ni a sus identidades,
sólo protege a los bancos.
En un reciente viaje a Polonia,
el cardenal Sarah decía a los polacos: defended vuestra identidad: sois polacos
católicos, y sólo después europeos. No sacrifiquéis las dos primeras
identidades en el altar de una Europa tecnócrata y apátrida.
Dios ha dado una misión a
Europa, que acogió el cristianismo, y desde aquí ha evangelizado el mundo. En Guinea
Conakry, por ejemplo, los colonos franceses hicieron una colonización
constructiva. Aportaron tradiciones ennoblecidas por el cristianismo, la noción
de dignidad de la persona, de derechos humanos, y unos valores que para los africanos
fueron liberadores. Llevaron un idioma maravilloso. Y la fe en el Dios
verdadero.
Pero si Europa desaparece,
sumida en la apostasía, y con ella desaparecen los valores del viejo
continente, el islam invadirá el mundo, y nuestra cultura, antropología y moral
desaparecerán, cambiarán radicalmente. Porque además ahora hay nuevos
colonizadores occidentales que expanden valores falsos y delictivos.
Odio a Dios, común al
materialismo capitalista y al marxista
En 1978 el disidente ruso
Solzhenitsyn, que había sufrido el terror de los gulags del comunismo
soviético, pronunció una conferencia en Harvard alertando a Occidente de su
decadencia: la sociedad occidental ya no puede ser modelo para la
transformación de Rusia, les decía, porque está agotada espiritualmente. Europa
no tiene nada de atractivo para el pueblo ruso, que ha sufrido por décadas las
consecuencias del odio a la fe del marxismo.
Para el sistema filosófico
marxista aplicado por Lenin y Stalin, la principal fuerza motriz era el odio a
Dios, más fundamental que sus pretensiones políticas o económicas. El ateísmo
militante es el pivote central de todo comunismo. El empeño en construir un
mundo en el que Dios no tenga cabida.
Es el engaño de Satanás cuando tienta a Jesús. Ningún reino de este mundo es el
Reino de Dios, ninguno puede pretender instaurar la justicia para siempre, la
paz definitiva, el bienestar para todos. El reino humano permanece humano, como
explica Josep Ratzinger en Jesús de Nazaret. ”El que afirme que puede edificar
el mundo según el engaño de Satanás, hace caer el mundo en sus manos.”
Decenas de millones
cristianos ortodoxos (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) fueron encarcelados,
torturados y asesinados por no renunciar a su fe. Se prohibió a los laicos el
acceso a la Iglesia y educar en la fe a sus hijos. Dios estaba prohibido y
perseguido.
Para un pueblo que ha
pasado por eso, el materialismo consumista y ateo de Occidente, tan parecido en
el fondo al materialismo marxista, no tiene nada de atractivo.
Es clarificador, afirma Sarah, el absurdo odio de ciertas élites de Occidente hacia la Iglesia ortodoxa
rusa, una Iglesia de santos y mártires.
Migraciones y globalización
El papa Francisco ha manifestado
que la gestión de las políticas migratorias debe ser respetuosa tanto con los
acogidos como con los que acogen.
Dios nunca ha querido los desarraigos. Es una
falsa exégesis utilizar la palabra de Dios para valorizar la migración. Cada
uno de nosotros ha de vivir en su país, arraigar y crecer en su cultura. Más
vale ayudarles a crecer en su cultura que animarles a venir a una Europa en
plena decadencia, afirma Sarah.
Hay que preocuparse de los
que dejan su tierra. Pero ¿por qué la dejan? Porque poderosos sin fe, para los
que sólo cuenta el poder y el dinero, han desestabilizado esas naciones. Eso
plantea enormes dificultades, pero lo que la Iglesia tiene que hacer es
devolver a los hombres la capacidad de mirar a Cristo. Esa es su gran misión
divina.
La globalización pretende
separar al hombre de sus raíces, de su religión, su cultura y su historia. Y
convierte al hombre en apátrida sin país ni tierra.
Dios no nos quiere
uniformes.Ha querido un mundo plural,
una naturaleza multiforme, unas diferencias enriquecedoras entre los hombres.
Si el planeta fuera un océano sin fronteras sería una pesadilla. Las naciones
son grandes familias en las que los hombres echan raíces y establecen vínculos.
No somos meros agentes económicos o consumidores.
Asistimos a una invasión
programada, dirigida y admitida por los gobernantes de Occidente, cuyos
entresijos clandestinos conocen perfectamente los servicios de información de los
países europeos.
La única solución es el
desarrollo de África, y no actitudes como el pacto de Marrakech, que se han
negado a firmar países con sentido común como Italia o Polonia. Es una irresponsabilidad de los
gobiernos acoger personas sin ofrecer garantías de una vida digna: techo,
trabajo, vida familiar y religiosa estable.
Libertad y felicidad
Poderes mediáticos y
financieros difunden en Occidente una noción falsa de libertad, vacía de
contenido, y en su nombre una nueva moral que nos está convirtiendo en sus
esclavos. En la nueva moral el mal se presenta como bien, y la verdad se
sacrifica en el altar de la falsa libertad, que es la nueva idolatría de
occidente.
Se podría decir que
Occidente camina hacia la civilización del caos de los deseos satisfechos, del
disfrute de placeres precarios que son incapaces de dar la felicidad. Lo
reflejan datos como el terrible número de suicidios de adolescentes en Europa, o
el enorme consumo de antidepresivos.
Eso es impensable en
África, en las pequeñas comunidades donde se respetan las leyes de la
naturaleza y en los que Dios sigue siendo el fundamento de la vida. En esas
comunidades no hay marginados, ni el dinero tiene más importancia que la
calidad de las relaciones humanas y de la relación con Dios. Allí los pobres
son felices: se saben acompañados, unidos por vínculos firmes.
La libertad auténtica
conduce a la virtud y al heroísmo. La falsa libertad que difunden los poderes
mediáticos y financieros de occidente conduce al vacío, crea ciudadanos
incapaces de sacrificarse ni comprometerse por la auténtica libertad, a la que
desprecian.
Pero la verdadera libertad,
la única que conduce a la felicidad, es la que reconoce que el hombre está
herido por el pecado original, y que el ejercicio de la libertad pasa por
apartarse del pecado.
El hombre no es
naturalmente bueno, como pretenden hacernos creer. Tiene la triste capacidad de
escoger el mal y hacerse daño a sí mismo y a los demás. Una triste capacidad
que puede llevar al suicidio de sociedades enteras cuando no se tiene en
cuenta. Esa es la verdad que la Iglesia debe repetir incansablemente, si quiere
ser leal a su misión.
El remedio: cristianos fieles a Jesucristo
Nuestra misión no consiste
en salvar a un mundo que muere. A ninguna civilización se le ha prometido vida
eterna. Nuestra misión es vivir fielmente la fe recibida de Cristo. Así
salvaremos la herencia de siglos, aunque seamos pocos, y la transmitiremos
íntegra a las futuras generaciones.
No se trata de ganar elecciones
ni de influir en opiniones. Se trata de vivir el Evangelio de modo concreto. La
fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. Hemos de cuidar
ese fuego sagrado, para que sea nuestro calor y nuestra luz en medio del
invierno de Occidente.
Cuando un fuego ilumina una noche fría, los hombres poco
a poco se acercan a él: fuera hace mucho frío y mucha oscuridad. Esa debe ser
nuestra esperanza.
Rasgos de la misión de los
Papas recientes
El cardenal Sarah muestra
su plena sintonía con los papas recientes.
De san Pablo VI resalta su que coraje
de defender a contracorriente la vida y el amor verdadero en la encíclica Humanae Vitae.
De san
Juan Pablo II, que supo iluminar la verdadera visión de la persona uniendo la
fe y la razón en una poderosa antropología.
De Benedicto XVI, su capacidad de
enseñar la fe con una profundidad sin igual.
Y de Francisco, su esfuerzo por salvar
el humanismo cristiano, y su condena de la explotación económica del hombre.
Algunos han querido ver una
supuesta oposición entre los planteamientos del cardenal africano y las
enseñanzas del papa Francisco, pero no hay tal. Un examen de los textos
íntegros de Francisco permite ver que con palabras similares se refiere a los
mismos temas, aunque con frecuencia los medios “mediatizan” sus palabras para
resaltar sólo unos acentos, silenciando otros. A lo largo del libro, y en todas
sus declaraciones, Sarah manifiesta esa plena unión y lealtad al magisterio del papa
Francisco.
Unidad y fraternidad en el
seno de la Iglesia
La experiencia de la fe es
personal, y es también comunitaria. La Iglesia es familia. El cardenal Sarah
glosa el relato de Hemingway, El viejo y el mar.
El anciano pescador se hace
a la mar en solitario. Pesca un pez tan enormeque no puede subirlo a bordo. A duras penas logra atarlo a un costado de
la barca, e intenta remolcarlo a puerto. Pero los tiburones descubren la presa
y la acometen. Cuando el anciano llega a puerto, contempla desolado que sólo
queda la espina de su enorme pez. No ha tenido quien le ayudara a ponerlo a
salvo de los tiburones.
Hoy –dice Sarah- el mar
está infestado de tiburones que pretenden devorar nuestros valores cristianos y
nuestra esperanza. Ir solos es exponerse a perder el gran tesoro de la fe.
Tenemos que apoyarnos
mutuamente en la fe, caminar como una comunidad unida alrededor de Cristo.
“Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos.” Es de esa Presencia de Cristo de donde podemos sacar nuestra
fuerza.Resta con noi!
Son conceptos que el
cardenal africano reitera una y otra vez, que a alguno pueden parecer alarmistas. Pero que manifiestan su convencimiento de que es
preciso un giro urgente del rumbo para evitar el precipicio.
Sus palabras son similares
a las que de un modo u otro nos dirigen el papa Francisco y los papas
recientes. Cada cual debe sacar sus consecuencias.
Es sugerente también esta conferencia de Sarah, con sacerdotes en Ávila
Estamos ante una espléndida
biografía, quizá la mejor, de Pedro I el Grande (1672-1725), el zar que
modernizó Rusia durante su largo mandato de más de 40 años, desde 1682, con
apenas 10 años de edad, hasta 1725, año en que murió.
Dotado en una gran energía
y un enorme deseo de aprender, pronto se percató del atraso en que vivía el
pueblo ruso en comparación con los países europeos. Siendo muy joven, organizó
la Gran Embajada Rusa, compuesta por un numeroso séquito que durante varios
meses recorrió las principales capitales europeas para establecer y fortalecer
relaciones diplomáticas y comerciales. Pero sobre todo para aprender de Europa.
Integrado como uno más en
la Gran Embajada, y delegando en otros las funciones representativas, se dedicó
durante esos meses a conocer técnicas y oficios ignorados en su país. Le
deslumbró sobre todo la construcción naval, desconocida en Rusia, de la que se
volvió apasionado impulsor. A él se debe la construcción de la primera flota de
guerra rusa, que sería decisiva en su guerra con Suecia. Reformó el ejército y
la iglesia ortodoxa rusa, y obligó a la nobleza de su país a adquirir
costumbres occidentales.
Ejecución de los Streltsi
Sorprende la brutalidad de
las costumbres rusas y del propio zar durante esa época tan cercana a la
nuestra. Pedro unía a su energía vital unas maneras fieras y despóticas, y con
frecuencia sanguinarias. Siendo muy joven presenció la rebelión de la guardia
de Streltsi (1698), cuerpo militar que asesinó brutalmente a muchos miembros de su familia y de
la nobleza. Quizá este hecho le marcó de por vida, e hizo de él un personaje
con arrebatos de ira inmisericorde. Algunos ataques de tipo epiléptico que
padecía parece que pudieron tener su origen también en esos dramáticos hechos.
Batalla de Poltava
Asistimos a momentos que marcaron
hitos en la historia de Rusia y de Europa, como la larga Guerra del Norte
(1700-1721), contra Suecia, la potencia militar más temible del momento. Al vencer
finalmente a Suecia, contra todo pronóstico, Rusia emergió como potencia
mundial.
La fundación de San Petersburgo (1703) fue un empeño personal del zar Pedro, que quería a toda costa
ver a Rusia abocada al mar, y lo logró con esa ventana al Báltico, en un
territorio arrebatado a los suecos.
Palacio Peterhof
Pedro coaccionó a la nobleza rusa para que
construyeran allí sus mansiones, y logró construir una de las ciudades más
bonitas de Europa. Es menos conocido que la construcción costó la vida a miles de
prisioneros de guerra, suecos en su mayoría, obligados a trabajar en
condiciones de esclavitud e infrahumanas.
Muy interesante también la
narración de las guerras y vicisitudes diplomáticas en el inquietante flanco
sur de Rusia, siempre amenazado por Turquía y sus aliados.
El extenso libro, de más de
mil páginas, está muy bien documentado, con fuentes en archivos históricos nacionales y en la
correspondencia de monarcas y embajadores de la época, lo que da al conjunto
una gran fiabilidad. El autor da contexto a los hechos, y consigue que la narración
sea fluída y amena, con una vivacidad que mantiene la
tensión. Y sobre todo, con la serena objetividad propia de un buen historiador,
que busca saber la verdad.Una lectura
altamente provechosa y recomendable.
Regine Pernoud, historiadora y conservadora del
Museo de Historia de Francia, descubrió durante
sus trabajos como bibliotecaria que la imagen oscura que desde la
Ilustración se lanzaba sobre la Edad Media no se correspondía con la realidad. La
verdad era otra, y emergía rotunda y luminosa de su investigación en las fuentes
fiables de la historia.
Fruto de sus descubrimientos, publicó una larga
serie de trabajos que constituyen una rehabilitación de ese
período tan injustamente denostado y sin embargo tan luminoso,en el que se forjaron los cimientos de la civilización occidental.Leonor
de Aquitania, La mujer en el tiempo de las catedrales, Los hombres de las
cruzadas y A la luz de la Edad Media son algunas de sus obras más conocidas.
Publicado por primera vez en 1944, A la luz de la Edad Media describe cómo fue
fraguándose la vida y costumbres en la Francia medieval y en buena parte de la
Europa de ese tiempo. Su rigor intelectual le lleva a descubrir una realidad que contrasta con mitos y
falsedades que todavía hoy difunden algunas cátedras y series de
televisión sobre aquel período.
“En literatura y en historia se proporciona a los
alumnos un sólido arsenal de juicios prefabricados, que les lleva a calificar
de ingenuos, sin más, a los seguidores de Tomás de Aquino, y de bárbaros a los
constructores de catedrales. Según esos prejuicios, la Edad Media era una época
de tinieblas; nada de lo que pasó en esos siglos oscuros vale la pena…”
Todavía
hoy se difunden falsedades sobre el significado real de términos acuñados por costumbres
de la época, como siervo de la gleba o derecho de pernada, que no significan lo
que ignorantes o malintencionados nos intentan hacer creer.
Con su estudio riguroso, Pernoud descubre un mundo distinto. A medida que avanza “se nos revelaban las estructuras profundas y la
expresión artística de aquella sociedad, se nos revelaba un pasado que aflora
todavía en el presente, un mundo que había visto desarrollarse el lirismo,
germinar la literatura de ficción y elevarse Chartresy Reims. Al identificar
una estatua tras otra, descubríamos a personajes de alta humanidad. Al hurgar
archivos (…) cobrábamos conciencia de una armonía cuyo secreto parecía detentar
cada sello, cada línea, cada compaginación.”
Pernoud investiga en la arqueología, la historia del derecho, los textos antiguos, los
monumentos… y a medida que avanza descubre un estilo de vida luminoso, del que
nadie le había hablado antes. Leal a su mente racional y científica, va
abandonando prejuicios y se rinde a la evidencia de los datos: la Edad Media
fue un período rebosante de vitalidad y alegría de vivir, gracias a una paulatina
y creciente penetración del cristianismo en las mentes de aquellos pueblos de
costumbres bárbaras.
**
La Edad Media, surgida tras siglos de incertidumbre
y desasosiego por las sucesivas invasiones (francos, burgundios, normandos,
visigodos…) y las consiguientes guerras entre pueblos en continuo movimiento,
fue la época en que se alcanzó por fin la estabilidad y la permanencia. En la
Francia del siglo X, esa masa antes
inestable de pueblos invasores ya formaba una unión sólidamente apegada a la
tierra. La familia Capeto, que durante tres siglos, en línea directa y sin
interrupción, reinó en Francia, es una muestra del asentamiento de todas las
familias de la época.
Pernoud muestra que esa estabilidad yese arraigo en
la tierra se debió a la aceptación universal de la institución familiar, que
concilia el máximo de independencia individual
con el máximo de seguridad. Cada
individuo encuentra en la familia ayuda material y moral hasta que se basta a
sí mismo. Entonces es libre, sin que los lazos que le unen al hogar paterno se
conviertan en trabas.
Esa libertad, conseguida gracias a una progresiva
profundización en las luces que aportaba la fe cristiana a la vida social, contrastaba con el modelo del imperio romano, fundado no en el derecho natural sino
en ideologías de legisladores y funcionarios. En la antigua Roma el padre tenía
autoridad de jefe durante toda la vida, con una concepción militar y estatista
en la que el individuo quedaba encerrado de por vida.
Pernoud llega a la conclusión de que en la base de
la energía de occidente está la familia, tal como la concibió y comprendió la
Edad Media. Todas las relaciones se establecían sobre el modelo familiar: tanto
la del señor con el vasallo como la del maestro con el aprendiz. La historia
del feudalismo es la historia de linajes familiares. La mesnie de un barón, es decir, su contorno, sus familiares, incluye
tanto a siervos y monjes como a altos personajes. Los dominios se acrecentaban
antes a través de herencias y matrimonios que de conquistas.
El sentimiento familiar es la gran fuerza de la
Edad Media. Muchas costumbres medievales tienen su origen en la preocupación de
proteger a la familia. La familia (los
que viven compartiendo el bien y la olla) es una personalidad moral y jurídica,
que posee en común los bienes cuyo administrador es el padre. Al morir el
padre, sin interrupción ni transmisiones ni impuestos, otro de los miembros de
la familia asume la cabeza. Al padre de familia se le reconoce el derecho de
usar, pero no el de dueño absoluto, ni el poder de abusar de los bienes; debe además
defender, proteger y mejorar la suerte de seres y objetos de los que es
custodio natural.
Gran hallazgo medieval fueron los gremios,
fruto de una concepción colaborativa (y no competitiva, ni de sindicatos de
clase) de la vida social. Los gremios eran organizaciones de oficios, con
Jurados propios que tenían participación en el Municipio, y que aseguraban el
aprendizaje y desarrollo de las técnicas necesarias para mejorar la calidad de
vida de los ciudadanos. Las calles de las ciudades estaban animadas por el
bullicio alegre de los diferentes gremios, que se agrupaban por barrios como
todavía hoy recuerda el callejero de nuestras ciudades.
Y alegría de vivir. Pernoud descubre jovialidad en
el espíritu del hombre medieval, que tiene defectos pero sabe distinguir entre
el mal y el bien. Este fragmento de un poema de la época es significativo, por
su alegre desenfado:
“Los obreros
no remolonean / no viven de la usura / lealmente viven / de su esfuerzo, de su
trabajo / Y dan más generosamente / Y gastan lo que tienen / más que los usureros,
que nada gastan, / que los canónigos, los sacerdotes o los monjes…”
No vemos angustia en el hombre de los tiempos
feudales. “Vivía en un clima de dinamismo y generosidad que sus descendientes
no volvieron a encontrar en Europa. Era apasionado, pero no sórdido; exuberante
y capaz de llorar como un niño; violento pero capaz también, una vez pasado el
ataque, de avergonzarse, de expiar su culpa, a veces con el don de su propia
vida; pecador, pero consciente de ello, y por tanto capaz de arrepentirse.”
Vivía en un clima de libertad porque lo esencial era la conciencia. No
necesitaba contratos, bastaba la palabra dada, el consentimiento interior. Si un hombre daba su palabra, aquello se cumpliría.
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El arte medieval, lleno de colorido, expresa sinceridad, en la que ve
el camino para llegar a la belleza. Sinceridad en la visión interna y en la
observación exterior. Fidelidad en la expresión, y la facultad de fundir en un
todo armonioso la inspiración y el método, el genio y el oficio.
“El artista
aprehende al hombre en su conjunto, y anima los cuerpos que crea con todo el
aliento de la vida: deformados por la pasión, retorcidos por el dolor,
magnificados por el éxtasis. Sorprende al sujeto en sus actitudes más humanas,
más naturales, más intensas. Entonces, es el movimiento el que crea el cuerpo:
personajes estremecidos de alegría, desfigurados por la cólera, torturados por
la angustia…”
Este es el secreto del arte medieval: encontró la belleza en el
dinamismo de la vida humana, en la expresión total del individuo, traduciendo
no solo su apariencia externa sino también su realidad esencial.
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El libro está lleno de detalles sorprendentes por
ignorados. Por ejemplo, la llamada semana
inglesa debería llamarse semana
medieval, pues fue en el siglo XIII cuando fue hecha instituir por san Raimundo de Peñafort, ante la desbordante actividad de aquel siglo, que corría
el riesgo, a juicio de la Iglesia, de ser excesiva y desequilibrar al hombre,
impidiéndole cumplir tranquilamente con sus deberes de cristiano. Consistía en
descansar desde los sábados y vísperas de fiesta, a partir de la hora de
Vísperas (es decir, entre las 2 o las 4 de la tarde según las estaciones). En
Inglaterra se conservó esta costumbre –Inglaterra ha sido más fiel siempre a
las tradiciones medievales- y de allí pasó de nuevo al continente siglos más
tarde.
Por cierto: san Raimundo de Peñafort, dominico, es patrón de los juristas y era español, de Barcelona.
El sentido de la justicia medieval se revela en la proporción en las penas: pagaba más el que
tenía más. Por ejemplo, en Pamiers un
barón pagaba el delito de robo con multa 20 veces superior a la de un
campesino, 10 veces superior a la de un caballero, y 4 veces superior a la de
un burgués.
La música gregoriana es otro exponente de la
enorme riqueza cultural y artística lograda en la Edad Media. Mozart llegó a
decir: “Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la Misa
gregoriana”.
La caballería medieval gozó de un enorme prestigio
entre la población. Despertaba una admiración que ha llegado hasta nuestros días, porque por
primera vez la casta militar estuvo ordenada a fines realmente humanitarios.
Del mismo modo, por primera vez en la historia del mundo se aprendió a establecer la
diferencia entre objetivos militares y población civil.
La Edad Media supuso un florecimiento de las
letras. Si miramos a la España de la época, vemos que fue entonces cuando comenzó a
desarrollarse la literatura castellana, una de las más ricas y espléndidas
literaturas de la humanidad, que consiguió expresar el sentir épico del pueblo,
empeñado en la Reconquista, y por eso llegó a ser idioma preponderante. El
castellano ha conservado de la Edad Media sus características principales:
espíritu religioso, realismo, persistencia de la tradición épica peninsular y tendencias
moralizadoras y satíricas.
Fue a partir del
siglo XVI cuando los legisladores comenzaron a perder el sentido de libertad y
equidad logrados, porque volvieron sus ojos al derecho romano y comenzaron a
promulgarse leyes estatistas. Se elevó a 25 años la minoría de edad, se añadió
al sacramento del matrimonio el carácter de contrato con estipulaciones
materiales, la familia sufrió imposiciones para ser conformada según un modelo
estatal que no había tenido nunca.
Desde el siglo XVI, el Estado fue aumentando su poder e
intromisión en el ámbito de la libertad de las personas, hasta que llegó a configurarse
como Monarquía absoluta. Por eso la Revolución francesa, en el siglo XVII, a
juicio de Pernoud no fue un punto de partida, sino de llegada: representó la
imposición plena de la ley romana en la vida del pueblo, a expensas de la
costumbre anterior. Napoleón culminó el proceso, con la organización del
ejército, el Código civil y la enseñanza según el modelo burocrático
de la antigua Roma, es decir, con la omnipresencia de un Estado cada vez más intrusivo
en la vida de las personas.
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Son algunos apuntes
de este libro revelador, muy útil para conocer la historia real, y desprenderse
de la venda que han intentado poner
sobre nuestros ojos no pocos pseudo intelectuales y creadores de ficción. En la
Edad Media no todo fue blanco, desde luego, porque donde hay hombres habrá
miserias. Pero en su esplendor luminoso nació la cultura occidental, y con ella
buena parte de lo mejor que todavía hoy podemos disfrutar en Europa.