Misión Olvido. María Dueñas
Ed.
Planeta
Blanca,
mujer ya madura, profesora universitaria, casada y con dos hijos ya crecidos,
se enfrenta de improviso a la amargura de que su marido, encaprichado con una
mujer más joven, la abandona. El mundo se le viene abajo. Sin fuerzas para afrontar
la rutina de siempre, decide marchar lejos durante una temporada. Consigue una
beca para investigar en una universidad de California. Allí deberá realizar un estudio
sobre las misiones de los franciscanos españoles que llevaron el evangelio y la
cultura a aquellas tierras en los siglos
XVIII y XIX, ordenando y analizando el legado de otro investigador español, el
profesor Fontana, fallecido años atrás.
Durante seis
meses la vida de Blanca se cruzará con
la de dos hombres: Luis Zárate, director
del departamento que la acoge, y un veterano investigador, Daniel Carter, que
ya no trabaja para la universidad pero tuvo una intensa relación profesional y
de amistad con Fontana. Daniel, en su época de estudiante, viajó por la España
de los años 50, enviado por el profesor Fontana para seguir el rastro del
escritor R.J. Sender. Daniel, al principio en la sombra, ayudará a Blanca en su
investigación.
La novela
está bien escrita y se deja leer. Son creíbles los sentimientos de los
personajes: dolor, soledad, rabia, nostalgia de los momentos felices y de los
buenos amigos, desesperación ante el futuro incierto… Eso ya es mucho.
Pero María
Dueñas nos presenta unos personajes sin fe, resignados a una vida en la que
Dios no cuenta, y a la que por tanto no logran dar sentido. Personajes sin
resortes para gestionar la adversidad, cuyo único recurso en momentos de crisis
es una fuerza de voluntad no siempre suficiente, y en el mejor de los casos el hombro de algún amigo relativamente leal. En esas condiciones, la posibilidad de
afrontar la vida con optimismo queda muy mermada.
A mi juicio Dueñas,
al perfilar a sus protagonistas, sucumbe a los dictados de lo políticamente
correcto: una buena dosis de agnosticismo, algún divorcio o separación dolorosa,
expectativas de escarceos sentimentales como remedio de la soledad… Si se
menciona la religión (y el tema bien que
se presta: nada menos que una
investigación sobre la epopeya evangelizadora de los franciscanos españoles en
California) es con cierta displicencia, dejándola
relegada a la categoría de curiosidad cultural marginal, propia de épocas pasadas,
de personas menos cultas, un punto intolerantes, o tal vez algo hipócritas. Una visión alicorta de la
realidad, de la que surgen personajes igualmente pobres y alicortos.
Con ese mal
sabor de lo humanamente insuficiente queda el lector cuando llega al punto
final. Y con la esperanza de que los protagonistas de la novela no sirvan de
modelo a los jóvenes (y mayores) que lleguen a leerla.
Son tiempos
de recordar con más frecuencia algunas verdades esenciales, con las que pocos
se atreven: que la mayor miseria del ser humano es vivir como si Dios no
existiera, que nuestra capacidad de elevar el corazón a Dios es lo que nos
diferencia de los animales, que el silencio sobre Dios es lo que está llenando
de tristeza a Europa, que es posible un compromiso estable de amor entre marido
y mujer, que la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor, que estamos hechos para la
fidelidad en el amor.
Sí: el mundo
interior de las personas es en realidad mucho más rico y trascendente de lo que
dicta la anquilosada corrección política al uso. Ya sé que el objetivo de la novela no tiene
porqué ser aleccionador. Y que es cierto que abundan los casos de separaciones y abandonos que parten el alma y merecen toda la compasión. Pero necesitamos creadores que muestren en sus personajes
todo el bien de que es capaz el ser humano: esos valores (fidelidad, lealtad,
compromiso, trascendencia…) que nos realizan plenamente como personas, y nos
permiten afrontar la vida con optimismo, esperanzados en la construcción de un
mundo mejor.