El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Paul Hazard. Ed. Alianza
El historiador y ensayista francés
Paul Hazard (1878-1944) estudia en este libro el giro sufrido por el
pensamiento europeo a lo largo del siglo XVIII, desde un planteamiento
cristiano, en el que la razón avanza segura y confiada bajo la luz de la fe, a
una visión racionalista, que prescinde de toda dimensión espiritual y
trascendente y pone en duda cualquier evidencia ajena a la razón positiva.
Este movimiento ilustrado, que comienza hacia
finales del siglo XVII y alcanza hasta comienzos del XIX -y en buena parte
sigue en nuestros días- adquirió diversos matices a medida que se extendía por
los diversos países de Europa.
En Inglaterra le abrió camino con antelación el
empirismo filosófico y científico -Francis Bacon (1560-1626)- que en su origen
afirma que todo conocimiento humano comienza en los sentidos –en esto no difiere
de Aristóteles y santo Tomás, que afirman que el conocimiento comienza por los
sentidos-; pero en una segunda fase el empirismo pasa a afirmar que el
conocimiento sensorial es la única forma de conocimiento, negando validez a
otras formas de conocimiento, como la intuición, el sentimiento, la fe o la
experiencia religiosa.
Diversas corrientes de pensamiento de la época
cayeron en el deísmo (creencia en un ser supremo creador, pero totalmente
alejado e incomunicado con el hombre y sin influencia en la historia). Surge
también la propuesta de una ética naturalista, que considera la naturaleza como única guía de las acciones humanas, y rechaza cualquier obligación basada en la
Revelación divina. Considera que la ley
moral –que distingue la buena o mala conducta- no es una norma objetiva, sino
el resultado meramente subjetivo de asociaciones e instintos desarrollados a
partir de la experiencia de lo útil y lo agradable, o de lo dañino y lo
doloroso.
A estas
corrientes de pensamiento, que van afectando a todas las áreas del saber y de
la vida social, se asocian también los diversos movimientos en favor de los
derechos políticos, apoyados en nuevas teorías filosóficas sobre el Estado y la
sociedad.
En Francia el movimiento ilustrado se aglutina en
torno a la Enciclopedia, y su principal exponente fue Juan Jacobo Rousseau
(1712-1778). La Enciclopedia reúne a los principales pensadores de la época
para lograr una sistematización del saber, con un factor común: el
racionalismo, que afirma que la razón es la única fuente de conocimiento y de
acceso a la verdad. En Alemania creó el caldo de cultivo propicio el
racionalismo de Leibnitz (1646-1716) y diversos movimientos idealistas, que
defienden que la realidad es un mero constructo inmaterial de la mente.
El movimiento ilustrado tiene una primera fase de exaltación
de la razón empírica: todo avance en el conocimiento debía proceder de un
meticuloso análisis de la experiencia sensible. Pero esa exaltación de la razón llegó en no
pocos casos hasta extremos irracionales, con intentos de complementarla con una
querencia hacia la irracionalidad y el sentimiento (Rousseau, Herder o Jacobi).
En su fase última se llega a platear la contradicción como centro de la
realidad, abriendo la puerta al romanticismo: una rebelión en toda regla contra
la razón ilustrada francesa.
Todos estos intentos de independizar la razón
humana, declarando su autonomía absoluta, no podían acabar bien. Provocaron una
gran desorientación en las mentes y desembocaron en graves rupturas entre los
propios ilustrados y en los terribles enfrentamientos que se vivieron en Europa
y América en los siglos XIX y XX.
Como ha explicado Benedicto XVI, “la verdadera racionalidad del mundo procede de la Razón eterna, y sólo esa Razón creadora es el verdadero poder sobre el mundo y en el mundo. Sólo la fe en el Dios único libera y “racionaliza” realmente el mundo. Donde, en cambio, desaparece, el mundo es más racional sólo en apariencia.”
Razón y fe, lejos de oponerse una a otra, "pueden cooperar juntas a un mayor conocimiento de Dios y a un amás profunda comprensión del hombre." Por eso la tarea central y permanente de los cristianos es iluminar el mundo con la luz de la razón que procede de la eterna Razón creadora, así como de su Bondad creadora.
No todo el pensamiento ilustrado fue ateo o contrario
al cristianismo, aunque sí tuvo ese cariz sectario en el mundo francés
(anticlerical) y en el inglés (anticatólico). Los aspectos positivos de la
Ilustración fueron acogidos y promovidos por notables pensadores y científicos católicos
y cristianos, que impulsaron nuevos desarrollos en la cultura y la ciencia.
La primera parte del libro lleva
el significativo título de "El proceso al cristianismo". En la
segunda, que titula "La ciudad de los hombres", muestra cómo se
intentó edificar con la sola fuerza de la razón cada una de las áreas del saber
y dimensiones de la vida humana, incluída la religión natural y la nueva moral.
“Disgregaciones” es el título de la tercera parte, en la que describe cómo las
propias contradicciones de la Ilustración acabaron con ella.
Hazard hace gala de un gran
dominio del período ilustrado, deja hablar a sus propios protagonistas y
describe con objetividad y maestría los hechos y consecuencias que acompañan a
las ideas ilustradas. Escribe con un estilo ágil y claro, muy ameno y cierto
sentido del humor bañado de ironía. Pone en evidencia que el autollamado siglo
de las luces, a pesar de su aparatosa efervescencia, estaba lleno de
contradicciones y produjo no pocas oscuridades y evidentes retrocesos en muchos
campos esenciales del saber y de la vida social, causando estragos entre el
pueblo sencillo.
El espíritu ilustrado afectó a
todos los ámbitos de la vida, y Hazard describe con trazo certero cómo se fue generando esa nueva forma de entender la vida. Selecciono sólo algunas ideas en
lo referente a la literatura, la historia, las ciencias naturales, y la nueva
visión estatalizadora y monopolista de la enseñanza.
Literatura
Junto
a la crítica filosófica, hace su aparición en el mundo de las letras la crítica
literaria: “El primer necio recién legado, el primer fatuo, el primer poeta
fracasado se arrogaba el derecho de hablar alto, de pronunciar juicios
injustos, de atacar a los autores célebres: ¡el menos capaz era el más agrio!
Sin embargo, aparecieron críticos que pasaron a la inmortalidad.” Nacen las
Academias de las lenguas, para llevar a cabo la revisión de la gramática, la
ortografía, y modernizarlas.
Otras épocas se
interesarán por el individuo en lo que tiene de incomunicable; ésta se interesa
por lo que tienen de común los individuos. Estudia lo que une, no lo que distingue.
Estrechar el vínculo social pasa a ser una de las funciones de la literatura. Pero lamentablemente,
señala Hazard, para muchos que ambicionaron crear un corazón unánime y un
espíritu general compartido por todos, valdrían las palabras de la duquesa de
Weimar acerca del escritor y editor alemán Wieland: “Tanto como muestra por sus escritos que conoce el
corazón humano en general, tan poco conoce el detalle del corazón humano y los
individuos.”
Se difunde entre
los aristócratas y burgueses ilustrados la afición a escribir cartas. “Las
cartas ya no eran una obligación penosa, sino la delicia de cada día. Prolongaban
la conversación de los salones, y se leían y releían en otros salones, de corro
en corro. Tratan de todos los temas, con una sencillez admirable, sin levantar
el tono, pues si tuvieran la menor huella de retórica frustrarían su efecto y
harían sonreír. Cuenta los sucesos menudos de cada día. Salvo excepciones, el que
coge la pluma no hace confidencias sobre sus penas y sus desesperaciones: por
el contrario, un mimetismo lo lleva a ponerse de acuerdo con el destinatario, a
tomar su color y su humor, a informarle, evitando las indiscreciones del yo. El
estilo elimina comparaciones, imágenes, metáforas, como para desnudar a las
ideas de todo lo que no sea ellas mismas; desembaraza el vocabulario de
palabras inciertas, inexactas, dudosas, inaugurando una forma inmediatamente
reconocible por su sencillez ideal, un estilo alerta, siempre directo, rápido,
que excluye los contrasentidos debidos a la ambigüedad de los términos y a los
recargamientos estilísticos.”
Todos
se lanzan a escribir, incluso poesía,
fabricando versos para los acontecimientos más vulgares. “Se produjo en la
literatura una aleación de gravedad y de frivolidad, pues no se llegó a
adquirir el sentido de lo profundo: sólo el de lo claro, lo sencillo, lo
inteligible. Frivolidad, pues no en vano predicaban que había que gozar
placeres de la vida terrena, y los sentidos, exaltados, reclamaban su puesto; y
la idea de que el placer era el elemento esencial de la felicidad, que debía
buscarse en todas sus formas, descendía a todas las gentes desde la predicación
de los filósofos.”
Consideran la
literatura como “una decoración de la vida”, uno de los goces de que se compone
la felicidad, fin de nuestra vida: el placer es la ley suprema. “Se cambiaban
versos como cumplidos o reverencias: gestos rituales de una sociedad cuyos
miembros parecían actores de teatro, con sus polvos y colorete, con sus
entradas y salidas en momentos fijados, con sus réplicas…”
Historia
Los
historiadores de la Ilustración perseguían el
hecho del pasado, y trataban de librarlo de supuestos prejuicios de
anteriores testimonios, negando sus prejuicios propios. “Su principal enemigo eran
ellos mismos: tenían prisa, no les gustaba la erudición: pero larga paciencia y
amplia erudición eran necesarios para la tarea de verdaderos historiadores.
Desnudar el hecho, depurarlo, desembarazarlo de toda mezcla, es una operación
delicada que sólo con el tiempo se aprende. Había un elemento moral unido a
cada hecho: es menester que la historia muestre la derrota del vicio y el
triunfo de la virtud, pues no debe ser indiferente a las acciones humanas: los
buenos, recompensados; los malos, castigados.”
Los ilustrados
acogen esa herencia, pero modifican su moral, que ahora será “filosófica”, con
lo que su prejuicio enturbia aún más el hecho. Enfocan sus lecciones de moral
hacia los príncipes (en lugar de hacia los súbditos) y hacia la Iglesia: sería
una historia anticlerical, antipapista; la Edad Media no será un hecho
histórico que hay que intentar comprender, sino un error que refutar; al hablar
del hecho mahometano, lo vengarían de las calumnias de los cristianos; las
Cruzadas, serían un acceso de locura furiosa; el mérito del Renacimiento sería,
más que el suyo propio, haber abierto la edad de la razón…
Proyectaban
el presente sobre el pasado y condenaban a los hombres de antaño por haber
cometido el error de ser de su tiempo. Transformaban las cuestiones de origen
en cuestiones de lógica, quitando su dignidad a la prueba histórica, que debía
someterse a la “prueba moral”, como decía Diderot.
Sólo
admitían como histórico el testimonio del que vio el suceso, pero había que
tener en cuenta si era testimonio de un ilustrado, si había vecinos que daban
fe de él. Además, renuncian a todo lo maravilloso, entre lo que incluía lo
sobrenatural: milagros, prodigios, profecías… y la misma Biblia queda
proscrita.
“Les
costaba darse cuenta de que el que descompone los sonidos de una sinfonía no
goza ya de la impresión total,” de que entra cobardía en el valor y egoísmo en
el altruismo. Para ellos todo debía ser blanco o negro, con lo que acaban
cerrando los ojos a la realidad y a la verdad.
Querían
dar cuenta de los fenómenos, sin remontarse a las causas primeras; y dicho
esto, lo que se obstinaban en buscar era la causa primera.
Pero
al menos con frecuencia sacrificaron su preferencia por el a priori al método
histórico que limpiaba de adherencias los hechos. Y consiguieron preparar el
terreno al porvenir, y también a algunas obras maestras.
Enseñanza
En 1761 el
procurador del rey de Bretaña, La Chalotais, pronunció la requisitoria contra
los jesuitas en Francia, acusándoles de peligro para el Estado por haber jurado
obediencia al Papa incluso en el orden temporal.
Es lícito ver
algo más que una coincidencia en el hecho de que el mismo Charlotais, que en su
requisitoria pedía que ante todo los jesuitas fueran desposeídos de sus
escuelas, publicara en 1763 un Essai d’education nationale: el Estado, dice,
debe proveer a las necesidades de la Nación, no debe “abandonar la educación a
gentes q tienen intereses diferentes a los de la patria; la escuela debe
preparar ciudadanos para el Estado, por lo que debe estar dirigida por nociones
civiles, y no místicas.”
Y proponía lo que
hoy en día sería una subsecretaría de Educación nacional, afecta al Ministerio
del Interior: la educación debía estar bajo la autoridad del ministro del que
dependiese la política general del Estado. Era lo que los príncipes
reformadores, sin tantas teorías, empezaban a hacer: convertir la escuela en
una provincia de su administración.
Ciencias de la naturaleza
Los botánicos,
imbuídos del espíritu científico, aspiraban a hallar una clasificación de las
plantas que no se fundase sino en hechos objetivamente observados; pero al
mismo tiempo, como los demás científicos y como los filósofos, intentaban hacer
entrar el universo y sus producciones en un plan preconcebido.
Imaginaban lo que
llamaban la gran escala de los seres; los seres no podían ordenarse de otro
modo que según esa escala, donde no faltaba ningún travesaño; se pasaba de uno
a otro por gradaciones tan menudas que apenas se podían distinguir, pero que no
eran menos reales; lo discontinuo estaba excluido a priori, ningún lugar tenía
derecho a quedar vacío; no había corte entre los grados de una serie, entre la
serie animal y la serie vegetal, entre la vegetal y la mineral; una conexión
imperceptible existía entre los hombres y los ángeles; en la cúspide, el único,
aislado, se encontraba Dios.
Era menester a
cualquier precio que todas las casillas estuviesen ocupadas; si no se
distinguían aún sus ocupantes, estos no dejarían de aparecer algún día. De
suerte que los mismos hombres que se proclamaban servidores del hecho sometían
el hecho, de grado o por fuerza, al a priori.
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El libro es una
delicia para la inteligencia, y ayuda a entender muchos de los desasosiegos que
sufren hoy buena parte de nuestros intelectuales y políticos, que beben todavía
de fuentes jacobinas, a las que sería bueno irles quitando el poco lustre que
aún les queda.
El mundo irá
mejor en la medida en que entiendan
que secularización no equivale a descristianización. Secularización es un
término equívoco, que puede entenderse como sana y necesaria
desclericalización, y positiva afirmación de la autonomía de las cuestiones
temporales.
Pero cuando se entiende como la autonomía
absoluta del hombre, el llamado laicismo, termina en tragedia. No olvidemos el
falso mito del progreso: la razón ilustrada conduce hacia los campos de
concentración nazis y las bombas atómicas USA arrojadas sobre poblaciones
civiles en Hiroshima y Nagasaki.
Como ha dicho un gran especialista, Mariano Fazio «la visión prometeica del hombre, ya sea en su versión Ilustrada, como romántica, marxista, nietzscheana... ha causado un grave desorden en los diferentes ámbitos de la existencia humana».
Este libro ayuda a caer en la cuenta.
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