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sábado, 23 de agosto de 2025

Descodificando el Apocalipsis




Manuel de supervivencia para los últimos tiempos. Descodificando el Apocalipsis

Valentín Aparicio Lara. Ed Palabra


    El Apocalipsis tiene fama de ser un escrito críptico, que narra cosas terribles sobre el fin del mundo. El sacerdote y especialista en Sagrada Escritura Vicente Aparicio nos hace ver con esta obra lo equivocado de ese prejuicio. Basta entender las claves que emplea san Juan, para darse cuenta de que, lejos de ser un libro indescifrable o terrible, el Apocalipsis es un libro inspirado, el último de la Biblia, que logra su propósito:  encender la esperanza en los cristianos de todos los siglos, confiar en la promesa que Dios ha hecho a los que le son fieles, vigilar para que no se dejen arrastrar por las insidias de la bestia y del demonio, ni por el desánimo, aun en esos momentos convulsos que nos pueden parecer insuperables y próximos al fin: “Satanás será soltado de la prisión y saldrá para engañar a las naciones de los cuatro lados de la tierra.” (Ap 20, 7). 

    Hay que reconocer que no faltan motivos para identificar nuestros días con los que describe san Pablo en su segunda epístola a Timoteo, 3, 1-9: “En los últimos días se presentarán tiempos difíciles, pues los hombres serán egoístas, avariciosos, fanfarrones, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, irreligiosos, despiadados, desleales, calumniadores, desenfrenados...” Pero no hay que temer. Las palabras de Jesús más repetidas en el Evangelio, hasta 25 veces, son: “No tengáis miedo” y “Vigilad”: un buen resumen del sentido y mensaje del Apocalipsis: el bien prevalece siempre, aun cuando parezca que todo está perdido. No debemos asustarnos por las huellas del mal, ni dejarnos arrastrar por sus seducciones.

    El Apocalipsis, para un lector de hoy, es una llamada a descubrir la batalla espiritual que subyace a las convulsiones y enfrentamientos sociales y políticos, a darnos cuenta de que lo decisivo es la fiera lucha entre el bien y el mal que está en el trasfondo de todo. Hay que optar por el bien, sin temor, porque el triunfo del demonio es sólo aparente, y el bien prevalece siempre: porque Dios es el Señor de la Historia, y está con los que le aman.

    Y no sólo está cerca: está en nosotros y con nosotros. Es sugestivo descubrir que el Apocalipsis está describiendo la Misa católica tal y como era celebrada por los primeros cristianos, reunidos en torno a los Apóstoles, y la infinita riqueza de sentido que expresa. Porque, desde la Primera Misa en el Cenáculo y en la Cruz, cada Misa es una ventana abierta al cielo, en la que la liturgia de la tierra se une a la del cielo. 

    El Apocalipsis no es sólo el plan de Dios para el final de la historia, es el plan que ya ahora desea realizar en cada uno de nosotros, mediante la vida de la gracia y de los sacramentos: por eso es tan importante y decisivo cada sacramento. En cada Misa, por ejemplo, se nos da un anticipo del cielo, de la nueva creación que Dios está obrando: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).

    La Sagrada Escritura es muy clara: “Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (2 Cor 5, 17). El plan de Dios es un nuevo recomienzo, transformarnos en su Nueva Creación. Nos revestirá de luz, “porque el Señor será tu luz perpetua” (Is 60, 19). Lejos de ser un mensaje triste y que pretenda meter miedo, el final de la historia será luminoso. Los finales tristes –como escribe Valentín Aparicio- son anticristianos.

    Por tanto, el Apocalipsis no es sólo para esperarlo, sino para vivirlo. Es un manual para los últimos tiempos. Una luz que marca el Norte en la confusión actual que nos rodea. No es un libro de futuro, sino actual, que nos concierne ahora, aquí. No infunde pánico, sino que anima garantizando la victoria del bien. 

    Muy sugerentes los comentarios del autor al texto de Génesis 2, 15: “Lo colocó en el jardín para que lo guardara y cultivara.” Cultivar en hebreo significa también “servir en la liturgia”. “Guardar” no es sólo proteger un lugar para que no entren intrusos, es también “observar unos mandamientos.” Así, esa frase de Génesis que Dios dirige a Adán y Eva contiene lo que los sacerdotes han de realizar en el templo de Jerusalén: dar culto a Dios, y observar los mandamientos (Nm 3, 6-7; 18, 7). Es el sacerdocio común de los fieles, que en el desempeño de sus actividades profesionales en medio del mundo, mediante las que cuidan y mejoran la creación, transforman su trabajo en un verdadero culto a Dios, haciendo que resplandezca su gloria, como predicó el fundador del Opus Dei

    Porque el jardín del Edén era un templo, un espacio sagrado donde la humanidad vivía en Alianza o comunión con Dios. El pecado nos desterró a un mundo herido, lejos de Dios. Y desde entonces el sentimiento de la humanidad es de nostalgia: porque ya a nada de este mundo podíamos llamar casa

    Pero el Apocalipsis, última página de la Biblia, nos muestra la Nueva Creación: ahora se nos ha devuelto, con creces, el paraíso perdido. Se nos introduce de nuevo en el jardín del Edén, que es Templo. Hemos recuperado la función sacerdotal de Adán y Eva en el Paraíso. Allí hay un río de agua viva, que brota del trono de Dios y del Cordero. Y un árbol de vida y de Inmortalidad, la misma vida divina, desbordante, que Dios nos desea comunicar. Se nos muestra que la vocación originaria del hombre es la liturgia. Y que la Santa Misa nos une a la liturgia eterna del cielo, y por eso es el centro de la vida del cristiano. 

    Muy sugerentes también sus recomendaciones para vigilar: cree en el infierno; evita el pecado (porque supone pactar con la bestia); no te dejes seducir (“surgirán falsos testigos y embaucadores…”); ama a Dios con todo tu corazón (y demuéstralo con hechos); cuida la liturgia, verdadera alabanza a Dios en la que nos unimos a la liturgia celeste; vigila en lo concreto, en lo pequeño y en lo grande(aquí se ve la necesidad de buscar un buen acompañamiento espiritual en amigos fiables); persevera, sin desánimo por la extensión del mal: al final se trata sencillamente de eso: de morir cristianamente; evangeliza: los cristianos somos sal de la tierra y luz del mundo, y eso requiere hablar. 

    Como señala el autor, el Apocalipsis no es sólo para esperarlo, sino para vivirlo. Es un manual para los últimos tiempos. Una luz en la confusión que nos rodea. No es un libro sobre el futuro, sino actual. No infunde pánico, sino que anima, porque garantiza la victoria del bien. Nos enseña que paciencia y fe son las dos armas para vencer a la bestia. 

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Mi camino espiritual en el Opus Dei

Nuevo Testamento, EUNSA


domingo, 25 de agosto de 2019

Roma Dulce Hogar


Roma Dulce Hogar (Nuestra conversión al catolicismo)
Scott y Kinberly Hahn. Ed. Rialp



Scott y Kinberly Hahn, ambos de familias protestantes y educados en convicciones anticatólicas, forman un matrimonio estadounidense que veían en el catolicismo la encarnación de todos los males y supercherías del cristianismo. Hasta que, por diversos caminos, fue abriéndose en su mente la evidencia de la verdad.

Esos dos caminos de conversión son los que nos describe este relato autobiográfico y cautivador. Peter Kreeft, conocido escritor y profesor de filosofía en el Boston College, explica en el prólogo algunas de las razones que le movieron a leer el libro de un tirón. Y la primera razón es la indudable categoría intelectual de ambos, que se refleja línea a línea en sus relatos.




Hablan con el corazón en la mano, pero con un rigor intelectual, escriturístico y teológico inapelables. No en vano son ambos especialistas en Sagrada Escritura y profesores habituados a la argumentación de alto nivel, sin concesiones a la sofística, sino amantes de la verdad. 

Ese rigor intelectual, propio de quien ama por encima de todo la verdad, les permite liberarse de lugares comunes y eslóganes ahistóricos. Muy interesante la tensión que surge en el matrimonio ante la primera conversión al catolicismo de Scott, la reacción incrédula de Kinberly, y el desgarrón social que puede suponer un giro de estas características.

Scott y Kinberly Hahn muestran su relato con sencillez y con una línea argumental amable, dotada de fino sentido del humor, dando al conjunto lo que Kreft denomina el emeth hebreo: la fiabilidad. Todo el relato de esta pareja encantadora, que llegó a descubrir la verdadera Iglesia por caminos y en tiempos diferentes, inspira credibilidad y confianza.

Perfectamente equipados por sus previos estudios bíblicos, y con la rectitud de intención que prepara a reconocer la verdad donde se encuentre, el Espíritu Santo les condujo a la Iglesia católica, en la que descubren una dimensión nueva para ellos: la de familia, una familia propia a la que regresar después de haber estado perdidos fuera de ella. El dulce hogar al que regresar, la familia de Dios entre los hombres, a la que Dios quiere conducir a todos.

Una lectura altamente instructiva y esperanzadora, en la que se aprende mucho de Sagrada Escritura, pero también de comprensión y respeto a todas las personas, especialmente a los hermanos separados que mantienen la fe en el mismo Señor Jesucristo.


martes, 25 de septiembre de 2018

Memorias de Vernon Walters



Misiones discretas. Vernon A. Walters. Ed. Planeta




Vernon A. Walters es un ejemplo de cómo el dominio de los idiomas abre puertas en la vida. Sin estudios universitarios, pero con una buena educación adquirida en un colegio católico, su niñez transcurrió entre Estados Unidos, Inglaterra  y Francia, acompañando a sus padres, por lo que desde muy temprano hablaba con fluidez varias lenguas. Llegó a dominar ocho idiomas.

Recién alistado en el ejército, su habilidad como traductor le valió ser llamado al servicio del Estado Mayor del general Clark, que comandaba el desembarco aliado en el norte de África. La cercanía a mandos militares fue para él una escuela de las virtudes del mando y el sentido de la disciplina, imprescindibles en la vida militar, pero necesarios también en la sociedad civil. Hoy son cualidades que relacionamos sobre todo con el liderazgo empresarial.

Vernon Walters comenzó la guerra como traductor de prisioneros y enlace entre fuerzas aliadas, y llegó a ser intérprete de cinco presidentes de los Estados Unidos. Asistió en primera fila a los hechos más sobresalientes de la guerra fría, a veces como protagonista.  Alcanzó el grado de teniente general, y fue subdirector de la CIA y embajador de su país en Alemania.





Cuando ya mayor le preguntaban por qué seguía en activo, daba esta razón: “Tengo la íntima convicción de que mi país es la única garantía que tiene la libertad para perdurar en el mundo.”  Era consciente de la dura lucha que se estaba desarrollando entre diferentes conceptos de la vida y de la dignidad humana, y que el objetivo era cambiar la mentalidad de la sociedad occidental para que abandonara los valores cristianos. "No podemos perder esta lucha por culpa de nuestra inacción o por un excesivo sentido de culpabilidad nacido de nuestras deficiencias."

Es significativa su referencia al encuentro que mantuvieron el almirante Carrero Blanco y el presidente Nixon: "Carrero Blanco dijo a Nixon que los comunistas procuraban debilitar la voluntad y decisión de defensa de Occidente, utilizando a este fin las libertades democráticas. El Che Guevara había dicho con toda claridad: "Hay que dar mala conciencia a los burgueses." Los comunistas seguían un plan deliberado de socavar todos los valores del mundo cristiano, cubriéndolos de ridículo, antes que atacarlos directamente. Con la explotación de los estupefacientes y de la pornografía, reforzaban su ataque a la sociedad burguesa."

 El libro es ameno y aleccionador. He subrayado algunas ideas relacionadas con el liderazgo que Walters parece querer subrayar,  fruto de experiencias –no siempre positivas- vividas en primera persona.

1)   La primera es evidente: los idiomas abren puertas, profesional y humanamente. Sin idiomas su vida hubiera sido muy distinta, y casi con seguridad más alicorta.

2)   Dar cuenta una vez cumplida la misión. Siendo ayudante del general Clark, éste le encargó que hiciera llegar una carta de un niño a un guerrillero aliado. Después de muchas gestiones, consiguió entregarla a un equipo que iba a lanzar víveres en paracaídas a los guerrilleros, y le aseguraron que incluirían la carta. Y se quedó ya tranquilo con esa promesa. Al cabo de un tiempo, el general le preguntó si ya se había entregado aquella carta, y como no pudo asegurarlo (“Dije que se hiciera”, le contestó) el general dijo: “O sea, no lo sabe. Cuando le digo que quiero que se haga algo, encárguese de que se haga. Compruebe que se ha hecho. Y cuando esté convencido de que realmente se ha hecho, vuelva a comprobar, para ver si se ha hecho bien, y a continuación, me comunica que se ha hecho.”

3)   Estar con los subordinados en los momentos duros, sin justificar la ausencia por el grado.

4)   En los momentos difíciles es una falta de dotes de mando no dirigir unas palabras de ánimo a los subordinados deseando buena suerte, y limitarse a presenciar en silencio su partida hacia el trance.

5)   No decir nunca que no al superior, aunque ampare cierto derecho y lo pida por favor.

6)   No pedir medios al superior para alcanzar el objetivo que manda: hacer uso de la iniciativa e ingeniarse los medios.

7)   Es una mezquindad no facilitar trámites de alojamiento o transporte al viajero que está de paso.

8) Walters resalta la importancia de la virtud humana de la valentía. Para los tormentosos años que esperan a nuestro país -escribe- "necesitaremos sobre todo valor; no sólo valor físico, sino verdadero valor. El verdadero valor navega contracorriente. Comienza en el momento en que todos los demás han claudicado o han dejado de luchar. Jamás consiste en dejarse arrastrar por la corriente de lo que hacen los demás. El verdadero valor es, a menudo, solitario. Rezo para que en nuestra singladura nos acompañe la Fe que ilumina el camino, ya que oscura es la senda de la nación que avanza sin Fe; el Entusiasmo que nos ha hecho grandes y que será causa de que seamos la fuerza del bien en el mundo; y por fin, el Valor, que es la más grande de las virtudes humanas, por cuanto garantiza las otras." 

martes, 10 de abril de 2018

Converso



Converso. Un conmovedor film de David Arratibel 

                 

He disfrutado de esta magnífica película justo después del último post sobre el misterioso poder de la música, capaz de elevarnos a alturas insospechadas. Este documental, realista, vivaz y sincero, lo corrobora.

 

La música no es la protagonista del film. Pero está ahí. Porque la protagonista es una familia que ama la música, y es capaz de cantar o tocar el órgano como los ángeles, con esos armónicos que nos suben hasta las mismas puertas del cielo, y parecen dejarnos  a merced del Espíritu Santo. 


Los protagonistas son los propios miembros de la familia de David Arratibel. Uno tras otro, en poco tiempo y cada uno por su cuenta, han descubierto la fe y se han convertido. David, agnóstico y perplejo ante el fenómeno, se propone indagar qué ha pasado, en qué consiste esa conversión.

 

Y le sale una película fresca, llena de vida, que iba a ser de conversiones y ahora es sobre todo de conversaciones. Porque los miembros de la familia, por primera vez, hablan de la fe entre ellos. Y se nota que tenían ganas de hacerlo, porque se quieren.

 

Es encantadora la sencillez y vivacidad con que narran su experiencia. La hermana mayor, María, es un prodigio de alegre espontaneidad. Y el cuñado, organista y profesor de música, explica con sencillez y expresividad de artista ese proceso inefable en el que el principal protagonista es Dios, que nos sale al encuentro como quiere y cuando quiere. Y uno no tiene más que aceptarlo. La pena para David es que “al Espíritu Santo no se le puede grabar”.

 

Es una película de conversaciones pendientes, esas que lastimosamente eludimos, a saber por qué, y que lamentaremos no haber tenido cuando ya sea imposible. El fruto es asombroso, porque el rodaje tiene el efecto de una catarsis familiar, de la que mana un bálsamo que fortalece y une más a todos. Gracias a la comunicación, al diálogo, a la conversación libre de prejuicios y amigable. 

  

David Arratibel nos plantea lo absurdo de eludir hablar de religión entre los seres queridos. Aunque se sea agnóstico o ateo. ¿Por qué da cierto sarpullido sacar el tema? ¿Es una invasión de la intimidad?  Pero, ¿cómo no hablar de Dios si resulta que existe? Y si existe, ¿no es una barbaridad no tenerlo en cuenta? Ese modo de preservar la intimidad ¿no será otra forma de caer en la tiranía del silencio sobre Dios, que es silencio sobre lo esencial? ¿Por qué eres tan miserable de no haber querido hablar de esto con tu familia?

 

Muy reveladoras las confidencias de la madre. Describe su equivocado itinerario, tras el Vaticano II: pensó con buena intención, como otros muchos, que para ser “cristiana comprometida” había que afiliarse a algún partido o sindicato, y “agitar”. Y terminó “comprometida”, pero dejó de ser cristiana.

 

Significativas también las presiones que recibió David, desde algunos rincones del mundo del cine, para no hacer la película. “Si la haces, que sirva para ridiculizarlos o meterlos en la cárcel”. “¿Cómo voy a hacerles eso, si son mi familia?”


Hay persecuciones, ha recordado el Papa Francisco: también en forma de “burlas que intentan desfigurar la fe y hacernos pasar por ridículos.”


Gracias a Dios, Arratibel tiene buena pasta y no ha caído en ese juego sucio. Y nos ha dejado una película que es una delicia de veracidad, respeto y buen hacer.

 

 


 



 

 

jueves, 19 de octubre de 2017

Fe y cultura. La verdad y la ineludible presencia de lo sagrado.



La fe ante el reto de la cultura contemporánea



Hay libros  cuya relectura siempre aprovecha. Libros que no pasan, porque saben preguntarse por las verdades esenciales de la existencia humana e iluminarlas con aguda inteligencia y las luces que nos aporta la Revelación. 

De esta magnífica obra destaco dos ideas:

a)  la ineludible presencia de lo sagrado en el hombre y en el mundo. Vivir de espaldas a lo sagrado, considerar al hombre como un mero animal superior, es un daño irreparable a cada persona y al conjunto social.

b) la palabra y el lenguaje son –han de ser- manifestación de la realidad. Usar la palabra para desfigurar la realidad, con la mentira o la sofística, es envenenar la convivencia social y a la propia persona. No es posible vivir en la mentira.


Ante una cultura que pretende la ausencia de Dios y niega la espiritualidad, Pieper muestra la evidencia de lo sagrado, su necesidad, y a la vez la radical insuficiencia del procedimiento científico para demostrar la existencia espiritual del hombre. Una vida espiritual que no es una mera yuxtaposición a la vida material, sino que la absorbe y la integra en una única existencia, espiritual y corporal a la vez.

Lo profano y lo sagrado no son dos mundos incompatibles y contrapuestos. Ambos, profano y sagrado, forman la totalidad. La etimología de profano significa que está a las puertas del templo, a las puertas de lo sagrado. Según el pensamiento griego, lo profano acontece en presencia de lo sagrado, no a sus espaldas. 

Por eso decir que hay un mundo fuera de lo sagrado en el que se puede hacer lo que se quiera es una simplificación inadmisible, dice Pieper. Vivir así se vuelve contra el hombre, porque es vivir contra su naturaleza, que es espiritual y corporal. 

San Josemaría, fundador del Opus Dei, explicaba esa natural presencia de lo sagrado en el mundo de un modo mucho más profundo, como parte esencial del mensaje que debía transmitir al mundo: “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.” 

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Pieper profundiza en la esencial necesidad de que la palabra y el lenguaje estén ordenados a la verdad, porque es en la palabra donde acontece la verdad.  Pocas cosas hay más dañinas para el ser humano que el desorden en el lenguaje. El orden de cada persona y de la sociedad se funda en un lenguaje ordenado, es decir, un lenguaje que busque y diga la verdad.  

El hombre no puede llevar una vida digna donde reina la mentira. Eso sucede en los regímenes totalitarios,  en los lugares donde se impone el totalitarismo ideológico, o donde impera la sofística, que es el vicio de ocultar la verdad y retorcerla con argumentos falsos. La sociedad no puede permitir el sofisma y la mentira, si quiere sobrevivir.

Pieper señala tres ideas básicas para la vida social:

1)              El bien del hombre consiste en ver las cosas como son, y vivir partiendo de la realidad así captada.

2)      El hombre se alimenta sobre todo de la verdad, y la sociedad vive de la verdad públicamente presente. La existencia es tanto más rica cuanto más ancho es el mundo real que la verdad le permite contemplar.

3)        La verdad acontece en el diálogo, en el lenguaje, en la palabra. Y por eso el orden y la existencia social necesitan del orden en el lenguaje, de que a las cosas se les llame por su nombre, sin desfiguraciones ni reduccionismos.

Es claro que el conocimiento académico se basa precisamente en ese orden de la palabra: esa zona de verdad libre de intereses bastardos (políticos, económicos, ideológicos).  No habría avance del saber si reinara la mentira o el sofisma.  Del mismo modo, un Estado sin ese enclave de libertad se convierte en un Estado totalitario. 

La convivencia social requiere espacios de libertad en los que cada cual pueda exponer sus convicciones libre de simplificaciones partidistas,  de enardecimientos ideológicos, de afectos ciegos. Libres de la denigración del otro como estilo, del ego superficial que inventa titulares tan impactantes como falsos, de la frivolidad formal. 


Por eso, cuando en la vida pública crece ese totalitarismo que intenta restringir la libertad para que cada persona exprese palabras verdaderas,  hay que encender las alarmas y exigir un cambio.







miércoles, 8 de marzo de 2017

Libertad de expresar lo que se cree



Me comentaba una periodista, que ha vivido muchos años en otro país,  su extrañeza ante la respuesta de muchos españoles, cuando les preguntan por su religión: “Creyente no practicante”. ¿A qué se debe ese oxímoron tan contradictorio?, me preguntó.

Pienso que no se puede generalizar. Pero un factor común a las posibles respuestas sería la debilidad. Debilidad de pensamiento (no tomarse la molestia de pensar libremente, y así  descubrir las profundas verdades antropológicas que contiene la fe cristiana). O debilidad de ánimo para expresar lo que se piensa, por temor al juicio ajeno. Una falta de fortaleza que deja a merced de la corriente dulzona y apática de lo que piensan otros.  

Lo expresa bellamente  el famoso cuadro de Norman Rockwell "La Bendición de la mesa". Las miradas cínicas o despectivas no deberían ser causa de que un cristiano dejara de expresar externamente su fe y su agradecimiento a Dios, fuente de todo bien,  porque por su bondad podemos alimentarnos cada día. La mujer y el niño de la escena rezan,  a pesar de su debilidad son fuertes.

Silvio Pellico (1789-1854), encarcelado en Austria por razones políticas, cuenta en su estupendo libro “Mis prisiones” que en la cárcel descubrió la grandeza de la fe católica. Con otro joven compañero de prisión hablan de la armonía entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral.



Y se preguntan si al salir de la cárcel serán tan pusilánimes como para no confesar su fe, que ahora ven tan evidente, si se dejarán impresionar por el qué dirán los demás. Pellico responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en ti ni en mí, ni que la tengamos nunca."


lunes, 9 de enero de 2017

Cómo defender la fe sin levantar la voz

Cómo defender la fe sin levantar la voz
Austen Ivereigh y Yago de la Cierva
Ed. Palabra







En el año 2010 el Papa  Benedicto XVI viajó al Reino Unido, un país en el que la percepción pública de la Iglesia católica ha sido negativa durante siglos. Un pequeño grupo de católicos de a pié –estudiantes y jóvenes profesionales, “con trabajo, hijos e hipotecas que atender”- vieron en la visita del Papa una  oportunidad: podrían ofrecerse a  los medios de comunicación para contar la realidad que ellos vivían en la Iglesia, muy distinta de la percepción negativa reinante en su país. Y se prepararon a conciencia. 



Así nació Catholic Voices, que desde entonces realiza  una importante labor de comunicación en el Reino Unido. Su presencia es solicitada por los medios en los debates que afectan a la vida de la Iglesia. Su ejemplo ha cundido en otros países.




Este libro recoge parte del trabajo de Catholic Voices. Son “respuestas civilizadas a preguntas desafiantes” que están en la calle.   Respuestas  razonadas, apoyadas en datos y fruto de horas de trabajo serio,  para presentar el mensaje cristiano  ante una  ideología  que pretende que creamos que no tiene relevancia lo que la Iglesia diga. 



Yago de la Cierva, de la mano de Austen Ivereigh –uno de los promotores de Catholic Voices en Inglaterra, y autor de El gran reformador, una gran biografía del papa Francisco- ha adaptado el contenido del libro a cuestiones que afectan especialmente a España.




Un cristiano corriente ha de ser capaz de dialogar con seguridad y confianza sobre las buenas razones y datos que avalan la postura de la Iglesia cuando habla de población y desarrollo, de la defensa del no nacido o de la cultura del descarte. La ideología dominante no es una amenaza, sino una oportunidad que reclama creatividad, estudio y diálogo, para saber mostrar las buenas razones y datos que apoyan la fe de la Iglesia.








No busques un escondrijo, prepárate” es el lema de Catholic Voices. Prepararse significa documentarse, formarse, estudiar, analizar, escuchar a quienes defienden posturas contrarias, buscar la verdad que hay en toda acusación, y desde el diálogo amable caminar junto a los oponentes, siempre de modo respetuoso hacia las personas, aunque no compartan las ideas. 



Esa es precisamente la gran aportación de este libro. Enseña a caminar juntos y amigablemente en busca de la realidad, porque la realidad nos llevará a la verdad. Con hechos reales, los prejuicios caen.




¿Tiene derecho la Iglesia a pronunciarse en política? ¿De verdad defiende la  igualdad y libertad? ¿Es partidaria de la promoción de la mujer? ¿Por qué no apoya las políticas sobre población que promueven los países ricos?  ¿Por qué se opone a ciertas leyes en materia matrimonial, familiar o educativa? ¿Por qué rechaza la cultura del descarte




Las objeciones de los acusadores son analizadas con objetividad, se busca la parte de verdad que contienen para reconocerla,  se pone en evidencia lo que no es cierto, se explican las razones y datos que faltan en la acusación, y desde ahí se buscan nuevos enfoques y puentes de entendimiento hacia la realidad, buscando tratar cada cuestión con la objetividad necesaria. Al final de cada capítulo se aporta un resumen de ideas, datos y nuevos enfoques que es necesario resaltar para facilitar el entendimiento, evitar tergiversaciones y desinflar mitos.


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Sobre la mujer en la Iglesia, muestra la evidencia de que la dinámica que está detrás de la emancipación de la mujer viene del cristianismo. Hay más mujeres con funciones de liderazgo dentro de la Iglesia que en otras instituciones comparables. Por ejemplo, la escasa proporción de mujeres en el Vaticano (aunque es una proporción que supera la de las multinacionales, por ejemplo) es similar a la de varones laicos. El problema  es el exceso de clérigos en cargos que podrían desempeñar laicos (mujeres o varones).  Interesante la fuerza con que surge un nuevo feminismo, que busca emancipar a la mujer salvaguardando su identidad diferenciada.




Respecto al matrimonio, resalta que la Iglesia no rechaza a los homosexuales. Defiende que el Estado debería promover el matrimonio conyugal por el bien de la sociedad y especialmente de los niños. Es reseñable que algunas “leyes de matrimonio homosexual” convierten  en susceptible de ser acusado de discriminación a quien no esté de acuerdo con esa ideología, que se presenta como una nueva religión a la que todos deban someterse, algo impropio de una  democracia.


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En educación, hay una idea básica: los colegios son prolongación de la familia, no del Estado. La educación es formación de hábitos y virtudes, y por eso la dimensión religiosa no puede excluirse. Frente a afirmaciones en contra, los datos evidencian que  las escuelas católicas son las más diversas social y étnicamente, y no sólo forman el caracter sino también superan la media en las demás áreas, hasta deportivas. 



El secreto de esa eficacia social es su identidad, y para asegurarla necesitan autonomía para elegir a sus directivos, docentes y alumnos. Esa autonomía es parte de la libertad religiosa reconocida por la Constitución. El Estado debe garantizar el derecho de los alumnos (o de sus padres si son menores) a la enseñanza de religión en la escuela púbica.


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En política, la Iglesia católica tiene el derecho natural de pronunciarse. Nadie como la Iglesia defiende la distinción entre política y fe, y el diálogo entre ambas para que no se aíslen y contribuyan a la mejora de la persona en su totalidad. En el cimiento de la libertad social y de nuestra civilización está la doctrina social de la Iglesia, que es su única agenda política.



Sobre población, SIDA, ecología y desarrollo, multitud de datos avalan que nadie como la Iglesia está tan cerca de los pobres y puede hablar con tanta autoridad en su nombre. Los mejores expertos en SIDA han confirmado que el comportamiento sexual responsables que promueve la Iglesia es el más idóneo para la prevención


Los países pobres no necesitan frenar la natalidad, que es a lo que preferentemente destinan sus ayudas los países ricos. Su verdadera necesidad  es que se promueva un comercio internacional justo. Las familias numerosas no son la causa de la pobreza: la causa es que se anteponga el dinero y el beneficio a las personas.


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Sobre los abusos sexuales, la Iglesia ha reconocido que sólo un caso sería ya una situación abominable, y ha pedido perdón. Pero hay que contar toda la verdad: la mayor parte de las acusaciones proceden de hechos sucedidos hace 30 o 40 años. Las escuelas católica no actuaron entonces ante denuncias, pero tampoco lo hacían otras instituciones similares, en las que proporcionalmente abundaron más los abusos. 


Ha habido un despertar moral en la sociedad ante el abuso sexual a menores, y un cambio radical en los protocolos de actuación que sitúa a la Iglesia católica en la vanguardia de la prevención, frente a otros grupos o instituciones. Se constata cómo el sacerdocio católico no es refugio para quienes cometen abusos, ni hay vínculo causal con el celibato. Y todo evidencia que hoy la Iglesia es un ambiente seguro para la juventud.


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La igualdad es un principio cristiano: la Iglesia defiende que todas las personas tienen el mismo valor y dignidad, porque todos somos hijos de Dios. La Iglesia acoge a todos, rechaza cualquier discriminación. Pero está en contra de la forma en que tratan de aplicarse ciertas leyes de igualdad, porque afectan negativamente a otros derechos y libertades. Reclama la libertad de asociarse y de manifestar públicamente las propias convicciones, que deben estar protegidas por la ley. 



La ideología de género es una ideología, no está basada en la ciencia, y privilegia a colectivos LGTB por delante de otros colectivos que también están en riesgo de exclusión. Ciertas leyes de género vulneran derechos fundamentales como el de libertad de expresión, la libertad de los padres de elegir la educación de sus hijos, la libertad de creación de centros educativos, o la patria potestad de los padres.




Sobre la sexualidad, la Iglesia siempre ha visto en el sexo una bendición de Dios, una llamada al  amor en un contexto de compromiso y estabilidad, y su fin es estar abierto a la vida. Es una forma de entrega que protege el amor verdadero. La Iglesia no llama a nadie desordenado, sino a los actos que no expresan el amor conyugal abierto a la vida. Hay muchas formas de dar y recibir amor que no son sexuales o conyugales, como el amor de amistad.


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Interesante también todo el capítulo destinado a la cultura del descarte. Hay un despertar moral ante la belleza de la vida del no nacido, y la Iglesia habla en nombre de los que no tienen voz. Nadie como la Iglesia ofrece soluciones a mujeres asustadas ante el embarazo. El valor de la vida humana no está determinado por el tamaño, ni por la fortaleza física o síquica.



El suicidio asistido convierte en más vulnerables a los vulnerables y a los discapacitados. Debilita el progreso médico en el tratamiento  de enfermos crónicos y terminales, y frena el  avance en cuidados paliativos, como se ha comprobado en países donde se ha aprobado. Lo que la Iglesia defiende es la necesidad de ayudar a darse cuenta de su valor a quien se considera una carga, y a que viva dignamente el tiempo que le quede.



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Lo arriba expuesto es un brevísimo apunte del contenido del libro. Junto a la claridad de la exposición y el esfuerzo de precisión terminológica –pues la manipulación de términos ha sido tantas veces fuente de sofismas y argumentos falaces contra la Iglesia- es especialmente de agradecer el tono positivo, que busca sinceramente la comprensión y el entendimiento con el oponente, sin caer en frentismos ni victimismos.