Una gran película de Frank Capra sobre la desigual lucha entre el inocente y la corrupción
Frank Capra (Sicilia, 1897-California, 1991) logró con esta película, estrenada en 1939, una
fantástica parábola sobre la corrupción y la inocencia. El guión, que mereció
un Óscar, y la fuerza de los personajes –la encantadora Jean Arthur (Clarissa Saunders) y ese jovencísimo James Stewart (Jefferson Smith) - siguen
atrapando al espectador de principio a fin.
Atrapan incluso al espectador
joven, lo que tiene mérito, y desmiente apreciaciones sobre la superficialidad
de las nuevas generaciones. Quizá sean superficiales sólo en la medida en que ni educadores ni profesores les
estamos dando elementos sólidos para la formación de sus conciencias, para que
aprendan a distinguir el bien del mal.
Pudimos comprobarlo anoche, cuando nos reunimos un grupo de
amigos dispuestos a disfrutar estudiando
el lenguaje cinematográfico de Capra y el trasfondo de su mensaje. Entre
los presentes, José Manuel Mora, gran conocedor del director de cine de origen siciliano, y autor de varios trabajos sobre su
visión antropológica del hombre.
El joven, generoso e inocente Smith se ve ascendido a la
categoría de senador casi por accidente. De noble corazón, acude a Washington
cargado de ideales, de deseos de hacer el bien y trabajar por la justicia. Cree
firmemente en los grandes principios que inspiraron a los padres de la
Constitución: la verdad, la justicia y la libertad brillarán en una sociedad
que llegará a ser, con la ayuda de Dios, la mayor democracia del mundo. Cree en
esa democracia, hondamente arraigada en principios cristianos, con la que soñaron
Lincoln, Jefferson y todos los grandes
hombres que dieron origen a los Estados Unidos de América.
Pero pronto el idealista Smith (un apellido vulgar para significar uno cualquiera de nosotros) se encuentra rodeado por los tentáculos de una insospechada y poderosa red de corrupción, en la que están inmersos sus mentores políticos. Y el joven senador se enfrenta al angustioso dilema que a menudo se cierne sobre las personas justas: someterse al dictado de los poderosos, perdiendo su inocencia; o mantenerse fiel a su honradez, aunque ello suponga afrontar la terrible persecución que los corruptos desencadenarán contra él.
Pero pronto el idealista Smith (un apellido vulgar para significar uno cualquiera de nosotros) se encuentra rodeado por los tentáculos de una insospechada y poderosa red de corrupción, en la que están inmersos sus mentores políticos. Y el joven senador se enfrenta al angustioso dilema que a menudo se cierne sobre las personas justas: someterse al dictado de los poderosos, perdiendo su inocencia; o mantenerse fiel a su honradez, aunque ello suponga afrontar la terrible persecución que los corruptos desencadenarán contra él.
Smith se mantiene fiel, y además no abandona cobardemente:
se enfrenta al mal. Como un Quijote. Como un Caballero sin espada. Los malvados
no pueden soportar la resistencia del inocente, y decretan su exterminio
público. Urden mentirosas campañas de
desprestigio y calumnia. La corrupción tiene larga mano, y envilece a cuantos ponen
precio a su honradez. En sus redes caen políticos, editores, periodistas,… Así ha obrado siempre, desde tiempos antiguos. ¿Quién no recuerda la historia de la casta Susana y los ancianos viles?
La corrupción logra también otra sutil forma de
envilecimiento: la resignación cobarde de quienes piensan que frente al mal no se puede hacer nada. Cuando ven al
inocente perseguido y vilipendiado, temblando bajo el peso de las calumnias,
aterrado… hasta los mejores amigos abandonan
al idealista Smith, con un movimiento de cabeza como diciendo: qué loco, a
quién se le ocurre llegar a tanto, no se da cuenta de que son poderosos y le
van a destrozar…
Y el rostro del angustiado y desamparado senador refleja aquella queja angustiada que la Sagrada Escritura refiere a Jesús en su Pasión: “Busqué quien me consolase… y no lo hallé.”
Pero es posible enfrentarse al mal. Esa es la gran lección
de esta película. El mal vive del miedo de los hombres a hacerle frente. Capra nos muestra que para
vencer al mal basta estar dispuestos al sacrificio antes que rendirse a su poder. Y entonces el milagro se
obra. David vence a Goliat, incluso sin honda. Capitán sin espada.
Porque en la película de Capra se obra un milagro. En la
versión que nos ha llegado sólo se intuye. Pero en la versión original, que
hubo que acortar por exceso de metraje, hasta el malvado Taylor se arrepiente y
se convierte.
Capra era católico. Reflexionaba sobre las
consecuencias de su fe y sobre el mundo que le rodeaba, la patria que le acogió cuando llegó sin nada desde Sicilia. Como tantos
americanos sencillos, creía y admiraba los principios cristianos de la Constitución.
Hay un goteo continuo a lo largo de la película de frases de la Sagrada
Escritura, grabadas con fuerza en la Constitución por los padres de la patria americana. Eran hombres creyentes, que se sabían parte de
una civilización que debía al cristianismo sus valores de igualdad, justicia y
fraternidad.
Y Capra no se resigna a ver atropellados esos principios vitales para la nación. En su película nos ofrece este mensaje profundamente
cristiano: no os dejéis vencer por el mal, sino obrad el bien; es posible
resistir al mal.
Es más: Capra sabe que sólo en la resistencia frente al
mal el hombre se encuentra a sí mismo, y alcanza la felicidad.
Porque el mal es antinatural: al principio no existía el mal. El mal entró cuando el hombre dejó de cumplir
el bien y dio la espalda a su Creador. Pero por fin un inocente ha
resistido. Y con su sacrificio hasta la extenuación ha cambiado el negro horizonte
del mundo.
El mensaje encierra un claro eco de la figura de Jesucristo, reflejado en el idealista y valeroso senador Smith. Él no ha temido enfrentarse a las fuerzas trituradoras
del mal. Y en el simpático Presidente del Senado adivinamos una discreta alusión
a Dios Padre. Cuando a Smith ya no le quedan fuerzas y está a punto de caer
exhausto, el Presidente
le dirige una sonrisa complacida, como diciendo “Ánimo, prosigue, conviene que
lo hagas; sufres, pero aún te quedan fuerzas.
A todos conviene que te sacrifiques, todavía un poco más, porque tu
sacrificio servirá para desenmascarar al mal y librar a todos de su poder. Conviene,
puedes…”
Capra logra envolver ese profundo mensaje en un derroche de
simpatía, buen humor y alegría de vivir, que son, estrechamente unidos al mensaje de fondo, los sentimientos que transmite
esta película. Vean esta encantadora escena del senador Smith con su secretaria Clarissa Saunders.
Caballero sin espada brilla como una obra maestra del cine. Debería proyectarse con
frecuencia en sedes parlamentarias, redacciones de medios, escuelas
de periodismo...
Aquí copio dos significativos minutos de la película.
Aquí copio dos significativos minutos de la película.