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miércoles, 10 de abril de 2019

Diseño y arquitectura. Una mirada a África con Harambee


Una mirada a África desde la arquitectura y el diseño



África puede inspirar valores a los creativos de la arquitectura y el diseño en los países más desarrollados.

Es la conclusión de otra de las sugerentes tertulias de la Fundación Coso en torno a su iniciativa Diseñosque cambian vidas, a favor de la ONG Harambee.

El marco no podía ser más idóneo: la sede del Colegio de Arquitectos de Valencia.




En ameno diálogo de Amparo Ferrando con Ricardo Moreno, profesor de la Escuela Superior de Arte y Diseño de Valencia, y Macarena Gea, conocida arquitecta muy seguida en las redes sociales, se resaltó la irrepetible personalidad de África (Kapuchinski), capaz de atrapar el corazón de cuantos la visitan. Atrapa porque esconde unos valores que enamoran.




La imponente belleza y la fuerza de sus paisajes naturales, que se transmite como por encanto en la alegría de vivir de los africanos, en los fulgurantes colores de sus vestidos, en la apertura a la luz de su estilo de vida.

La serenidad de sus movimientos, en armonía con la naturaleza, que parece transmitir un ritmo más pausado,  más humano, alejado de nuestra estresante prisa que conduce a ninguna parte. 

Un estilo sereno de vida que invita a la interioridad y a la reflexión, a elevar la mente al Creador, a hablar con calma con amigos y seres queridos, a contar bajo las estrellas historias de familia, sin prisa.



La generosidad y espíritu de colaboración, aún en medio de condiciones de escasez y de pobreza. Una solidaridad que viven tantos africanos que, una vez formados, regresan a su país para contribuir al desarrollo de su tierra, trabajando para construir sociedades más justas y libres de corrupción y de guerras.



De ese sentido de cooperación solidaria participa la ONG Harambee (que significa todos a una). En la tertulia se anunció un nuevo proyecto de Harambee: conseguir 100 becas de estudio para que universitarias africanas puedan realizar estancias de especialización en universidades prestigiosas europeas, durante al menos los próximos diez años.

Ha sido una iniciativa del comité organizador de la beatificación de Guadalupe Ortiz, química española que realizó una gran labor de promoción de la mujer en aspectos educativos y científicos, y será la primera laica del Opus Dei beatificada. Van a colaborar tanto los asistentes a la beatificación como todas las personas que lo deseen, a través del Proyecto Becas Guadalupe





Una tertulia magnífica, en la que estuvieron presentes muchas diseñadoras que participaron en el reciente Premio del Desfile Diseños que Cambian Vidas, y entre ellas su ganadora, Lydia Herrero.

Sus preciosos diseños, artísticamente presentados por el equipo de CosoModa, Amparo Ferrando y Macu Martínez, daban prestancia, luz y color a la sede de los arquitectos valencianos.




martes, 8 de agosto de 2017

Oráculos de la ciencia







       Mariano Artigas y Karl Giberson, científicos y expertos en las relaciones entre ciencia y religión, analizan en este documentado libro a seis científicos con una importante  capacidad de divulgación: Richard Dawkins, Stephen J. Gould, Stephen Hawking, Carl Sagan, Steven Weinberg y Edward Wilson. Los seis sugieren en sus publicaciones tres ideas: que la ciencia es hostil a la religión, que los científicos son ateos, y que la comunidad científica centra sus investigaciones en el origen del universo y del hombre  .



Artigas y Giberson muestran que ninguna de esas afirmaciones es cierta. Ciencia y religión son dos empresas humanas muy diferentes, con una autonomía que debe ser respetada. Líderes de la comunidad científica como Francis Collins, Allan Sandage o Charles Townes, entre muchos otros,  son profundamente religiosos. Curiosamente los seis “oráculos” parecen ignorarlos.


La ciencia moderna es uno de los mayores desarrollos de la historia humana, que ha ayudado a difundir  valores implícitos en la tarea científica: objetividad, buscar la verdad con humildad, validación independiente… Es cierto que ha habido conflictos y ataques injustificables, como las controversias en torno al caso Galileo o entre evolucionismo y creacionismo.


 Pero el bien de la verdad pide que se aplique con rigor la metodología adecuada a cada conocimiento: hay un método aplicable a la ciencia, que es distinto del método filosófico. Transvasar los métodos lleva a errores de bulto, como muestran Artigas y Giberson  con serena objetividad y un delicado respeto a las personas y a la verdad de las cosas.  


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El libro analiza la trayectoria y logros científicos de cada uno de los célebres científicos,  y sus afirmaciones  más importantes en relación con la religión y la existencia de Dios.  Artigas y Giberson afirman la  capacidad científica innegable de cada uno, pero muestran también que fallan cuando hacen incursiones en el  campo de la filosofía o la teología. 


Fallan por falta de rigor en los razonamientos, y porque mezclan  ciencia con opiniones personales que en absoluto se concluyen de sus aportaciones científicas. Dawkins, por ejemplo, mezcla la ciencia con opiniones expresadas con tal apasionamiento que resulta difícil al lector distinguir la ciencia de la opinión. Esa mezcla invalidaría sus artículos para ser publicados en una revista científica. Parece que aprovecha sus méritos científicos y la audiencia lograda por su capacidad de divulgación para hacer una apología de sus creencias, en absoluto respaldadas por la ciencia.


Uno de los libros más difundidos de Dawkins, El relojero ciego, no puede ser catalogado como libro de ciencia. Cuando reflexionamos sobre la ciencia, sus objetivos, su valor, sus límites, no estamos haciendo ciencia, sino filosofía. Dawkins es un buen científico y un brillante comunicador, pero su trabajo como filósofo resulta pobre y lleno de lagunas.


Existen formas de conocimiento distintas de la ciencia: el sentido común, la experiencia artística y religiosa, la reflexión filosófica. Todas ellas quedan fuera del alcance de la ciencia, como también queda fuera el significado de la vida y del universo. Y por supuesto  la acción de Dios en el mundo también puede estar fuera del alcance de la ciencia, aunque puede igualmente ser compatible con ella.


Por ejemplo, es notable el empeño de Dawkins en rechazar el diseño inteligente del universo, cuando otros científicos como Christian de Duve, biólogo y Premio Nobel, ha afirmado que la evolución es compatible con la existencia de un plan divino, y ofrece pistas que llevan a admitir la existencia de ese plan. Por lo demás, es evidente la existencia de un diseño aparentemente complejo de las leyes físicas que hacen posible la vida, leyes precisas que gobiernan el universo, constituido a su vez por una materia dotada de propiedades específicas.



  

El éxito de la ciencia se debe a que concentra su esfuerzo en ámbitos muy particulares y restringidos, evitando preguntas sobre lo que cae fuera de ese ámbito. El cientifismo en cambio hace generalizaciones sin base, malas filosofías falsamente presentadas como derivadas de la ciencia, que acaban convirtiéndose en una  pseudo-religión, a la que bien podría calificarse de virus de la mente con el que se pretende dar un sentido a la vida y un ideal por el que luchar, adaptando la terminología que el propio Dawkins ha inventado para atacar a la religión.


Dawkins en realidad no examina la verdad de la religión, se limita a dar por supuesta su falsedad porque no se ajusta a los criterios de la ciencia empírica. Pero ningún método científico nos puede llevar a comprobar la existencia de Dios, y menos a la conclusión de que somos hijos de Dios, o que debemos amarnos unos a otros. Que esas afirmaciones no sean científicas no significa que estén hechas sin apoyo: se apoyan en algo distinto al método científico.


La fe no es, como afirma Dawkins, “confiar ciegamente, en  ausencia de pruebas,  aun frente a evidencias”. Ningún escritor cristiano importante  ha definido así la fe. Pero Dawkins construye ese hombre de paja y basa en él todo su ataque a la religión.


Más preocupante que sus errores intelectuales es la ferocidad con la que afirma su ateísmo, sólo explicable porque los motivos de su ateísmo tengan un origen emotivo y no científico, pues la ciencia avanza con unos valores propios característicos: búsqueda de la verdad, objetividad, rigor, modestia intelectual, cooperación


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A veces viene bien conocer las motivaciones que están detrás de algunos comportamientos. Por ejemplo, a  Hawking le gusta conectar la física con Dios porque descubrió que así sus conferencias se llenaban. Giberson apunta con ironía que Hawking sabe que cada ecuación que introduce en uno de sus libros reduce las ventas a la mitad, y cada vez que introduce el término “Dios” dobla las ventas. Las incursiones de Hawking en filosofía o teología son dolorosamente ingenuas y asombrosamente dogmáticas. Y con frecuencia están expresadas en un incomprensible tono mistérico que no se sabe si esconde una burla o mera vaciedad, aunque curiosamente muchos la reciban como un auténtico oráculo, sin entender nada.



Sagan, famoso por la serie Cosmos, de muy buena factura pero en la que no hay lugar para Dios, reconstruye la historia sin hechos en los que apoyarse, como en el caso de la bibliotecaria Hipatia de Alejandría, cuya verdadera historia no tiene nada que ver con la leyenda anticristiana construída muchos siglos más tarde. Sagan también reinventa a Tales de Mileto, de quien apenas sabemos nada,  y que Sagan describe sin base documental como héroe de la lucha de la ciencia contra la religión en la Grecia clásica.
  

En cambio Sagan  omite toda referencia a los detallados estudios sobre cómo la revolución científica del siglo XVII  fue debida a siglos de trabajo previo durante el  periodo medieval. La física matemática apareció en el mundo occidental, fruto de un trabajo meticuloso que se gestó durante la Edad Media, en la Europa cristiana, que no era tan oscura como la pinta Sagan.


Presentar la religión como enemiga de la ciencia es ignorar que donde ha crecido la ciencia ha sido precisamente en el Occidente cristiano, y que el cristianismo no se ha visto obligado a cambiar como consecuencia del progreso de la ciencia.



    Son algunas pinceladas de este gran libro, muy recomendable para amantes de la ciencia y del rigor intelectual. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Ciencia y fe. Lo que sabemos del origen del universo y de la vida (y II)






La mirada de la ciencia y la mirada de Dios.
Diego Martínez Caro. Ed. EUNSA. 2011


El diseño inteligente y el principio antrópico deslumbran a los científicos



Cada vez es mayor el número de científicos que muestran su asombro ante la evidencia de que  el universo parece como si se desarrollara de acuerdo con un plan inteligente. Este argumento del diseño inteligente, curiosamente  abandonado por  los teólogos tras las críticas procedentes del darwinismo, es ahora recogido por la Ciencia, que  sugiere además que la existencia de organismos conscientes es un rasgo fundamental del universo. Parece como si todo estuviera hecho para ser observado por seres inteligentes.


El filósofo Anthony Flew, tras 50 años de ateísmo, declara: “Creo que los orígenes de las leyes de la naturaleza, de la vida y del universo señalan claramente a una fuente inteligente. La carga de la prueba recae sobre los que argumentan lo contrario (…) Cada año que pasa, y según descubrimos la riqueza de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece q una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético”.


Richard Smalley, Nobel de Química, muestra también su admiración ante el principio antrópico: cada vez aparece con mayor claridad a la Ciencia que el universo está exquisitamente ajustado para hacer posible la vida humana.


Por su parte, Paul Davies, que ha sido profesor en el Centro de Astrobiología de Australia, y ahora en la  Universidad de Arizona, defiende que las condiciones físicas que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan increíblemente ajustadas que hacen inviable  atribuir la existencia humana al simple juego accidental del azar o de fuerzas ciegas. Es necesario algún plan superior capaz de explicar la vida humana.


La posibilidad de que desde el origen del Universo (14 mil millones de años) se produzcan al azar los miles de millones de coincidencias, mutaciones y combinaciones necesarias para dar origen a un organismo humano es ínfima: se ha podido calcular con potentes ordenadores y es muy inferior a 1 entre mil millones.


Muchos científicos concuerdan en esto: la aparición de la vida depende de unas propiedades favorables de la física tan específicas que no pueden sino ser deliberadas por una inteligencia superior. Es casi inevitable pensar que nuestra inteligencia es imagen de una inteligencia superior. Para el astrónomo y matemático Fred Hoyle, esta teoría –aunque apoyada en razones sicológicas más que científicas- es tan obvia que hay que preguntarse por qué no es ampliamente aceptada como evidente por la comunidad científica. Quizá hay que ver aquí uno de esos casos de miedo a la disidencia respecto a lo políticamente correcto: el miedo a verse aislados profesionalmente.


La fe en un Dios sabio y racional hizo posible el nacimiento de la ciencia moderna


Davies reconoce también la influencia decisiva del cristianismo  en el nacimiento de la ciencia moderna: los pioneros de la ciencia moderna eran cristianos,  y como tales pensaban que la naturaleza, como obra de Dios, era racional y que, por tanto, se podría investigar científicamente.


Subraya el doctor Martínez Caro que es un hecho incontestable que la ciencia moderna tuvo sus orígenes entre los siglos XIII y XVII,  gracias a una matriz cultural cristiana: la de Europa, que vivía siglos de fe. Por su fe cristiana, los europeos se consideraban cuidadores de la obra de su Padre Dios, infinitamente sabio y racional, que ha creado un mundo lleno de orden y de leyes, y al hombre  a su imagen y semejanza, y por tanto partícipe de la inteligencia divina y capaz de conocer el mundo.


De hecho en esa fe se apoyan incluso los científicos que dicen no ser creyentes: todo el desarrollo de la ciencia está basado en la fe en la existencia de leyes matemáticas seguras, inmutables, universales, que rigen el universo. Fe en que no fallarán, aunque desconozcamos su origen.  La teoría de que la existencia de leyes no obedece a razón alguna es tremendamente contraria a la razón, y sobre ella debe caer la carga de la prueba.


Frente a ese origen cristiano de la ciencia, algunos alegan que también los chinos inventaron cosas: cohetes, brújulas… Pero no se cae en la cuenta de que fueron incapaces de formular ni una sola ley física. Y el motivo es sencillo: habían perdido desde muy temprano la creencia en un Creador personal y racional, fundamento de la racionalidad  última del Universo.


La religiosa creencia del nuevo ateísmo en que en el universo “sólo hay una ciega y despiadada indiferencia” ( Richard Dawkins) es realmente heladora e inhumana. En cambio, lo que sabemos por la fe cristiana acerca de nuestro origen es mucho más reconfortante. Lo ha recordado Benedicto XVI recientemente con palabras precisas y bellas: “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios, querido, amado y necesario”. Gracias a este convencimiento se ha ido abriendo paso la civilización en nuestro mundo,  en medio de una humanidad barbarizada y no siempre dispuesta a aceptarlo.


Para saber más acerca de las lagunas  e implicaciones filosóficas del evolucionismo y del neodarwinismo son  recomendables los abundantes trabajos del profesor Mariano Artigas , por otra parte muy citado en la bibliografía que aporta el libro.