lunes, 9 de enero de 2017

Cómo defender la fe sin levantar la voz

Cómo defender la fe sin levantar la voz
Austen Ivereigh y Yago de la Cierva
Ed. Palabra







En el año 2010 el Papa  Benedicto XVI viajó al Reino Unido, un país en el que la percepción pública de la Iglesia católica ha sido negativa durante siglos. Un pequeño grupo de católicos de a pié –estudiantes y jóvenes profesionales, “con trabajo, hijos e hipotecas que atender”- vieron en la visita del Papa una  oportunidad: podrían ofrecerse a  los medios de comunicación para contar la realidad que ellos vivían en la Iglesia, muy distinta de la percepción negativa reinante en su país. Y se prepararon a conciencia. 



Así nació Catholic Voices, que desde entonces realiza  una importante labor de comunicación en el Reino Unido. Su presencia es solicitada por los medios en los debates que afectan a la vida de la Iglesia. Su ejemplo ha cundido en otros países.




Este libro recoge parte del trabajo de Catholic Voices. Son “respuestas civilizadas a preguntas desafiantes” que están en la calle.   Respuestas  razonadas, apoyadas en datos y fruto de horas de trabajo serio,  para presentar el mensaje cristiano  ante una  ideología  que pretende que creamos que no tiene relevancia lo que la Iglesia diga. 



Yago de la Cierva, de la mano de Austen Ivereigh –uno de los promotores de Catholic Voices en Inglaterra, y autor de El gran reformador, una gran biografía del papa Francisco- ha adaptado el contenido del libro a cuestiones que afectan especialmente a España.




Un cristiano corriente ha de ser capaz de dialogar con seguridad y confianza sobre las buenas razones y datos que avalan la postura de la Iglesia cuando habla de población y desarrollo, de la defensa del no nacido o de la cultura del descarte. La ideología dominante no es una amenaza, sino una oportunidad que reclama creatividad, estudio y diálogo, para saber mostrar las buenas razones y datos que apoyan la fe de la Iglesia.








No busques un escondrijo, prepárate” es el lema de Catholic Voices. Prepararse significa documentarse, formarse, estudiar, analizar, escuchar a quienes defienden posturas contrarias, buscar la verdad que hay en toda acusación, y desde el diálogo amable caminar junto a los oponentes, siempre de modo respetuoso hacia las personas, aunque no compartan las ideas. 



Esa es precisamente la gran aportación de este libro. Enseña a caminar juntos y amigablemente en busca de la realidad, porque la realidad nos llevará a la verdad. Con hechos reales, los prejuicios caen.




¿Tiene derecho la Iglesia a pronunciarse en política? ¿De verdad defiende la  igualdad y libertad? ¿Es partidaria de la promoción de la mujer? ¿Por qué no apoya las políticas sobre población que promueven los países ricos?  ¿Por qué se opone a ciertas leyes en materia matrimonial, familiar o educativa? ¿Por qué rechaza la cultura del descarte




Las objeciones de los acusadores son analizadas con objetividad, se busca la parte de verdad que contienen para reconocerla,  se pone en evidencia lo que no es cierto, se explican las razones y datos que faltan en la acusación, y desde ahí se buscan nuevos enfoques y puentes de entendimiento hacia la realidad, buscando tratar cada cuestión con la objetividad necesaria. Al final de cada capítulo se aporta un resumen de ideas, datos y nuevos enfoques que es necesario resaltar para facilitar el entendimiento, evitar tergiversaciones y desinflar mitos.


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Sobre la mujer en la Iglesia, muestra la evidencia de que la dinámica que está detrás de la emancipación de la mujer viene del cristianismo. Hay más mujeres con funciones de liderazgo dentro de la Iglesia que en otras instituciones comparables. Por ejemplo, la escasa proporción de mujeres en el Vaticano (aunque es una proporción que supera la de las multinacionales, por ejemplo) es similar a la de varones laicos. El problema  es el exceso de clérigos en cargos que podrían desempeñar laicos (mujeres o varones).  Interesante la fuerza con que surge un nuevo feminismo, que busca emancipar a la mujer salvaguardando su identidad diferenciada.




Respecto al matrimonio, resalta que la Iglesia no rechaza a los homosexuales. Defiende que el Estado debería promover el matrimonio conyugal por el bien de la sociedad y especialmente de los niños. Es reseñable que algunas “leyes de matrimonio homosexual” convierten  en susceptible de ser acusado de discriminación a quien no esté de acuerdo con esa ideología, que se presenta como una nueva religión a la que todos deban someterse, algo impropio de una  democracia.


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En educación, hay una idea básica: los colegios son prolongación de la familia, no del Estado. La educación es formación de hábitos y virtudes, y por eso la dimensión religiosa no puede excluirse. Frente a afirmaciones en contra, los datos evidencian que  las escuelas católicas son las más diversas social y étnicamente, y no sólo forman el caracter sino también superan la media en las demás áreas, hasta deportivas. 



El secreto de esa eficacia social es su identidad, y para asegurarla necesitan autonomía para elegir a sus directivos, docentes y alumnos. Esa autonomía es parte de la libertad religiosa reconocida por la Constitución. El Estado debe garantizar el derecho de los alumnos (o de sus padres si son menores) a la enseñanza de religión en la escuela púbica.


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En política, la Iglesia católica tiene el derecho natural de pronunciarse. Nadie como la Iglesia defiende la distinción entre política y fe, y el diálogo entre ambas para que no se aíslen y contribuyan a la mejora de la persona en su totalidad. En el cimiento de la libertad social y de nuestra civilización está la doctrina social de la Iglesia, que es su única agenda política.



Sobre población, SIDA, ecología y desarrollo, multitud de datos avalan que nadie como la Iglesia está tan cerca de los pobres y puede hablar con tanta autoridad en su nombre. Los mejores expertos en SIDA han confirmado que el comportamiento sexual responsables que promueve la Iglesia es el más idóneo para la prevención


Los países pobres no necesitan frenar la natalidad, que es a lo que preferentemente destinan sus ayudas los países ricos. Su verdadera necesidad  es que se promueva un comercio internacional justo. Las familias numerosas no son la causa de la pobreza: la causa es que se anteponga el dinero y el beneficio a las personas.


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Sobre los abusos sexuales, la Iglesia ha reconocido que sólo un caso sería ya una situación abominable, y ha pedido perdón. Pero hay que contar toda la verdad: la mayor parte de las acusaciones proceden de hechos sucedidos hace 30 o 40 años. Las escuelas católica no actuaron entonces ante denuncias, pero tampoco lo hacían otras instituciones similares, en las que proporcionalmente abundaron más los abusos. 


Ha habido un despertar moral en la sociedad ante el abuso sexual a menores, y un cambio radical en los protocolos de actuación que sitúa a la Iglesia católica en la vanguardia de la prevención, frente a otros grupos o instituciones. Se constata cómo el sacerdocio católico no es refugio para quienes cometen abusos, ni hay vínculo causal con el celibato. Y todo evidencia que hoy la Iglesia es un ambiente seguro para la juventud.


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La igualdad es un principio cristiano: la Iglesia defiende que todas las personas tienen el mismo valor y dignidad, porque todos somos hijos de Dios. La Iglesia acoge a todos, rechaza cualquier discriminación. Pero está en contra de la forma en que tratan de aplicarse ciertas leyes de igualdad, porque afectan negativamente a otros derechos y libertades. Reclama la libertad de asociarse y de manifestar públicamente las propias convicciones, que deben estar protegidas por la ley. 



La ideología de género es una ideología, no está basada en la ciencia, y privilegia a colectivos LGTB por delante de otros colectivos que también están en riesgo de exclusión. Ciertas leyes de género vulneran derechos fundamentales como el de libertad de expresión, la libertad de los padres de elegir la educación de sus hijos, la libertad de creación de centros educativos, o la patria potestad de los padres.




Sobre la sexualidad, la Iglesia siempre ha visto en el sexo una bendición de Dios, una llamada al  amor en un contexto de compromiso y estabilidad, y su fin es estar abierto a la vida. Es una forma de entrega que protege el amor verdadero. La Iglesia no llama a nadie desordenado, sino a los actos que no expresan el amor conyugal abierto a la vida. Hay muchas formas de dar y recibir amor que no son sexuales o conyugales, como el amor de amistad.


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Interesante también todo el capítulo destinado a la cultura del descarte. Hay un despertar moral ante la belleza de la vida del no nacido, y la Iglesia habla en nombre de los que no tienen voz. Nadie como la Iglesia ofrece soluciones a mujeres asustadas ante el embarazo. El valor de la vida humana no está determinado por el tamaño, ni por la fortaleza física o síquica.



El suicidio asistido convierte en más vulnerables a los vulnerables y a los discapacitados. Debilita el progreso médico en el tratamiento  de enfermos crónicos y terminales, y frena el  avance en cuidados paliativos, como se ha comprobado en países donde se ha aprobado. Lo que la Iglesia defiende es la necesidad de ayudar a darse cuenta de su valor a quien se considera una carga, y a que viva dignamente el tiempo que le quede.



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Lo arriba expuesto es un brevísimo apunte del contenido del libro. Junto a la claridad de la exposición y el esfuerzo de precisión terminológica –pues la manipulación de términos ha sido tantas veces fuente de sofismas y argumentos falaces contra la Iglesia- es especialmente de agradecer el tono positivo, que busca sinceramente la comprensión y el entendimiento con el oponente, sin caer en frentismos ni victimismos.