Creación y pecado. Joseph Ratzinger . Ed NT, 1992
En 1991 el cardenal Joseph Ratzinger pronunció cuatro
conferencias cuaresmales en la catedral de Munich. Deseaba cubrir una laguna
que observaba en la catequesis de aquellos años: se omitía la referencia a los
relatos de la Creación, contenidos en el
Libro del Génesis. Algunos pensaban que habían quedado obsoletos, que no eran
ya válidos.
Ratzinger sale al paso de este error,
procedente de una falsa interpretación de la Sagrada Escritura, y nos enseña
las maravillas que encierra el libro del Génesis cuando lo leemos guiados por el
mismo Jesucristo, Palabra de Dios Encarnada.
Este libro aporta una visión
clara y penetrante acerca del orden primigenio de la creación, su belleza y armonía, inexplicables por el puro azar. Y
acerca de quién es el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, "del
barro de la tierra", según la imagen del Génesis.
Cada hombre, en cada generación, se hace la pregunta
necesaria: ¿quién soy? y ¿qué quiero ser como hombre? De la respuesta que de a
esa esencial pregunta depende su futuro como persona y el futuro de la
sociedad. ¿Qué es el ser humano?
Ratzinger aporta una sugerente visión acerca del
significado del pecado original, cuyo carácter hereditario parece chocar con la
bondad divina. El pecado del hombre introduce el desorden en el cosmos, y ahora
se trata de restablecer el equilibrio inicial, para que en el mundo vuelva a
brillar la gloria de Dios y del hombre. Es un pecado que ha dañado a todo el
género humano porque el hombre no está encerrado en sí mismo, es un ser relacional. Es esencialmente relación
a los otros.
Ser verdadero
hombre significa estar en la
relación del amor, primero y esencialmente con Dios, y también con los
demás. Y el pecado significa estorbar esa relación, o destruirla totalmente. El
pecado, al pretender convertir al hombre
en Dios, interrumpe su relación a los demás, falsea todas las relaciones,
y afecta por tanto a todos los hombres. Cada hombre llega al mundo con una
interdependencia en la que las relaciones han sido falseadas. Ya desde el
comienzo de su existencia el hombre está perturbado por el pecado, que le
tiende la mano… y el hombre lo comete.
Esta
idea del hombre como ser esencialmente relacional, que se comunica con otros,
ha sido tratada también por Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret. Cuando el hombre rompe la comunicación con Dios, rompe la más esencial de sus
relaciones. Esa es la mayor tragedia del hombre de nuestros días, que ha
olvidado su necesidad de dirigirse a Dios y hablar con Él. De ahí la
importancia de recuperar el sentido de la oración y la necesidad de rezar.
La
Sagrada Escritura adquiere su sentido verdadero cuando la leemos hacia atrás, desde Jesucristo, guiados por Él. Desde Él,
desde su vida y sus palabras, la Palabra escrita en el Antiguo Testamento
adquiere su pleno sentido. Y con Él, vemos que Dios ha creado el Universo para
poder establecer con los hombres una historia de amor, para poder hacerse
hombre y desparramar -dice Ratzinger- su amor entre nosotros.
Dios
formó al hombre "del barro de la tierra", dice el Génesis. Esa imagen explica
mucho sobre nuestra realidad más íntima. Explica que no somos dioses: no nos hemos hecho a
nosotros mismos. Y explica que somos iguales, formados todos del mismo barro, de la
misma materia. Nadie es más que otro. Por eso el cristianismo es una rotunda negación
de toda forma de racismo.
Pero el
relato del Génesis dice mucho más: "a
imagen de Dios lo creó". Al hacerlo a su imagen, Dios entra a través del hombre en la creación. Al
hacernos a su imagen, Dios prepara el camino para su Encarnación como uno de
nosotros: desde ese momento era posible.
Donde deja de verse al hombre
como imagen de Dios, colocado bajo su protección, surge la barbarie. Y al
contrario: donde se descubre que el otro, cada ser humano, es una imagen de
Dios, aparecen la categoría de lo espiritual y la categoría de lo ético. No
todo vale. Dios obra el bien, y también nosotros hemos de obrar como Él. Debemos hacer el bien y
evitar el mal. No todo lo que se puede hacer es bueno. Mi
conducta debe ser ética, acorde con mi dignidad de imagen de Dios, y con la
dignidad del otro que también es imagen de Dios.
Una consecuencia más: si somos
imagen de Dios, es que hay Otro del que somos esa imagen. El hombre que se
encierra en sí mismo y se niega a hablar
con Dios, dirigiéndose a Él con un “Tú” personalísimo, niega lo más esencial de su ser, que es la relación
con su Dios Creador, que le ha dado el ser y de quien es imagen. Por eso rezar,
dirigirse a Dios, es la acción más propiamente humana.
Ratzinger no rehúye el diálogo razonado con los que se manifiestan ateos.
Así, glosando las palabras de Monod y al hilo de su discurso, hace ver cómo los
grandes proyectos de la vida que descubrimos mediante la ciencia, y maravillan
incluso a quienes se piensan ateos, nos remiten a una Razón creadora.
Este libro es una extraordinaria catequesis sobre cómo leer
la Sagrada Escritura. Un ejemplo entre muchos: cuando glosa las palabras de
Pilatos mostrando a Jesús destrozado por la cruel tortura de la flagelación: Ecce Homo. Ved aquí al
hombre. Esto es el hombre. Lo que significa: "Esto es lo que es capaz de hacer el odio, cuando
descarga su ira contra un inocente". Pero también: "Esto es lo que es capaz de
soportar el amor de Dios". El Dios hecho Hombre, de quien somos imagen, que se nos ofrece
como ejemplo de vida, nos descubre con su ejemplo hasta qué punto debemos amar a los demás, estando dispuestos a perdonar sus ofensas hasta el heroísmo.
Un libro profundo, como todos los
de Ratzinger, que constituye una delicia para la inteligencia y un manantial de
sentido para la vida.