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domingo, 14 de julio de 2013

Lemaître y el átomo primitivo



Cuando ciencia y fe caminan juntas



Ya he anotado aquí  breves reseñas personales de varios libros sobre la ciencia y la fe. La última, esta relectura de Creación y pecado, de Joseph Ratzinger. Una verdadera delicia para la inteligencia, que he recomendado también a amigos que no tienen fe.



Otros títulos en la misma línea han sido Razonespara creer, de André Leonard; Cienciay Fe: lo que sabemos del origen del Universo, de Diego Martínez Caro; Galileo y la Iglesia, de Walter Brandmüller; Ciencia y fe: Nuevasperspectivas, de Mariano Artigas.


Y es que hay preguntas que nos implican mucho. ¿Qué sabemos de nuestro origen, del universo que nos rodea, de nuestro destino último? ¿Qué podemos saber con la luz de nuestra inteligencia? ¿Qué nos dice la fe católica? ¿Hay alguna incompatibilidad? Son cuestiones que  atraen  a cualquiera, siquiera sea por un mínimo  de curiosidad intelectual.


Por otro lado no son pocos los que se han dejado influir por esa  idea poco razonable y en absoluto demostrada de que la ciencia ha desbancado a la fe.  Y es preciso recordar lo obvio con frecuencia: ciencia y fe tienen ámbitos distintos, y avanzan juntas por el camino de la verdad.


No sólo no hay incompatibilidad entre ellas, sino que la ciencia ha nacido y se ha desarrollado gracias a un sustrato cristiano, de hombres de ciencia que por su fe cristiana creían en un universo racionalmente ordenado por su Creador, no abandonado a fuerzas ciegas y arbitrarias.  La inmensa mayoría de los grandes científicos han sido y son creyentes.


Comentaba ayer estas ideas con mi amigo Vicente Miquel, catedrático de Matemáticas.  Y repasábamos la larga lista de científicos que las comparten.  Recordamos por ejemplo el caso del científico belga  George Lemaître, a quien  debemos el descubrimiento de la teoría del átomo primitivo, o Big Bang, en 1927.  Pocos saben que Lemaître no sólo era un ferviente católico, sino que además era sacerdote. De él dijo Eddington que "da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de De Sitter". Y Einstein, que estuvo informado de los trabajos de Lemaître y asistió a alguna de sus conferencias, afirmó que era el científico que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.



Lemaître desde muy joven supo que había dos caminos para llegar al conocimiento de la verdad. Uno era la ciencia. Y  el otro la fe. Decidió recorrer con ímpetu los dos. Estudió ingeniería, matemáticas, física y astronomía. Y estudió a fondo filosofía y teología. Destacó en la ciencia. Su teoría del átomo primitivo,  reconocida y aplaudida por Einstein,  fue acogida  por el mundo científico tras superar algunas injustas reticencias de quienes ponían en duda su valor científico por su condición de hombre de fe.  Lemaître destacó como científico. Y destacó como hombre de fe. No hay incompatibilidad, sino apoyo mutuo entre ambas.


Vicente Miquel me ha recomendado esta cita  de Francis Collins, genetista y director del National Human Genome Research Institute, que investiga el genoma humano.  En su libro The language of God (Así habla Dios, Ed. Temas de hoy 2006) dice:



Cubierta delantera“En el siglo XXI, en una sociedad cada vez más tecnificada, se libra una batalla entre el corazón y la mente de la humanidad. Muchos materialistas, advirtiendo triunfantes los avances de la ciencia para llenar las brechas de nuestro entendimiento de la naturaleza, anuncian que creer en Dios es una superstición obsoleta, y que estaríamos mejor si lo admitiéramos y continuáramos avanzando. Muchos creyentes en Dios, convencidos de que la verdad que deriva de la introspección espiritual es un valor más perdurable que las verdades de otras fuentes, ven los avances de la ciencia y la tecnología como peligrosos e indignos de confianza. Las posturas se endurecen, las voces se agudizan.


¿Daremos la espalda a la ciencia porque se la percibe como una amenaza a Dios, abandonando toda promesa de avanzar en nuestra comprensión de la naturaleza para aplicarla en aliviar el sufrimiento y mejorar la humanidad? O, por el contrario, ¿daremos la espalda a la fe, concluyendo que la ciencia ya ha hecho que la vida espiritual deje de ser necesaria, y que los símbolos religiosos tradicionales pueden ser ahora reemplazados por grabados de la doble hélice en nuestros altares?



Ambas opciones son profundamente peligrosas. Ambas niegan la verdad. Ambas disminuirán la nobleza de la humanidad. Ambas serán devastadoras para nuestro futuro. Y ambas son innecesarias. El Dios de la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o en el laboratorio. Su creación es majestuosa, sobrecogedora, intrincada y bella, y no puede estar en guerra con sí misma. Sólo nosotros, humanos imperfectos, podemos iniciar tales batallas. Y sólo nosotros podemos terminarlas”.


Me ha gustado especialmente este último párrafo, que me trae resonancias de lo enseñado por el fundador del Opus Dei,  san Josemaría:debéis comprender ahora con una nueva claridad que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.”