DYA. La Academia y
Residencia en la historia del Opus Dei (1933-1939)
José Luis González Gullón.
Ed. Rialp
Relato
vivo, que reproduce paso a paso cómo se llegó a poner en marcha la primera
iniciativa apostólica del Opus Dei: DYA, una academia y residencia para estudiantes
universitarios, en la calle Luchana de Madrid. Comenzaron los primeros
preparativos en 1933, y se abandonó definitivamente en 1939 a
consecuencia de los estragos de la guerra.
La
academia ofrecería en un primer momento clases de asignaturas de las carreras
de Derecho y Arquitectura. Más adelante
ampliaría a otras carreras, y abriría también una residencia, de veinticinco
plazas, donde podrían alojarse estudiantes procedentes de otras ciudades. Además, Josemaría Escrivá veía que ese instrumento era necesario para la formación de quienes iban
recibiendo la vocación al Opus Dei.
Escrivá, entonces joven sacerdote de 31 años, transmitió su entusiasmo al pequeño número de
estudiantes y jóvenes profesionales que se habían acercado al Opus Dei, desde
su fundación en 1928. Era un entusiasmo de raíces sobrenaturales, ancladas en
la fe en la misión recibida: extender la
llamada universal a la santidad. Secundando
el ejemplo de Escrivá, y con notorio
esfuerzo debido a la escasez de medios económicos, lograron poner en marcha
DYA, la primera obra corporativa en la historia del Opus Dei.
El historiador González Gullón junto al edificio que albergó la residencia DYA
Son
especialmente valiosos los Apuntes
íntimos de san Josemaría: anotaciones de carácter personal, en las que vuelca
la intimidad de su diálogo con Dios al hilo de los sucesos del día.
También
se conserva abundante documentación relacionada con las gestiones económicas,
académicas o institucionales. La iniciativa era plenamente civil y estaba en
manos de jóvenes profesionales. El titular del alquiler era Isidoro Zorzano,
ingeniero de ferrocarriles, uno de los primeros fieles del Opus Dei. Y el
director un joven arquitecto de 23 años, Ricardo Fernández Vallespín, que acababa
de incorporarse a la Obra.´
San Josemaría con universitarios en Madrid
Además
de tener una razón profesional y pleno reconocimiento civil, la residencia tenía
una finalidad apostólica. Escrivá mantenía puntualmente informadas a las
autoridades diocesanas de las actividades de formación cristiana que allí se organizaban.
Es
muy interesante observar a san Josemaría formando a los muchachos en el
espíritu cristiano según el carisma que había recibido de Dios: es posible encontrar
y amar a Jesucristo en las actividades de la vida corriente, especialmente en
el trabajo y las tareas profesionales.
A
los estudiantes les sorprendía el valor que daba al
estudio serio y constante, necesario para adquirir una preparación con la que servir cabalmente a la sociedad: “Si has de servir a Dios con tu
inteligencia, para ti estudiar es una obligación grave.”
En DYA desde el primer momento reinó un ambiente de estudio y
aprovechamiento del tiempo, compatible con una
alegre convivencia que facilitaba el trabajo en equipo, también en lo referente
a la cooperación intelectual entre unos y otros.
Si
algunas organizaciones trabajaban con denuedo en la descristianización de la
cultura –en eso estaba por ejemplo la Institución Libre de Enseñanza- Escrivá
deseaba impulsar un apostolado de miras altas, universal, que difundiera con
naturalidad el mensaje del Evangelio también en el ámbito intelectual. “Con
calma, mirando las personas y los sucesos con ojos de eternidad. Al paso de
Dios, ¡no teniendo prisa…teniéndola!”
***
En su predicación, san Josemaría transmite a los jóvenes ideales de santidad y un profundo deseo de secundar en la vida diaria, aun en detalles en
apariencia pequeños, la acción de Dios en sus almas.
Así
dice, por ejemplo, la anotación que
empleó para una plática durante un día
de retiro, el 26 de abril de 1936:
Los
muchachos vibraban con esas metas altas, que ampliaban su horizonte vital. No
se trataba de un apostolado local, sino universal (que eso
significa católico), que debía llegar al mundo entero, pero difundido con
naturalidad, con ocasión precisamente de su trabajo y sus actividades
ordinarias, también el estudio. «A su lado se sentían ganas de ser mejores, de
ser más fieles a la vocación, de amar más a la Obra, a la que el Padre amaba
apasionadamente», dejó escrito Ricardo Fernández Vallespín.
***
El
18 de julio de 1936, día en que estalló la guerra civil, la academia estaba en
pleno rendimiento, aunque ya algunos residentes habían comenzado sus
vacaciones. En Madrid, como en otros lugares de España, se desencadenó una
feroz persecución religiosa, que supuso el asesinato en plena calle de miles de
sacerdotes, religiosos o simples ciudadanos reconocidos como católicos. Había
que buscar refugio.
El
20 de julio los que aún permanecían en DYA abandonaron la residencia y se
dispersaron, aunque mantuvieron el contacto durante los duros y peligrosos años
de la guerra. Cuando pudieron regresar en 1939, la residencia estaba
totalmente destruida a causa de bombardeos y saqueos.
***
En
momentos de tensión y peligro es cuando mejor se conoce el temple humano de las
personas. Muchos de los sucesos que recoge el libro muestran el temple de Escrivá,
que sentía la responsabilidad de transmitir el espíritu de la Obra sin teorías,
con el ejemplo de su conducta.
Sorprenden
por ejemplo su tesón (tozudez, la llamaba él) y su sentido de la justicia,
característicos de la secularidad del Opus Dei. Una muestra es el empeño que
puso para que los gestores de la Academia reclamaran
indemnizaciones al gobierno de la República –¡en plena guerra civil!- por los
daños que había sufrido durante los primeros meses de la guerra.
Un
tesón que es cualidad humana, pero que se ve acrecentado por la fe: si la
misión es sobrenatural, no hay dificultades insuperables. En una carta
circular, fechada en Burgos el 9 de enero de 1939, escribe:
“…
(ante las dificultades y paralización de nuestra empresa sobrenatural por los
años de guerra) es verdad que si no nos apartamos del camino, los medios
materiales nunca serán un problema que no podamos resolver fácilmente, con
nuestro propio esfuerzo: que esta Obra de Dios se mueve, vive, tiene
actividades fecundas, como el trigo que se sembró germina bajo la tierra helada
(…)
Tendremos
medios y no habrá obstáculo, si cada uno hace de sí a Dios en la Obra un
perfecto, real, operativo y eficaz entregamiento. Hay entregamiento cuando se
viven las Normas; cuando fomentamos la piedad recia, la mortificación diaria,
la penitencia; cuando procuramos no perder el hábito del trabajo profesional,
del estudio; cuando tenemos hambre de conocer cada día mejor el espíritu de
nuestro apostolado; cuando la discreción –ni misterio, ni secreteo- es
compañera de nuestro trabajo… Y sobre todo , cuando de continuo os sentís
unidos, por una especial Comunión de los Santos, a todos los que forman nuestra
familia sobrenatural.”
***
El
libro constituye un riguroso trabajo histórico. El estilo facilita la
lectura, y ofrece información exhaustiva sobre ese período inicial de la historia del
Opus Dei, tan significativo por su cercanía al momento fundacional. De su lectura se pueden extraer también muchas consideraciones valiosas para la
vida.
La narración prosigue en Escondidos, que reconstruye la vida de los miembros del Opus Dei que quedaron en zona republicana durante la guerra civil.