Retorno a Brideshead. Evelyn Waugh
Retorno
a Brideshead, publicada por primera vez en 1945, es la novela más famosa del
escritor inglés, Evelyn Waugh (1903-1966). En los años 30, tras el divorcio con
su primera mujer, Waugh se convirtió al catolicismo.
En
su interesante Cartas a un joven católico, George Weigel hace un agudo
comentario a esta novela, que considera un referente para entender en qué
consiste la conversión al catolicismo. Para Waugh, el castillo de Brideshead,
como el Castle Howard en que se rodó más tarde la película basada en la novela,
no es simplemente el escenario en que transcurre gran parte de la acción, que
además ofrece un marco de belleza magnífico.
Gracias al arte y la intuición de Waugh, todo se transforma en un lugar emblemático en el que se puede observar el proceso de una conversión al catolicismo, un lugar privilegiado en el que podemos ver cómo un personaje asciende por la escala del amor. Porque al fin y al cabo, hablar de catolicismo es hablar de la acción de Dios, que es Amor, en el mundo. Y de su Amor proceden todos los demás amores que merecen ese nombre.
En Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh ofrece una penetrante visión del
catolicismo. Cuando en plena fiesta, una imponente matrona pregunta al
protagonista cómo es que él, prominente católico converso, puede comportarse
de manera tan descortés, Waugh replica: «Señora, si no fuera por mi fe, yo
apenas sería humano».
Ese comentario, más allá de la ironía o el
sarcasmo, encierra una convicción humilde, que nos recuerda lo que el propio Evelyn
Waugh había escrito a su amiga Edith
Sitwell, escritora como él, cuando fue admitida en la Iglesia Católica:
“¿Debería yo, como padrino, ponerle a
Vd. en guardia sobre los probables sobresaltos que le aguardan en el aspecto
humano del catolicismo? En realidad, no todos los curas son tan inteligentes y
tan amables como el Padre D’Arcy y el Padre Caraman. (En mi libro, el caso de
aquel que va a confesarse con un espía es una experiencia real.) Por mi parte,
estoy seguro de que Vd. conoce el mundo lo suficientemente bien como para saber
que hay católicos presuntuosos, rudos, perversos y maleducados. Yo me digo continuamente
a mí mismo: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no
tuviera fe». Una de las alegrías de la vida católica consiste en reconocer
las pequeñas chispas de bien que saltan por todas partes, igual que los
ardores de los santos.”
Retono a Brideshead es una obra que muestra cómo pequeñas chispas de bondad
puedan acabar provocando llamaradas de auténtica conversión. Como dijo el
propio Waugh, la obra muestra «los efectos de la gracia divina en un grupo
de personajes diferentes, pero estrechamente vinculados».
Se trata de una novela sobre la conversión; pero una conversión entendida
como disposición a subir los escalones, muchas veces demasiado empinados, de
la escala del amor. Una escalera que comienza con la juvenil amistad del
protagonista, Rydler, con Sebastian, que implica un juego no exento de
perversión.
La escala sigue más tarde con un amor más elevado y noble con Julia, aunque
adúltero por ambas partes, y por eso limitado. Ese amor no puede sino acabar en
tristeza, porque está muy alejado del idílico paraíso que soñaban y al que por
ese camino nunca llegarán. Ese amor mutuo está muy lejos del verdadero amor y
de sus exigencias. Sólo cuando lo reconocen, cuando aceptan admitir que su
situación es de pecado, sólo entonces son capaces de afrontar el último
escalón, el del verdadero amor. Y por eso de mutuo acuerdo se separan.
Es entonces, cuando han aceptado separarse, cuando se enfrentan al último
peldaño: el del amor de Dios manifestado en Cristo. Han pedido una señal que
les permita dar ese salto definitivo, y la reciben ante el lecho de muerte de lord Marchmain. Éste se encuentra ya en estado de coma.
Todos pensaban que Marchmain vivía alejado de la religión, y de hecho así
era. Pero sucede algo inesperado: el lord está en coma, inconsciente, y entra
el sacerdote para ungirle con la Unción y absolverle de sus pecados. Y mientras
le absuelve, de manera imprevisible, la mano derecha del lord se mueve
pausadamente hacia su frente, y luego baja hacia el pecho… y hace completa la
señal de la cruz, ante la mirada atónita de todos. Era la señal que ambos,
Julia y Rydler, pedían para dar el paso definitivo hacia su conversión.
No es pues esta obra una mera sátira social de su época (tan frecuente en otras de las novelas de Waugh). Ni tampoco evocación nostálgica de un suntuoso pasado. Ni una prueba más de ese estilo refinado y un tanto amanerado con que Waugh y otros autores ingleses han recreado la vida social de esos años.
Estamos ante una novela sobre la conversión, por otra parte magistralmente
puesta en escena, en la que se muestra cómo el amor es algo superior y muy
distinto al sentimiento.
El amor es un impulso interior de carácter espiritual, un anhelo de comunión, incapaz de ser saciado por amores raquíticos. No es un camino fácil, pero es posible, ascender por la escala del amor. Para ascender es preciso reconocer que el estado en que uno se encuentra es insuficiente, pedir perdón y reconciliarse, haciéndonos responsables de nuestros actos.
La novela fue recreada con éxito en 1981 en una serie de diez horas de duración para la televisión británica: una adaptación muy fiel al espíritu de la novela, en la que intervinieron artistas de la talla de Diana Quick o Sir Laurence Olivier. La inspirada música de Geoffrey Burgon, que abre esta entrada, suena magistralmente como una imagen de que el amor está en el centro de nuestra condición humana, muy alejado del mero sentimentalismo.
No podía ser de otro modo, puesto que Dios es Amor y nosotros imagen suya, en camino hacia la identificación con Él si sabemos ir subiendo los peldaños de calidad del amor, que nos alejan del egoísmo y nos acercan al verdadero Amor.
No
sucedió lo mismo con la película que en 2008 dirigió Julian Jarrold para la
gran pantalla. Una película que deja vacío, o al menos tergiversa, el sentido
de la novela de Waugh, y roba al espectador la esencia de una historia –la de
la novela original- que ha emocionado a millones de espectadores, tanto
creyentes como ateos.
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