Dar de lo propio
Conmovedora película del director francés Robert Guédiquian , estrenada
en 2011. Lejos de ser triste, como me la habían presentado, me ha parecido una
película tierna y realista, con unos diálogos sencillos que hacen pensar y afrontan
muy bien el duro problema del paro y la
angustia en que sumerge a muchos. Especialmente a quienes no disponen de una red
familiar amplia, estable y generosa en que apoyarse.
Que los protagonistas hayan trabajado como sindicalistas buena parte de su vida da más realismo a la situación. No son discursos más o menos demagógicos de izquierda o derecha lo que hace falta. Una sociedad que no sabe
resolver que millones de sus miembros estén sin trabajo es una sociedad
enferma, mal estructurada, que requiere medidas urgentes de reorganización.
Me ha parecido significativo y muy acertado el modo de
afrontar la situación de abandono en que quedan los pequeños hermanos del autor
del delito, cuando va a la cárcel. Compadecidos,
los mismos que han sido víctimas hacen suyo el problema y lo resuelven. Está muy bien planteado el problema de conciencia que la situación plantea.
No caen en la visión estatalista, muy difundida en Europa, que acaba siendo una
excusa para que muchos se inhiban ante problemas cercanos. Pienso que a algo de eso apunta Guédiquian. Se tiende a la fácil
excusa de que los problemas los debe resolver el Estado, “que para eso está”. Es la coartada perfecta del individualismo egoísta y cerrado a los demás. Y es
el camino hacia el totalitarismo, propio de regímenes en que los ciudadanos se
inhiben.
Una sociedad funciona cuando sus ciudadanos se implican, y
dan de los suyo: su dinero, su tiempo, su apoyo, su comprensión… He releído
estos días, en una carta del prelado del Opus Dei, un texto de san Josemaría en esa línea: Los bienes de
la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en
cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son
santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una
estadística.
Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a
Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento
nuevo del amor.
Todas las situaciones por
las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una
respuesta de amor, de entrega a los demás.