Paula Hermida acaba de publicar un sugerente libro que recoge su diálogo
con monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. Elegido tercer sucesor de
san Josemaría en 2017, Fernando Ocáriz es físico y teólogo, consultor de
diversas Congregaciones Pontificias, entre otras la de la Doctrina de la Fe, y
miembro de la Academia Pontifica de Teología.
Paula Hermida es filósofa y teóloga, especialista en antropología. Trabaja
como asesora editorial. Está casada y es madre de ocho hijos. Es lógico que una
mujer con ese perfil, intelectual inquieta, con sentido práctico y realista y
habituada a hacerse preguntas sobre los retos de nuestro mundo, no se conforme
con respuestas genéricas o superficiales. Plantea cuestiones presentes en el
debate público de modo incisivo y directo, que deja ver que han sido largamente
pensadas.
Hermida ha conseguido así un diálogo diáfano, agudo y penetrante, en el que
entrevistadora y entrevistado abren su mente y su corazón ante los retos que la
actualidad plantea al mundo y a la Iglesia, y dentro de la Iglesia al Opus Dei.
El resultado es un valioso conjunto de luces para entender mejor la actualidad
y lo que esta puede estar reclamando de la conducta de un cristiano corriente.
Acelerados cambios sociales, precipitados por la tecnología, han impactado
en núcleos esenciales de nuestras vidas, sobre cuyo sentido había amplios
acuerdos hasta no hace mucho. El trabajo, devenido en precario o ausente tantas
veces. La familia, unida por lazos que parecen debilitarse por momentos. El
extraño dilema entre economía y salud, que debemos resolver si queremos una
sociedad más solidaria y humana. La perspectiva trascendente, olvidada en un
mundo tan ajetreado que no deja hueco a Dios, pero añora el silencio y la
meditación…
Ante el prelado de una institución de la Iglesia católica como el Opus Dei,
cuya finalidad es extender el encuentro con Dios en el trabajo y en las
circunstancias de la vida ordinaria, ese acelerado cambio social, que afecta
precisamente a los ámbitos en los que discurre la vida de las personas
corrientes, surge la pregunta necesaria: ¿se puede santificar un trabajo
precario o inexistente, una relación familiar difícil y dolorosa? ¿Cómo hacer
presente a Dios en una sociedad de ritmo estresante y agresivamente
competitivo, entre gente cada vez más diversa y polarizada?
Cuando el libro ya estaba listo para la imprenta estalló la pandemia del
COVID-19, y ante esa nueva e inquietante situación Hermida amplió sus
interrogantes. Las respuestas de monseñor Ocáriz ofrecen una luz y un bálsamo
necesarios, que dan al libro una actualidad aún mayor.
La pandemia, con el confinamiento de medio planeta, nos ha hecho vivir
momentos sobrecogedores, como aquellas imágenes de la plaza de san Pedro vacía
y oscura, con el papa Francisco solo, junto al Cristo Crucificado. Solo, pero
acompañado en silencio conmovido por millones de personas en los cinco
continentes.
El Papa ante la imagen del Cristo en san Pedro Semana Santa 2020
Sorprende, en ese contexto de inquietud e incertidumbre en el que aún
estamos envueltos, la amable serenidad de las respuestas de monseñor Ocáriz.
Con sobria precisión -no sobra ni una coma en sus respuestas, va al grano sin
perderse en razonamientos ni digresiones- el prelado nos muestra con sencillez
una visión sabia de los problemas actuales, y ofrece pautas que la situación
quizá reclama de los cristianos de a pié.
En sus palabras destaca la centralidad de Cristo y su amor por los hombres.
Mirar a Cristo es descubrir que lo importante en toda situación es la persona,
cada persona, y su destino. Aprender de Cristo es enfocar la vida con un
sentido de misión, de servicio, con “actitud de agrandar el corazón para que
entren las necesidades y sufrimientos de los demás, pero no de manera abstracta”
sino comenzando por el cuidado de los que tenemos cerca. La historia se
construye con las pequeñas acciones de cada uno en su entorno.
Momentos como los actuales, en los que se percibe con claridad que somos
vulnerables, invitan a pensar en el sentido de la vida. “¿En qué estoy
empleando esa vida que se me va de las manos?” Esa es la gran pregunta que
deberíamos hacernos, dice Ocáriz. Que para un cristiano significa “¿A qué me
llama Dios?” Porque para cada uno Dios tiene un plan en el que colaborar.
Paula Hermida plantea también las preguntas que cualquier periodista
desearía formular acerca del Opus Dei y su evolución actual. Conservar la fe
recibida, dice Ocáriz, no te convierte en ultraconservador, como progresar en
la misión de extender la luz de Cristo no te convierte en progresista. Esos clichés
no nos dejan ver la realidad.
La esencia del espíritu del Opus Dei es encontrar a Dios en la vida
ordinaria. Ese es el núcleo del mensaje que san Josemaría, por inspiración
divina, predicó desde 1928, y que el papa Francisco ha querido recoger en su
encíclica Gaudete et exultate. La esencia no cambia, cambian las
circunstancias, los retos que en cada momento cultural e histórico es preciso
afrontar, y eso requiere capacidad de adaptación. La fidelidad a lo esencial
lleva consigo adaptación a las circunstancias, porque la fidelidad debe ser
inteligente y creativa, para que pueda responder a las necesidades de cada
momento y hacer así más efectiva la transmisión del Evangelio en la cambiante vida
ordinaria.
Dos palabras son claves para la vida cristiana, afirma el prelado: amor y
libertad, condición para el seguimiento cercano de Cristo. Dios nos ha creado
libres, porque nos ha destinado al amor y no se puede amar sin libertad. Pero
son conceptos cuya comprensión ha cambiado la cultura actual, y es preciso
devolverles su significado original. Como recordaba Benedicto XVI: “es preciso
fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino humanizada por el
reconocimiento del bien que le precede.”
Muy sugerentes sus palabras sobre la amistad y el perdón, la
reconciliación, el diálogo y la tolerancia, elementos necesarios para la
construcción de la convivencia. Cuando el diálogo es difícil, señala, es
importante restaurar la relación de confianza. Por eso es importante la
amistad, el testimonio personal cercano que hace amable la verdad, a la vez que
se aprende de los valores de los demás.
Recordando a san Josemaría, señala que “la felicidad del Cielo es para los
que saben ser felices en la tierra”. Algunos piensan equivocadamente que “lo
cristiano” consiste en sufrir en esta vida y limitarse a esperar que las cosas
sean mejor en la otra. Pero el Cielo no es un premio lejano que nada tiene que
ver con la vida actual. Vivir santamente la vida ordinaria es tener ya el cielo
en la tierra. Y la misión del cristiano es que su vida se convierta en un oasis
de paz y alegría, que consuele y haga más llevaderos los sufrimientos o
preocupaciones de quienes tiene cerca.
Encuentro del prelado con jóvenes en Kenya
Un libro para leer despacio, y de vez en cuando volver sobre lo leído,
porque en cada repaso apreciamos matices nuevos. Sus ideas y orientaciones,
llenas de sentido común y cristiano, permiten entender mejor problemas con los
que a diario nos encontramos, y vislumbrar que todos tenemos a nuestro alcance
medios para contribuir a mejorar el mundo.
Publicado originalmente en Levante-EMV