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jueves, 7 de enero de 2021

Inteligencia emocional

 




Inteligencia emocional. Daniel Goleman

 

Durante años pasó casi desapercibida esta cualidad del ser humano, que nos permite afrontar satisfactoriamente los problemas que surgen en las relaciones interpersonales. Se cualificaba a las personas según su Coeficiente Intelectual, un índice en el que no se contemplaban las emociones ni la capacidad de controlar los sentimientos y modularlos para que nuestras relaciones interpersonales sean armoniosas.

 

Daniel Goleman explica en este libro, publicado en 1995, qué son las emociones, la importancia que tienen en nuestra vida personal y en las relaciones sociales, y cómo podemos aprender a educarlas. Porque la inteligencia emocional, clave para resolver adecuadamente los conflictos humanos, se puede educar y hacer crecer. Goleman concluye que, para tener éxito en la vida, la gestión de las emociones es más determinante que el coeficiente intelectual.

 

 Además de escritor y periodista, Goleman es sobre todo psicólogo, y ofrece una práctica relación de consejos para ayudar al lector a identificar y gestionar sus sentimientos y estados de ánimo. Muchos problemas de convivencia y de salud surgen porque no somos capaces de distinguir el origen de nuestras emociones, y tampoco nos detenemos a tratar de comprender los sentimientos y estados de ánimo de nuestros interlocutores. Esa carencia nos inhabilita para la relación fluída y fructífera, tanto en la vida familiar como en la laboral o social.

 

Hay que pararse a pensar: un enfado puede cortocircuitarse si antes de darle expresión somos capaces de detectar alguna información que pueda mitigarlo.

 

Podemos mitigar la ansiedad, que siempre está provocada por una preocupación crónica y reiterativa, muy diferente a la reflexión constructiva acerca del problema objetivo que pueda estar provocándola.

 

Hay que saber descubrir cuándo una preocupación se está volviendo crónica, para desactivarla antes de que degenere en ansiedad y nos encierre en una actitud rígida ante el problema. Si no aprendemos a controlar la preocupación, viviendo el presente y analizando fríamente el problema, esa preocupación reiterativa puede degenerar en fobias y obsesiones.

 

Muy interesante los consejos acerca de cómo generar estados de ánimo positivos, y desarrollar la capacidad de transmitirlos a los demás. Es muy bueno su análisis, basado siempre en la observación práctica de las conductas, sobre la tristeza, la esperanza, el arte de criticar, el estrés, y los recursos para cambiar los estados de ánimo negativos: escribir es uno de ellos.

 

Goleman se detiene también en analizar el carácter, del que con frecuencia olvidamos que se puede reformar para mejorarlo. A veces, como decía san Josemaría, la expresión “son cosas de mi carácter” intenta tapar que algunas manifestaciones torpes de nuestra conducta son precisamente debidas a nuestra "falta de carácter", y a que no nos decidimos a poner el esfuerzo necesario por adquirir los hábitos que constituyen el “buen carácter”.

 

Si la depresión es una de las enfermedades más extendidas en nuestros días, Goleman afirma que, aunque la tendencia a la depresión tenga un origen parcialmente genético, su causa principal parece radicar en los hábitos mentales pesimistas, que predisponen a reaccionar mal ante los pequeños contratiempos de la vida.

 

Puesto que se trata de hábitos, hay que ser conscientes de que en el fondo “el destino te lo montas tú”. Se trata de promover hábitos saludables, habilidades emocionales, que nos impedirán caer en la depresión. Así, afrontar los problemas, sin rehuirlos. Pensar, antes de actuar. Revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión: por ejemplo, tomar resoluciones de trabajar mejor para sacar mejores rendimientos, en vez de pensar que uno no sirve. También conviene cultivar el arte del buen humor.

 

Muy adecuados también los consejos para desarrollar la virtud de la amistad

-mejorar la expresividad de nuestras emociones; 

-aprender a distinguir la expresividad emocional de los demás, los gestos y palabras, incluso el tono de voz o la mirada, a través de los que se manifiesta su estado de ánimo (triste, alegre, agobiado…) que nos permitirá sintonizar adecuadamente, con empatía; 

-mejorar la comunicación interpersonal, saber hacer esas preguntas que facilitan el diálogo; 

-aprender a observar y escuchar a los demás para averiguar cómo se sienten; 

-decir algo agradable cuando hacen algo bien; 

-sonreír y brindar colaboración, propuestas, aliento… 

En definitiva, hábitos necesarios para mejorar la comunicación, que es la base de la comunión interpersonal y la unidad en la familia y en las organizaciones laborales.

 

Muy interesantes sus comentarios y consejos sobre la asertividad, que es la capacidad de expresar los sentimientos directa y serenamente, con sencillez, sin agresividad, sin gritos, sin echar la culpa a otros, o sin ese permanecer silenciosamente a la defensiva, en ocasiones más temible para uno mismo y para los demás.

 

 

 

 

domingo, 26 de abril de 2020

La tentación del miedo






Parecía un párrafo de uno de los libros del pensador británico C.S.LewisCartas del diablo a su sobrino, publicado en 1942. Me lo ha pasado un amigo, sobresaltado por la similitud con nuestra situación actual, en plena pandemia ocasionada por el coronavirus

Gracias a la advertencia de otro buen amigo he comprobado que el párrafo es imaginario. Sin duda el autor, inspirado por el sentido que Lewis dio a su obra, ha querido imaginar qué nos diría de la pandemia actual y la reacción de muchos ante ella. Ha redactado un texto y lo ha puesto en circulación, sin advertir que el autor no es C.S.Lewis.

Lo que sí dice Lewis, poniéndolo en boca del diablo, es que como muchos no piensan en la vida eterna, "tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la supervivencia como el bien supremo. Pero es porque les hemos educado para que pensaran así."

Cuando Lewis tenía 30 años, su amistad con Tolkien supuso un reencuentro con el cristianismo. Su conversión dejó una profunda huella en sus escritos. En Cartas del diablo a su sobrino hace una magistral descripción, en clave irónica llena de humor británico, de las diversas formas en que el hombre se deja seducir por las tentaciones del maligno. Y una de ellas es no pensar nunca en el más allá de la muerte, en la vida eterna.



Transcribo ahora el párrafo ficticio que ha sobresaltado a mi amigo, redactado en estos días de confinamiento por algún bienintencionado que debería haber avisado de que el texto no es en realidad de Lewis, aunque se inspire en su obra:

"- ¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
- Por el miedo.
-- Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
- No. Miedo a enfermarse.
- ¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?
- Sí, se enfermaban.
- ¿Nadie más moría?
- Sí, morían.
- Pero, ¿no había cura para la enfermedad?
- Había.
- Entonces no entiendo.
- Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros)...
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quién da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido.”




Es la actitud que podríamos adoptar, atenazados por el miedo a perder la salud. Un miedo lógico, especialmente para quien piense que esta vida es la única.  

Si hay una cosa clara es que todos moriremos, si Dios quiere dentro de muchos años. Por eso lo esencial no es conservar la salud a toda costa. Lo decisivo es emplear la vida en algo que valga la pena, para esta vida y sobre todo para la otra.





Como están haciendo tantos héroes anónimos estos días, dejándose la salud y jugándose la vida por cuidar a quienes les necesitan. Así es como mejoraremos el mundo.

(Imágenes de la Clínica Universitaria de Navarra)

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuerpos y almas

Cuerpos y almas. Maxence van der Meersch





    Abogado y escritor, premio Goncourt en 1936, Maxence van der Meersch describe en esta bien trazada novela la vida de un médico de buena familia en la Francia de comienzos del siglo XX. Salen al paso, con agilidad y realismo,  los dilemas humanos, científicos, éticos y religiosos que se plantean en esos años en la vida de los médicos y de la sociedad en que viven. 


    Egoísmo y miserias humanas, lacras sociales debidas a vicios extendidos, falta de condiciones salubres, ignorancia de medidas profilácticas, ambición y visión crematística de la profesión, fallos por ignorancia o malas prácticas médicas, miedo a asumir responsabilidades, corporativismo, vacío y frialdad cuando falta la visión trascendente del ser humano... son algunos de los dilemas a los que el médico, entonces como ahora, debe saber enfrentarse. 


    Son cuestiones bien planteadas en el libro, que invitan a una reflexión ética de plena actualidad, y que el autor sabe enfrentar con sano criterio, destacando los valores humanos de los buenos médicos. Resalta también algunos consejos médicos (limpieza, dieta sana...) que iban descubriéndose en esa época, y el arduo trabajo de investigación y "prueba-error" que se esconde detrás de los avances científicos. 


    Late también la preocupación por los sistemas políticos vigentes, alejados tantas veces de las necesidades reales de las personas a pesar de declaraciones fatuas tipo "gobierno del pueblo por y para el pueblo", de las que se llenan la boca los políticos, que pueden acabar convirtiendo el sistema de sufragio universal propio de la democracia en un instrumento de sujeción en manos de minorías poderosas. 


    "Las pobres masas -afirma Van der Meersch  en boca de uno de sus personajes- rehúyen instintivamente el esfuerzo, y van detrás de quienes les predican las cosas fáciles y placenteras, de quienes les envenenan para explotarlas. Haría falta que estuvieran representadas por las selecciones de todas las clases, por los mejores del mundo laboral, no por los más perezosos o los más demagogos. Habría que dar con un sistema de catalogar a los hombres por su valor moral, reconociéndolo por signos exteriores: su familia, su calidad profesional, su altruismo..."  


    Y en el fondo, como sustrato, la pregunta sobre Dios y el descubrimiento del amor: "Jamás deberían los hombres odiarse: hay poco tiempo para amar. Y este es el gran misterio del amor: lo inexplicable es que uno quiera perderse por otro, y perdiendo gane." Y es que Dios, por el amor, se adentra en el hombre. "Carísimos: amémonos los unos a los otros, porque el amor proviene de Dios... El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor."

    "Los amores del hombre se cifran en el amor a sí mismo o en el amor a Dios. Sólo esos dos amores existen." El protagonista recapacita sobre el egoísmo en que se ha desenvuelto su vida: ese ídolo del egoísmo "al que tantos sacrifican todo lo bueno que podían hacer y tener."

    Es el gran descubrimiento del bien, que convierte la vida en una existencia lograda: "Uno de los mayores goces que el hombre puede experimentar es encontrar en su pasado el recuerdo de un gesto surgido del fondo de sí mismo, realizado sin proponérselo, sin haberlo querido, un gesto de pura bondad, que le impele a creer en el bien. Y más allá del bien, lo sepamos o no, está la presencia de Dios."


    Van der Meersch, ateo y de familia librepensadora, se convirtió al catolicismo en 1936. Cuerpos y almas fue escrita poco después, en 1943, y se deja ver el sentido sobrenatural del autor, lleno de humanidad. Hacia le final aflora su reflexión sobre el "no cansarse de actuar bien", que debería regir el obrar humano: "¡Cuán afortunados los que alcanzan el bien y la verdad por los caminos de la justicia, del cumplimiento del deber, del sacrificio, de le entrega de sí mismo! Un cruel destino debe ser para el hombre no haber podido entrever la faz de la verdad sino a la trágica luz de una mala acción irreparable, que le hace ver por contraste el bien que podía haber hecho y despreció."


    Esta obra le valió el Gran Premio de la Academia FrancesaUn gran libro, como lo atestiguan también sus numerosas ediciones internacionales. Recomendable para médicos y alumnos de medicina y enfermería. Y para los amantes de la lectura en general.