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miércoles, 11 de enero de 2023

Relato de una madre

 



Relato de una madre. Victoria Gillick. Ed Rialp

 

Ahora que algunos miran a las familias numerosas con susto y como algo desfasado, sienta bien releer relatos como éste de la familia inglesa Gillick y Gordon. Y dejarse sorprender por la felicidad y el buen humor que reinan en una familia cuando no se sacrifica la posibilidad de tener hijos al triste dios de la comodidad.  

Victoria Gillick reacciona ante la incomprensión que la sociedad muestra hacia familias como la suya, y logra transmitir con su valiente testimonio la realidad del sabio dicho popular: cada nuevo hijo trae un pan debajo del brazo. Un pan en sentido material: porque las dificultades y estrecheces económicas agudizan el ingenio, y siempre acaban surgiendo soluciones para llegar a fin de mes. Pero un pan también en sentido más profundo: porque cada hijo es fuente de maduración, de crecimiento humano y espiritual para los padres y para cada uno de los hermanos. Es de las familias numerosas de donde suelen surgir las personas con más coraje y más capacidad de sacrificio por los demás. Y eso es también pan para todo el conjunto social, hastiado de individualismo egoista.

No podía ser de otro modo, pues ese invento divino que es la familia es una verdadera escuela de entrega, solidaridad y altruismo. Una verdadera escuela de amor, que no pueden mirar sino con recelo los que no han tenido la suerte de experimentarlo. Con recelo, incluso a veces con absurdo desprecio, pero en el fondo con envidia.

Miren por ejemplo este tierno recuerdo de la autora sobre el espíritu de cooperación en que crecen los niños en una familia numerosa:

    En las familias numerosas, cuando la madre no puede atender por sí sola a todos, surge espontáneamente entre los hijos la necesidad de echar una mano para aligerar la tarea. Los dos mayores, de apenas 5 y 6 años, ya daban muy sonrientes el biberón a los dos gemelos desde que tuvieron 4 meses… Nunca cometieron un error, y era una experiencia muy amable para ellos, que sirvió para unirles muy estrechamente durante aquellos años y después. La necesidad fue, en el caso de ellos, la madre del amor.”

Recuerdo que, cuando se publicó el libro, causaron algún escándalo varias de las situaciones familiares descritas por Gillick, ciertamente algo anárquicas. En parte se debían a la profesión bohemia y algo transhumante de los esposos, ambos artistas de éxito relativo. Pero en parte también pienso que ese aparente desorden y anarquía procedían  de un modo de afrontar la vida lleno de libertad y confianza en el futuro. Un modo, por cierto, profundamente cristiano. Algo que esta sociedad nuestra debería recuperar si quiere tener futuro.

 

lunes, 20 de junio de 2022

Abraza su alma con tu cuerpo

    Esta sesión del catedrático de medicina Iokin de Irala complementa perfectamente la anterior de Rafael Lafuente. La nobleza y dignidad del ser humano radica en su ser no sólo carne, sino también espíritu. Alma y cuerpo en perfecta unidad, indisociables, permiten a la persona alcanzar las cotas más altas de la felicidad cuando se dan juntas al ser amado. Por eso es posible abrazar el alma del amado cuando se le abraza con un cuerpo realmente enamorado. 

           

Amor al 100 %

    El amor verdadero entre un hombre y una mujer es una realidad infinitamente más bella, valiosa y profunda de lo que nos suelen presentar los productos audiovisuales. 

    Esta sesión del profesor Rafael Lafuente, dirigida a padres del colegio Guadalaviar de Valencia, me ha impresionado por la simpatía y claridad con que se refiere a esos estrechos lazos de afecto, comprensión, sentimiento, sexualidad, cooperación y perdón que garantizan el amor gozoso y perdurable "para siempre", condición sustancial del amor genuino. 

    Vale la pena escucharlo con calma. Muchas parejas se entenderán mejor a sí mismas, y aprenderán a saltar por encima de tantos obstáculos que hoy parecen confabularse para hacer fracasar las uniones conyugales. Los erráticos productos audiovisuales parecen haber tenido un efecto social demoledor, al actuar como modelos de conductas bastante alejadas del verdadero sentido del amor.

    Aporta también pistas para quienes todavía están en el trance de escoger pareja, y desean que la persona elegida comparta su deseo de alcanzar la felicidad mediante un amor leal y duradero, que navegue con soltura por los mares agitados de la vida. 


            

lunes, 15 de marzo de 2021

Felicidad conyugal

 




La novela del matrimonio. Leon Tolstoi. Ed. Del Bronce.

 

Con el sugerente título original de Felicidad conyugal, se trata de una novela corta sobre la historia de amor entre una joven huérfana, María Alexandrovna, y Serguei Mijailovic, un amigo de su difunto padre, encargado por éste de cuidar del patrimonio familiar.

 

Pronto surge entre ellos un sentimiento que va más allá de la amistad, del agradecimiento por la protección cuasi paternal y del desvelo protector hacia la niña tutelada. Y contraen matrimonio con un futuro prometedor de felicidad y paz.

 

Pero la ingenuidad de la joven María Alexandrovna y su desconocimiento del mundo –nunca ha salido de la aldea natal- no podían dejar de provocar dificultades e incomprensiones con la actitud ante la vida de Serguei Mijailovic, un hombre de mundo ya maduro que aspira a que nada turbe la paz familiar y la confianza mutua.

 

La serenidad de los primeros meses de matrimonio se ve turbada cuando María insiste en conocer la alta sociedad de San Petersburgo y Moscú.  Serguei accede, aunque sabe que la frivolidad y superficialidad de ese ambiente harán daño a María.

 

La joven triunfa por su belleza y buen hacer en todos los salones. Su éxito la llena de orgullo, y empieza a mirar de otro modo a su marido, con cierta suficiencia que antes le era desconocida.

 

Serguei, fino escrutador, percibe ese cambio, que le hiere, pero opta por el silencio y deja hacer libremente a su mujer, accediendo a cuanto desea a sabiendas del daño que se puede hacer a sí misma.

 

Surge así el gran problema de todo matrimonio: la incomprensión, los celos, el daño de las palabras no dichas, de las miradas de reproche, de las peticiones de perdón que no llegan a efectuarse por la cerrazón del otro. Pero esas decepciones y heridas son a veces el camino necesario para que el amor llegue a ser verdadero.

 

Escrita en 1858, cuando tenía 30 años, se trata de una de las novelas más bellas de Leon Tolstoi, aunque no tan conocida como las monumentales Ana Karenina o Guerra y Paz. De estilo cuidado y calidad literaria, perfila con acierto y verosimilitud la psicología de los personajes, probablemente con acentos autobiográficos. Ayuda a reflexionar sobre la propia conducta en las relaciones interpersonales en el matrimonio. Recomendable para intentar no caer en errores frecuentes entre las parejas.

 

viernes, 8 de enero de 2021

Antropología

 




Fundamentos de antropología. Ed Eunsa. Ricardo Yepes y Javier Araguren

 

El profesor de filosofía de la Universidad de Navarra Ricardo Yepes Stork recogió en esta obra los mejores hallazgos de la antropología, esa ciencia que estudia qué es el hombre y el sentido de sus construcciones culturales a lo largo de la historia.

 

Se trata de un valioso conjunto de reflexiones acerca de quiénes somos, cómo nos manifestamos, qué es lo que nos mueve a actuar, qué relación tiene con la verdad y el bien. El significado de las emociones, su papel en nuestra conducta; los valores, cómo se construye el sentido ético, qué es la virtud y cómo se adquiere.  Por qué nos atraen la verdad, el bien y la belleza, en qué consiste la felicidad, qué sentido tiene el dolor, y el amor. Cuál es nuestro destino y por qué la respuesta a esa pregunta determina profundamente la calidad de nuestra vida moral. En qué consiste la realización personal plena…

 

Las respuestas a esas preguntas, que de un modo u otro toda persona se hace en algún momento de su vida, marcan nuestra trayectoria vital. Son preguntas necesarias, sobre las que no todos los pensadores reflexionan y responden con la claridad y acierto que vemos en este libro.

 

Yepes Stork falleció tempranamente en accidente de montaña, y el libro –ya casi terminado- fue completado por su colega y colaborador Javier Aranguren. Dejó escritos varios libros muy interesantes para padres y educadores, como el que lleva el significativo título de Entender el mundo de hoy.

 

Anoto algunas ideas que pueden servir de referencia para hacerse cargo del rico contenido de este libro, cuya lectura resulta  agradable y accesible. 


Ética es la educación de los sentimientos

Los sentimientos, aunque irracionales en su origen, son armonizables con la razón: la sofrosine, que significa moderación, es la virtud que los domina. Son buenos, porque refuerzan las tendencias, pero no deben tenerse como norma exclusiva de conducta.

Quien disfruta con lo que hace, y lo hace ver, se convierte en alguien atractivo, porque consigue que su vida tenga una unidad muy plena: lo que quiere mi corazón lo quiere mi cuerpo, mi cabeza, todo mi yo. En cambio, la indiferencia provoca la muerte de lo vivo. Meter pasión a las cosas es llenarlas de sentido.

¿Por qué a veces nos sentimos frustrados? El origen de las frustraciones es el engaño en el conocimiento de la realidad sobre uno mismo y sobre las personas que trata: no saber apreciar los propios límites, conocer sólo epidérmicamente a los otros y esperar por tanto de ellos mucho más o mucho menos de lo que pueden dar…

Tiene que haber una proporción entre los sentimientos (por ejemplo, esas valoraciones inmediatas que nos producen las personas) y la realidad. El sentimentalismo no es una postura prudente, porque el dominio sobre los sentimientos no está asegurado. No debemos subordinar los juicios a las impresiones. (Es muy interesante lo que aporta en este punto la obra de Daniel Goleman Inteligencia social, sobre los descubrimientos de la neurociencia en relación con los mecanismos de transmisión de los estados de ánimo y las falsas percepciones.)

La ética consiste en tener los sentimientos adecuados respecto de los objetos, con la intensidad y el modo adecuado, sin defecto ni exceso. Cobardía es miedo excesivo, que paraliza. Temeridad es no temer lo que se debe temer, inconsciencia. Valentía es el punto medio: temer lo que se debe, cuando se debe, con la intensidad que se debe. 

La ética es el modo de equilibrar las tendencias humanas para armonizarlas, conseguir el término medio (mediante la educación de los sentimientos, que eso es la ética) con el que los sentimientos entran en armonía con las tendencias, y las refuerzan haciendo que la conducta humana se vuelva hermosa, bella.


La persona y su intimidad

Son muy significativas las notas que nos definen como persona, y entre ellas el valor que otorga a la intimidad, determinante para la cultura, y dentro de ella para esa manifestación de cultura que es la moda.  

Yepes destaca seis notas características de la persona:

-intimidad: un mundo interior creciente y creativo;

-capacidad de manifestar la intimidad, de sacar fuerza del interior;

-libertad: la persona es dueña de su intimidad y de su capacidad de manifestarla;

-capacidad de dar de lo suyo: por ejemplo, al amar, que es el regalo esencial;

-capacidad de recibir, de aceptar en su intimidad lo que otros le dan;

-capacidad de dialogar con otra intimidad: una persona sola no puede ni manifestarse, ni dar, ni dialogar: se frustraría.


 Moda y cultura

La moda, como la propia cultura, es la manifestación en sociedad de la persona. La intimidad, esa nota peculiar que nos define como personas, se exterioriza y manifiesta a través del cuerpo, como también del lenguaje y de la acción. Manifestar o exteriorizar el cuerpo es manifestar lo íntimo, ese mundo interior del que somos dueños, y por eso la persona viste según las circunstancias, porque exteriorizarlo totalmente y en cualquier momento significaría desposeerse de un elemento esencial de su intimidad, que sólo comparte al amar. 




En la moda, especialmente el rostro manifiesta externamente a la persona. Al vestirme, me distingo de los otros, dejo claro que soy yo, me defiendo del anonimato. El estilo es un reflejo de la personalidad.

 

El sentido del trabajo universitario

Yepes, formado en un centro académico de honda raigambre como es la Universidad de Navarra, que busca profundizar en la colaboración interdisciplinar de todas las áreas del saber, reflexiona también sobre el sentido del trabajo universitario.

 

Universidad, dice, es una comunidad de diálogo entre maestros y discípulos. Se supone que a la universidad le corresponde la visión global de la ciencia, pero hoy ha perdido en muchos sitios su “humanismo”, que es precisamente ese saber unitario que permite la visión de conjunto de todos los valores y armonizarlos entre sí.


 Hábitos, virtudes y vicios

Persona es un ser capaz de tener, de decir “mío”. Puede tener a través del cuerpo o de la inteligencia, y si llega a ser una posesión más permanente y estable posee hábitos, tendencias adquiridas que refuerzan su conducta. 

Los hábitos pueden ser técnicos, intelectuales o del carácter. Parte de los hábitos del carácter se refieren al dominio de los sentimientos, y son positivos o negativos, según ayuden o no a esa armonía. La ética los estudia, y llama a los positivos virtudes y a los negativos vicios.

       Los hábitos se adquieren con la práctica, y modifican al sujeto que los adquiere haciéndole ser de un determinado modo. Hacer actos valientes es el modo de llegar a ser valiente, como hacer chapuzas o injusticias de llegar a ser chapucero o injusto.

Lo natural en el hombre es el desarrollo de sus capacidades, llegar a ser aquello a lo que desde el inicio de su existir está llamado. El hombre sólo es él mismo cuando va más allá de lo que es de hecho: el hombre supera infinitamente al hombre (Pascal),


Ética, libertad y escepticismo


Ética es el modo de usar el propio tiempo según el cual el hombre crece como un ser completo. Es el criterio de uso de la libertad, que debe elegir aquello que contribuya a los fines y tendencias naturales. La naturaleza humana se desarrolla y perfecciona mediante decisiones libres. El hombre o es ético o no es hombre.

Contar historias tiene una influencia mayor que los discursos teóricos: el cuento de una madre a sus hijos, una novela, una película… crean modelos de conducta narrando hazañas de héroes y santos.

El escepticismo nos hace daño porque nos deja en la indeterminación sobre la verdad o la mentira, y nos impide alcanzar la perfección. Contra lo que dice el escepticismo, es posible alcanzar la verdad, pero se requieren algunos pasos para estar en condiciones de aceptarla: 

       -conciencia de que no se sabe;

       -superar prejuicios (inducidos normalmente por otros);

-cultivar la atención, la observación atenta de la realidad;

       -saber escuchar;

-aceptar la verdad y encararla;

       -guardarla en la intimidad, de manera que genere convicción.

 

Libertad es la adecuada gestión de las ganas: unas veces habrá que seguirlas, y otras no. A veces las ganas nos incitan hacia lo que nos perjudica, y el acto de libertad no es seguirlas, sino refrenarlas. Como en ocasiones sentimos pocas ganas de intentar un bien arduo, y la libertad consiste en afrontar el bien a pesar del esfuerzo que supone.

Tolerancia. Libertad y autoridad son necesarias. El uso responsable de la libertad obliga a preocuparse de que la educación transmita valores morales, y no sólo contenidos neutros (lo que no sería una postura neutral).



Amor y felicidad

El amor no es un sentimiento. El sentimiento es algo que nos pasa, agradable si está, pero no necesario. Se ama porque se quiere: la voluntad quiere querer. Sentir no es querer.

Lo amado es bello para el amante, y despierta el deseo de reproducirlo en su belleza. El amor se manifiesta en gestos, obras, conductas: si no, hay que dudar de que sea amor, porque ya no engendra belleza. (Esto es aplicable a la fraternidad).

La felicidad va unida al nombre propio de uno y a los lazos que sabe crear desde la propia intimidad personal.

El amor dádiva, que se da, no es el "amor de necesidad", ese que sólo busca recibir: amar sin dar es empobrecerse.



 Arte de gobernar

El arte de gobierno requiere formación para lograr una excelencia cuádruple:

-técnica (destreza profesional en el acto de gobernar)

-humana (capacidad de amistad, iniciativa, saber exigir según la capacidad de cada uno)

-moral (se requiere virtud y ejercer con justicia)

-política (prudencia: estar dotado para la correcta toma de decisiones directivas)

Lo público no es lo estatal, lo público se articula mediante iniciativas de los ciudadanos entorno a cuestiones comunes: la salud de un país depende de la vitalidad de su opinión pública y de sus iniciativas privadas, y no de su estado omnipresente. 

La democracia es un ideal más exigente y maduro que otras formas de gobierno, porque el uso de la libertad requiere cierta excelencia moral, política y cultural.

La moral es lo que de divino hay en el hombre. La moral no es una cárcel, sino al contrario, lo que permite al hombre elevarse a lo más alto de su dignidad. Suprimir la moral en la sociedad es cortar sus raíces, dejarla sin el porqué del esfuerzo por construirla.

 

      

 

 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Felicidad

 




Consejos para una vida feliz

Meses después de desatada la pandemia, nos viene bien analizar su efecto en nuestra salud psicológica y en nuestra felicidad. ¿Somos ahora más o menos felices que hace apenas un año, cuando comenzaron los confinamientos? ¿Qué cambios ha provocado en nuestra conducta, en nuestro carácter, en nuestro estilo de vida la pandemia y todo lo que ha provocado?  

Es importante, si queremos ser felices, descubrir el camino para afrontar saludablemente lo que la vida nos depara, entrenar nuestra capacidad de respuesta para que sea adecuada a los desafíos del momento. 

Los problemas están para resolverlos, sin dejar que dañen el meollo de nuestra personalidad y su rumbo hacia lo mejor. Porque si los afrontamos bien, pueden ayudarnos a crecer como personas.  

 

Crecerse ante las dificultades

Quizá lo primero que se constata es que la pandemia nos ha brindado la oportunidad de crecer en fortaleza. Si en la vida no hubiera dificultades seríamos endebles, frágiles, como se hace blandengue el niño al que todo se lo dan resuelto sus padres.

La fortaleza, el ánimo para afrontar las dificultades de la vida, crece cuando no nos arrugamos ante los contratiempos, y hacemos de la necesidad virtud, mirando de frente los obstáculos de la vida. 

Tenemos esa capacidad de crecernos, a pesar de que algún sistema educativo parece querer erradicarlo.  Porque hay ideologías que buscan una sociedad ignorante y débil, que respalde la gestión de gobernantes que resuelvan su vida sin tener que trabajar, pudiendo hacerlo.

Sin embargo, crecerse es fuente de felicidad. La satisfacción del deber cumplido acompaña siempre al esfuerzo que supone afrontar  una dificultad. Arrugarse, paralizarse ante el peligro, deja siempre un fondo de tristeza, de remordimiento por las cosas no hechas por falta de atrevimiento.

 

Controlar los miedos

Cuando aún seguimos sin ver el final del túnel, hemos de examinar cómo hemos controlado los miedos: al contagio, a perder la salud, a correr el riesgo de salir en ayuda de quien nos necesitaba, incluso el miedo a salir de casa…

Una cosa es la prudencia, virtud necesaria que consiste en poner los medios adecuados para alcanzar lo bueno; y otra la cobardía, que nos retrae de intentar alcanzar lo bueno por temores paralizantes o injustificados.

La cobardía nace del egoísmo y siempre acarrea infelicidad. Además la cobardía nunca es prudencia, sino todo lo contrario: la cobardía puede convertir nuestras acciones u omisiones en actos verdaderamente imprudentes, porque nos dañan y dañan a los demás.


 

Apreciar las pequeñas cosas que hacen la vida amable

Esta crisis, con sus restricciones, confinamientos y cuarentenas, nos ha puesto en evidencia la precariedad de nuestra salud y lo pasajera de la vida. Como si de una guerra se tratara.

Pero también nos ha hecho descubrir la importancia de pequeñas cosas que teníamos y no valorábamos: los paseos con los amigos, las cercanas relaciones familiares, los almuerzos compartidos, las risas en la cafetería, el ambiente de camaradería jovial que nos hacía disfrutar en el trabajo…

Esas pequeñas cosas daban luz y relieve a nuestra vida, y eran fuente de felicidad. Una fuente inadvertida. Vivíamos rodeados de cosas buenas, y no nos dábamos cuenta de que eran un regalo. Ahora las añoramos, pero hemos aprendido a valorarlas.  

 

Pensar en las cosas buenas que tenemos

Debemos aprender a pensar en las cosas positivas que tenemos. También las que aún ahora, cuando pervive el virus entre nosotros, no hemos perdido: la amistad, la convivencia familiar, querer y sentirse querido y acompañado, aunque sea en la distancia, el trabajo que si se busca no falta, las buenas lecturas que reconfortan... Tantas cosas buenas que aún podemos disfrutar, que son muchas más de las que hemos perdido.

Nos conviene hablar más de las pequeñas cosas buenas que nos suceden cada día. No darlas por supuesto, porque son cosas buenas y bellas, y considerar la bondad y la belleza nos hace mejores y más felices: la llamada de un amigo, el paseo al aire libre con la familia, la satisfacción de una tarea profesional bien acabada…  

Hay que detenerse a contemplarlas y saborearlas. Porque ojos que no ven, corazón que no siente. Si logramos que esas cosas positivas sean nuestro tema de conversación preponderante, seremos  un bálsamo para nuestras familias y amistades.

           


Ejercitar el optimismo

Las personas felices son optimistas. Hay que ejercitar el optimismo, que consiste en buena parte en detenerse a pensar en las cosas positivas y no en las negativas. El que piensa constantemente en las cosas negativas se encierra en un círculo vicioso negativo, que acaba siendo oprimente para uno mismo y para los seres cercanos.

Si me han dado un “no”, o sencillamente he experimentado algún tipo de fracaso, darle vueltas y obsesionarme con el “no” o el fracaso nos convertirá en personas negativas. Es el momento de idear nuevas formas de resolver la cuestión, y de pensar en todos los “síes” que ese mismo día he recibido: el sí del nuevo día que ha amanecido para mí; el sí de mis seres queridos que siguen ahí; el sí de la salud o de la posibilidad de recuperarla; el sí de mi misión en la vida… 

El sí, en definitiva, de mi capacidad de dar sentido positivo a todo, incluso a lo que podría parecer negativo, porque podemos darle la vuelta. Eso lo tenemos más fácil quienes sabemos que somos hijos de Dios, que es Padre que nos quiere con locura. 

Cuando algo sale mal, hay que recordar aquel castizo dicho que solía recomendar san Josemaría: “Donde una puerta se cierra, otra se abre.” Y también aquella palabra confiada de Abraham: "Dios proveerá". Y seguir adelante con buen ánimo.



Controlar la memoria y la imaginación

Nos conviene ejercitar a diario nuestra psicología, tanto como ejercitamos los músculos haciendo deporte. Tener una psicología sana y fuerte requiere entrenarnos en desechar con rapidez las percepciones negativas de la realidad, porque nos cargan de negatividad, pesimismo y angustia.

Hay que saber controlar la memoria y la imaginación, para no obsesionarnos con el coronavirus, o con acontecimientos negativos. Por supuesto hemos de estar informados y compartir noticias de interés, siempre que sean fiables, pero no puede ser el COVID y la situación sanitaria el único tema de conversación, ni debe reclamar más de lo necesario nuestra atención cualquier noticia triste.

Ojo, por ejemplo, a la búsqueda compulsiva de “últimas horas del coronavirus”. Hay otros muchos temas importantes para nuestra vida.



                       


Buenas amigos, buenas lecturas, buenas películas

       Hay que saber conectar con personas inspiradoras, esas que transmiten felicidad y son ejemplo de buen hacer. Fijarnos en sus hábitos, los lugares que frecuentan, su estilo de vida… Y extraer conclusiones para construir un ideal de vida propio con el que soñar, que cada día habremos de tejer poco a poco.

La pandemia ha sido un tiempo (y aún lo puede ser unos meses más) muy propicio para cultivar la afición a las buenas lecturas, y también a las buenas películas: esas que dejan poso, transmiten optimismo y nos hacen disfrutar.

Leer lo que han escrito los mejores nos hace mejores personas. Hay que frecuentar a esos grandes autores que han sabido mostrar lo mejor de lo que es capaz el ser humano, y enseñan con arte a distinguir entre el bien y el mal, el amor y el egoísmo.

Hay mucho bueno donde elegir, y no hay tiempo para leerlo todo. Por eso es importante saber escoger, y optar por los que más valor han aportado a la humanidad. Hay muy buenos elencos de lecturas recomendables, que ayudan a comprender el mundo que vivimos y tienen una concepción de la persona acorde con su dignidad.

Entre los libros también hay “mucho malo”, que deberemos mantener lejos si no queremos que nos emponzoñe la mente y la psique. Algunos escritores son tristemente famosos por el rastro de angustia, desesperanza, pesimismo o vicio que han dejado con sus obras. No pocas veces han sido reflejo de su propia triste vida. Hemos de saber eludirlos para que nuestra navegación en la vida sea saludable. No podemos permitir que nadie intoxique los ideales que nos hemos trazado.

 

Llevar las riendas de nuestra interioridad: eres lo que contemplas

Una persona feliz conduce el protagonismo de su propio interior, no lo deja en manos de impactos del exterior. Lo que nos llega de fuera no debe perturbar nuestra intimidad, nuestras prioridades. Sólo hemos de dejar que modulen nuestra respuesta: si es nocivo, no detenernos en su contemplación, porque lo que miramos y escuchamos influye en nuestra intimidad, y si es nocivo envenena y afea la personalidad.

Somos lo que contemplamos. Sería penoso quedarse aprisionado en una consideración exhaustiva de cosas tristes o negativas, o indignas de nuestra humanidad. Eso nos cargaría de negatividad tóxica.


Pensar en uno mismo, para dar sentido a nuestra vida

Puede parecer egoísmo, pero hay que saber dedicar un tiempo diario a “no hacer nada”. El activismo es una enfermedad que nos impide pensar. Hemos perdido la capacidad de reflexionar, de tomar distancia de lo que nos rodea para mirarlo con perspectiva y dar sentido a nuestra actividad, tan frenética y desnortada a veces.

Necesitamos espacios y momentos de reflexión serena, de diálogo con uno mismo, para conocernos, entendernos, aclarar el sentido de nuestra conducta y ver si está siendo la adecuada.

Solemos dedicar tiempo a pensar en nuestras actividades, pero no a pensar en nosotros mismos. Quizá porque nos asusta lo que podamos descubrir: planteamientos egoístas, insolidarios, victimistas, autocompasivos, cobardes.

El activismo, el no saber estarse quieto, a solas con uno mismo, a veces esconde el miedo a conocerse, a descubrir nuestros defectos. Y actuamos como las cucarachas, que corren a esconderse cuando se enciende la luz: prefieren la oscuridad. Muchos se esconden en un activismo oscuro, porque impide ver el sentido de su vida. Y una vida sin sentido no puede ser feliz.

Es necesario pararse a pensar para poseer nuestra intimidad: saber quién soy, de dónde vengo, qué estoy llamado a hacer en la vida, qué deseo hacer, qué espero de mis seres queridos y que están esperando ellos de mí, qué valores me mueven y si son acordes con mi dignidad como persona, qué bien aporto a mi familia y a la sociedad en la que me muevo, que me apenaría no haber hecho si muero mañana.

Se trata de dejar de hacer cosas para pensar en por qué y cómo las hacemos. Es un diálogo con uno mismo que permite que nos entendamos, y también que nos comprendamos, poniendo en esa reflexión la cabeza y el corazón. Y siendo sinceros con nosotros mismos si constatamos que no nos entendemos y estamos necesitando que nos ayuden. Todos necesitamos esa ayuda externa de un buen amigo y consejero. Al fin y al cabo, somos seres sociales, necesitamos unos de otros.

Pensar en uno mismo no consiste en un ejercicio de autocompasión, ni de egoísmo, ni de victimismo. Es todo lo contrario: se trata de saber quién soy, conocer mis valores y mis limitaciones, y así poseerme. Sólo quien se posee tiene capacidad de darse, de amar y de ser amado. Sólo poseyéndonos seremos verdaderamente los protagonistas de la fantástica película en que podemos convertir nuestra vida.

                                      

 

El secreto de la felicidad es amar

       Tomás de Aquino, que era sabio y divertido, decía que la felicidad sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí en la tierra el conocimiento de Dios, que es Amor y el sumo bien, es una plenitud parcial de la felicidad, que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en el objeto poseído: un estado de euforia de la mente y del cuerpo que el hombre disfruta imperfecta y esporádicamente en esta vida, pero plenamente en la otra.

Todo el camino de la vida feliz se hace amando, porque estamos hechos para amar, a imagen de Dios que es Amor. La Felicidad con mayúscula, la que no pasará ya nunca, es para los que cada día recorren el camino hacia ella amando a los que tiene cerca y lejos, y así son ya felices ahora y hacen felices a los que tienen cerca. Odiar, que es lo contrario de amar, es una tenebrosa fuente de amarga infelicidad, en la tierra, y lo que es peor, en el más allá.

El hecho mismo de estar en camino es ya fuente diaria de felicidad. Pararse, rendirse, es fuente de abatimiento y tristeza. A veces nos quedamos parados porque nos cansamos de amar. Y nos cansamos porque confundimos el amor con el placer momentáneo, y eso no es amor, sino un sentimiento que nace del egoísmo y por eso tiene un recorrido de felicidad tan vulgar y efímero.

Amar es darse sin cansancio, aunque no haya retorno. Amar es ofrecer amor aun a riesgo de rechazo. Ese amor incondicional y vulnerable, que se ofrece aun sin saber si será correspondido, es la auténtica fuente de felicidad.

Dios mismo nos ha enseñado, al hacerse uno de nosotros, hasta qué punto el Amor es capaz de mostrarse vulnerable. Ahí está, en Belén y en la Cruz y en la Eucaristía, esperando nuestra respuesta. Llamando a nuestra puerta. Y nosotros tantas veces “mañana te abriremos", respondemos.

A participar de ese Estilo de Amor estamos llamados todos. Lo alcanzaremos con un ejercicio diario que nos aleje de la vulgaridad y busque la excelencia del amor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.  

Ahí está “la fonte que mana y corre” felicidad.


                              


 

 

 

viernes, 16 de agosto de 2019

Varón y mujer. Teología del cuerpo


Varón y mujer. Teología del cuerpo. Juan Pablo II
Prólogo de Blanca Castilla. Ed. Palabra.



Este libro recoge uno de los ciclos de homilías que  san Juan Pablo II dedicó al amor humano, en el comienzo de su pontificado. Blanca Castilla, doctora en filosofía y teología, es la autora del prólogo, que constituye una buena guía para seguir de cerca la mente del papa.

Con el rigor intelectual y ese  estilo “espiral” que le caracterizaba –que consistía en avanzar hacia la verdad de las cosas girando una y otra vez en torno al significado de los conceptos, y logrando en cada vuelta una claridad mayor- el papa analiza el significado del amor humano, de la feminidad y masculinidad, el sentido del pudor y de la vergüenza,…

El papa santo se sirve de la luz que arrojan las palabras de Jesucristo en Mateo 19 y Marcos 10: “al principio no fue así.” Por “al principio” entiende Juan Pablo II una referencia del Señor al estado de inocencia originaria en que vivieron Adán y Eva.

Antes del pecado original, varón y mujer se ven como Dios ve la creación: son imagen de Dios, y una donación que Dios hace del uno al otro.



La “desnudez” originaria significa el bien originario de la visión divina que varón y mujer poseen, que les hace conocerse “sin sentir vergüenza”, en toda la paz y tranquilidad de la mirada interior, y capaces de hablar cara a cara con Dios. 

Esa ausencia de vergüenza significa plenitud de comprensión del significado del cuerpo como donación; y no significa una carencia, sino una plenitud de conciencia y de experiencia. La inocencia originaria es el testimonio tranquilo de la conciencia, que precede a cualquier experiencia de bien y de mal.



Juan Pablo II glosa ampliamente Génesis 2, 25: “Estaban desnudos, pero no sentían vergüenza uno de otro.” Y nos ofrece una visión esponsal del cuerpo, que por ser hecho a imagen de Dios tiene necesidad del don de sí para alcanzar la felicidad.

La felicidad es el arriesgarse en el amor”, darse sin condiciones y para siempre. Nada hace más feliz y seguro al cónyuge que saberse amado de ese modo, incondicionalmente. Pase lo que pase, el otro estará a su lado.

Como señala Blanca Castilla en el prólogo, la lectura detenida de esos textos aporta luces y registros mentales nuevos, para entender al ser humano, varón y mujer. Luces por otro lado muy necesarias en momentos de oscuridad, como los actuales.