Torreciudad, mosaico de la Resurrección del Señor |
Resurrección
¿Es razonable la enseñanza sobre la resurrección contenida en
la revelación cristiana? Sin duda la respuesta no puede venir sino de la mirada
dirigida a Jesucristo, que nos muestra que la resurrección es razonable.
Pero
se trata de un don, que el hombre no puede alcanzar por sí mismo. Un don que
llena de sentido nuestra vida, y que está relacionado con la dimensión
espiritual de nuestro ser.
En
su libro Ciencia y fe, nuevas perspectivas, publicado en 1992, el científico y filósofo Mariano Artigas aportaba evidencias acerca de la nítida dimensión
espiritual de la persona, que a diferencia de otros seres posee una
interioridad irreductible a las condiciones materiales.
A
través de su inteligencia y su voluntad, la persona trasciende el ámbito de lo
material, y en su actividad consciente manifiesta sus dimensiones espirituales.
“El propio progreso de la ciencia experimental es un ejemplo de ello. La
actividad científica, sus métodos y resultados, sus supuestos (…) muestran que
la persona trasciende el modo de ser de los entes naturales.”
El
ser humano posee unos rasgos distintivos propios, inexistentes en otros seres
de la creación: la personalidad y la capacidad de amar, la interioridad y la
autorreflexión, el sentido del tiempo y la capacidad de abstracción, la
inventiva, la capacidad de comunicarse y usar el lenguaje, el sentido de la
verdad y de la ética, de lo que está bien y está mal… Son dimensiones únicas en
el ser humano.
Sólo
en la persona humana se ha producido (por la acción divina, como sabemos por
revelación y podemos intuir por la razón) un ser que posee unas dimensiones que
trascienden la naturaleza, sin dejar de pertenecer a ella.
John Eccles, Nobel de Medicina en 1963 por sus trabajos sobre el cerebro humano, afirmaba que
el materialismo es ciego con respecto a los problemas fundamentales que surgen
de la experiencia espiritual, no consigue explicar nuestra singularidad. “Cada
alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta
sostenible.”
Dios
da continuamente el ser a las entidades naturales, haciendo que funcionen de
acuerdo con su modo de ser propio. Pero en el caso del hombre, los efectos de
la acción divina sobrepasan el nivel material y constituyen un ser que
participa de la espiritualidad propia de Dios. El hombre es un ser único, que
abarca a la vez dimensiones espirituales y materiales.
Por
eso la supervivencia después de la muerte resulta lógica y coherente, no es
sólo algo que sabemos por la revelación de Dios a los hombres. Es lógica, porque la singularidad humana es
patente; sus dimensiones espirituales se reconocen fácilmente; para quien
piensa con rigor, también es patente la acción divina, que da el ser a todo lo
que existe; la propia experiencia nos dice que la relación especial del hombre
con Dios no se da en las criaturas inferiores; es coherente que no sería propio
de la acción divina la aniquilación, que contradice las tendencias que Dios ha
puesto en la persona –perpetuarse, anhelo infinito de felicidad, de amar y ser amado, capacidad de
compromiso, sentido del bien y del mal- y su dimensión espiritual, que le da
capacidad de subsistir con independencia de las condiciones materiales.
Pretender
explicar al hombre prescindiendo de Dios es meterse en un callejón sin salida, afirma Artigas:
la espiritualidad humana se encuentra íntimamente vinculada con la acción
divina en el mundo, y especialmente con la acción de Dios en el hombre. Sin
Dios, el sentido de la vida se convertiría en un misterio incomprensible.
Artigas
recuerda al psiquiatra Juan Antonio Vallejo–Nájera, que en su libro “La puerta
de la esperanza”, escrito poco antes de su muerte, quiso dejar constancia de su
convencimiento de que la muerte es una puerta abierta a la esperanza, cuando se
saciarán los anhelos de nuestra alma: el anhelo de justicia, pero sobre todo de sentirnos comprendidos, acogidos y amados: “Dios es misericordioso, eso los psiquiatras lo comprendemos
muy bien, porque también tenemos que serlo ante las aberraciones que pasan por
nuestras consultas. Y Dios, que es mucho más sabio, lo entenderá y comprenderá
mejor.”
Es
al otro lado de esa puerta donde el bien que hayamos hecho recibirá su recompensa.“El
hacer bien siempre es gratificante, pero al añadirle ese sentido de
ofrecimiento a Dios, se convierte en un gozo." Es así, con ese deseo actualizado
de hacer el bien, y de hecho hacerlo, como el más allá que enseña la religión
cristiana se convierte en un más acá, un anticipo de lo que será el Cielo, que
es la promesa de algo totalmente nuevo, pero que responde a un anhelo profundamete
arraigado en nuestro ser.
Sí. Jesucristo resucitó, y nosotros también resucitaremos (cfr. I Cor, 15, 13).