Peter Seewald, en
su magnífica biografía de Joseph Ratzinger, se refiere con frecuencia al estilo
literario de los escritos del teólogo. Dotado de un espíritu abierto a la
belleza y el arte, gran amante de la música, los escritos del futuro Benedicto
XVI aparecen dotados de una atractiva y cautivadora musicalidad, que guía
apaciblemente a la mente y la pone en suerte ante la verdad y el bien.
Los textos de Ratzinger «desbordan de un suave entusiasmo que
cautiva irresistiblemente al lector y oyente», en especial a través de «una musicalidad
perceptible incluso en la elección de las palabras y la construcción de las
frases».
Cuenta Sewald que el sacerdote y escritor Elmar Gruber, que
fue alumno de Ratzinger, define su estilo como un «lenguaje totalmente nuevo» y
una forma de interpretar la Biblia hasta entonces desconocida, reconocible ya
en las primeras clases y conferencias del futuro papa: «Se expresaba como un
libro abierto. Nunca se equivocaba ni repetía. Se podía taquigrafiar lo que
decía y al final tenía uno un escrito rigurosamente estructurado»
Gruber memorizaba en vacaciones frases enteras de Ratzinger
«para interiorizar en la medida de lo posible su brillante lenguaje». Analizó
la gramática y la sintaxis de los textos del profesor y llegó a la conclusión
de que lo específico y totalmente nuevo de su discurso era el
fascinante manejo de imágenes, signos y símbolos mediante los cuales iniciaba
en el misterio de Dios con mucha mayor profundidad de lo que permiten las
definiciones racionales.
El pensamiento meditativo, reflexivo (o sea, la inteligencia
emocional), es su fuerte y a través de él lograba entusiasmar a sus oyentes,
mientras que su talento racional, junto con sus dotes verbales, suscitaba
admiración ilimitada. Ya le escuchara una homilía, una meditación, una clase,
uno siempre se marchaba conmovido, entusiasmado y consolado, anticipando ya con
alegría el siguiente encuentro».
El magnetismo que Ratzinger ejercía sobre sus oyentes se
basaba, además de en su lenguaje y modo de exponer los contenidos, sobre todo
en lo que Gruber caracteriza como una «teología verosímil». Resultaba
fascinante «porque uno siempre tenía la sensación de que le estaba ofreciendo
respuestas a preguntas concretas». El exalumno de Ratzinger dice haber recibido
de su profesor una «fe sanadora».
Gruber es también psicoterapeuta y se ha visto confrontado,
en el acompañamiento de potenciales suicidas, con enfermedades «que ya no
podían tratarse con medicamentos». Justo en este ámbito, la conciencia de que «es
bueno que yo exista y, además, tal como soy», conciencia que Ratzinger ha
favorecido con su teología, «resulta esencial para la curación de muchas
enfermedades en el ámbito psico-corporal». Ratzinger, según Gruber, transmitía
con absoluta autenticidad una motivación
existencial básica: «En vez de adoptar un tono puramente
científico-objetivo, hablaba sobre realidades tratando siempre de mostrar su
referencia existencial al ser humano, con lo que esas realidades empezaban a
influir en la vida de las personas».
Cuando fue elegido papa, el periodista alemán Jan Ross
escribió: “El cristianismo es una instancia históricamente acreditada de
formación de la conciencia, como memoria ético-cultural sin la cual se corre el
peligro de recaer en la barbarie. Ratzinger fue elegido papa sobre todo por su
capacidad de explicar la fe, de hacer que resulte iluminadora y convincente.”
Leer a Ratzinger, efectivamente, es un regalo para la mente y
el espíritu. Pruébenlo si aún no lo han hecho. Aunque a veces parezca arduo, vale la pena. A través de
ese estilo está hablando la sabiduría. Y la sabiduría mueve al corazón para obrar el bien. Sabe de eso mucho Peter Seewald: sus conversaciones con Ratzinger le pusieron en suerte ante Dios.
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