Huid del escepticismo. Una educación liberal como si la verdad contara para algo.
Christoffer Derrick. Ed. Encuentro
Discípulo de C.S. Lewis,
el intelectual y escritor inglés Christoffer Derrick nos ofrece en este magnífico ensayo una reflexión crítica en torno a la
educación tal y como se está planteando en muchos países de nuestro entorno. Una
educación dominada por una intelligentsia que, contra lo que sería su razón de
ser, niega la posibilidad de saber la verdad de las cosas. Con sentido del
humor británico, Derrick señala las contradicciones en que cae el sistema
educativo, víctima del escepticismo.
Derrick, tras constatar
que en nuestros días buena parte de
escritores y profesores se muestran escépticos, parece descubrir un “interés”
personal directo en ese escepticismo. Si la tarea profesional del intelectual
es ir a la caza de la verdad, negar la posibilidad de alcanzarla –que eso significa ser escéptico- sería una forma de
dilatar sin fin su aparente e infructuoso trabajo.
El intelectual que sucumbe
a la tentación del escepticismo quiere gozar
del placer de la búsqueda intelectual, pero se muestra reticente a
asumir el producto final lógico de esa búsqueda, que es el conocimiento de la
realidad. Parece como si inconscientemente tomara medidas para esterilizar
anticipadamente su búsqueda, adoptando teorías relativistas o escépticas. Así
el juego puede continuar eternamente, “como el juego de los amantes sin el
estorbo del embarazo y el parto del niño”.
La versión política de esa
tendencia escéptica de la intelligentsia es apostar por las tendencias más
“progresistas”, por los cambios más “revolucionarios”, ya que en cuanto suponen replanteamientos más
vertiginosos parecen reclamar el protagonismo de la “intelectualidad”. En
cambio su papel no sería tan relevante si se tratara de conservar valores
adquiridos. De manera que mostrarse escéptico no dejaría de ser hoy una forma de vedettismo.
No debemos sucumbir a esa
supuesta celebridad de ciertos intelectuales escépticos, señala Derrick: “El hecho
de tener un cerebro de primer orden no es una garantía de integridad total, de
total objetividad y total neutralidad ante los hechos.”
Derrick muestra el absurdo
de planteamientos filosóficos que niegan por principio nuestra capacidad de
conocer la realidad: “No puedo demostrar que los patos son patos, y que los
cerdos son distintos de los patos. Una prueba así no es necesaria y mucho menos
posible. Las cuestiones de ese género no son de orden filosófico; requieren la
presencia o ausencia de una salud mental básica que haga posible la filosofía o
cualquier otra actividad coherente.”
Y concluye con estilo chestertoniano: “En
la base de algunas filosofías no hay sino un problema de salud mental…”
La postura del escéptico total es completamente absurda. Por eso, tales escépticos no existen en realidad: un hombre que dudase de todo, tendría que dudar también de que duda de todo; tendría que dudar hasta de su propia existencia, lo que no le permitiría dudar…
Entre las razones por las
que está tan extendido el escepticismo entre los intelectuales, indica las
siguientes:
1º, porque es fascinante
ese juego de demostrar que no es lo que es; lo malo de ese juego es que se
realice ante jóvenes que lo toman en serio;
2º, porque la duda,
cuidadosamente racionalizada, alimentada y sostenida, es un magnífico mecanismo
de defensa contra la pesada realidad, demasiado grave y molesta; y
3º, porque la postura escéptica da cierto protagonismo. "Existe esa impresión vaga, pero persuasiva, de que expresar dudas es un signo de modestia y de democracia, mientras que se considera dogmática y dictatorial demostrar certidumbre."
Pero hay otra razón de más
peso: y es que la presencia de la verdad compromete.
Hay, desde luego, personas
que pretenden que es imposible conocer la verdad, pero es porque reconocer que
la verdad existe les llevaría a sentirse obligados moralmente. Es menos
comprometido negarla. Es lo que hizo Poncio Pilatos, cuando preguntó “¿Qué es
la verdad?”, en presencia de la Verdad misma. Decía no saberlo, pero acto
seguido condenó a muerte a un Hombre cuya inocencia él mismo había proclamado.
Ser escéptico no es una actitud inocua…
Derrick concluye su ensayo
con dos advertencias útiles para desarrollar una mente sana y cultivada:
1ª, “Guardaos, amigos, de
los filósofos que os digan que el hombre no puede conocer la verdad. Esa postura
solo puede conducir al hombre a la perdición.”
Y 2ª, confianza en la luz
de la revelación cristiana, que ilumina (pero no frena) el camino de la razón. “La
fe cristiana no se fundamenta en la razón, sino en la palabra de Dios: pero es
bueno y conveniente saber que la razón está de nuestra parte y no contra
nosotros, como ciertos filósofos quieren hacernos creer…”
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La propuesta de Derrick es lo que denomina educación liberal, en la que se estimule a la persona a desarrollarse de la manera más completa posible: leer mucho, pero no cualquier cosa, sino lo bien informado y sensible; apreciar el arte; entender algo de la historia del mundo y sus problemas.
Una persona así tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante, y sabrá dar a las cuestiones públicas o políticas salidas distintas a las del simple prejuicio o interés particular, esos prejuicios que difunden con ahínco digno de mejor causa algunos hombres públicos.
Una persona educada con ese espíritu liberal, apunta Derrick, tendrá cierta facilidad en las difíciles artes de leer, pensar y escribir -tan relacionadas, y tan escasas en nuestros estudiantes hoy-, y será alguien con quien valga la pena conversar, porque dispondrá de esos recursos interiores que admiramos en un espíritu cultivado. Y tendrá valores propios que aportar al conjunto social.
Todo un reto para los verdaderos educadores.
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La propuesta de Derrick es lo que denomina educación liberal, en la que se estimule a la persona a desarrollarse de la manera más completa posible: leer mucho, pero no cualquier cosa, sino lo bien informado y sensible; apreciar el arte; entender algo de la historia del mundo y sus problemas.
Una persona así tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante, y sabrá dar a las cuestiones públicas o políticas salidas distintas a las del simple prejuicio o interés particular, esos prejuicios que difunden con ahínco digno de mejor causa algunos hombres públicos.
Una persona educada con ese espíritu liberal, apunta Derrick, tendrá cierta facilidad en las difíciles artes de leer, pensar y escribir -tan relacionadas, y tan escasas en nuestros estudiantes hoy-, y será alguien con quien valga la pena conversar, porque dispondrá de esos recursos interiores que admiramos en un espíritu cultivado. Y tendrá valores propios que aportar al conjunto social.
Todo un reto para los verdaderos educadores.