Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas

viernes, 7 de mayo de 2021

Felipe II




 

Felipe II. Valentín Vázquez de Prada

  

Felipe II (Valladolid, 1527, San Lorenzo de El Escorial, 1598) era hijo del emperador Carlos I de España y V de Alemania.  Bajo su reinado el imperio español alcanzó su máxima extensión y esplendor, como nunca otro imperio antes había alcanzado. Supo heredar y aumentar el prestigio internacional de su padre, adecuando su modo de gobernar a los nuevos retos y necesidades del imperio.

 

El catedrático e historiador Valentín Vázquez de Prada realiza en esta obra una valiosa profundización en la personalidad del monarca. Se adentra en su perfil humano y en su modo de entender el gobierno, y lo hace aportando la documentación que apoya sus afirmaciones. Consigue así liberar a Felipe II de los estigmas creados o amplificados por la leyenda negra, y nos ofrece una imagen certera no sólo de la persona y trayectoria del rey, sino de la sociedad de su tiempo.

 

Vázquez de Prada no esconde los defectos del monarca, pero pone en valor unas virtudes poco conocidas, que hacen brillar a Felipe II por encima de todos los gobernantes de su tiempo, y de muchos otros que le sucedieron después.

  

Virtudes y defectos 

A Felipe II se le ha llamado el rey prudente, destacando una virtud que le llevaba a una honda reflexión sobre las consecuencias de sus actos antes de tomar decisiones. 

En torno a esa virtud de la prudencia aparecen defectos:  cierto rigorismo, irresolución, desconfianza de las opiniones ajenas, excesiva reflexión, invencible timidez, talante frío y serio. Pero sobresale por encima de todo su ejemplar conducta personal, como hombre y como gobernante, sobre todo si se le compara con otros monarcas contemporáneos.

Tenía un estricto sentido de la justicia. Era sincero y piadoso en su vida religiosa. Sus creencias cristianas eran sólidas. Estaba convencido de que la fe cristiana era el más poderoso factor de civilización y la mejor aportación que España podía llevar a los pueblos sin civilizar de su imperio, y lo estableció como una de sus prioridades. Gracias a su tenacidad y a sus disposiciones, la fe cristiana arraigó pronto en toda América y en el archipiélago que lleva su nombre, las islas Filipinas, que son hoy el tercer país con más católicos del mundo, detrás de Mexico y Brasil. 

Una estricta valoración de los problemas de gobierno y de la importancia del Estado le llevó a realizar, o al menos consentir, hechos que, aunque parezcan normales a la luz de la mentalidad de su tiempo, se resisten a encajar en los presupuestos morales del monarca. El más significativo, señala Vázquez de Prada, fue el ajusticiamiento del barón de Montigny, que había sido acusado de sedición y traición por las revueltas en los Países Bajos. Cuando creía que lo exigía el bien del Estado, la severidad filipina era implacable.

       

Los ejércitos españoles

Se han criticado las atrocidades cometidas por los ejércitos españoles en Flandes, sin duda amplificadas por los creadores de la leyenda negra sobre España y por sus enemigos políticos. Pero sería necesario tener en cuenta que entonces toda guerra se hacía bajo la ley común del pillaje, y que los capitanes se mostraban incapaces de frenar los desmanes de las tropas, ansiosas de venganza y mal pagadas.

Además, señala el historiador, en esos ejércitos los españoles eran numéricamente una pequeña parte; la mayoría la formaban extranjeros de diversas procedencias, en su mayor parte alemanes.


San Lorenzo de El Escorial, lugar predilecto de Felipe II (wikipedia)

  

El influjo de la Iglesia y la obra de España en el mundo 

La Iglesia española, pese a los defectos atribuibles a su riqueza, mantuvo centros culturales e instituciones hospitalarias y de beneficencia en España y en todos los rincones del Imperio. Fue siempre una institución abierta, que no se afincó en sus privilegios, sino que supo dirigirse en su predicación y atenciones sociales a todos los sectores de la población.

Es muy difícil comprender la obra de España en el mundo sin tener en cuenta la influencia de la Iglesia en los ideales españoles. El clero era muy numeroso, aproximadamente el 10 % de la población. Su estructura era muy abierta, y al estamento clerical tenían acceso tanto segundones de la nobleza como numerosos artesanos y humildes labradores, que alcanzaron los más elevados puestos eclesiásticos. 

Aunque por la crisis fueron atraídas al estado eclesiástico personas movidas por la búsqueda de una seguridad, sin embargo, una gran parte de los eclesiásticos eran de cultura y virtudes reconocidas. Distinto era el caso del bajo clero secular, cuya formación era escasa y su vida miserable.


Libertad religiosa

Felipe II se resistió a admitir lo que hoy llamamos libertad religiosa, y entonces se conocía como tolerancia religiosa. Pero tampoco la aceptaban los demás soberanos contemporáneos en sus respectivos súbditos.

Los europeos de la época veían en toda invocación a la libertad de conciencia, en toda agitación religiosa, un elemento perturbador, un factor de división y desorden. No se veía siquiera como solución práctica, pues la experiencia demostraba que acarreaba más divisiones y tumultos. Y en el mantenimiento de la unidad religiosa estaba implicada la autoridad de los príncipes y la misma convivencia pacífica de los súbditos. 

La religión reforzaba la idea de autoridad y le suministraba fundamentos. Cualquier convicción en materia de culto llevaba implícita una amenaza contra el mismo trono, y representaba un primer paso para la pérdida del control del reino. 

Aparte de consideraciones de fe y de doctrina religiosa, para España el protestantismo era un enemigo insoslayable, señala el autor, pues se había mostrado como elemento disolvente de la política imperial en Alemania y en los Países Bajos.


Interior de San Lorenzo de El Escorial (foto: José Javier Martín, flikr)


Impulsor de las ciencias, las humanidades y el arte

        Bajo el reinado de Felipe II alcanza su esplendor el Siglo de Oro español, en el que emergen figuras tan egregias como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Miguel deCervantesTomás Luis de Victoria o Juan de Herrera, que ocupan las cimas más altas cada uno en su género.

A Felipe II se debe la primera Academia de Matemáticas de Europa, y fue mecenas de numerosos proyectos científicos, en temas tan avanzados como los estudios sobre la calidad de las aguas. 




Estos son sólo algunos de los rasgos que apunta esta interesante biografía, que constituye a mi juicio una aproximación muy valiosa a ese momento crucial de la Historia de España. 


De esa historia somos herederos los españoles. En esa historia -con sus luces y sombras- se ha ido fraguando nuestra cultura, y de ese legado todavía disfrutamos en nuestras vidas ordinarias. No está de más una mirada agradecida hacia las cosas buenas que hemos recibido de nuestros antepasados. Y reconocer las malas, que gracias a Dios suelen ser menos, para evitar repetirlas.

 

 

 


 

miércoles, 13 de enero de 2021

Episodios Nacionales

 


Episodios Nacionales. Benito Pérez Galdós. Ed. Aguilar, 1971 (Obras completas)

 

Este clásico de la literatura española consiste en un conjunto de cuarenta y seis novelas históricas, que Benito Pérez Galdós comenzó a escribir en 1872, con el episodio Trafalgar, y culminó en 1912, con el dedicado a Cánovas. Tenía en proyecto varios episodios más, que abarcarían hasta Alfonso XIII, pero no llegó a concluirlos.

 

Los Episodios Nacionales constituyen un valioso retrato de la vida española entre 1805 y 1880. Entorno a personajes reales que fueron protagonistas de la historia española, Galdós da vida a otros de ficción que le sirven para recrear usos y costumbres populares del momento. Toma pié de los hitos más importantes acaecidos en España durante el siglo XIX, pero pone el foco sobre todo en el modo de vivir, pensar y actuar de las gentes. El resultado es una crónica de tono cercano y costumbrista, más que un tratado de rigor histórico.

 

Galdós, nominado al premio Nóbel de literatura en 1912, domina con maestría el lenguaje. Aprovecha su  habilidad como escritor para ponerla al servicio de sus ideas políticas, aun a costa de deformar o caricaturizar la realidad cuando le conviene. Emplea profusamente la ironía y la exageración para dejar en ridículo a personajes que encarnan ideas distintas a las suyas. 


En ese estilo caricaturesco con frecuencia no sale bien parado el clero, ni los seguidores de partidos distintos al suyo, como los carlistas. Carga las tintas en lo que llama despectivamente la España tradicional, cuyos personajes dibuja siempre como fanáticos e intransigentes. Y enfrente sitúa a personajes amables, atentos y caritativos, que por supuesto pertenecen siempre a la España futura, que es la de su partido liberal.  

  

Se percibe en sus escritos la evolución de su pensamiento político. Sus inicios fueron liberales, y se vinculó al Partido Progresista de Sagasta, con el que fue elegido diputado en 1886. Más tarde pasó al Partido Republicano, y finalmente en 1910 participó con Pablo Iglesias, fundador del PSOE, en la Conjunción Republicano-Socialista.

 

Esa trayectoria queda reflejada en los Episodios, con cierto sesgo anticlerical creciente. Es un sesgo que siempre acompañó al partido republicano, y fue heredado después por el partido socialista. Junto al sesgo anticlerical, crece en sus relatos el pesimismo y la tendencia a reflejar ambientes sórdidos.

 

En sus últimos años Galdós abandonó la política desencantado, y se sumó al pesimismo respecto a España de muchos intelectuales de finales del XIX y principios del XX. El estado de ánimo que le provocaba los políticos españoles se refleja en estas líneas de su último Episodio Nacional, dedicado a la época de Cánovas:

 

Los dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos...”

 

Contrasta ese tono amargo con el que empleaba en los Episodios de la primera época, épico y esperanzado. Por ejemplo, en Bailén, publicado en 1873:

 

Bien puede decirse que la estrategia, y la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que es divino.”

 

       Los Episodios Nacionales de Galdós, aunque desiguales, constituyen una pieza imprescindible para acercarse a la historia de la literatura española. Al menos alguno de ellos, como Trafalgar o La batalla de los Arapiles, parecen de lectura obligada. Se puede aprender mucho de la riqueza de su vocabulario, y además en buena parte son de lectura fácil y entretenida.

 

Pérez Galdós con 51 años, retrato de Sorolla



       Me ha sorprendido gratamente encontrar en el texto de los Episodios frases que solía emplear en sus escritos y en su predicación oral san Josemaría, lo que quizá  indica que debió leerlos en su juventud. Es sabido que el fundador del Opus Dei era aficionado a la lectura desde niño. Tenía dotes como narrador por su graciosa expresividad: entretenía a sus hermanas pequeñas contándoles cuentos. La claridad de sus escritos y de su predicación oral, que ha sido resaltada por especialistas, se fue labrando sin duda gracias a lacalidad de sus lecturas infantiles.

 

He anotado algunas de esas frases o expresiones que Josemaría Escrivá empleó con frecuencia, que bien podrían ser herencia de la lectura de Galdós. O quizá sencillamente sean frases castizas, que emplearon ambos porque ya pertenecían al acervo popular español


En cualquier caso, las dejo aquí, para quien desee profundizar en el sentido de esas expresiones. Creo recordar que había alguna coincidencia más, pero no llegué a tomar nota. 

 

-Mendizábal, (3.25; 898): “Señor de Calpena, usted pitará!”  (por triunfará, tendrá éxito). San Josemaría usaba esa expresión para referirse a personas que dan pasos decididos y bien orientados en su compromiso personal.

 

-Mendizábal, (2.20; 896): “Religioso de verdad, sin aspavientos.” San Josemaría era amigo de la sencillez en todas las facetas de la vida, y usaba la expresión “sin aspavientos” especialmente para referirse al modo de vivir la piedad cristiana, que debía ser interior, recia, sin manifestaciones externas aparatosas. Lo aplicaba también al modo de cumplir el deber, sin hacerlo valer y sin ostentación.

 

-Zumalacárregui, (28.266; 874): “los pobres ojalateros” (Galdós se refiere a los carlistas). San Josemaría señalaba el peligro de excusarse con circunstancias externas pasada o futuras (“ojalá hubiera pasado esto o lo otro”) para no asumir la responsabilidad del presente. Solía llamarlo mística ojalatera.

 

-Zumalacárregui (26.250; 874): “Una raza que al inclinarse para caer en tierra, ya está pensando en cómo levantarse.” El fundador del Opus Dei solía referirse a la lucha interior diciendo que el peligro no está en caer (somos humanos y cometemos errores) sino en no querer levantarse cuando uno ha caído.

 

-Los Apostólicos, 18.184; 620: “Como aquí no hay cumplimientos, que es palabra compuesta de cumplo y miento…” Así prevenía san Josemaría del peligro de conformarse  con un cumplimiento anodino y rutinario, sin el brío propio del amor, que requiere compromiso y energía. Esto, para quien sabe que Dios le espera en el cumplimiento amoroso de sus deberes ordinarios, es grave, porque está falto de amor. Un cumplmiento anodino bien puede acabar sigificando "cumplo y miento." Lo explicaba muchas veces el sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei, el beato Álvaro del Portillo

 

-Cádiz, 3.32: “Yo gozo extraordinariamente al ver frente a mí los caracteres altivos (…); gusto de ver bullir la sangre impetuosa del que no quiere ser domado ni … “ (En otra pasaje hay un diálogo en el que alguien se dirige a un joven: “Veo bullir en ti la sangre de tu padre…”) Josemaría Escrivá, en alguna ocasión, hablando en la intimidad con fieles del Opus Dei, les decía: ¿Sabéis por qué os quiero tanto? Porque veo bullir en vosotros la sangre de Cristo.

 

-El Grande Oriente, (21.370): “Aparta, Señor, de mí lo que me apartó de Ti” (Inscripción grabada en una antigua casa en la calle de la Cabeza, de Madrid). San Josemaría solía usarlo en presente, como oración personal: “Aparta, Señor de mí lo que me aparte de Ti.” Tenía en su habitación unos azulejos con esas palabras, para traerlas con frecuencia a su mente.

 

-El Grande Oriente, (15.325): “La amaba en globo, con sus defectos, conociéndolos y aceptándolos…” El santo de lo ordinario, como llamaba san Juan Pablo II a san Josemaría, insistía en que la caridad consiste en querer a los demás como son, con sus defectos, aunque precisamente porque les queremos les debemos ayudar con paciencia y cariño a superarse.

 

-El Grande Oriente, (4.4.242): “No puedo ni valgo nada.” San Josemaría repetía esa frase con esas palabras en su oración personal: se veía falto de todo mérito y por eso lo fiaba todo a su condición de hijo de Dios, que es quien obra en cada uno y de quien nos vienen todos los bienes.

 

-El Equipaje del rey José, (1.18.183): “…hasta que no ahorquen al último Papa con las tripas del último fraile, no habrá paz…” 

    En alguno de sus encuentros con un auditorio numeroso San Josemaría usó esa expresión en tono simpático, poniéndola en boca de un anticlerical, “Decía un anticlerical (quizá estaba pensando en este texto de Galdós): yo ahorcaría al último cura con las tripas del último obispo…” para añadir con gracia a continuación: “Pues ¡qué mal gusto,no?! Yo os diré un modo mejor de acabar con los curas: ¡venid todos, todos, a confesar!… ¡Y acabaremos todos los sacerdotes muertos de tanto trabajo!¡A confesar, así nos mataréis a todos!”

    San Josemaría coincide con Galdós en señalar los defectos del clericalismo. Se declaraba anticlerical, y hacía con frecuencia en su catequesis una defensa del "anticlericalismo bueno", por supuesto muy distinto del radical y violento, o del que pretende restringir la libertad religiosa. 

    En su predicación prevenía a laicos y sacerdotes contra el clericalismo, un modo de actuar de algunos clérigos que pretende inmiscuirse en las libres decisiones de los fieles laicos en cuestiones temporales. Y señalaba que también es clericalismo la conducta de algunos fieles que  reducen su condición de cristianos a la participación en actividades eclesiásticas, y en cambio se inhiben de participar con madurez en la vida pública bajo su responsabilidad personal. O actúan haciendo valer su condición de católicos, en lugar de hacerlo como un ciudadano más, que ejerce sus derechos y cumple con sus obligaciones de ciudadano.

 

-La batalla de Arapiles, (cap.27.243): “Es lo que yo llamo un ave doméstica. No, señor Araceli, no pidáis a la gallina que vuele como el águila. Le hablaréis el lenguaje de la pasión y os contestará cacareando en su corral.”

    En Camino, nº 7, san Josemaría usa una expresión que recuerda este texto:

             “No tengas espíritu pueblerino. —Agranda tu corazón, hasta que sea universal, "católico". No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.

 

Post scriptum:

Me ha alegrado esta noticia sobre la presentación de la edición comentada de Camino, publicada por el Centro en la Biblioteca para la Edición de Clásicos Españoles. El investigador Fidel Sebastián confirma el eco galdosiano en los escritos de san Josemaría Escrivá, y dice entre otras cosas: 

¿Qué estilo tiene el lenguaje de Camino?

San Josemaría habla de las cosas más santas, como hablan Santa Teresa o San Juan de la Cruz o un Fray Luis de Granada, pero con un lenguaje absolutamente civil, que al que más se parece es al de Galdós. Si miráis la cantidad de citas que traigo de Galdós: este término, esta expresión, este giro. El estilo lingüístico de san Josemaría es muy de los escritores del realismo y naturalismo de esa época, y de los poetas que estaban más de moda como Gabriel y Galán, que era muy popular. Era lo que la gente, en los casinos, recitaba. Y eso es muy simpático. Varias expresiones de Camino se entienden mejor si vemos cómo las usa Galdós en su contexto. Es la gracia de contextualizar el léxico. También en esto se diferencia mucho de la edición de Pedro Rodríguez, que lógicamente no atiende este aspecto filológico porque no lo pretendía.

En mi opinión, san Josemaría habla la lengua de Galdós. La que hablaba la gente culta que quería ser natural. Habla con el lenguaje de la gente corriente. San Josemaría era, fundamentalmente, universitario. Su formación intelectual, era universitaria, pasó por el seminario, fue un cura excelente, era la adquirida de su paso por la facultad de derecho. Con una imagen galdosiana, su lenguaje se puede decir que es la llaneza. La llaneza galdosiana. Y con este tipo de léxico, al mismo tiempo, tiene la fuerza de un Fray Luis de Granada. Cuando trata de conmover, conmueve como el que más. San Josemaría conmovía a los públicos.

 

viernes, 16 de agosto de 2019

La gran desmemoria


La gran desmemoria. Pilar Urbano. Ed. Planeta



Mucho se habló en su momento de este monumental libro de Pilar Urbano, a mi juicio uno de los mejores para conocer la historia de los primeros pasos de nuestra democracia.  Tanto que redacté esta reseña en 2014, año en que fue publicado, pero preferí demorarla hasta hoy.

Al margen de polémicas y diversidad de opiniones sobre su contenido y oportunidad, apunto tres ideas.  

Primera: está muy bien escrito, y a pesar de su extensión se deja leer con fluidez e incluso tensión dramática. Sé de personas que lo han leído en dos sentadas veraniegas. Pilar Urbano escribe con garra, y leerla es siempre un buen ejercicio para aprender el arte de escribir.

Segunda: da una buena visión de conjunto de lo que fue la transición española, con retratos conseguidos y abundancia de datos de la actividad de sus principales protagonistas. Una actividad si no secreta, sí lo suficientemente oculta como para que el ciudadano de a pié llegue a conocerla. Por eso, este esfuerzo de buen trabajo periodístico es de agradecer. 



El trabajo de investigación de Pilar Urbano, merodeando y sonsacando información -directa o indirecta, pero fiable- a personajes clave, es admirable. Quizá esa destreza esté basada en la confianza que inspira a sus fuentes, que saben que Urbano es una periodista con ideas propias pero que no manipula ni retuerce los datos hasta hacerlos coincidir con su opinión.

Alguien demasiado joven como para tener información de aquellos años, me decía que tras leer el libro por fin se ha podido hacer cargo de en qué consistió la famosa transición y el 23-F.

Y la tercera idea: la renuncia puede ser un noble gesto…



miércoles, 12 de diciembre de 2018

El cardenal Cisneros


Cisneros, el cardenal de España. Joseph Pérez. Ed. Fundación March





Esta obra de la colección Españoles eminentes responde, como explica Javier Gomá en su prólogo, a un intento de aproximación a nuestra historia que se fija no tanto en acciones militares o hechos políticos concretos, como en la influencia de conductas ejemplares en la configuración de la cultura colectiva de la nación. 

Hay personas que, gracias a su ejemplaridad, marcan un antes y un después en la historia.  El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros es sin duda uno de esos españoles eminentes que, con su rectitud, han dejado una impronta en la cultura española.  Al análisis de su vida dedica Joseph Pérez este interesante tratado.


Frente a la leyenda negra antiespañola, “creada por los anglosajones a causa de su odio hacia las naciones latinas y católicas”, y repetida frívolamente por españoles poco dispuestos a una mirada serena y objetiva a lo propio, sorprende la admiración que Cisneros suscita entre ilustres pensadores, especialmente franceses.


Cuando Augusto Comte hace en 1849 una recopilación de los grandes héroes de la humanidad, no duda en incluir entre los grandes estadistas al cardenal español Jiménez de Cisneros, y resalta la altura de miras con que ejerció su gobierno.


Otro francés, Henry de Montherlant, en su libro Le Cardinal d’Espagne, escribió: “…il y a tant d’hommes en vous! Le franciscain, le cardinal, le letré, l’homm d’Etat, le capitaine.” 


No lo ven como el fraile fanático e inquisidor que algunos tratan de mostrarnos, porque se fijan en sus obras: y en sus acciones, bien enmarcadas en el contexto histórico, descubren a un hombre de intención recta, de amplitud de miras, un estadista comprometido con el bien común, un genio de la política que supo resaltar el valor de la cosa pública y defenderla de la avaricia de los potentados y de la rapiña de los partidismos.


Cuando los historiadores le comparan con el cardenal Richelieu, reconocen que Cisneros le supera en dotes personales: era más generosos y menos vindicativo, tenía la rectitud de quien, con sus errores y aciertos, a partir de un momento dado de su vida ha optado por poner a Dios como centro de su existencia y pone sólo en Él sus esperanzas. No espera agradecimientos humanos. Confía sólo en el juicio de Dios.


Cisneros fue un hombre leal, a pesar de no ser correspondido. Llevó una vida sacrificada y austera, con viajes constantes movido por lo que en cada momento juzgaba necesario para el bien común. Un hombre sabio, que gustaba de hablar con los más sabios para aprender, y que dio un fuerte impulso a la difusión del saber entre el pueblo.


Contexto histórico


La vida de Cisneros se divide en dos partes muy desiguales. Nacido en 1436, hasta 1492 (¡cuando contaba ya 56 años!) apenas se sabe nada de él. A partir de 1492 pasa a ser uno de los actores principales de la sociedad y de la política de Castilla, hasta 1517, año en que fallece, cuando se dirigía a recibir al joven monarca Carlos I, recién desembarcado en España procedente de Flandes.

                                         Los Reyes Católicos

Son años en los que España se encuentra en una encrucijada irreversible. El descubrimiento de América en 1492 supone un giro decisivo de la política exterior. Ese mismo año se alcanza el fin de la Reconquista en la península, lo que plantea nuevos retos, tanto de cohesión social como respecto a la continuación de lo que entonces era para muchos la misión histórica de España: recuperar para el cristianismo las tierras arrebatadas con violencia por el islam en el Norte de África.


Otro hecho viene a adensar esa ya de por sí intensa tesitura histórica: el problema sucesorio, surgido  en 1497 al morir el príncipe heredero, don Juan, hijo de los Reyes Católicos. Su fallecimiento cambia radicalmente el destino de España, porque la corona de Castilla tendrá que pasar a un extranjero: el conde de Flandes, Felipe el Hermoso, casado con doña Juana, hija de los Reyes Católicos.


                                                           Felipe el Hermoso 

Cuando en 1504 fallece la reina Isabel, el rey Fernando acude a Cisneros para analizar el problema sucesorio. Quieren impedir que acceda al poder Felipe, porque eso significaría dejar el reino en manos de una nobleza extranjera,  que solo deseará enriquecerse a costa del patrimonio real, que es el del Estado. Pero Felipe fallece inesperadamente en 1506, y la corona pasa a su hijo Carlos, que en ese momento tiene apenas 6 años, y que no vendrá a España hasta 1517. Entre 1506 y 1517 Cisneros es designado regente del reino.




Vida

De familia de pequeños comerciantes, Cisneros nació en Torrelaguna, cerca de Madrid, probablemente en 1436. Es tierra de Castilla, la zona más próspera y dinámica de España en los siglos XV y XVI. Tierra de labradores y ganaderos, pero también de hombres de negocios, mercaderes y banqueros que tenían representaciones en toda Europa.
                                          

Bachiller en leyes, se hizo sacerdote y en torno a 1460 viajó a Roma, donde cultivó relaciones y maniobró para conseguir un beneficio en Toledo. Vuelto a España, buscó amistades influyentes y se sumergió en un mundo de intrigas y denuncias con el fin de enriquecerse. Aprovechó las pugnas entre los dos prelados más influyentes de España, Carrillo y Mendoza, para situarse del lado del ganador y acabar siendo nombrado vicario del cardenal Mendoza en la diócesis de Sigüenza.

Conversión

Es en ese momento, en 1484, recién llegado a Sigüenza, cuando se produce un cambio radical en su vida. Se convierte profundamente, y decide ser más coherente con la fe cristiana. Desde ese momento, del que sabemos poco, deja de ser un clérigo trepa y ambicioso, movido únicamente por el afán de acumular riquezas. Renuncia a sus bienes y beneficios y se retira a un pobre convento de la rama más austera de los franciscanos.


A partir de entonces Cisneros se avergüenza de haber dedicado tanto tiempo a estudiar leyes. Ahora prefiere dedicarse a la teología, al latín, a las humanidades, al conocimiento de la Sagrada Escritura. Son saberes que le acercan directamente al conocimiento de Dios. Su vida espiritual cambia totalmente y para siempre. En la vida de Cisneros, como en la de tantos hombres y mujeres de bien, vemos a Dios que actúa e interviene en la historia, valiéndose de personas que le buscan sinceramente y ponen en Él sus esperanzas.

Confesor de la reina 

Poco después de su conversión, en 1492, cuando Hernando de Talavera es nombrado obispo de la recién reconquistada Granada, la reina Isabel se queda sin confesor. El cardenal Mendoza le recomienda a Cisneros, que vive en el austero convento franciscano de La Salceda. Cisneros se resiste, porque no quiere perder la paz y sencillez de su nueva vida. Finalmente acepta, pero pone como condición no tener que vivir en la Corte ni aceptar beneficios palaciegos.

Arzobispo de Toledo

Cuando en 1495 fallece el cardenal Mendoza, arzobispo de Toledo, la reina Isabel se mueve para que le sustituya Cisneros en la sede primada. Ya ha descubierto la calidad humana y la capacidad de gobierno de su confesor, comparte su deseo de lograr la reforma del clero y de la Iglesia, y sabe que Cisneros es capaz de afrontar ese reto. Cisneros se resiste durante seis meses, pero finalmente tuvo que aceptar. Y comienza su carrera política, debido al peso e influencia de la sede toledana.


Reforma de la Iglesia 


El deseo de espiritualidad más sincera era compartido por muchos en aquellos años, en toda Europa. La conducta del clero era poco ejemplar, y muchos clamaban por una necesaria reforma y purificación de la Iglesia. Es significativo el elevado número de santas y santos españoles que surgen a raíz de esa época. Algunos de ellos, como san Pedro de Alcántara, nacido en 1499, fueron motor de santidad de otros muchos (Teresa de Jesús, Francisco de Borja…). Santidad llama a santidad.


Cisneros, con su ejemplo y sus acciones concretas de gobierno, contribuyó como pocos a encauzar y extender esos anhelos de espiritualidad. Usó el poder que le concedía su autoridad para exigir al clero una vida digna, y estableció medidas para ofrecer al pueblo una religión más sincera y vivida. Dos de sus obras merecen especial mención: la Universidad de Alcalá y la Biblia Política Complutense. Gobierna con tal decisión que a él debemos la reforma de la Iglesia en España y que se preservara del protestantismo.



Regencia de Castilla

Su resistencia a aceptar honores la mantiene Cisneros hasta el fin de sus días. Como observa Joseph Pérez, se cumplió en él lo que indica el derecho canónico: “nolentibus datur”; entre los que no ambicionan cargos es donde se debe buscar a las personas que los merecen. Y como “la honra y dignidad actúan como la sombra, que sigue al que la huye y cuanto más se aparta de su sombra más le busca”, en 1506 tuvo que hacerse cargo de la regencia.


Estuvo a punto de ser elegido Papa: lo deseaba el rey Fernando el Católico, que veía en él un hombre recto y capaz de realizar en la Iglesia universal la reforma que se estaba haciendo en España, mejorando la formación, disciplina y costumbres del clero.



Hombre de gobierno y lucha contra la corrupción

Cisneros gobernó España en años de grave crisis, tanto en la Península como en toda Europa. Actuó como un poderoso motor al servicio del bien común. Fue a la vez estadista, economista, reformador, mecenas, protector de las ciencias y de las letras. No ha dejado nada escrito, ni era orador, pero era hombre de acción y de gobierno. Sus hechos hablan por él.


Sus biógrafos le retratan como un hombre de voz clara, varonil y firme, de pronunciación medida y precisa. Daba la opinión con franqueza, contestaba sin rodeos y era hombre de pocas palabras incluso cuando se enfadaba. También sabía gastar bromas con sus amigos. Apenas dormía cuatro horas, y le gustaba escuchar a hombres sabios durante las comidas, especialmente sobre cuestiones de teología. De conducta irreprochable, sobrio, moderado y casto, a diferencia de no pocos compañeros de cargo en la Iglesia.


Su elevado sentido del bien común le ayudó a afrontar diversas formas de corrupción enquistadas en las costumbres de la época. Cisneros ve en el poder de los grandes una amenaza para la Corona y para el bien común. Advierte que cuando se pierde el sentido del bien común y del interés de la nación, la política se convierte en una cueva de ladrones.


Eran muchos los que se acercaba a la Corte solo para enriquecerse. Gente que llegaba sin nada, y en poco tiempo hacía una fortuna, a base de cohecho, prevaricación y abuso de influencia. Todos los altos cargos de la administración española, con contadas excepciones, ponían empeño en acumular rentas y señoríos, y beneficiaban con ellos a parientes y amigos. Lo había hecho el propio Cisneros, antes de su conversión.


Uno de los casos más clamorosos fue el de Francisco de los Cobos. Llegó a la Corte como escribano de tercera, y empezó a acumular cargos y venderlos, a traficar con información sobre vacantes de las que se enteraba, y a aliarse con los Grandes en detrimento del patrimonio real, o sea en contra del interés común y del Estado.


A nuestros ojos esa situación resulta escandalosa, pero entonces era normal. El cardenal intentó cambiarla, porque vio que era nociva para todos y poco acorde con su sentido del orden social justo.


Cisneros, con una concepción romana y tomista del modelo de sociedad, trabajó para proteger la riqueza de la Corona, no para beneficio del rey, sino porque con ella se debía asegurar el bien común y garantizar los servicios públicos y el bienestar de los ciudadanos. Defendió la misión reguladora que corresponde al Estado, y por eso  se ganó la enemiga de muchos Grandes del reino, que deseaban manos libres para su codicia o sencillamente no aceptaban normas por encima de ellos.



Tomó numerosas medidas para evitar fraudes. Un ejemplo es la disposición de que los pósitos -lugares donde se almacenaba el  trigo y las semillas que debían servir para socorrer a pobres y viudas en tiempos de necesidad- se custodiaran con  dos o tres llaves, que debían guardar dos o tres personas distintas, de manera que no se pudieran abrir sin estar todas presentes. A él se deben los pósitos de Alcalá de Henares, Toledo y Torrelaguna.



                                             Pósito de Torrelaguna 

El peligro de los letrados

Cisneros ve una amenaza en el creciente número de letrados, en los que se apoyaban los Reyes para el gobierno y la justicia. Los letrados, técnicamente bien preparados, se van haciendo dueños de resortes de poder, y con frecuencia los aprovechan para favorecer a los Grandes, que acuden a ellos con halagos y promesas. A Cisneros le disgusta esa situación que a otros les parecía normal.


Tampoco le gustaba la frialdad con que algunos letrados, desprovistos de sentido común, aplicaban las leyes sin tener en cuenta las circunstancias de cada persona. Prefería el juicio recto de un caballero cristiano. Reservó puestos de corregimientos para miembros de las capas medias de la aristocracia: le parecen más eficaces y más de fiar que los letrados, que con frecuencia no dudaban en establecer normativas que favorezcan intereses particulares.


Ideó un cuerpo armado (La Gente de Ordenanza) para mantener a raya los desmanes de los Grandes. Su misión era hacer valer la primacía del rey y de la justicia, y evitar apropiaciones indebidas.


Si Cisneros no pudo hacer más durante su regencia fue porque vivió con la preocupación constante de ver sus iniciativas frenadas o desaprobados por el joven rey Carlos, muy manipulado por la corte de Flandes y por las intrigas de algunos miembros de la nobleza española que había visto recortadas sus ambiciones por el regente.


Su fallecimiento fue triste. Enfermo y moribundo, se desplazaba al encuentro con el rey Carlos recién desembarcado. Parece que el monarca se retardó a propósito, para evitar el encuentro. Se ha visto en ese feo desplante la intriga de los nobles que acompañaban al rey, temerosos de que el joven monarca aprendiera de Cisneros que el reino no es del rey, sino de la comunidad, y que la misión del rey es gobernarlo en servicio del bien común, y no en provecho propio ni de los grandes.



España hubiera sido otra si hubiera podido desempeñar su misión más tiempo. Su muerte dejó la puerta abierta a nuevos excesos de los cortesanos. Los que habían sido mantenidos a raya por Cisneros se vieron libres para el saqueo, y se vengaron sometiendo a procesos a quienes habían colaborado con el cardenal, entre ellos numerosos profesores de Alcalá. Varios fueron injustamente condenados.
       

Universidad y cultura

Cisneros estaba más interesado en la renovación intelectual de la fe que en su purificación mediante prácticas inquisitoriales. Por eso con sus propios bienes puso en marcha la Universidad de Alcalá de Henares, y buscó como profesores a los mejores humanistas del momento, como Antonio de Nebrija. Allí se formaría la élite intelectual del clero que reformaría la Iglesia española.

                                                                Universidad de Alcalá


No buscaba el mero humanismo, sino las herramientas del saber necesarias para mostrar la verdad del Evangelio y mover a conversión a los infieles. Cisneros seguía las huellas de su admirado Ramón Llull (1232-1316), que con ese mismo fin había abierto un centro de estudios en Mallorca. Conocía también los intentos de reforma del dominico italiano Savonarola, en Florencia.


Cisneros considera que la contemplación es más valiosa que la ciencia y la erudición, pero fomenta el deseo de saber y conocer mejor. Usó con profusión la imprenta para difundir buenos libros de espiritualidad, que alimentaran las mentes e ilustraran la piedad de clérigos y religiosos. Cuidó especialmente de que los conventos de monjas contasen con buenas bibliotecas.


Biblia Políglota Complutense

Una hazaña intelectual para la época fue la edición de la Biblia Políglota Complutense, en la que se empeñó a fondo. Deseaba que fuera el instrumento adecuado para elevar entre el clero el conocimiento de la Sagrada Escritura.






Dispuso que debería contener los textos originales y su traducción al griego y latín: “porque conviene oír la palabra de Cristo sin pasar por la mediación de un intérprete”. Las traducciones vigentes eran muy pobres y deficientes, contenían errores debidos tanto a ignorancia como a negligencia de traductores o copistas.

Por eso dotó a la Universidad de buenos profesores de lenguas orientales, a las que concedió gran importancia. Y no tuvo reparos en acudir a los textos bíblicos que enseñaban los judíos, con tal de lograr fidelidad a los textos.


Misión histórica en África

Cisneros tenía sentido de la historia. La Reconquista no terminaba en la Península: había que recuperar también el Norte de África y los Santos Lugares, violentamente ocupados por los turcos, que habían expulsado de allí a los cristianos.




Como Ramón Llull en el siglo XIV, y tantos otros, esperaba un mundo unificado por la fe en Cristo, y actuaba para lograrlo. Igual que muchos de sus contemporáneos (recordemos a Teresa de Jesús) soñaba con ir a tierra de moros para conseguir la conversión de moros y judíos.

                                   Cisneros en la Toma de Orán

Pero no descartaba la empresa militar si no había más remedio.  Trabajó para recuperar para la civilización cristiana el Norte de África y Tierra Santa, arrebatados con violencia por el islam siglos antes. El proyecto de la reina Isabel era conquistar y poblar aquella tierra, para devolverle su pasado cristiano.


Alentó una Cruzada para lograr “un solo imperio y una sola religión”: era la mentalidad de la época, y no se actuaba de manera más pacífica en ninguna otra cultura del momento. Además, parecían darse las condiciones idóneas para la Cruzada. Se podría contar con apoyos en Europa, e incluso con el Emperador de Etiopía, que ya en 1427 había enviado una embajada a Valencia, que fue recibida por Alfonso V.


El motivo no era sólo religioso, también geopolítico: el mismo que hizo que Castilla tomara posesión de las islas Canarias, como base para proteger el flanco sur de la península ante un eventual ataque desde Marruecos.


Cisneros se empeñó personalmente en esa misión. Participó en la toma de Orán, plaza que además garantizaba la seguridad de la costa africana y la del levante español contra los ataques de corsarios berberiscos. Tomar el Norte de África era garantizar la tranquilidad en la Península.




                                    Fuerte de Santa Cruz en Orán

Cuando las luchas intestinas imposibilitaron la gran Cruzada contra Egipto, Cisneros tuvo que contentarse con Orán. Si su empeño fue efímero (el domino español desde Melilla a Trípoli sólo duró desde 1505 a 1516, año en que el pirata Barbarroja derrotó a la Armada en Argel) se debió a la falta de apoyo del rey Fernando, más pendiente de Italia y las luchas con Francia, y a conductas sospechosas de algunos de los jefes militares enviados por el rey.


Además, desde 1492 el descubrimiento de América hizo girar la misión histórica de España en África, que quedó inconclusa, hacia otra misión no menos histórica: América. Gibraltar quedó convertida en frontera entre dos mundos: el católico y el musulmán. España aún siguió en Orán hasta finales del siglo XVII. Pocos años después de que abandonara esa región, fue Francia quien se hizo con el dominio de Argel.


América y los indios

Cisneros trabajó para establecer criterios de gobierno acordes con la dignidad de los indios de América. Intentó poner orden sobre el trato que recibían por parte de los encomenderos, del que llegaban ecos desfavorables.

Los encomenderos eran españoles a los que la Corona asignaba un grupo de aborígenes, se responsabilizaban de su cuidado y evangelización, y recibían los beneficios de su trabajo. Teóricamente estaba bien, pero acababa significando en muchos casos trabajo forzado para los indios, no siempre dispuestos a trabajar ni a hacerlo del modo que se les asignaba, porque su cultura era otra. Era una situación utópica que con frecuencia derivaba en trato cruel.





Algunos de los encomenderos eran frailes, entre ellos el dominico Bartolomé de las Casas, y pronto sintieron escrúpulos de la situación y plantearon a la Corona dudas sobre la legitimidad de las conquistas y la manera de explotar las tierras descubiertas.  Las Casas vino a España en 1515, y Cisneros le encargó que expusiera el problema ante un grupo de expertos, para tomar medidas que garantizaran la libertad de los indios y un modo adecuado de gobernarlos.


Deseaba Cisneros que se convenciera a los indios de vivir “a la española”, en municipios de 300 habitantes que contarían con hospital, escuela e iglesia, y gozando de un régimen laboral humano. Era una idea encomiable, pero que se manifestó utópica.


Envió a un grupo de monjes jerónimos, que al llegar indagaron sobre la posibilidad real de llevar a la práctica esas disposiciones, y pronto llegaron a la conclusión de que era imposible pues, aseguraron, los indios eran incapaces de gobernarse a sí mismos. Sin duda muchos encomenderos presionaron en ese sentido.


Desilusionado Las Casas, regresó a España en 1517 para hablar de nuevo con Cisneros, pero lo encontró ya muy enfermo. Era claro que la política de Indias requería algo más que buenas intenciones. Era necesaria una seria preparación intelectual y determinación política para hacer prevalecer entonces lo que poco después parecería a todos evidente.


Sólo algunos religiosos dominicos tuvieron esa clarividencia: “no hay ley ninguna, divina ni humana, que fuerce a que uno trabaje para otro sino para sustentarse a sí y a su familia y república, y no es justo dar un real al día al indio por su trabajo, si el español gana con ese trabajo diez, veinte o treinta.”

En todas las empresas humanas hay sombras. Pero nadie puede negar que las sombras que aparecen al examinar la empresa española en América no oscurecen el cuadro de aquella gran gesta. Entre aquellos hombres hubo errores y hubo malvados, pero en la mayoría latía la preocupación sincera por el indefenso indígena. Y eso era fruto de la fe cristiana, una fe que deseaban manifestar en una conducta coherente, aunque no siempre acertaran con el mejor modo de llevarla a la práctica. Nadie se había preocupado hasta entonces sobre el derecho de los conquistados. De ese sincero deseo de coherencia nacería poco después el derecho de gentes. 


Los moriscos y la sublevación de Granada

Se ha criticado la actuación de Cisneros en Granada, recién reconquistada. Pero quizá en esa crítica hay una falta de comprensión de la compleja situación a la que se enfrentaba, y también cierto desconocimiento de la mentalidad de la época y de las motivaciones de la Reconquista. 

La toma de Granada, último reducto del islam en la península, suponía cerrar el paréntesis abierto en el 711 por la invasión árabe, y enlazar con la civilización romana. Andalucía no quería ser Al-Andalus, sino la Bética romana. La política de los Reyes Católicos en los territorios conquistados, como la de sus antecesores, era no permitir que grupos numerosos de población musulmana permanecieran allí: o se convertían o eran expulsados. Era una cuestión de seguridad y cohesión.


                                                  Capitulaciones de Granada

Los cristianos consideraban el islam una religión bárbara, incompatible con su cultura. Lo islámico les había causado siglos de sufrimientos, por eso querían retirarlo incluso de su vista. De lo islámico, lo único que despertó admiración fue la Alhambra. El romancero morisco, que idealiza la sociedad mora, fue un género que surgió más adelante entre una élite literaria cristiana. Es bonito, pero no corresponde a la realidad.

Lo árabe y lo islámico se asociaba a las cruentas guerras del pasado, y además actualizaba el miedo al peligro, real como se demostraba con frecuencia, de los moriscos que continuaban viviendo en la península  y estaban en connivencia con los moros que saqueaban las ciudades mediterráneas.

Por eso se recelaba de los moriscos conversos al catolicismo. Se dudaba de su sinceridad, y se pedía con frecuencia la actuación de la Inquisición. A veces con denuncias falsas, que tomaban la fe como pretexto para ajustes de cuentas de origen político o de intereses económicos entre familias rivales, como ocurrió en el famoso caso Lucero.

En resumen: en Granada, Cisneros se enfrenta al moro que se había apropiado con violencia de tierras cristianas. Esa era la mentalidad. Y por eso fue duro. Aún así, no se mostró tan fanático como otros de sus contemporáneos. Supo apreciar, por ejemplo, lo que tenían de bueno los libros árabes, e hizo llevar a la universidad de Alcalá los que tenían valor científico.



Economía

En economía, Cisneros prefigura el intervencionismo del Estado moderno en la economía. El Estado debe velar por el bien común y situarse por encima de facciones y partidos. Era partidario de que el Estado interviniera siempre que se tratara de hacer prevalecer el bien común y el interés de la nación, y no los intereses particulares de una minoría de privilegiados. Por eso se ganó enemigos poderosos, a los que mantuvo a raya. 

Se encontró con temas incomprensibles, como el empobrecimiento de España a causa de las exportaciones de lana: eran vendidas como materia prima de calidad a Flandes e Italia, que nos la devolvían transformada en tejidos que comprábamos a un precio diez, veinte o treinta veces superior al precio de la lana, con el resultado de que toda la moneda salía de España. 

Cisneros acudió a expertos, que aconsejaron la intervención del Estado con medidas proteccionistas, como prohibir la exportación de materias primas y la importación de productos que pudieran elaborarse aquí.


Comprender la época para entender la historia

Joseph Pérez no juzga la historia desde la mentalidad actual. Trata de comprender, un esfuerzo propio de la honradez intelectual, que se mantiene alejada de clichés ideológicos y prejuicios. No etiqueta, al uso del lenguaje estrecho, frentista y estereotipado de los populismos de hoy.  No se escandaliza de hechos que chocan con la mentalidad actual, porque sabe que cada personaje es hijo de su tiempo y de su cultura.


Contextualiza al personaje en el marco de las costumbres y sensibilidades de su momento. Observa e interpreta su conducta desde aquella mentalidad, distinguiendo lo que era uso común de sus coetáneos, de lo que son actitudes que -por alejarse de lo común entonces- nos indican el valor de un hombre que aporta soluciones justas y de progreso, que ayudan a que la sociedad avance por el camino de la civilización, cada vez más humana y más solidaria.

El libro se lee con agrado y aporta un conocimiento valioso de nuestro pasado.