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viernes, 12 de marzo de 2021

Hasta la última gota



Pedro Casciaro. Hasta la última gota. Ed. Rialp. Rafael Fiol

 

Pedro Casciaro fue uno de los primeros jóvenes que siguieron a san Josemaría en el Opus Dei. Formado junto a él en los durísimos años de la guerra civil y postguerra española, le ayudó en la puesta en marcha de la primera obra corporativa en Madrid y en la primera expansión del Opus Dei. Fue el primer director de la Residencia Universitaria Samaniego, de Valencia. Ordenado sacerdote en 1946, en 1948 marchó a México, para iniciar el trabajo apostólico de la Obra, extendiendo entre todo tipo de personas el mensaje de la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. 

 

Un ejemplo cercano

 

En este sugerente libro, Rafael Fiol, que trabajó muchos años junto a Casciaro en México, nos narra algunos de los hitos de su vida, pero sobre todo ahonda en su personalidad, tratando de encontrar la raíz de su generosa respuesta a la llamada de Dios. Su vida, asegura, fue un esfuerzo continuo por identificarse con la Voluntad de Dios, desde el primer momento de su entrega en el Opus Dei. 


El relato, repleto de sucesos y anécdotas entrañables, recoge también testimonios de numerosas personas que trataron con Casciaro. Nos va dibujando el temple humano y sobrenatural de una personalidad rica y singular, que lucha para superar sus defectos y se va forjando bajo la orientación sabia y santa de san Josemaría.

 

La narración nos permite contemplar un ejemplo cercano de fe y audacia, y también de optimismo y buen humor, con la humildad propia de quien no se considera importante y por eso sabe reírse de sí mismo. Casciaro destacaba desde la adolescencia por su espíritu de iniciativa, sabía asumir responsabilidades y tenía dotes de gobierno, al parecer heredados especialmente de su abuelo. Dejó escrito en el guión de una clase sobre el gobierno: “La capacidad de decisión está íntimamente unida con el espíritu de sacrificio, porque escoger –con conciencia- significa renunciar.” 

 

Amar a Jesucristo con obras y de verdad

 

Vemos también a un hombre dispuesto a hacer locuras para llevar a Jesucristo a todos los rincones del mundo, emprendiendo proyectos que con ojos humanos parecerían imprudentes.

 

Es significativa la anécdota con don Marcelino Olaechea, que fue arzobispo de Valencia y gran amigo de san Josemaría. Casciaro le acompaña en el acto en que el papa san Pablo VI inaugura un Centro de Formación para la Juventud Trabajadora en Roma, que el Opus Dei puso en marcha en unos momentos en que todavía eran muy pocos los miembros de la Obra en Italia: “¡Estáis locos!... –le dice al oído con cariño el arzobispo- estáis locos, pero de Amor de Dios, como vuestro fundador, que os ha pegado a todos su locura divina.


san Pablo VI y san Josemaría, el día de la inauguración del Centro ELIS en Roma

 

Esa locura le llevará a iniciativas semejantes en México, como la puesta en marcha, sin recursos humanos, de varios centros de formación para mujeres y hombres del campo aprovechando las ruinas de Montefalco, una antigua finca incendiada y abandonada durante la revolución mexicana.

 

Venciendo todo tipo de dificultades, Montefalco se convirtió pronto en un foco de progreso humano y cristiano, que ha logrado una transformación notable en la calidad de vida de toda la comarca. Como ésta, muchas otras iniciativas apostólicas en tierras mexicanas se deben a su impulso lleno de fe y valentía.

 

Finura de espíritu

 

Fiol destaca un rasgo atractivo de la personalidad de Casciaro: la finura de espíritu, “una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles. Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Y sin duda el trato con Dios deja finura en el alma.”

 

Aprendió de san Josemaría a formar a las personas que tenía al lado. “Tenía la virtud de sacar el lado positivo y las virtudes de las personas que colaboraban con él.” La conciencia de su responsabilidad para transmitir el espíritu que había aprendido del fundador le llevaba a corregir con prontitud y firmeza, pero “decía las cosas con un entrañable estilo de afecto y fino humor. Sabía crear a su alrededor un clima de paz, de tranquilidad, de alegría, de buen humor, de espontaneidad, de cariño, de afabilidad, de educación, de altura humana y sobrenatural, que hacía la convivencia muy grata, y que transmitía a todos entusiasmo por la Obra y la labor apostólica.

 

Una personalidad liberal e independiente

 

Pedro Casciaro había nacido en Murcia en 1915, donde hizo sus primeros estudios. A los 10 años su padre obtuvo la plaza de catedrático de instituto en Albacete, y se trasladó allí con su familia. En 1931, con 16 años, se trasladó a Madrid para estudiar Matemáticas y Arquitectura: una orientación profesional que cuadraba muy bien con sus talentos y aficiones: tenía fina sensibilidad artística y genio creativo. Era además muy independiente, y había sido educado por sus padres con planteamientos liberales y una superficial formación religiosa.

 

En enero de 1935 conoció a san Josemaría, joven sacerdote de 33 años. Ese encuentro transformó su vida: le cautivaron su trato sencillo y cordial, su cultura y su sincera piedad. Al acabar la conversación le salió espontáneo pedirle que fuera su director espiritual, a pesar de que nunca lo había tenido ni sabía muy bien en qué consistía. En noviembre de ese mismo año pidió ser admitido en el Opus Dei. Toda su vida, el desarrollo de su rica personalidad –en lo humano y en lo sobrenatural- estaría marcada desde ese momento por la huella que dejó en su alma joven el trato estrecho con el fundador.

 

Al estallar la guerra civil española Pedro se encontraba pasando unos días con sus abuelos en la finca que poseían en Torrevieja. Su padre, concejal republicano, fue encarcelado en Albacete por los sublevados, pero al ser conquistada la ciudad por tropas republicanas fue liberado y nombrado presidente del Frente Popular de la provincia. Hombre recto, intentó detener la tremenda represión que se desató contra la Iglesia, y logró salvar varias vidas de sacerdotes y religiosas. Salvó también de la destrucción numerosas obras de arte religiosas, entre otras la imagen de la Patrona de Albacete, la Virgen de los Llanos.

 

Destinado a Valencia para servir al ejército republicano, el joven Casciaro desertó para unirse a san Josemaría y otros miembros de la Obra en su huida hacia la libertad a través de los Pirineos. Una aventura fascinante, en la que se jugó la vida con una desenvoltura y valentía solo explicables por la ayuda del cielo.


En Andorra junto al fundador tras lograr pasar a Francia en busca de la libertad


Mente y corazón universales 


Casciaro se sintió ya protagonista de una aventura sobrenatural, incluso antes de haber solicitado ser de la Obra. Contaba que durante los días de vacaciones en Torrevieja “la semilla de la universalidad [de la Obra] ya estaba germinando, porque recuerdo que contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían sembrado en mi alma (...).

En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado. Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos.” Con ese título -Soñad y os quedaréis cortos- Casciaro publicó un apasionante libro de memorias.


don Pedro Casciaro en México

Guadalupano

 

Parte del secreto de Casciaro para afrontar con valentía y magnanimidad retos y dificultades de todo tipo está sin duda en su devoción a la Virgen, siguiendo la huella de san Josemaría. Se aplicaba como dichas para sí las palabras de la Guadalupana al indio Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? (…) ¿Qué has menester?”

 

Del trato filial y confiado con Dios y con la Virgen sacó las fuerzas para entregarse generosamente a Él y al prójimo, “hasta la última gota.”