Estrellas amarillas.
Edith Stein
Ed. de Espiritualidad
Ed. de Espiritualidad
Magnífica autobiografía de la infancia y juventud de EdithStein (1891-1942), escrita entre 1933 y 1939, cuando la noche se cernía sobre Alemania.
De origen judío pero ya entonces convertida al
catolicismo (1922), toma como propio el problema de la incomprensión y odio que
el nacionalsocialismo de Hitler está extendiendo por Alemania, arrancando de su
tranquila existencia al pueblo judío.
Siente el deber de justicia de contribuir
a desmontar la falsa caricatura del judaísmo que los nazis difunden, y no duda
en dar la cara por su pueblo, a pesar de las posibles represalias, que no
tardaron en llegar.
Como escribe en el prólogo, no trata de hacer una apología
del judaísmo, que pueden hacer otros y sobre la que ya hay extensa
bibliografía, sino “narrar sencillamente mis experiencias de la humanidad
judía”.
Lo hace contando su propia vida, las historia de las relaciones
cotidianas en el seno de su extensa
familia judía. La narración tiene
el valor añadido de que ahora su visión es la de una judía conversa al
catolicismo.
Todo el libro tiene el encanto de un fino espíritu
femenino. La delicada sensibilidad de
Stein le permite descubrir la belleza y la bondad allá donde se encuentren. Con
espíritu sutil penetra y retrata los caracteres, aciertos y fallos de las
personas que se cruzan en su vida, comenzando por sus propios padres y
hermanos. Es una mujer valiente (en la primera guerra mundial corrió a alistarse
como enfermera y estuvo en los trabajos más duros) y se manifiesta valiente también en una
sorprendente sinceridad para no ocultar errores propios o ajenos, llamando a
las cosas por su nombre sin eufemismos.
Sus amistades y relaciones son abundantes, más de lo
que cabría suponer en una mujer intelectual y aficionada al estudio. Valora
mucho la amistad, cuyo genio “consiste en amabilidad, servicialidad y
autodominio”.
La riqueza de detalles del relato demuestra también una
memoria prodigiosa. “Poseía yo una memoria excelente para las personas y
reconocía a cada uno con tal de que lo hubiera observado detenidamente una vez,
incluso después de años. Tampoco había oído hablar de la mortificación de la vista,
y miraba a la gente que me interesaba
aguda y profundamente, pero a la masa de los estudiantes los contemplaba cual
quantité negligeable. Pasaba por las aulas sin advertirlos, y a poder ser
elegía sitio en primera fila para seguir las clases sin molestias.”
Edith
Stein muestra una valiosa capacidad sicológica para penetrar en las causas del
comportamiento ajeno, y espíritu crítico para enjuiciarlo. Sus juicios, duros
en la juventud, se atemperan con el tiempo y el nuevo modo de ver a las
personas, a medida que va profundizando en el espíritu de Jesucristo:
“Aun cuando continuaba teniendo un juicio duro para las debilidades de las
personas, ya no lo usaba para tocar su punto débil, sino para ser indulgente.
(…) Aprendía que raras veces las personas mejoran cuando se les dice la
verdad…Sólo si tienen la seria exigencia de ser mejores y conceden el derecho a
la crítica.”
Edith
Stein tenía también una inteligencia privilegiada, y con ella busca la verdad desde pequeña. “Mi nostalgia
por la verdad era mi única oración”, escribe refiriéndose a sus años de
infancia y juventud, cuando aún no conocía la fe cristiana y las posibilidades
del diálogo filial y confiado con Dios Padre.
El empeño por la
verdad era tan fuerte y decidido que
anota: “Por aquella época mi salud no iba muy bien a causa del combate
espiritual que sufría en total secreto y sin ninguna ayuda humana.”
Más tarde definiría la verdad, siguiendo a su maestro
Husserl, como la luminosa certeza de lo que es o no es, un
concepto rigurosamente separado del puro opinar o del ciego estar convencido.
La “luminosa certeza” de la fe le llegó durante
una lectura casual de la Autobiografía de Santa Teresa de Jesús: “Cuando cerré el libro me dije: aquí está la
verdad”. La honda y sincera naturalidad con la que Teresa de Ávila abre su alma para contarnos la historia de su vida y
de su relación con Dios, cambia para siempre la vida de Edith. Descubrió que
Dios no es el dios de la ciencia, a secas. Dios es Amor.
Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida: "Que no tenga ningún amor que no sea verdadero; que no tenga ninguna verdad sin amor."
Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida:
Una lectura sumamente
enriquecedora, que ayuda a entender por qué Edith Stein, ahora santa Teresa
Benedicta de la Cruz, asesinada en
Auschwitz por odio a la fe en 1942, es Patrona de Europa.
De ella dijo Juan Pablo
II: "una hija de Israel, que durante la
persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al
Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo."
Europa
anda necesitada de mujeres y hombre de un temple como el suyo: sinceros buscadores de la verdad, resueltos hacedores del bien.