Lo que el viento se llevó.
Margaret Mitchell. Ed Zeta.
Margaret Mitchell fue reportera del Atlanta Journal
entre 1922 y 1926. Dedicó diez años a escribir esta magnífica novela, enmarcada
en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América, una guerra civil que
enfrentó durante cuatro años a los partidarios de la Unión con los confederados
secesionistas de los Estados del Sur. Murieron más de 700.000 personas. Comenzó
el 12 de abril de 1861 y terminó el 9 abril de 1865, con el triunfo de la Unión.
El personaje central es Scarlet, niña mimada de
sangre brava irlandesa, criada en la próspera y apacible finca sureña de Tara,
en Georgia. Scarlet es tenaz, caprichosa y sin escrúpulos a la hora de obtener
lo que desea. No puede soportar que alguien le arrebate aquello que pretende,
bien sea el amor de un hombre o la posesión de algo de valor. Scarlet está
dotada de un enorme sentido práctico, puesto al servicio de su afán de poseer.
Sin embargo, la verdadera protagonista es la frágil y
delicada Melanie, poco agraciada, endeble de salud, pero con un gran corazón,
recto y leal, y una integridad que acabará siendo el auténtico baluarte en el
que todos se han refugiado sin darse cuenta, cuando mas bien parecía que era
ella la necesitada de protección. Quizá lo descubran cuando ya es tarde para
agradecérselo, aunque el descubrimiento acabará dando luz a sus propias vidas,
tan desencaminadas. Afectará sobre todo a Scarlet y a su tercer marido, el
enigmático Rhett Butller.
En contraste con el egoísmo de Scarlet,
Melanie se entrega generosamente a quien la necesita. “He de confesar una cosa
(pensó Scarlett sobre Melanie): cuando la necesitas la encuentras a tu lado.”
Las
buenas acciones de las personas buenas actúan como un bálsamo y un imán purificador,
incluso en los más desaprensivos: “Scarlett miraba con envidia los ojos de Melanie.
Sabía que los suyos eran como los de un gato hambriento, pero los de Melanie
eran como los había descrito Rhett: como dos buenas acciones en un mundo
perverso, como dos bujías protegidas del viento, como dos dulces y discretas
llamas…”
La novela, junto a una buena aproximación al duro
ambiente vivido en Georgia durante esos años, es un canto a la belleza de la
conducta dirigida por el deseo de hacer el bien a los demás sin pedir nada a
cambio, en duro contraste con la actitud egoísta y destemplada de quien sólo piensa
en sí mismo, y considera a los demás como meros objetivos de conquista o
material desechable.
Es interesante la forma en que Mitchell se
entretiene en describir aspectos propios de la psicología femenina, que
fácilmente se pueden confundir o identificar -porque a veces lo son- con la
doblez:
“Scarlett se esforzó en no llorar. La única ocasión
en que podía servir el llanto era cuando se tenía cerca de un hombre de quien
se quisiera obtener algún favor.”
“Los hombres son tan vanidosos que creen todo lo que
lisonjea su amor propio: fingiré que le quiero…” piensa Scarlett, arruinada,
antes de robarle el novio a su hermana con malas artes, al comprobar que había
hecho cierta fortuna con su negocio.
Tanto la novela como la película del mismo nombre,
dirigida en 1939 por Victor Fleming, constituyen uno de los grandes hitos imprescindibles
de la literatura y del cine. Una historia bien narrada, con los ingredientes
necesarios para que resulte atractiva y humanizante: el amor y el odio, el egoísmo
y la generosidad, la belleza de la bondad y la fealdad del mal, acción,
aventura, la odiosa guerra y sus fatales consecuencias… Queda todo sabiamente
reflejado.