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domingo, 7 de abril de 2013

Las nieves del Kilimanjaro o la importancia de dar de lo propio



Dar de lo propio


    Conmovedora película del director francés Robert Guédiquian , estrenada en 2011. Lejos de ser triste, como me la habían presentado, me ha parecido una película tierna y realista, con unos diálogos sencillos que hacen pensar y afrontan muy bien  el duro problema del paro y la angustia en  que  sumerge a muchos.  Especialmente a quienes no disponen de una red familiar amplia, estable y generosa en que apoyarse.  


    Que los protagonistas hayan trabajado como sindicalistas buena parte de su vida da más realismo a la situación. No son discursos más o menos demagógicos de izquierda o derecha lo que hace falta. Una sociedad que no sabe resolver que millones de sus miembros estén sin trabajo es una sociedad enferma, mal estructurada, que requiere medidas urgentes de reorganización. 

    Me ha parecido significativo y muy acertado el modo de afrontar la situación de abandono en que quedan los pequeños hermanos del autor del delito, cuando va a la cárcel.  Compadecidos, los mismos que han sido víctimas hacen suyo el problema y lo resuelven. Está muy bien planteado el problema de conciencia que la situación plantea. 

    No caen en la visión estatalista,  muy difundida en Europa, que acaba siendo una excusa para que muchos  se inhiban ante  problemas cercanos. Pienso que a algo de eso apunta Guédiquian. Se tiende a la fácil excusa de que los problemas los debe resolver el Estado, “que para eso está”. Es  la coartada perfecta del individualismo egoísta y cerrado a los demás. Y es el camino hacia el totalitarismo, propio de regímenes en que los ciudadanos se inhiben.


    Una sociedad funciona cuando sus ciudadanos se implican, y dan de los suyo: su dinero, su tiempo, su apoyo, su comprensión… He releído estos días, en una carta del prelado del Opus Dei,  un texto de san Josemaría en esa línea: Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. 

Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás