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martes, 21 de junio de 2016
María Vallejo-Nágera. Historia de una conversión
La conversión de María Vallejo-Nágera
Este impactante video (lo inserto abajo) es la historia de una conversión, la de la escritora María Vallejo-Nágera. Una conversión narrada en primera persona por su protagonista con la fuerza de lo personalmente vivido, que no deja lugar a dudas sobre la veracidad de lo que cuenta.
Solía decir san Josemaría Escrivá que no necesitaba milagros: "Me basta con los milagros del Evangelio", decía. Él, que experimentó acciones extraordinarias de la gracia, quería dejar claro que no hay que esperar a hechos extraordinarios para creer. "Dichosos los que sin ver creyeron", nos dijo el mismo Jesucristo.
Pero Dios actúa en la historia y en la vida de las personas. Y vaya si actúa. Cuando quiere y como quiere. A veces, con gracias "tumbativas", como la de san Pablo en su camino a Damasco. Y como la de María Vallejo-Nágera.
Descreída, unas amigas anglicanas le insisten en que debería acompañarlas a Medjugore, donde desarrollan una labor humanitaria en plena guerra de Bosnia. "Allí dicen los tuyos (los católicos) que se aparece la Virgen... Y además, no tengas miedo a las bombas porque los serbios han intentado arrasarla varias veces y no pueden bombardear, porque la Virgen ha prometido a los videntes que protegerá la ciudad bajo su manto".
Incrédula, María se niega, y medio se burla de sus amigas anglicanas, que teóricamente no deberían creer en la Virgen ni en apariciones. Pero un día, mientras sus amigas insisten de nuevo, oye una voz: "¿Por qué tienes tanto miedo si yo te espero aquí?" Es una voz muy dulce que percibe nítidamente en sus oídos. Poco después vuelve a escucharla: "Ven".
Primero desconcertada, luego sobrecogida, ante la sorpresa de sus amigas, repentinamente accede. "Voy". Y ya en Medjugore sucede algo. Durante tres segundos, en plena plaza y rodeada de sus amigas, se paraliza todo y todos a su alrededor. Siente caer sobre ella algo superfuerte, que describe como "un denso rocío de amor". Y en esos tres segundos ve toda su vida, todos sus pecados. Y oye una voz, esta vez de varón, en su corazón: "¡María, María, así es como te amo, y así es como amo a todo el mundo! Pero no me corresponden".
"Una brutalidad de amor me cayó encima, un desgarrón interior por el dolor que mis pecados -veniales, sobre todo- le había hecho a Jesús, principalmente a Jesús, aunque eran daño a otros. "Cuenta al mundo mi Amor".
**
A partir de ese momento, y aunque le faltaba formación para entender la Misa y la Eucaristía, María siente una fuerte atracción hacia el Sagrario, hacia los sagrarios de todas la iglesias católicas, "cárceles de Amor" donde Jesucristo nos espera con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. "Gracias por venir a verme un ratito", oyó la primera vez que vio al Santísimo Expuesto en la Custodia de una iglesia. "Es el mismo Jesús que andaba por Galilea. Adorarle delante del Sagrario es una delicia."
La descreída María Vallejo pasa a tener un amor alucinante por Jesús. Y ese enamoramiento le va acercando a la Confesión. "Cuando uno pasa por el confesonario, Dios Padre olvida todos sus pecados."
Y de ser la niña mimada de la editorial Planeta, que le ha publicado algún libro con latigazos anticlericales, pasa a ser una apestada, literariamente hablando. No le publican más. "El mundo cultural es anticatólico". Pero no le importa.
Ella ahora habla en positivo. Ha estudiado más en las fuentes de la doctrina católica. Y en lo experimentado por los santos. Le impacta descubrir el diario de santa Faustina Kowalska, escogida por Dios para extender el mensaje de confianza en lo mucho que Dios nos quiere: la Divina Misericordia.
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Son mensajes que nos llegan de Arriba: Dios se hace oir cuando quiere y como quiere. Sobre todo se hace oir de la gente que reza. "La Virgen habla mucho del rosario. El rosario es arma poderosa. Con la oración del rosario y el ayuno se pararían todas las guerras."
Este video es un precioso testimonio, que puede hacer mucho bien. Algo de valor infinito, como el amor infinito que Dios nos tiene, expuesto con la sencillez de lo auténtico y la plasticidad de una buena narradora.
Un testimonio que anima a "no perder ni un segundo, a evitar pecados de omisión. Porque al final de la vida, sólo se nos va a preguntar una cosa: "¿Cuánto has amado?".
No hay que tener miedo a morir, porque Dios es amor infinito. Sólo hay que tener miedo de no saber amar a Dios. Vale la pena dejarse seducir por su Misericordia. Y buscarle donde nos espera: en la Confesión y en la Eucaristía. Él hará el resto.
Les dejo el video. Que lo disfruten.
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lunes, 18 de agosto de 2014
El regreso del hijo pródigo. Un maravilloso cuadro de Rembrandt
El regreso del hijo pródigo. Meditaciones sobre un cuadro de Rembrandt.
Henri J.M. Nouwen
Henri Nouwen (1932-1996), sacerdote católico holandés, fue profesor en varias universidades de Estados Unidos y en sus últimos años abandonó sus clases para trabajar como capellán en una institución dedicada a la atención de deficientes mentales.
Este libro
es la narración del impacto interior que le produjo la contemplación del famoso
cuadro de Rembrandt, en que aparecen
los personajes principales de la extraordinaria parábola de Jesús sobre el hijo
pródigo, recogida en el capítulo XVdel Evangelio de san Lucas. Retrata el momento del retorno: el Padre acoge con
un abrazo maternal al hijo, que vuelve sucio, arruinado y humillado, pero
arrepentido, al hogar del Padre, ante la mirada fría y desconfiada del hermano
mayor.
Con una valiosa erudición pictórica, Nouwen nos enseña a contemplar la
pintura, y a descifrar la propia experiencia vital de Rembrandt. La luz, los claroscuros y colores, los estudiados
ropajes, gestos y actitudes de cada
personaje, muestran una profunda
asimilación de la enseñanza que Jesucristo nos ha querido transmitir sobre el amor paternal de
Dios a cada persona. Es una magistral imagen de las consecuencias de nuestra
condición de hijos de Dios, en perfecta sintonía con la enseñanza de la Iglesia
católica sobre la filiación divina.
El autor se
fija primero en la imagen del hijo menor,
el que se marchó de la casa del Padre de manera destemplada y
desagradecida, hastiado de una vida aparentemente monótona, buscando independencia y placer. Ahora regresa en actitud
humilde y compungida, extraordinariamente interpretada por Rembrandt. Nouwen
extrae consideraciones que invitan a la reflexión personal, al contrastar la
propia conducta con la del personaje del cuadro.
Después
repara en el hijo mayor, en su rostro frío y distante, incapaz de participar de
la alegría del Padre por la vuelta del hijo descarriado. Su aparente dignidad,
propia de quien se ha mantenido junto al
Padre en su casa, está ensombrecida por
una heladora falta de comprensión y de afecto: no ha entendido todavía la
capacidad de perdón y de olvido de las ofensas que tiene el amor verdadero.
Y por
último, descubre al Padre, su actitud maternal, acogedora, benevolente,
dispuesta al perdón. En el Padre la alegría por el regreso del hijo arrepentido
es mucho más grande que el sentimiento de ofensa. Y en esa actitud Nouwen descubre el sentido de
su propia vocación, que es en el fondo el sentido de toda vocación cristiana: participar
del amor de Dios Padre por cada hombre, hacer sentir a cada persona que no está
sola, que se la quiere. Un amor que no conoce fronteras, siempre dispuesto a acoger y perdonar por
grandes que hayan sido los desprecios y ofensas recibidas.
Uno de los
autores que más ha profundizado en el amor paternal de Dios por los hombres, y
en el correspondiente sentido de la filiación divina, es san Josemaría Escrivá.
Por eso, un buen complemento de este libro es la homilía La conversión de los hijos de Dios, en Es Cristo que pasa, nº 64. Su comentario a este mismo pasaje del
Evangelio es, más allá de la mera contemplación del cuadro, una invitación a
sacar consecuencias operativas de la maravillosa realidad de nuestra condición
de hijos queridísimos de Dios.
Inserto este video en que el fundador del Opus Dei habla precisamente de la maravilla que supone un Dios siempre dispuesto a perdonar:
domingo, 6 de abril de 2014
Álvaro del Portillo, maestro de vida cristiana
El periodista y escritor Salvador Bernal ha estado en Valencia
para dar una conferencia sobre la beatificación de Álvaro
del Portillo en su centenario. El acto se celebró en la parroquia
de san Josemaría, y fue seguida con gran interés por centenares de
personas que llenaron la nave del templo.
Bernal
es autor de dos libros biográficos sobre el futuro beato. En su intervención,
destacó la humanidad y el don
de gentes del sucesor de san
Josemaría Escrivá al frente del Opus
Dei: lo considera un hombre bueno, "en el
buen sentido de la palabra, bueno”, que decía de sí mismo Antonio Machado. Fue
un hombre de gran corazón, pendiente de los demás, profundamente agradecido. “Adivinaba
tus problemas, y se adelantaba a resolverlos sin hacerlo valer.”
Precisó que esa
bondad no se confunde con la bondadosidad: desde su trato personal con Álvaro
del Portillo, refirió detalles de su vida que manifiestan una especial reciedumbre,
con enfermedades desde la infancia y hasta el final de sus días.
Esa fortaleza se
manifestó, a juicio de Bernal, no sólo al conllevar problemas físicos, sino,
sobre todo, ante las graves dificultades que vivió, junto al fundador del Opus
Dei, en los años cuarenta en España, y luego en Roma, hasta conseguir la
deseada solución jurídica. “Los santos se
manifiestan en su entereza ante las dificultades”.
Álvaro del Portillo
fue una importante personalidad de la vida eclesiástica en la segunda mitad del
siglo XX. Entre otras manifestaciones, tuvo un papel decisivo en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor y presidente
de una de las comisiones preparatorias de la futura asamblea ecuménica, sobre el papel de los laicos en la Iglesia. Fue luego secretario de la que estudió los problemas del sacerdocio en
aquel tiempo y redactó el decreto Presbyterorum
ordinis, aprobado el 7 de diciembre de 1965 con sólo cuatro votos en
contra.
Pablo VI,
aparte de confirmarle en sus cargos, le nombró consultor de la comisión para la
revisión del Código de Derecho Canónico. En 1966, le designaría consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y
luego Juez del Tribunal para las causas de competencia de ese Dicasterio.
Se comprende la inmensa alegría con que –unido a san
Josemaría‑ acogió las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Agradecía al
Espíritu Santo ese impulso vivificante para la fidelidad y expansión de la
Iglesia en el siglo XX.
Juan Pablo II saludo a Álvaro del Portillo en la plaza de San Pedro |
También
Juan Pablo II le manifestó un
especial cariño: acudió a rezar a la capilla ardiente de don Álvaro del
Portillo el día de su fallecimiento, 23 de marzo de 1994.
La
causa de beatificación se abrió en marzo de 2004, poco antes del tránsito al
cielo de Juan Pablo II. Cumplidos
los diversos trámites y estudios, Benedicto
XVI declaró el 28 de junio de 2012 que constaban las virtudes heroicas y la
fama de santidad del Siervo de Dios Álvaro del Portillo. Apenas un año después,
el 5 de julio de 2013, el papa Francisco
reconoció un milagro obtenido por su intercesión. Esta coincidencia de los tres
pontífices del siglo XXI confirma que Álvaro del Portillo fue un hombre bueno y
fiel, maestro de vida cristiana, que sirvió heroicamente a la Iglesia y a las
almas.
Respondiendo
a una de las preguntas de los asistentes, acerca de la intercesión de los
santos, Bernal contó que en el trato personal Álvaro del Portillo era una
persona daba paz: sabía conjugar el trabajo intenso con la serenidad. “A su
lado se trabajaba mucho, pero con paz. Por eso ahora son muchos los que acuden
a él para pedir la paz: en el mundo, en la propia familia, o ante las
contradicciones.”
Salvador Bernal, periodista y autor de dos biografías de Álvaro del Portillo |
Salvador
Bernal, editor de la agencia de colaboraciones Aceprensa, asistió
también a uno de los habituales encuentros de periodistas en la oficina
de comunicación del Opus Dei en Valencia. Desde su experiencia en el periodismo
de análisis, aportó interesantes ideas sobre la crisis de los medios, en la que
apuntó también una importante crisis de pensamiento, y la misión del periodista de acercar la
realidad al ciudadano. Refiriéndose a algunas de sus experiencias profesionales, resaltó otra de
las cualidades patentes en Álvaro del Portillo: su profundo respeto a la
libertad personal, a la que siempre añadía una llamada a la responsabilidad.
En el
encuentro se trató también de la comunicación en la Iglesia. Bernal comentó el
alcance mediático de los gestos del papa Francisco. “Para recordar la
importancia del sacramento de la Penitencia, Juan Pablo II se hizo fotografiar
confesando en san Pedro. Ahora el papa Francisco ha logrado un impacto de alcance con la fotografía en la que él mismo está confesándose: un
gesto muy suyo, insólito en la historia del papado. En una imagen se dice todo:
si el mismo papa, que es tan bueno, se confiesa, todos lo necesitamos. El gesto
es un hecho que autentifica la palabra.”
Esta es la foto de Francisco que ha impresionado al mundo:
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lunes, 12 de agosto de 2013
Una historia de periodismo y amistad. El hombre que salvó mi alma
Tony Hendra. Ed.Maeva,
2004. 293 pags.
Nacido en
Inglaterra y graduado en Cambridge, Tony
Hendra ha trabajado como periodista, escritor y guionista de series de humor. Alcanzó éxito
en Estado Unidos, donde ha transcurrido la mayor parte de su carrera, con programas
satíricos y polémicas colaboraciones en numerosos medios.
Fue guionista
de la innovadora serie de la BBC Spiting Image, dedicada a la crítica social y política,
posteriormente imitada en numerosos países.
Hendra describe
el trabajo que le llevó a la fama como el de un “cínico, escéptico, exhumanista,
del club de los mundanos, para quien nada es sagrado”, dedicado a la sátira, un género “cruel e
injusto”.
En este
libro Tony Hendra nos descubre su íntima historia personal. Adolescencia atolondrada, ideales de juventud,
ilusiones y desengaños, rencillas, éxitos y fracasos profesionales y amorosos…
No escribe
por exhibicionismo, sino para rendir homenaje al amigo que iluminó su vida: el
sacerdote benedictino Joseph Warrilow, que le ofreció el refugio seguro de su
paternal amistad. La paz que experimentó
en su juventud tras una charla apacible, en la que abrió su alma en confesión, le marcó para siempre.
Tony Hendra narra
con la soltura de un buen guionista y la
viveza de lo experimentado. Habla de la vida, no de teorías. Mantiene la
frescura del relato con un agradable sentido del humor, y a veces con la desgarrada
heterodoxia del satírico, que no se
corta llamando a las cosas por su nombre.
Hendra
retrata el itinerario de quienes viven rodeados de ambición e increencia. Sin
resortes interiores, resulta fácil pasar de la ambición desorbitada de fama y
poder al vértigo de las drogas, el sexo y el alcohol. Lo que viene después de
esos espejismos de felicidad es lógico: la depresión, el
vacío existencial, la desesperación.
La sátira, un periodismo
que hace daño
Al mirar
atrás, hace autocrítica de su modo de entender
el periodismo, cuando se sentía “con una
misión tan elevada (redimir el mundo mediante la sátira y liberarlo de todos
los malvados), que se consideraba libre de obedecer las normas por las que vive
la gente vulgar”, de atacar por escrito
y personalmente a otra gente sin importarle el daño que cause. Se siente tan
por encima del “insignificante sistema moral de los otros mortales, que se permite
cometer transgresiones impunemente”, tratando a los demás y sus familias con
desprecio y falta de humanidad. Él era puro, los demás corruptos.
Es interesante
su diálogo sobre los efectos colaterales de la sátira: quien parodia puede
convertirse en alguien tan cruel o hipócrita como sus caricaturas.
“Me he
entrenado en denigrar reflexivamente a gente con la que no estoy de acuerdo, o
que desprecio, o de cuyas motivaciones recelo. Sin tener en cuenta el efecto
que ello pueda ejercer en mi propio estado moral.”
Ha
visto actuar así a muchos editores,
periodistas, escritores, personajes del
cine y la televisión. “Piensan que el recelo y el escepticismo son obligaciones
profesionales, moralmente neutras. Pero ni el recelo, ni el escepticismo, ni el
desprecio son neutros.” Hacen daño al que los ejerce. No son virtudes. Son
vicios, hábitos de conducta nocivos para la propia personalidad, que acaban
enfermando a quien los practica.
Tiene
palabras duras, probablemente exageradas, para los de su oficio: “nunca he
conocido a un cómico que no fuera infeliz, vengativo, chalado, poco digno de
confianza y mal bicho…”
Reconoce sus
errores con sencillez, sin intentar justificarse. Rencillas y rupturas. O falta de idoneidad para tareas que quiso
emprender: “El espíritu cómico es una cualidad misteriosa que no se aprende (…)
Una cualidad misteriosa que reconoces al instante cuando el actor sale a
escena, incluso antes de que abra la boca, antes de que haga nada.”
Resalta la
importancia de no perder el contacto con tu público, sobre todo en el
periodismo de humor. Cuando regresa a Inglaterra tras años en USA, “una
generación había nacido en mi ausencia, y tenían innumerables recuerdos de
cosas grandes y pequeñas que yo no podía pulsar a nivel de reflejo para
hacerles reír.”
Tony Hendra siembra
el relato de agudos comentarios, con el
espíritu de observación de un buen humorista: en la Inglaterra de finales de
los 50 “había ya señales del nuevo sistema que te haría necesitar cosas que no
necesitas, pudieras pagarlas o no.” “Hay dos tipos de gente en el mundo:
quienes dividen el mundo en dos clases de gente y quienes no lo hacen…”
Juzga las
personas y los sucesos con un sano sentido común, propio de quien está de
vuelta de “experiencias liberadoras”. La vida le ha enseñado que en realidad
han sido experiencias cruelmente erróneas. El padre Joe tenía razón. También en que siempre se está a tiempo de
volver.
Egoísmo, el
peor pecado
“Has
cometido un pecado de egoísmo”, le había dicho la primera vez el padre Joe. Años
más tarde, Hendra entiende por fin que su mayor pecado no han sido las drogas,
ni el alcohol, ni la promiscuidad, ni las sátiras odiosas… sino la falta de
amor en su vida.
“El infierno
es estar solo para siempre, sin amar ni ser amado”, encerrado en él por
egoísmo, para toda la eternidad. Es no
tener más que esperanzas en uno mismo, amarse únicamente a uno mismo. “Es una
prisión sin puertas”, cuyos muros son las posesiones de las que no se sabe
vivir desprendido. “Cuantas más posesiones, más difícil es salir de la
prisión”.
Descubriendo el amor
En cambio,
“la paz es la certeza de que nunca estás solo”. Y el amor, la alegría en la
existencia del otro. “Cuando se descubre ese amor del otro se superan las meras
sensaciones y se empieza a descubrir el amor verdadero, que libera de la
prisión del yo, de lo que yo quiero, de lo que yo necesito.”
Y la
presencia esencial es la del Otro, a quien se ama. Esa presencia da un sentido
nuevo a la vida y al trabajo, que puede convertirse en oración. (Esto lo explicaba
muy bien san Josemaría: cualquier trabajo honesto puede ser convertido en oración, en ocasión de
encuentro con Dios, y por tanto de alegría y paz.)
La Iglesia
Hendra mira
a la Iglesia con cierta heterodoxia, pero con cariño, libre de prejuicios
frecuentes entre los de su profesión.
Rememora con
humor agradecido las clases de catecismo que recibió siendo niño. Las monjas
“usaban para inculcarnos la Fe tormentos dignos de la Inquisición, pero eficaces. ‘¿Por qué te creó Dios? Dios
me creó para conocerle, amarle y servirle en este mundo y ser feliz con Él para
siempre en el siguiente.’ En esta catequesis hay conceptos y supuestos que
pueden superar a un chico de 6 años, pero medio siglo después todavía puede
recitarlos dormido”.
Incide en un
comentario frecuente en artistas y personas sensibles, incluso alejadas de la
fe, acerca del estropicio que falsas interpretaciones del Concilio Vaticano II
causaron a la bella liturgia católica.
En su
juventud, Tony Hendra se siente deslumbrado
por la hermosura de la liturgia. El canto gregoriano “era la música del
espíritu a la busca de paz, no de alivio emocional; expresaba la avidez del
alma…”Era el polo opuesto al hedonismo y la sensiblería.
Cuando
decenios después acude de nuevo al templo, algo chirría. El latín ha sido mal traducido
a un lenguaje vulgar, aburrido e inexpresivo. Y “el guión universal de la
liturgia se ha dejado al arbitrio de cada cura, dejando al descubierto los egos
de cada cual. La augusta música milenaria había sido sustituida por una
colección de himnos en la estela de John Denver…”
Pero Hendra
sabe distinguir lo esencial de lo accesorio. La Iglesia, como aquella comunidad
benedictina de Quarr, es “un ente inconmesurablemente mayor que la suma de sus
partes.” No son ciertas las caricaturas de la Iglesia. Al fin y al cabo, concluye,
“la Edad de la Fe (la Edad Media) pudo no haber sido perfecta, pero esos siglos
benignos habían sido mucho más civilizados que el actual”.
Elogio de la
confesión
En los peores
momentos, el recuerdo del padre Joe, en su convento de Quarr, en la isla de
Wight, era su faro seguro. Sentía su
paternal amistad, aun cuando hubieran pasado años de desconexión. ¿Cuál era el
secreto de esa amistad fiel?
Algo en él
inspiraba confianza. Padres y educadores deberían tomar nota. Tras su primera
confesión con el padre Warrilow, se
asombra porque “…no había cuestionado nada de lo dicho por mí; no me había
pedido repetir ni clarificar, ni preguntado si me había dejado algo importante
en el tintero. Parecía suponer que yo decía la verdad (…) Eso era ya admirable:
ninguna persona con autoridad había dejado
de cuestionar directa o indirectamente lo que yo decía. La vida del
adolescente está dominada por interrogatorios acusadores (…) Supe que acababa
de conocer a un hombre que no tendría ninguna de las reacciones que yo había aprendido
a esperar...”
El padre Joe
“jamás decía algo malo (de nadie...), lo que aumentaba tu confianza en él. Cualquiera que culpa a la otra
parte en tus narices, también te culpará a ti delante de los otros.”
“Hablaba de Dios, pero muy de tanto en tanto,
y siempre en relación con la palabra amor (no como lejana autoridad que hiciera
temblar). Hablaba de Dios como “Él”, y ese Él era bondadoso, generoso,
creativo, músico, artista e ingeniero y arquitecto del genio. Un Él que vivía
plenamente su alegría y la tuya, que nunca te dejaba aunque resultara
fuertemente herido, que te daba regalos y oportunidades… que te daba deberes,
pero no te abandonaba si no los cumplías.” Ese otro dios que caricaturizan es
un prejuicio, ajeno a la verdad católica sobre Dios.
El padre Joseph Warrilow falleció de avanzada edad en 1998,
cuando ya Tony Hendra tenía en proyecto escribir sobre él, para contar al
mundo el inapreciable don, “la paz que
Dios, a través de un hombre santo, puede llevar a un alma con el Sacramento dela Confesión”.
Pienso que
este estupendo libro es también un homenaje a todos los sacerdotes que, por ser
hombres de oración y amigos de Dios, han ofrecido consuelo, amistad y consejo, y el tesoro de la confesión, a cuantos lo buscan.
Puede verse aquí a Tony Hendra contando su historia. Termina de manera significativa: con
el himno Salve Regina. Vino a sus labios cuando asimiló el fallecimiento de su fiel
amigo. Ella es el verdadero faro siempre
encendido para volver a puerto seguro.
sábado, 27 de julio de 2013
Mis prisiones. Silvio Pellico
La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores,
constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los
europeos en aquellos años.
Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo
directo, esforzándose por ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los
juicios ajenos… el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja
poso. Es lo que sucede con esta
historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber
leído algo que valía la pena.
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Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me
ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por
sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más
hondo.
Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar
desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen
haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo
en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.
Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:
“Cada vez que yo oía aquellas amorosas
reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a
nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios
por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la
confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla
con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que
oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas
lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la
lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida;
las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay
una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a
nuestros propios pensamientos.”
**
Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:
"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."
El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."
**
Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas:
"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos".
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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo. Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación.
Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!"
Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!
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Pellico había sido carbonario, y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral.
Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."
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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)
Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física. "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."
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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo:
"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."
Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."
Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”
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Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:
"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."
El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."
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Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas:
"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos".
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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo. Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación.
Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!"
Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!
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Pellico había sido carbonario, y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral.
Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."
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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)
Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física. "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."
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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo:
"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."
Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."
Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”
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viernes, 14 de junio de 2013
Chesterton, autobiografía
G.K. Chesterton. Autobiografía.
Ed. El Acantilado
“Aquí estoy en la malsana y degradante tarea de contar la historia de mi vida”. Así habla de sí mismo en esta singular autobiografía el genial escritor y periodista inglés (1874-1936) que cultivó gran número de géneros literarios: novelas de intriga (la genial saga del Padre Brown, o El hombre que fue jueves), biografías (Tomás de Aquino –una de las mejores sobre este gran santo e intelectual-, san Francisco de Asís, Charles Dickens), ensayos (Ortodoxia), poesía,… Fue especialmente memorable en sus columnas periodísticas. Destacó también como orador.
Son famosas sus controversias con personajes de la vida política y cultural del momento.
Su obra tiene un estilo polémico, a veces enmarañado, pero siempre cuajado de un peculiar y chispeante sentido del humor, que despierta el afecto y la sonrisa, e incluso la carcajada, en el lector.
Un sentido del humor con el que zahiere a quienes intentan polemizar sin fundamento: “Me alegra saber suficiente griego como para coger el chiste cuando alguien dice que es inútil en una democracia”. O con el que denuncia manipulaciones lingüísticas que esconden traiciones al bien común, o sencillamente al sentido común: “Ahora llaman hombre de negocios al capaz de arruinar, destrozar y tragarse los negocios de cualquiera”.
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