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martes, 30 de marzo de 2010

ONO

Foto Telefónica



ONO: otra empresa que practica la estafa y el engaño para acaudalar beneficios. El truco es sencillo: todo facilidades para darse de alta, pero imposible darse de baja. 

Llamas por teléfono, y un ordenador -diseñado para disuadir- te tiene colgado del aparato hasta 45 minutos de reloj, para al final decirte que no es posible comunicar, o que no es el camino adecuado, o sencillamente cortar la comunicación. 

En el contrato viene un número de fax al que tienes que comunicar la baja, pero no intentes marcar: el fax por supuesto siempre comunica. Y hete aquí prisionero de la empresa-pirata. 

Pasa otro mes y el recibo sigue llegando. Todo está diseñado para dilatar la baja todo lo posible, y así seguir cobrando-robando al cliente. Seguro que nadie va a ir a los tribunales por una o dos (¿o tres, quizá hasta cuatro?) cuotas mensuales de más. 

Y los políticos que deberían gobernar no están para estos expolios “minúsculos”, estafitas de nada. Quizá incluso les parecen bien: algo se podrá llevar Hacienda.


ONO: ¿tú también robas? ¿Nadie te ha enseñado que las personas, cada ciudadano, tienen dignidad, y derechos, y tu misión es respetarles y prestar un servicio verdadero? Te aprovechas de la gente, les robas. ¿Quieres hacerte rico con engaños? Mal camino, ONO. 

No merece el nombre de empresa la que se instala en prácticas propias de bucaneros y trabucaires, que se suman a esa "cultura" de ciertos banqueros y "hombres de negocios" que han arruinado a millones de personas con sus engaños y mentiras. 

Los ciudadanos, honrados pero no tontos, os mirarán cada vez con más desprecio cuando os vean aparecer con vuestras sonrisas fatuas en los telediarios.


No se crean la publicidad de ONO, pagada con estos robos a clientes cautivos, verdaderos rehenes de piratas del siglo XXI. 

Y por favor, no les imiten: esa cultura de avaricia y mentira que difunden es insana. Trabajemos para acabar con ella.

sábado, 6 de marzo de 2010

BANESTO

    


    Cada día suceden en el mundo cosas graves e importantes, pero con frecuencia nos afectan más pequeñas cosas caseras que grandes acontecimientos mundiales. 

    Hoy he sabido de una de esas cosas caseras que llenan de pena y rabia. Un bancario de un lamentable banco -llamado BANESTO- acude a una pobre mujer y la engatusa asegurándole que en BANESTO no cobran tasas ni mantenimiento, y que contrate con ellos el lector de tarjetas para su tienda. 

    La pobre mujer se cree lo de que no cobran tasas: se lo ha asegurado en persona el propio bancario, que parece respetable con su corbata, y que se ha tomado la molestia de acercarse hasta su tienda. La pobre mujer cree en la palabra de las personas: ¿por qué iba a dudar? Y firma el contrato en el que efectivamente no se mencionan para nada las tasas. 

    Pero con asombro al cabo de pocos meses descubre que BANESTO le ha cobrado dos tasas de 30 €. Acude al bancario a pedir explicaciones y que se subsane el error. El bancario remolonea primero, y acaba espetándole que seguramente no le devolverán nada: en realidad -le acomete airado a la pobre mujer- con usted estamos perdiendo dinero. 

    Atónita, la pobre mujer pregunta en concepto de qué son esos 60 € que han desaparecido de su cuenta, si él mismo le había asegurado que no hay tasas de mantenimiento, ni se mencionan en el contrato. Pero la respuesta del bancario de BANESTO la deja aún más desolada: si no está contenta, váyase a otro banco. No se puede creer lo que está escuchando. Pero aún le quedan fuerzas para pedir que le enseñen el contrato: no es posible, está en Madrid… 

    Y la pobre mujer sale del banco humillada. Eso fue hace pocos días. Hoy ha recibido noticias BANESTO: otra tasa sin justificar de otros 30 €. Ya suman 90. Hay bancos (mejor dicho, banqueros y bancarios) que aún no se han enterado de que la causa de la gran crisis que padecemos ha sido la avaricia y la mentira, y siguen practicando sus vicios con pertinacia. 

    ¿Adónde nos quieren llevar? ¿Quieren instaurar un régimen de lobos y tiburones? ¿Qué hacemos con gente que miente como recurso profesional? ¿Si hacen eso a pequeña escala, qué harán sus jefes con los grandes números? ¿Quién puede confiar en un banco que roba de ese modo? 

    ¿Y quién vigila que los bancos no roben? ¿Hay todavía justicia? Lo vamos a comprobar en breve, porque si consentimos estas cosas en apariencia pequeñas y caseras, cada vez sucederán más tragedias mundiales.

Observador