Me ha encantado descubrir que una de las películas
preferidas del papa
Francisco es El
festín de Babette (Gabriel Axel, 1987, Óscar a la mejor película
extranjera). Coincidimos, también en esto. Una película maravillosa
sobre cómo una sociedad de ambiente gélido e individualista, donde cada
cual va a lo suyo y mira con desconfianza a los demás, puede ser transformada
por una sola persona con capacidad de querer.
El festín de Babette es una bella metáfora de la fraternidad que
debería reinar en la convivencia social. Una metáfora en la que las
diversas sensibilidades pueden percibir diversos estratos de significado,
cada vez más profundos.
El festín de Babette es, en el plano más superficial, un homenaje al
sentido social y humano que se esconde detrás de algo en apariencia tan
material como la gastronomía, el noble oficio de cocinar.
Porque comer no es una mera necesidad biológica, propia de animales. El
hombre es animal pero es también espiritual, y su dimensión espiritual es capaz
de transformar la comida en un arte con el que agasajar a los
demás, en una manifestación de cariño y afecto. Babette, en su
festín, muestra cómo el trabajo abnegado en la cocina es capaz de
encender y unir corazones antes gélidos y distantes. "Yo
podía hacerles felices cuando daba lo mejor de mí misma".
En un segundo plano más profundo, la película es también
un bello canto a la generosidad, a la capacidad humana de dar sin
esperar nada a cambio. En toda familia que funciona hay al menos uno o una que
viven con ese espíritu generoso y desinteresado. Como explica magistralmente
Higinio Marín en
este artículo , es esa generosidad la que impulsa a decir a Babette a
quienes les parecían una exageración su entrega: "Dejadme que lo haga tan
bien como soy capaz"
En un tercer plano la película muestra, a mi juicio,
el contraste entre el calor de la fe católica de Babette,
que afirma que el mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios, y
esa fría desviación del cristianismo que es el calvinismo puritano, dominante
en el pueblo danés al que ha llegado la cocinera francesa Babette.
La fe católica aporta alegría y ganas de vivir, nada que ver con la
negación y amargura del puritanismo. Una alegría que se manifiesta desbordante
cuando Babette prepara su magnífico festín, sin reparar en sacrificios ni gastos,
dándolo todo.
Y en ese festín se intuye el cuarto plano, el más
profundo: una gran metáfora de la Eucaristía, el verdadero
Festín, el Gran Derroche de generosidad que nos transforma y hermana. La
Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de cada católico. Es la Mesa
que nos hermana, el hogar familiar en torno al que todos y cada uno
encuentran calor y se sienten queridos. En la Eucaristía, ese gran festín en
que la comida es el mismo Jesucristo, que se entrega en un exceso de
generosidad, surge y crece la concordia y el hermanamiento entre los hombres.
Ese es, quizá, el significado más hondo que ha querido expresar Gabriel
Axel.
El cardenal Bergoglio, cuando Sergio
Rubin y Francesca Ambroguetti le preguntan si la
Iglesia no insiste demasiado en el dolor como camino de acercamiento a Dios, y
poco en la alegría de la resurrección, contesta lo siguiente:
“Es cierto que en algún momento se exageró la cuestión del
sufrimiento. Me viene a la mente una de mis películas predilectas, La
fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los
límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado
calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una
negación de las cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la
libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En
verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el
dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor.”
(El Jesuita. Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio. Ed Vergara).
Sobre la Eucaristía, me ha parecido también muy sugerente esta explicación de Rainiero Cantalamesa. Y esta de san Josemaría . Ver también: Amabilidad, esencia de la cultura.