De lecturas y abuelos
El
papa Francisco habla con frecuencia del papel de los abuelos en la familia. “Los ancianos ayudan a
percibir la continuidad de las generaciones, tienen el carisma de servir de
puente”. Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes
valores a sus nietos. Muchos deben precisamente a sus abuelos la iniciación a
la vida cristiana.
El
Papa, que de niño tuvo muy cerca a su abuela Rosa, habla de su experiencia personal:
“La abuela es, en el hogar, como una reserva. Es la reserva moral, religiosa y
cultural.” Los abuelos pueden dejar una huella imborrable en sus nietos.
También
dejan huella los buenos libros leídos en la niñez. Libros capaces de despertar los mejores sentimientos, que enseñan
la belleza del bien y la fealdad del mal. Libros que nos leían, o que nos encantaba
leer en voz alta y titubeante a nuestra madre, o a la abuela, a las que siempre
podíamos preguntar un porqué, y otro, y otro,… Ellas siempre tenían respuestas luminosas,
que ayudaban a comprender la vida, a
descubrir por qué mentir es odioso, por
qué los fuertes no lloran, o que en la vida se sufre pero Dios no nos abandona
nunca…
Francisco tuvo el privilegio de leer con su abuela Rosa una joya de la literatura italiana y universal: Los novios, de Alejandro Manzoni. En su conciencia de niño quedaron ideas y frases luminosas, que recordará siempre como pautas de conducta que ha de seguir quien quiera ser buena persona. Y que utiliza con frecuencia en su predicación.
“Las
fuerzas de la iniquidad tienen poder para amenazar y herir, pero no para
ordenar”, escribe Manzoni. Siempre es posible resistir al mal: porque puede herirnos, pero no tiene poder para
arrastrarnos a su iniquidad.
Francisco
se refiere la Iglesia como un “gran hospital de campaña”, y esa imagen, como
señala Austen Ivereigh, nos remite a la escena final de Los novios. El
reencuentro de Fermo y Lucía, se produce en un inmenso hospital de campaña,
donde se atiende a miles de enfermos moribundos a causa de la peste. Allí, atendiendo
a los más graves, está Lucía. Allí se produce el reencuentro con el amor.
Esa
imagen queda en la conciencia de niño de Bergoglio: El lugar de la Iglesia es
estar entre los que sufren en el cuerpo o en el alma. “Jesús quiere que
toquemos la carne sufriente de los demás”, escribirá más tarde. Es ahí donde vivimos la experiencia maravillosa
de encontrar el Amor, de ser pueblo, no masa informe y despersonalizada; una
experiencia que jamás sentirán los que se encierran en su egoísmo. “La Iglesia
ha creado siempre una resistencia contracultural al individualismo hedonista
pagano, que hunde al hombre en un lento suicidio.”
“No
he visto nunca que el Señor empiece un milagro sin acabarlo bien”, escribe Manzoni.
Un sereno mensaje de optimismo cristiano, que Francisco repetirá con
frecuencia.
¡Qué
valiosos son esos momentos de intimidad del niño con sus mayores, en que se
cimentan los pilares del edificio de la vida! Cuando callan todos los
requerimientos exteriores, y surge el gran momento de tejer con lecturas y
confidencias una entrañable camaradería. Un diálogo
transmisor de cultura y de vida, de civilización y humanidad, que van forjando
en los más jóvenes el temple que necesitarán para las batallas de la vida.
Dice Francisco: “Las narraciones de los ancianos hacen mucho bien a los niños y jóvenes, ya que los conectan con la historia vivida tanto de la familia como del barrio y del país. Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. “
Eugenia
Ginzburg, en su relato autobiográfico El cielo de Siberia, transcribe la carta
de Vasia, que con 4 años fue arrancada de los brazos de su madre, deportada a
Siberia bajo el régimen comunista de Stalin: “Ahora comprendo lo que es una
madre… Lo comprendo por primera vez (…) Madre significa antes que nada un
cariño desinteresado… Y después… Después todo esto: el poder recitarle tus
versos preferidos, y que cuando te detienes, ella sigue recitándolos en el
punto en que tú los has interrumpido…”
Francisco
retendrá pasajes inolvidables de esa gran historia de amor, de lucha entre el
bien y el mal. Pero sobre todo acogerá la sabiduría cristiana que encierra, que
está en la raíz de nuestra civilización. De ese poso grabado en su conciencia
de niño se servirá después el Espíritu Santo para impulsar su Iglesia. Nada
menos.