La vida lograda de un intelectual de pura cepa
Segunda navegación. Alejandro Llano. Ed. Encuentro
Una vida plena es una idea
tenida en la juventud y realizada en la edad madura. Estas palabras de
Alejandro Llano son, a mi juicio, las que mejor reflejan el contenido de este
magnífico libro, en el que se aprende y disfruta contemplando la trayectoria
intelectual y vital de un hombre de singular valía.
Se trata de la segunda parte de
las memorias del profesor Alejandro Llano, catedrático de metafísica en las universidades
de Valencia y Navarra. Como en Olor a yerba seca, que recoge sus
memorias de juventud, Alejandro Llano despliega
en este libro. ante el agradecido lector, todo lo que lleva dentro, con una libertad,
sinceridad y capacidad de llamar a las cosas por su nombre poco usuales.
Cuantos le conocemos sabemos de
su gratificante cualidad de expresar cosas
serias con simpatía y rigor. Y así lo hace en el libro, ayudado de una expresividad
literaria que debe, como confiesa también agradecido, a su afición apasionada por
la lectura desde muy joven. Afición no solo ni principalmente a libros sesudos,
sino también y sobre todo a la novela: Al
leer novelas, vivimos otras vidas y exploramos a fondo la nuestra.
Si en Olor a yerba seca el recorrido estaba lleno de anécdotas vitales,
en esta segunda parte acompañamos a Alejandro también por algunos de los
principales hitos de su trayectoria intelectual. Van desfilando personajes que
han influido en su pensamiento, y comparte con el lector sucesos y reflexiones
siempre enriquecedores.
Sorprende la facilidad con que
pasa del pensamiento profundo al comentario que te obliga a reír a carcajadas,
con envidiosa sorpresa de circunstantes. Lo que nos cuenta muestra una vida
colmada, con principios morales claros de los que extrae consecuencias
prácticas para la vida diaria. Así: La
clave del perdón es el olvido. La “memoria” encona el agravio e impide
perdonar.
Al hilo de sus planteamientos uno
se siente inclinado a contrastarlos con la vida propia. Por ejemplo, cuando se
pregunta: A mí, ¿en qué se me ha ido la
vida?
Una vida colmada es también una
vida agradecida. Son frecuentes las referencias a sus padres, llenas de emocionado y contenido
reconocimiento. Su madre, mujer fuerte y humilde, que siempre
procuró que la atención de quienes le rodeaban no se centrara en ella (…) Solía ponerse en segundo plano, lo cual no
disminuía –sino todo lo contrario- la impresión de gran categoría personal que
suscitaba en cuantos la conocían. Y el calor del padre y de cada uno de sus numerosos hermanos, siempre
unidos y a la vez dispersos por el mundo.
Pensador como es, saca
conclusiones de la realidad que observa. Alejandro se confiesa aristotélico y cristiano, que no platónico ni
neoplatónico. Por eso le da mucha importancia al cuerpo que somos (no “que tenemos”). Siento a mi padre y a mi madre
dentro de mí: también con su fortaleza y su proclividad a determinadas
enfermedades. Yo soy ellos. El legado de los padres no sólo se refiere al
aspecto sicológico, cultural y religioso, sino también es una herencia
biológica.
La evidencia del ser de lo real
permite conclusiones importantes. Por ejemplo, que los motivos por los que las familias
numerosas constituyen un fenómeno positivo,
que es conveniente fomentar y apoyar,
no son pragmáticos, sino más bien ontológicos:
el ser humano es un bien en sí mismo, y
su nacimiento es la única novedad radical que aparece sobre la tierra. A cada
uno de los hijos, muchos o pocos, se les puede decir: ¡qué bueno es que existas!
Lector empedernido, es
significativa su afirmación acerca de que la salvación intelectual está en los
libros. Regenerarán la universidad unos
pocos profesores y unos pocos alumnos capaces
de leer, reunirse y hablar entre sí. Nada de lobbies ni tácticas a corto plazo.
El silencioso diálogo de la lectura es la mejor terapia contra el pragmatismo y
el funcionalismo. Es preciso leer mucho y bueno.
Nos regala interesantes referencias a las lecturas que más
le han influído, de las que el lector atento toma buena nota para cubrir
lagunas: El jardín de los Finzi Contini,
de Giorgio Basan. Historia del buscón llamado Pablos, de Quevedo. Dostoieski:
El idiota; Demonios; Los hermanos Karamazov. El
corazón de las tinieblas, de Joseph
Conrad. Los Budenbrook (Thomas Mann). En busca del tiempo perdido, de un Marcel Proust, de quien afirma
que se equivoca en la antropología, pero hace descripciones magistrales de
las actitudes humanas. José y sus
hermanos; Doctor Faustus; La montaña mágica (Thomas Mann). Ética a
Nicómaco, de Aristóteles. Ulises (Joyce). El ruido y la furia
(Faulkner). El Danubio, de su amigo Claudio
Magris. Y un largo etcétera. Y por supuesto el Evangelio: La Biblia
es el libro cuya lectura nos permite llegar a entender cada vez mejor la propia
Biblia. Ninguna otra lectura es más
eficaz.
Un intelectual como él no podía
dejar de lado la referencia al apoyo indispensable que se prestan razón, ciencia y fe. Su conclusión es
rotunda: la ciencia positiva y la
filosofía moderna son impensables sin el mensaje cristiano, especialmente en lo
que concierne a la desacralización del mundo, a la creación de todas las cosas
por Dios y a la libertad humana.
Invitado a participar en universidades
y foros de numerosos países, es ilustrativa su capacidad de amistad, la
forma más alta de comunicación entre iguales, que desarrolla ampliamente.
Sorprende la extensa y tupida red de amigos de toda la escala social,
comenzando por sus numerosas promociones de alumnas y alumnos, que le guardan
una cariñosa y leal cercanía, en justa correspondencia a la suya.
Alejandro se muestra abierto a
cuantos se le acercan: intelectuales,
políticos y gente menos conocida del ancho mundo. No todos le responden igual,
y sabrosos comentarios acerca de diversos personajes conocidos salpican el
relato.
A lo largo del libro se pone
también de manifiesto la capacidad pedagógica del profesor, puesta al servicio
de cuantos se le acercan, y su amor a la universidad:
Se enseña lo que se sabe y se ama. Enseña el que sabe y ama.
Cuando se sabe de verdad acerca de una cuestión, la mejor y casi la
única forma de transmitir conocimiento es con la presencia de cuerpo entero y
con la palabra viva. Aquello que vitalmente se domina lo comprenden sin
problemas todos los estudiantes que ponen un mínimo de interés y esfuerzo. Porque
entonces lo que se da no es una “materia”: se da el profesor a sí mismo, lo
mejor q tiene: su saber y su amor por el conocimiento y por ellos mismos.
Afán de enseñar y generosidad, afirma, son dos cualidades
indispensables en el profesor universitario.
Si no tengo con quién compartirlo,
¿para qué me interesa saber más? Quien está solo y sin interlocutores no
encuentra ningún motivo vital para avanzar en el saber (…) Se entiende de verdad algo (incluso en la
ciencia) cuando se narra, porque entonces se aprecia cuál es su curso y su
finalidad.
Respecto a la generosidad con el propio tiempo, cita
a Gregorio Marañón: “Muchos hombres dicen: no puedo ocuparme de
nada porque necesito todo mi tiempo para hacer “mi obra”. Estos no harán nunca
ni su obra ni nada.”
No se muerde la lengua al hablar de
algunas de las actuales miserias de la universidad:
Donde he visto más atropellados los anhelos de ciencia rigurosa y de
pensamiento libre ha sido en instituciones universitarias dominadas dogmáticamente
por profesores anticristianos.
Bolonia cae en el procedimentalismo, la minusvaloración del
conocimiento y la depreciación de la figura del profesor.
El alma de la universidad, afirma,
es la comunicación vital del saber. Eso, junto
a leer mucho y no dejar nunca de
hacerlo, y a reunirse los pocos que comparten los mismos ideales para
hablar interminablemente entre ellos,… esas tres cosas son las que ponen en
marcha una conspiración leal a la república de las letras, una continuada labor
subversiva contra la ignorancia solemnemente establecida y todos los fantasmas
de la eficacia postulada.
Consciente de la grave
encrucijada moral y de pensamiento en que se encuentra el mundo, aflora siempre
su optimismo realista, que invita a
salir de la pasividad: El vuelco de un
proceso en declive lo han conseguido siempre minorías bien preparadas.
Alejandro Llano tiene una rica
producción intelectual. El placer de
escribir es el más íntimo y solitario q imaginar se pueda. Nos da cuenta
del origen y alcance de algunas de sus obras más conocidas: La vida lograda, El
diablo es conservador, Humanismo cívico, Repensar la universidad…
Son muy interesantes sus reflexiones sobre la teoría del deseo mimético, de René Girard, y la conversión que produce en todo autor descubrir que la dualidad bien-mal está en el interior de cada uno, también del héroe. Ver aquí una conferencia suya al respecto: La literatura como conversión.
Se percibe a lo largo de la navegación un factor de cohesión que une
elementos en apariencia dispersos: una coherencia cristiana, la unidad de vida que promueve el espíritu
del Opus Dei, que vemos emerger con naturalidad de la vida misma en el día a
día. Lo refleja bien el comentario de un amigo,
lector de la primera parte de sus memorias: Olor a yerba seca es
un relato como tocado por la gracia, y la clave es la unidad entre la vocación
cristiana y la vocación intelectual del autor.
Quizá el mejor resumen de este
recomendable libro es que ejemplifica en qué consiste una vida plena, esa idea tenida en la juventud y realizada en
la edad madura. Aún le queda al profesor Llano al menos una tercera entrega
de sus memorias, pero de momento con las dos precedentes nos ha dejado mucho
para aprender y disfrutar.