Su contenido se podría describir como verdaderos avisos para navegantes, que eso somos todos en el mar agitado de nuestro mundo actual.
Su aguda percepción de lo que acontece en el mundo es propia de un hombre bien informado que además contempla la realidad con la penetrante mirada de la fe cristiana. Sus respuestas al periodista Nicolas Diat dan luz no sólo a los cristianos sino a todo hombre de bien.
Son respuestas avaladas por la experiencia vital del cardenal Sarah, que ha sufrido en carne propia la barbarie, y también por esa sabiduría profética propia de los hombres de Dios, que les permite conocer las consecuencias que se derivarán de nuestras conductas, y por eso son capaces de avisarnos cuando aún tenemos margen para rectificar.
“Se hace tarde y anochece…” Es hora de cambiar
nuestros estilos de vida antes de que la noche caiga sobre nosotros.
Extraigo algunas breves anotaciones
tomadas de sus publicaciones. Son muy parciales y no textuales, y van unidas a
otras ideas para la reflexión personal al filo de su lectura. Van agrupadas bajo epígrafes que me han
parecido significativos para facilitar su localización. Lo mejor sin duda es la
lectura directa y completa de los libros.
Una
sociedad en la que Dios no tiene cabida
Muchas personas en Occidente viven como si Dios no existiera. Les molesta. “Dios es un problema para la paz”, dicen. “Organicémonos dejando de lado a Dios”. Con su actitud recuerdan el grito de la rebelión inicial de los ángeles malos contra su Creador: “¡No serviré!”. “¡Hagamos un mundo sin Dios, y ya nunca habrá guerras…”
Es la nueva Babilonia, que no quiere rendir culto al
Dios único y verdadero, y sin embargo se ha creado sus nuevos dioses, a los que se obliga servilmente: las ideologías
totalitarias, ahora bajo la forma del ateísmo líquido imperante, que margina
a quien no se le somete.
La historia enseña que una sociedad que deja de lado a Dios pronto se deshumaniza y acaba convirtiéndose en un infierno. Miremos lo que supuso el comunismo en Rusia y sus satélites, el nazismo en Alemania, y hoy en día lo que sigue sucediendo en la China roja capital-comunista, en Venezuela o en la deprimente Corea del Norte.
Pero miremos también a las sociedades democráticas
occidentales, que crecieron gracias al impulso de unos valores de origen
cristiano, y ahora extienden un materialismo
capitalista radical que busca un nuevo orden a base de individuos desarraigados,
sin tradición, sin raíces, para que sean más manipulables y fáciles de
controlar por el mercado.
En las democracias occidentales
la tentación totalitaria es la de una razón que se niega a dejarse purificar
por la religión. En el islam fanático
sucede al revés: el totalitarismo viene de una religión que se niega a dejarse
purificar por la razón. Los cristianos confían en la razón y reclaman la libertad religiosa para que
todo el mundo pueda abrazar libremente la verdad. El islam, en cambio, no
entiende de libertad: impone su fe empleando la fuerza y la violencia, en
nombre de un dios capaz de ordenar lo que es contrario a la dignidad humana.
Hay bastante parentesco entre el
espejismo comunista, la locura nazi y el liberalismo democrático tal
como hoy lo entienden y tratan de imponer algunos. Los dos primeros, para
lograr su prometida “felicidad a la fuerza” idearon los campos de exterminio. El liberalismo democrático
radical, ejercido desde algunos estados occidentales, usa el adoctrinamiento estatal desde la niñez, usurpando el papel de los padres, y la persecución mediática del disidente.
Ídolos
del ateísmo líquido
El dinero (dice un proverbio que “cuando el dinero habla, la verdad
calla”); la libertad vaciada de
contenido (el hombre occidental
no soporta ninguna restricción); y el endiosamiento de la democracia (en nombre de la democracia se han masacrado
naciones enteras en Oriente Medio y África: Irak, Siria, Libia… países en los
que existía un statu quo en el que los cristianos podían vivir, y ahora es
imposible); el placer; el poder… son
los nuevos ídolos para muchos occidentales.
La
Unión Europea (dice Sarah con rotundidad, refiriéndose a algunas
directrices comunitarias recientes) sacrifica la historia y la identidad de los
Estados por mero interés económico, impone una ideología libertaria que no
tiene nada que ver con la deseable cooperación entre pueblos y naciones: la UE piensa
que para facilitar la cooperación es preciso borrar las identidades, y con eso
corta el flujo de la savia que ha dado vida e identidad a Europa.
Dirigentes
de la ONU parecen soñar con un gobierno mundial que arrase las
tradiciones y culturas de los pueblos. Las grandes fundaciones filantrópicas
occidentales buscan reducir la natalidad en África y poner las naciones al
servicio de los objetivos de las multinacionales occidentales. No les importa
para lograrlo fomentar las guerras para debilitar, destruir y saquear. Son
palabras fuertes que por desgracia muchos hechos confirman.
El
individualismo es otro de los males de occidente. Ha generado derechos antinaturales, que
han conducido a supuestos derechos transnaturales con los que el hombre quiere
redefinir su propia naturaleza: el derecho al hijo, a la eugenesia, al cambio
de sexo…
Consumismo.
La
decadencia de occidente es consecuencia de que los cristianos hayan abandonado
su misión: ser la sal de la tierra. Se han mundanizado, y muchos han entrado en
el círculo vicioso de la sociedad de consumo: producir y consumir; producir más
para consumir aún más.
El buen consumo debería
ayudarnos a adquirir mayor calidad interior, moral y espiritual. El consumismo
es una utopía que corrompe y reduce al hombre a una dimensión puramente
terrenal, y construye una sociedad en la que
quien carece de valor de mercado no tiene hueco: todo está dominado por los flujos económicos.
Pero los valores de la amistad, la belleza, el estudio, la contemplación, la oración… sólo surgen en espacios
de gratuidad, nunca en el desierto
de la rentabilidad dominante. Es urgente crear espacios donde tener la
experiencia de la gratuidad, porque es condición de supervivencia para la
humanidad.
Trampas
del ateísmo
El ateísmo líquido es una
enfermedad grave, muy peligrosa porque sus síntomas aparentan ser benignos:
unas concepciones falseadas de valores
tan nobles como tolerancia, compasión, libertad, bienestar… Y se infiltra
por todos los rincones vaciados previamente de la fe y la gracia. Aceptamos
hipótesis, teorías, sloganes… que socaban nuestras creencias, sin fijarnos en
quién los promueve y qué significan realmente.
Esas ideas materialistas se
instalan en nuestro espíritu. No chocan violentamente con las ideas cristianas,
lo que significa que nuestras ideas cristianas no son consistentes. Su primer
efecto es un letargo de la fe, una
anestesia de la capacidad de reconocer el error (el cristiano debe tener
una fina “nariz católica” para detectar lo que no es acorde con la fe).
El ateísmo líquido es la trampa
definitiva del tentador: fomenta la división, el resentimiento, la mentalidad
de partido, la sospecha, la hostilidad… Y lo hace de forma escurridiza. Por eso
un cristiano debe proponerse seriamente no
contemporizar con ninguna forma de mentira (hipocresía, calumnia, crítica
destructiva, marginación del pobre que no aporta al sistema…); en el cristiano no pueden convivir la luz y
las tinieblas, por apatía o comodidad.
No se trata de denunciar o
atacar a nadie. Se trata de ser
firmemente fieles a Cristo. No podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar
nosotros. Si todos tomáramos esa decisión, el sistema de la mentira caería. Su única fuerza es el lugar que ocupa en nosotros. Se alimenta sólo
de mis compromisos con la mentira.
Existe
una verdad superior al Estado
Ya Agustín de Hipona señaló que si no hay una instancia superior al Estado, pronto los gobiernos se convierten
en bandas de ladrones. Existe la verdad,
existe el bien, no son ideas
nuestras ni fruto del consenso, sino que son realidades externas a nosotros, que se nos han dado, y tenemos la
capacidad natural de acercarnos a ellas. Si el hombre no fuera capaz de la
verdad, tampoco sería capaz de la ética, no tendría parámetro ninguno sobre lo
que está bien o está mal.
La gran tentación de las sociedades políticas consiste en olvidar que ni su fundamento ni su fin último residen en ellas mismas. Ningún Estado puede ofrecer la paz y el bienestar perpetuo, prometer una felicidad total ni una libertad absoluta. Es otro engaño del ateísmo líquido actual. Cuanto más se lo crea, más totalitario será.
Doctrina
social de la Iglesia
Una sociedad democrática en la
forma necesita además un contenido de fondo: el derecho, el bien. Si no, se
organiza alrededor de la nada. El
derecho requiere un fundamento trascendente recibido por el hombre. No
puede constituirse a sí mismo sin que la autoridad política caiga en la
tentación de convertirse en poder totalitario. Hay que recordar a todos que Hitler fue elegido democráticamente
Benedicto XVI afirmó, recordando a san Agustín, que un estado que pretenda ser agnóstico, que edifique el derecho exclusivamente sobre las opiniones de la mayoría, y no en virtud de un criterio universal, pronto se desintegra porque la guía de su conducta no es diferente a la de una banda de ladrones, que actúa por criterios de grupo necesariamente parciales:
“La
meta del Estado no puede consistir en una mera libertad exenta de contenido;
para fundamentar un ordenamiento razonable y vivible de la convivencia necesita
un mínimo de verdad, de conocimiento del bien, que no es manipulable. De lo
contrario el Estado queda rebajado al nivel de una banda de ladrones que
funciona bien, determinado exclusivamente por lo funcional y no por la
justicia, que es un bien para todos.”
Por eso es preciso conocer bien
la doctrina social de la Iglesia,
que argumenta desde la razón y el derecho natural, o sea a partir de lo que es
conforme a la naturaleza de todo ser humano. Con la Iglesia, un cristiano tiene
la misión de ayudar a formar las
conciencias, que crezcan la percepción de las verdaderas exigencias de la
justicia y la disponibilidad de actuar conforme a la justicia.
Benedicto XVI enseña que, como
expresiones de fraternidad, el principio
de gratuidad y la lógica del don deben tener espacio en las relaciones
mercantiles. La relación económica debe
convertirse en una relación justa entre hombres justos, y por tanto estar
abierta a la gratuidad, a la misericordia y a la comunión, manifestando así el
amor de Dios en las relaciones humanas y convirtiéndolas en obras salvíficas.
No es misión de la Iglesia hacer valer políticamente esa doctrina, pero
sí es misión de todo cristiano conocerla y pensar libremente posibles
soluciones acordes con esa luz. Serán muchas posibilidades. Algunos no
admitirán ese esfuerzo mental, pero hay que saber que la razón que no se deja purificar se convierte en totalitarismo, por
mucho que se revista de democracia.
Hay que afirmar la capacidad de verdad del hombre como límite de cualquier poder. El hombre
tiene una capacidad esencial de alcanzar la verdad y el derecho de buscarla
libremente hasta que la encuentre.
Ese orden natural que los
cristianos tienen el deber de defender es el bien de cualquier hombre. Para
reconocerlo no hace falta profesar la fe cristiana. Es accesible a todos. Al
proclamarlo sin miedo no actúan en nombre de un partido contra otro, sino que
son testigos de la verdad y defensores de la naturaleza humana. Hay que estar
dispuestos a sufrir y morir por dar testimonio de la verdad.
Crear
oasis que irradien la experiencia vital de la fe
No podemos confiar en un mundo cuyo fundamento es el ateísmo. Los laicos deben replantearse sus relaciones sociales y profesionales, el modo de descansar, formarse, informarse y educar a los hijos, para que su vida diaria no les aleje de Dios y les permita una auténtica coherencia con su fe. Su misión es crear oasis en los que se respire esa Presencia de Dios, donde los hijos y sus amigos crezcan experimentando en lo que les rodea el modo de ser cristiano.
Por eso ha dicho Benedicto XVI que “debemos abrir lugares de experiencia de fe a quienes buscan a Dios.” Conmueven las familias cristianas que optan por instalarse junto a una parroquia vibrante. Desean vivir al ritmo de la Iglesia y convertir su vida en una auténtica liturgia. Desean que sus hijos no tengan únicamente ideas cristianas abstractas, sino que vivan la experiencia cristiana en un entorno impregnado de presencia divina y una intensa vida de piedad y oración.
Parroquias, colegios, actividades de formación y diversión, lugares de veraneo,
fiestas, iniciativas solidarias y de acción social… Hay que crear o sumarse a
lugares e iniciativas que facilitan la experiencia de la fe.
Remedios:
fe, confianza
Renovar
la fe, adormecida y asustada ante la tormenta. La oración: no
dejar que el ruido (enemigo de la reflexión y del amor) nos impida alimentarnos
del único y principal remedio. “Este tipo de demonios solo se van con oración y
ayuno.” Cogernos de la mano de Dios y estrecharla más fuertemente. “No temáis,
Yo he vencido al mundo.” “No temáis, hombres de poca fe…”
La
fe no es adhesión a unas ideas, sino a una Persona. Adhesión significa seguimiento
cercano. ¿Cómo cuánto de cercano es
nuestro seguimiento de Jesús? Él es la encarnación de las bienaventuranzas.
De hecho son una discreta descripción que Jesús hace de sí mismo:
bienaventurados los pobres (Él no tiene donde reclinar la cabeza), cuando os
persigan y calumnien (como a Él, y para evitarlo a veces nos dejamos llevar por
la vergüenza, los respetos humanos a la hora de manifestar nuestro estilo de
vida cristiano porque choca con el ambiente…), los limpios de corazón (Él ve
continuamente al Padre, porque es recto y limpio en su actuar…), los
misericordiosos, porque Él es la Misericordia…
Como ha explicado Benedicto XVI en Jesús de Nazaret, en las bienaventuranzas Jesús nos hace una velada pero
clarísima invitación a vivir como Él,
ha venido a inaugurar un nuevo estilo de vida, que es el propio del Amor,
dispuesto a cualquier renuncia de Sí mismo por el amado, que somos cada uno. Un
estilo que cambia nuestra escala de valores, tergiversada por el pecado
original, para hacerlo a la hechura de Dios. Ahora, para vivir hay que morir,
tiene más el que más entrega, el amor se mide por obras de servicio y no de
egoísmo, las ofensas no se vengan sino que se perdonan…
La
fe es un encuentro con una Persona
La
fe no es fruto de una decisión ética, es la consecuencia de un encuentro personal con Dios, que nos
tiende la mano y nos hace ver la verdad sobre nosotros mismos. Es un encuentro
y un seguimiento radical, no mortecino, ni parcial (esto sí, esto no…): así
viven muchos cristianos hoy, con un cristianismo cómodo, a la carta,
superficial,… alejado del amor, y por tanto tristones, con una bullanga
exterior quizá pero vacíos por dentro. Próximos a dejarse arrastrar por el
fluído ateísmo que rodea todo.
Cuando decidimos vivir en coherencia con la fe, aunque haya altibajos, saboreamos la alegría que procede de la cercana presencia de Jesús, que nos ha dicho que estará siempre junto a nosotros. Vivimos de la Eucaristía, donde está Jesús glorioso.
Estamos felices en el sufrimiento, porque con Jesús descubrimos
su sentido. Él es la única fuente de alegría, paz, mansedumbre, fraternidad… Por
eso hemos de renovar cada día la fe, y crear oasis de verdad, donde la fe
encuentre un ámbito favorable.
Vivir
de fe
La fe dilata nuestra mirada para
observarlo todo según la mirada de Dios. Dilata
nuestra inteligencia (contra lo que sostienen algunos neciamente, porque la
fe nos permite descubrir razones que la razón sola no alcanza ). La fe no
encierra, no nos impide ni prohíbe reflexionar, sino que hace más honda nuestra
visión del mundo y de los hombres. La fe ve más allá de la comunicación
intelectual. Es una participación en el propio conocimiento de Dios, que cambia
nuestra mirada sobre el mundo y los hombres.
Dios no quiere que instauremos
una teocracia (dar al César lo que es del César…) pero sí que le instauremos en el centro de nuestras vidas,
y que nuestra conducta recta cree oasis crecientes donde las almas puedan
encontrarle y adorarle.
Ratzinger: ¿en qué consiste la
reforma de la Iglesia? La Iglesia es Obra de Dios, está ahí. Basta que retiremos todo lo sobrante, que son nuestros
pecados y nuestro apegamiento al mundo, que enmascaran la belleza de la Iglesia: retirar
mundanidad, bajezas… Y encontraremos las verdades cristianas que se nos han
entregado. ¿Pérdida de fe? Una buena confesión y volverá. Eucaristía y
Penitencia.
Es momento de fortalecer nuestra fe, y hacer el propósito
renovado de que en mí reine
Jesucristo, y no la mentira. No
contemporizar con la mentira, que es toda la ideología basada en vivir como si
Dios no existiera. Así habrá un ámbito más en que establezca su reinado.
Hacer examen: la vida se nos va,
y apareceremos ante Dios con las manos vacías… ¿Qué has hecho, con todo lo que
te he dado? Ilusión de que cuando Jesús nos tenga que juzgar se ponga contento.
Fe
y alegría
En “La Hora 25”, Virgil
Gheorghiu, novelista rumano, describe la mirada transformada y transformadora
de un niño que observa a la gente que sale de misa un domingo:
“Ahí estaba el pueblo entero…Porque
el domingo nunca falta nadie a la liturgia divina. Todo el mundo parecía
transfigurado, despojado de cualquier preocupación terrenal, santificado. Y más
que santificado: deificado [...]. Sabía por qué eran tan hermosos todos los
rostros y por qué brillaban todas las miradas. Porque las mujeres feas eran
hermosas. En las mejillas y las frentes de los dos leñadores brillaban unas
luces semejantes a las aureolas de los santos. Los niños parecían ángeles. Al salir de la liturgia divina, todos los
hombres y todas las mujeres de nuestro pueblo eran teóforos, es decir,
Portadores de Dios [...]. Nunca he visto pieles ni carnes más hermosas que
las del rostro de los téoforos, de los que llevan en ellos la luz deslumbrante
de Dios. Su carne estaba deificada, sin peso y sin volumen, transfigurada por
la luz del Espíritu divino».
La
fe nos conduce a la experiencia real de la transfiguración.
Naturalmente, esta experiencia se vive todos los días en medio de una oscuridad
muchas veces árida. Pero saboreamos por adelantado lo que en la eternidad
veremos con la misma mirada de Dios.
Tenemos que vivir a la altura de
la grandeza de nuestra fe cristiana. Es una luz incomunicable. Sólo podemos dar
testimonio de que Dios nos ha salido al encuentro, y se nos ha revelado. No es
producto de experiencias internas, sino un acontecimiento que nos llega desde
fuera. Se trata de un encuentro con algo o con alguien, que me eleva sobre mí y
crea lo nuevo.
Fe
y culto
La fe se manifiesta en el culto a Dios. Necesitamos adorar a
Dios: no es por Él, sino por nosotros. El ateísmo fluído lo mira con desprecio,
y muchos cristianos inficionados también: consideran que el culto a Dios es propio
de personas poco maduras, de niños “crédulos”, algo humillante y arcaico. Pero
necesitamos recuperar la adoración,
que es el reconocimiento de nuestro ser ante Dios.
El culto no es un regalo a Dios,
es algo que le debemos. Es de justicia nuestra devoción interior y nuestros
gestos exteriores de adoración. Pero es tan grande nuestro orgullo que muchos
sacerdotes y fieles tratan con falta de respeto las cosas divinas, como si les
repugnara la adoración.
Uno de los rasgos de la
civilización cristiana es la cortesía,
la elegancia de la criatura ante su Creador, que se manifiesta en la liturgia,
en el culto, y es propia de la virtud de la religión (una virtud muy olvidada…)
San Pablo VI: por la naturaleza
del hombre, recibimos de los signos exteriores un estímulo para nuestra actitud
interior. Por eso la manifestación exterior del sentimiento religioso no solo
es un derecho, sino un deber. La exterioridad religiosa es un ropaje de las
cosas divinas, una ofrenda humana a la Majestad divina. ¿Qué sería de un amor
humano que nunca se manifestara exteriormente?
Pero en el cristianismo solo
existe la fe. Hay que negarse a ver las cosas de otra manera que no sea la fe.
La única fuente de paz y mansedumbre es conservar nuestra mano en la mano de
Dios.
No
contemporizar con la mentira
Babilonia era la ciudad del lujo, de la autosuficiencia, refugio de espíritus impuros, que se destruyó a sí misma. Estamos en la crisis de una civilización orgullosa, que se cree suficiente y termina como Babilonia. Queremos hacer una síntesis de Babilonia y cristianismo, y resulta una civilización que dice ser cristiana pero vive como pagana.
Ha dicho el papa Francisco: “Hasta que Dios dice Basta. Llegará un día en que el Señor dirá: Se han acabado las
apariencias de este mundo” (29-11-2018). Así acabarán las grandes ciudades de
este mundo, si seguimos por este camino de paganización.
Papa Francisco: “No vendan la
pertenencia, la cultura y lo que recibí de mi familia, mi coherencia de vida,
mi identidad. No se dejen embaucar: no hay identidades de laboratorio. (…) Yo
¿vendo la historia de mi pueblo?” Sin caer en la idolatría de la nación, hemos
de ser conscientes de que nuestro nacimiento nos hace pertenecer a una
comunidad de herencia y destino. Una identidad asumida es garantía de la vida
fraternal entre los pueblos.”
Solzhenitsyn, en su obra El primer
círculo: “¿Que hay de más valioso en este mundo? Ser consciente de no colaborar
en las injusticias (ni con la mentira). Son más fuertes que tú, existen y
existirán, pero que no sea por tu culpa.”
Confianza
Aunque parezca que todo está perdido,
estamos llamados a ser fuertes y confiar. (“Confiad, soy Yo”, recordaba el Papa Francisco el Viernes
27-3-2020). No se nos ha prometido que seremos muchos, pero sí que nuestra
eficacia real procederá de la fe. “Hombres de poca fe, por qué tenéis miedo?”
“Si tuvierais fe…” “Si pedís con fe, mi Padre os lo concederá…”
A los de Emaús, que caminaban
desesperanzados (“se hace tarde y anochece…) les echa en cara su falta de fe:
“Necios y torpes de corazón. ¿No era preciso que el Cristo padeciera y así
entrara en la gloria? ¿Qué la Iglesia sufriera por ser fiel a su Maestro? Jesús
camina junto a nosotros, nos conforta, aviva nuestra fe. Cuando nos habla
(oración…) arde nuestro corazón: ¡Quédate con nosotros, porque se hace tarde y
anochece!
Él avivará nuestra fe, el don
precioso que nos regaló con el Bautismo, se fortalece con la Eucaristía y la
Penitencia, y con una vida coherente, comprometida con la verdad. “Confiad: Yo
he vencido al mundo.”
Esperanza
Los cristianos deben recordar que el Reino de Dios nunca llegará a instaurarse en la tierra. Su esperanza no es de este mundo. La patria definitiva es el Cielo.
Eso no significa que un
cristiano no deba trabajar por mejorar el mundo. No se trata de instaurar una
teocracia, sino de hacer presente a Dios,
porque un sistema político al margen de Dios, que actúe como si no hubiera una
instancia superior, está condenado a convertirse en totalitario y a
deshumanizar la convivencia y al hombre mismo.
El
cristiano tiene la misión de hacer presente a Dios, mostrando con decisión su Presencia en su
vida, una vida libre de ídolos. Un cristiano no se mueve por el dinero, el
placer o el poder. El cristiano se esfuerza por convertir nuestras sociedades
en espacios de desarrollo, de fraternidad y honradez, de verdad y de justicia,
comenzando por el entorno más próximo, familiar y laboral y social.
Algunos dicen que la pretensión
de haber recibido la Revelación de Dios esconde intolerancia y es un peligro
para la paz. Pero ignoran que el don de
la verdad incluye el respeto a la libertad, rasgo indeleble de la
naturaleza humana.
Fortaleza
y templanza
La ascética es una disciplina de
la fortaleza del alma para el dominio del cuerpo con el fin de hacerlo
partícipe del esplendor de las realidades espirituales.
La templanza es saludable: la
vida de los monjes (sencilla, sobria y humilde) es larga. Gozan de mejor salud
que la mayoría de los occidentales saturados de productos de consumo más o
menos adulterados. No desprecian el cuerpo, saben ponerlo en su sitio y conocen
la necesidad de la contemplación.
Templanza en el uso de la
tecnología. La técnica en el fondo no se dirige a la utilidad y el bienestar,
sino al dominio, en el sentido más extremos de la palabra (cfr. papa Francisco, Laudato
Sí): nos hace dependientes.
Los frutos de la falta de templanza son la tristeza y la inquietud, porque deseamos tener más y nos entristece no tener suficiente, La autolimitación gozosa es la acción más sabia para el hombre que ha alcanzado la libertad, y nos permite recobrar la conciencia de lo divino y la humildad ante Él (Solzhenitsyn).
El exceso de consumo anestesia la vida contemplativa, embriaga
y rebela al hombre contra Dios, le desafía como un borracho desequilibrado: es
lo que sucede al hombre occidental: se cree todopoderoso, y nunca ha sido tan
débil.
Caridad
Hemos devaluado esa palabra. No
es un sentimiento benevolente, ni una emoción, ni dar limosna. Es una virtud
teologal que nos pone en contacto con Dios. Procede de Dios: es Dios mismo, que es Amor. Es una
participación en el amor con que Dios nos ama. Todo lo bueno que hay en el
hombre, todo lo que en el hombre es amor y digno de amor procede de Dios, porque
somos a su imagen.
Jesucristo es Dios con nosotros.
Si alguien pregunta qué ha venido a traer (¿paz, justicia?) hay que responder: ha venido a traer a Dios, a que
conozcamos su verdadero rostro, y al conocerlo, nos veamos a nosotros mismos. Cristo revela el hombre al propio hombre. En
Él vemos cómo debemos ser, vivir, actuar. Nada más hermoso que conocerle y
comunicar a los demás la amistad con Él.
Las parábolas de Jesús (el hijo
pródigo, la oveja perdida…) son la explicación de su propio ser y obrar. En la Cruz podemos contemplar qué es la
verdad de que Dios es Amor, y a partir de allí definir qué es el amor. Y en
el sacrificio de la Misa podemos hacernos partícipes de ese Amor. La caridad es
la Sangre que riega el corazón de Jesús,
que ha de regar nuestra alma.
La caridad comprende y supera la
justicia: amar es dar al otro de lo mío además de darle lo que es suyo, lo que
le corresponde por su ser y por su obrar. La justicia es inherente a la caridad
e inseparable de ella. Es el mínimum de la caridad, como decía san Pablo VI.
No hay estructura justa que
pueda prescindir de la caridad sin deshumanizar la sociedad. Siempre habrá
sufrimiento que necesita consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad necesitada de
compañía. Como expresaba el prelado del
Opus Dei el 1-4-2020, refiriéndose a la heroica conducta de tantos
profesionales en medio de la pandemia causada por el COVID-19: “el alma de la sociedad es el espíritu de
servicio.” Ese es el heroísmo cristiano que salvará el mundo, los valores
cristianos que el ateísmo a menudo escarnece y amenaza.
El cardenal Sarah enumera
algunos de esos rasgos propios del actuar del cristiano que han contribuido a civilizar nuestras sociedades: la dulzura y la
bondad, el corazón abierto; la delicadeza hacia los pequeños; la piedad con los
que sufren; el desprecio de medios perversos; la defensa de los oprimidos; la
entrega silenciosa que pasa desapercibida; la valentía de llamar al mal por su
nombre; el espíritu de paz y concordia; el pensamiento del cielo (que es
nuestra esperanza…
Son rasgos que proceden de la
caridad de Cristo, que vive en el
corazón de la iglesia y desde allí se irradia a todo hombre. De ahí la urgencia
de la invitación de Cristo a los apóstoles. “Id y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Esto, y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). Una invitación que nos hace Dios mismo, y que nos interpela.
Presencia
de Dios en la Eucaristía, fuente del amor en el mundo
Todo
lo bueno de nuestra civilización occidental procede de la adhesión consciente
de millones de cristianos a Dios, de la identificación con Él:
no sólo con lo que enseñó (las bienaventuranzas) sino con Él mismo, que es la
fuente del amor, presente en la
Eucaristía, alimento de nuestro amor a los demás.
La Eucaristía no es sólo la Presencia permanente del amor divino y humano de Jesucristo: es la transfusión constante de Jesús a los hombres que son sus miembros y que se convierten también ellos en Eucaristía, y por tanto en el corazón y el amor de la Iglesia.
Eso lo entendió Teresa de Lisieux, que sabía que podía
estar en todas partes si amaba a Cristo. Y el corazón tiene que seguir siendo
corazón para que todos los demás órganos estén en condiciones de servir.
Sólo injertándonos en la
humildad de Dios que se nos entrega somos capaces de la apertura a todos, como
ha explicado Teresa de Calcuta: la
primera condición que ponía para empezar una labor era la presencia de un Sagrario donde entronizar la Eucaristía y poder adorarla.
Es en el Sagrario donde experimentamos
que basta con el amor de Dios, y que vale la pena renunciar a todo por esa
Perla Preciosa. Todos estamos llamados a renunciar a todo, incluso a uno mismo,
por amor a Dios. El santo es el que inicia ese retorno al Padre, fascinado por
la belleza de Dios.
Un cristiano debe pensar: ¿bebe mi caridad de la fuente del Sagrario?
¿Cuánto tiempo paso delante de Jesús Eucaristía? La presencia humilde y
silenciosa de Jesús en medio de nosotros invita a una presencia nuestra humilde
y silenciosa con los demás: familia, amigos, vida social… Invita a no querer
ser el palico de la gaita, la sal de todos los platos, a ser fajador de
desplantes y feos, a no aislarnos…
La raíz de nuestro compromiso no
puede ser la acción, sino la adoración, el
conocimiento amoroso del Corazón de Jesús: sólo así seremos capaces de aliviar
el sufrimiento de los demás, como alivia la mano de Jesús.