Belleza y mundo interior
En su novela “EugénieGrandet”, el escritor francés Honoré de Balzac describe la extraña belleza que parece
emanar de las personas de buen corazón.
Balzac se refiere en concreto
a la mujer, en la que parece más propio hablar de belleza. En las mujeres de
corazón cristiano -que significa de corazón que se sabe llamado a amar a Dios y a los demás, y no a las riquezas- ha
visto un algo que parece serenar su rostro y toda su presencia.
Así describe el atractivo
de Eugénie, protagonista de su novela:
“Eugénie pertenecía a ese
tipo de muchachas de constitución fuerte (…) cuya belleza parece vulgar. Pero
si sus formas no se asemejaban a las de la Venus de Milo, las ennoblecía esa
suavidad del sentimiento cristiano que purifica a la mujer y le comunica una
distinción desconocida por los escultores antiguos (…)
El pintor que busca aquí
abajo un tipo con la celestial pureza de María, que exige a la naturaleza
femenina esos ojos modestamente orgullosos adivinados por Rafael, esas líneas
vírgenes debidas a menudo a los azares de la concepción, pero que sólo una
vida cristiana y púdica pueden conservar o hacer adquirir; ese pintor (…)
hubiese encontrado de repente en el rostro de Eugénie la nobleza innata que se
ignora a sí misma, hubiese descubierto un mundo de amor bajo aquella frente
serena…”
Ese mundo de amor interior,
que percibe Balzac, es el propio de las personas que saben “estarse a solas con
el Amado”, como diría san Juan de La Cruz, para sentirse amadas por Él. Y,
allí, "aprender del Amado a amar", a amar a todas las personas porque son amadas por Dios.
Todo artista
busca en su obra un “toque divino”, y se emplea a fondo para lograrlo. Pero hay un “quid divinum” -en expresión de san Josemaría- que sólo puede generar un mundo interior rico, el mundo interior de quien se sabe hijo de Dios y amado por Él.