jueves, 19 de octubre de 2017

Fe y cultura. La verdad y la ineludible presencia de lo sagrado.



La fe ante el reto de la cultura contemporánea



Hay libros  cuya relectura siempre aprovecha. Libros que no pasan, porque saben preguntarse por las verdades esenciales de la existencia humana e iluminarlas con aguda inteligencia y las luces que nos aporta la Revelación. 

De esta magnífica obra destaco dos ideas:

a)  la ineludible presencia de lo sagrado en el hombre y en el mundo. Vivir de espaldas a lo sagrado, considerar al hombre como un mero animal superior, es un daño irreparable a cada persona y al conjunto social.

b) la palabra y el lenguaje son –han de ser- manifestación de la realidad. Usar la palabra para desfigurar la realidad, con la mentira o la sofística, es envenenar la convivencia social y a la propia persona. No es posible vivir en la mentira.


Ante una cultura que pretende la ausencia de Dios y niega la espiritualidad, Pieper muestra la evidencia de lo sagrado, su necesidad, y a la vez la radical insuficiencia del procedimiento científico para demostrar la existencia espiritual del hombre. Una vida espiritual que no es una mera yuxtaposición a la vida material, sino que la absorbe y la integra en una única existencia, espiritual y corporal a la vez.

Lo profano y lo sagrado no son dos mundos incompatibles y contrapuestos. Ambos, profano y sagrado, forman la totalidad. La etimología de profano significa que está a las puertas del templo, a las puertas de lo sagrado. Según el pensamiento griego, lo profano acontece en presencia de lo sagrado, no a sus espaldas. 

Por eso decir que hay un mundo fuera de lo sagrado en el que se puede hacer lo que se quiera es una simplificación inadmisible, dice Pieper. Vivir así se vuelve contra el hombre, porque es vivir contra su naturaleza, que es espiritual y corporal. 

San Josemaría, fundador del Opus Dei, explicaba esa natural presencia de lo sagrado en el mundo de un modo mucho más profundo, como parte esencial del mensaje que debía transmitir al mundo: “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.” 

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Pieper profundiza en la esencial necesidad de que la palabra y el lenguaje estén ordenados a la verdad, porque es en la palabra donde acontece la verdad.  Pocas cosas hay más dañinas para el ser humano que el desorden en el lenguaje. El orden de cada persona y de la sociedad se funda en un lenguaje ordenado, es decir, un lenguaje que busque y diga la verdad.  

El hombre no puede llevar una vida digna donde reina la mentira. Eso sucede en los regímenes totalitarios,  en los lugares donde se impone el totalitarismo ideológico, o donde impera la sofística, que es el vicio de ocultar la verdad y retorcerla con argumentos falsos. La sociedad no puede permitir el sofisma y la mentira, si quiere sobrevivir.

Pieper señala tres ideas básicas para la vida social:

1)              El bien del hombre consiste en ver las cosas como son, y vivir partiendo de la realidad así captada.

2)      El hombre se alimenta sobre todo de la verdad, y la sociedad vive de la verdad públicamente presente. La existencia es tanto más rica cuanto más ancho es el mundo real que la verdad le permite contemplar.

3)        La verdad acontece en el diálogo, en el lenguaje, en la palabra. Y por eso el orden y la existencia social necesitan del orden en el lenguaje, de que a las cosas se les llame por su nombre, sin desfiguraciones ni reduccionismos.

Es claro que el conocimiento académico se basa precisamente en ese orden de la palabra: esa zona de verdad libre de intereses bastardos (políticos, económicos, ideológicos).  No habría avance del saber si reinara la mentira o el sofisma.  Del mismo modo, un Estado sin ese enclave de libertad se convierte en un Estado totalitario. 

La convivencia social requiere espacios de libertad en los que cada cual pueda exponer sus convicciones libre de simplificaciones partidistas,  de enardecimientos ideológicos, de afectos ciegos. Libres de la denigración del otro como estilo, del ego superficial que inventa titulares tan impactantes como falsos, de la frivolidad formal. 


Por eso, cuando en la vida pública crece ese totalitarismo que intenta restringir la libertad para que cada persona exprese palabras verdaderas,  hay que encender las alarmas y exigir un cambio.







miércoles, 18 de octubre de 2017

Correr para vivir. La apasionante historia de Lopez Lomong


Correr para vivir
De los campos de exterminio de Sudan a las Olimpíadas
Joseph Lopez Lomong. Ed Palabra





Esta es una impresionante narración, contada por su protagonista, de la vida de Joseph Lopepe Lomong, hoy atleta profesional y corredor olímpico de los Estado Unidos.


Nacido en una pequeña aldea de Sudán en 1985, a los 6 años es arrancado de brazos de sus padres cuando asistía con ellos a misa. Unos camiones con sucios soldados rebeldes aparecieron de repente junto a la iglesia y a punta de fusil secuestraron a todos los niños. Se los llevaron lejos para convertirlos en niños soldado.


Encerrado durante meses en una abarrotada y asfixiante celda, en la que cada día moría alguno de sus pequeños compañeros de cautiverio, una noche logra escapar con la ayuda de otros tres niños poco mayores que él. Corrieron sin descanso durante tres días y tres noches, en una tremenda carrera que pensaban les devolvería a su aldea. "No llores, Lopepe -le decían sus compañeros- volverás a ver a tu madre." "Siempre he pensado que eran tres ángeles custodios que Dios me envió, porque Él tenía otros planes para mí". 


Cuando creían estar ya cerca de su aldea natal, les descubren unos militares. Pero extrañamente estos militares llevan ropas limpias, y no les pegan ni les gritan. Eran soldados keniatas. Su tremenda y veloz carrera les había llevado en dirección a Kenya, y habían cruzado sin darse cuenta  la frontera.


Los soldados les llevan al campo de refugiados  de Kakuma. Y allí, cuando ya están a salvo, desaparecen sus providenciales acompañantes: nunca más ha vuelto a saber de ellos.


Pasó diez largos años en el campo de Kakuma. Allí alimentaba su confianza en Dios, con el convencimiento de que Él dirigía sus pasos y le cuidaría. Ha visto en una vieja televisión al atleta Michael Jhonson, y sueña con llegar a ser como él, corredor olímpico. Acude asiduamente a la capilla del campo, y allí crece su confianza en Aquel que hace posibles todas las cosas, por increíbles e imposibles que parezcan. 


Y la Providencia actúa. En 2001 una organización cristiana de Estados Unidos consigue que 3.500 niños abandonados del campo de Kakuma fueran acogidos por otras tantas familias norteamericanas. Lopepe fue uno de los afortunados.


Arropado por el calor y entusiasmo de sus nuevos padres, logró la primera parte de su sueño: en 2006, mientras realizaba sus estudios en Hostelería, logra convertirse en atleta profesional. Pronto estaría en condiciones de cumplir la segunda y más importante parte: utilizar los dones que Dios le ha dado (simpatía, éxitos, popularidad) como plataforma para cambiar la vida de otros muchos niños abandonados como él, en Sudán y en tantos lugares del mundo. Compitió en las olimpiadas de Beijin en 2008, donde fue abanderado de Estados Unidos, y de Londres en 2012. 


                                 



Destaca en el relato el sentimiento religioso de Joseph, nombre de bautismo cristiano, del que se siente orgulloso porque le recuerda a los dos José más famosos: el del Antiguo Testamento, maltratado y abandonado por sus hermanos, pero que luego se convierte en su providencial salvador; y el del Nuevo Testamento, padre y esposo providente de María y Jesús. Siempre vio en ese nombre que le fue impuesto un sentido de la  misión que Dios le iba a encargar: dar a conocer las penurias de tantos niños que sufren y ayudar a solucionarlas.


Destaca también en Lomong el amor a su nueva patria, Estados Unidos. Es una de las virtudes de los norteamericanos, que les hace fuertes. Gentes de toda raza, origen y creencias se sienten identificados cuando se trata de amor a la patria que les acoge. El día siguiente al atentado de las Torres Gemelas, en el instituto de Lopepe pusieron una mesa que vendía camisetas con la leyenda "Unidos Podemos". Todo el mundo cogió una y la llevaba puesta, fueran cuales fueran sus ideas. 


Lopepe descubre que los norteamericanos no sólo aman su país, sino que además están tremendamente orgullosos de él. No es nacionalismo, que es un defecto en cuanto supone distanciamiento o desprecio a los demás. El amor a la patria es una virtud. No hay mal peor para una nación que el cainismo, el odio a lo propio, que lamentablemente inoculan algunos en países de noble tradición como España. Lopepe por primera vez se sintió americano ese día, empezó a considerarlo su hogar y su familia.


Otro rasgo del relato de Lopepe (veloz, en su lengua natal; en América se lo abreviaron por López) es el agradecimiento, el humilde sentimiento de no merecer tanto como se le daba. Durante muchos meses, al principio de su llegada a Estado Unidos, estuvo convencido de que todo era fruto de un error y que pronto le devolverían a África. "Esto es demasiado bonito para ser real". Cuando por fin se convenció de que no había error -en una estupenda conversación con su padre de acogida- pasó al convencimiento de que Dios le pedía compartir esa felicidad con muchos otros necesitados.


Agua potable, acceso a la educación -especialmente de las mujeres, que lo tienen más difícil-, acceso a semillas y maquinaria agrícola para mejorar la alimentación, medicinas y atención sanitaria para evitar la tremenda mortalidad infantil por enfermedades fácilmente curable si hubiera un mínimo de medios. Estas son las cuatro necesidades básicas de África, dice con acierto Lopez Lomong. Y esa es la finalidad de la fundación que puso en marcha y para la que trabaja.



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Se trata de un relato vivo, al que Mark Tabb ha sabido dotar de expresividad literaria, que despierta en el lector esos mismos  sentimientos de humanidad, solidaridad y confianza en la providencia que vemos en su protagonista. Gracias a Dios hay muchas buenas iniciativas en marcha, en las que podemos colaborar, como esta de Harambee, también en Sudán. Pero toda ayuda es poca para tanta necesidad.