Cuidar a quien sufre
El
suicidio es, en estos momentos, la principal causa de muerte no natural en
España, y la primera causa de muerte evitable en el mundo. Algo se está haciendo
mal, y tiene que ver con nuestra capacidad –personal y colectiva- de aliviar el
dolor ajeno, cualquiera que sea su origen. La muerte nunca puede ser la
solución a los problemas humanos. No podemos dejar a nadie tan solo que
su único consuelo sea dejarse morir.
Pienso
que hay un amplio consenso respecto a lo que acabo de escribir. Por eso me
desconciertan tanto los argumentos de quienes, considerando el suicido un
fracaso colectivo, niegan que lo sea la eutanasia. La muerte como solución al sufrimiento
es una gran derrota social.
Algunos
afirman que la eutanasia es el modo de evitar la quiebra de la Seguridad Social,
un argumento cínico e inhumano donde los haya. No quieren ver que a lo que conduce
realmente la eutanasia es al envenenamiento de las relaciones, a la quiebra de la humanidad en las sociedades donde se implanta.
Los
especialistas en cuidados paliativos saben muy bien que, cuando un enfermo afirma
que no quiere seguir viviendo, lo que hay que hacer es preocuparse de él,
atenderle, cuidarle. Lo mismo sucede con cualquier otra causa por la que un ser
humano desee morir: no encontrar sentido a la vida, tratarse de un
parado de larga duración, ser un inmigrante que ha perdido toda posibilidad
de instalarse en su nuevo país, o el fallecimiento de un ser muy querido. La
solución nunca puede ser morir, sino ayudar.
Se
trata de atender las causas del sufrimiento, cualquiera que sea su origen. Donde se ofrece la atención necesaria, nadie persiste en su deseo de morir
anticipadamente. Y esa ayuda debería estar garantizada en una sociedad que se
precia de solidaria y fraterna.
En
el caso de los enfermos, la medicina ha logrado hoy en día paliar cualquier
sufrimiento. Existen los medicamentos necesarios, y son accesibles. El especialista
en cuidados paliativos sabe además que basta situar a un paciente terminal en un
ambiente agradable, en espacios grandes, con actividades en las que se sienta
bien, para que cambie su actitud ante la vida.
Donde se han puesto en marcha, prestan una ayuda impagable los equipos de
voluntarios, capaces de acompañar, escuchar, y también de apoyar a la familia
del enfermo, que suele sufrir la mayor parte de la carga del dolor. De hecho,
muchas de las demandas de muerte anticipada no proceden del paciente, sino de
sus familiares, que sufren con el enfermo. La familia requiere también apoyo.
Pero
es que además hay algo muy grande que la sociedad se pierde cuando no cuida de
sus mayores, o de cualquiera que pase por momentos duros. Nos perdemos el
milagro que experimentan en sus vidas quienes, al sentirse acompañados, afrontan
de cara el sufrimiento o la muerte. En
esos momentos se desprenden de lo peor, y aflora lo mejor que llevan dentro. Se
convierten en verdaderos maestros de vida para quienes les cuidan.
Quienes
sufren no son una carga. Atenderles, cuidarles, es enriquecer nuestro estilo de
vida, un estilo que ha caracterizado a las naciones con mayor nivel de
humanidad. Me resisto a creer que queramos perder esa nota propia de nuestra civilización.
¿Con qué confianza podremos seguir conviviendo en una sociedad que permite
eliminar a sus mayores, cuando cuidarles resulta costoso o sencillamente incómodo?