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martes, 21 de junio de 2016

María Vallejo-Nágera. Historia de una conversión



La conversión de María Vallejo-Nágera






Este impactante video (lo inserto abajo) es la historia de una conversión, la de la escritora María Vallejo-Nágera. Una conversión narrada en primera persona por su protagonista con la fuerza de lo personalmente vivido, que no deja lugar a dudas sobre la veracidad de lo que cuenta. 


Solía decir san Josemaría Escrivá que no necesitaba milagros: "Me basta con los milagros del Evangelio", decía. Él, que experimentó acciones extraordinarias de la gracia, quería dejar claro que no hay que esperar a hechos extraordinarios para creer. "Dichosos los que sin ver creyeron", nos dijo el mismo Jesucristo


Pero Dios actúa en la historia y en la vida de las personas.  Y vaya si actúa. Cuando quiere y como quiere. A veces, con gracias "tumbativas", como la de san Pablo en su camino a Damasco. Y como la de María Vallejo-Nágera.



Descreída, unas amigas anglicanas le insisten en que debería acompañarlas a Medjugore, donde desarrollan una labor humanitaria en plena guerra de Bosnia. "Allí dicen los tuyos (los católicos) que se aparece la Virgen... Y además, no tengas miedo a las bombas porque los serbios han intentado arrasarla varias veces y no pueden bombardear, porque la Virgen ha prometido a los videntes que protegerá la ciudad bajo su manto".


Incrédula, María se niega, y medio se burla de sus amigas anglicanas, que teóricamente no deberían creer en la Virgen ni en apariciones. Pero un día, mientras sus amigas insisten de nuevo, oye una voz: "¿Por qué tienes tanto miedo si yo te espero aquí?" Es una voz muy dulce que percibe nítidamente en sus oídos. Poco después vuelve a escucharla: "Ven".


Primero desconcertada, luego sobrecogida, ante la sorpresa de sus amigas, repentinamente accede. "Voy". Y ya en Medjugore sucede algo. Durante tres segundos, en plena plaza y rodeada de sus amigas, se paraliza todo y todos a su alrededor. Siente caer sobre ella algo superfuerte, que describe como "un denso rocío de amor". Y en esos tres segundos ve toda su vida, todos sus pecados. Y oye una voz, esta vez de varón,  en su corazón: "¡María, María, así es como te amo, y así es como amo a todo el mundo! Pero no me corresponden". 


"Una brutalidad de amor me cayó encima, un desgarrón interior por el dolor que mis pecados -veniales, sobre todo- le había hecho a Jesús, principalmente a Jesús, aunque eran daño a otros. "Cuenta al mundo mi Amor".


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A partir de ese momento, y aunque le faltaba formación para entender la Misa y la Eucaristía, María siente una fuerte atracción hacia el Sagrario, hacia los sagrarios de todas la iglesias católicas, "cárceles de Amor" donde Jesucristo nos espera con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. "Gracias por venir a verme un ratito", oyó la primera vez que vio al Santísimo Expuesto en la Custodia de una iglesia. "Es el mismo Jesús que andaba por Galilea. Adorarle delante del Sagrario es una delicia."


La descreída María Vallejo pasa  a tener un amor alucinante por Jesús. Y ese enamoramiento le va acercando a la Confesión. "Cuando uno pasa por el confesonario, Dios Padre olvida todos sus pecados."


Y de ser la niña mimada de la editorial Planeta, que le ha publicado algún libro con latigazos anticlericales, pasa a ser una apestada, literariamente hablando. No le publican más. "El mundo cultural es anticatólico". Pero no le importa.


Ella ahora habla en positivo. Ha estudiado más en las fuentes de la doctrina católica. Y en lo experimentado por los santos. Le impacta descubrir el diario de santa Faustina Kowalska, escogida por Dios para extender el mensaje de confianza en lo mucho que Dios nos quiere: la Divina Misericordia.  


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Son mensajes que nos llegan de Arriba: Dios se hace oir cuando quiere y como quiere. Sobre todo se hace oir de la gente que reza. "La Virgen habla mucho del rosario. El rosario es arma poderosa. Con la oración del rosario y el ayuno se pararían todas las guerras."


Este video es un precioso testimonio, que puede hacer mucho bien. Algo de valor infinito, como el amor infinito que Dios nos tiene, expuesto con la sencillez de lo auténtico y la plasticidad de una buena narradora. 


Un testimonio que anima a "no perder ni un segundo, a evitar pecados de omisión. Porque al final de la vida, sólo se nos va a preguntar una cosa: "¿Cuánto has amado?". 


No hay que tener miedo a morir, porque Dios es amor infinito. Sólo hay que tener miedo de no saber amar a Dios. Vale la pena dejarse seducir por su Misericordia. Y buscarle donde nos espera: en la Confesión y en la Eucaristía. Él hará el resto.


Les dejo el video. Que lo disfruten.









sábado, 27 de julio de 2013

Mis prisiones. Silvio Pellico

Mis prisiones. Silvio Pellico






El escritor  italiano Silvio Pellico (1789-1854) fue detenido y encarcelado por la policía de Austria, acusado de ideas políticas liberales contrarias al régimen imperial. En este libro nos cuenta sus vivencias personales, centradas especialmente en los diez  años pasados en la cárcel.


La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos años.


Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo directo, esforzándose por  ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los juicios ajenos…  el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja poso.  Es lo que sucede con esta historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber leído algo que valía la pena.


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Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más hondo.


Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.


Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:  

“Cada vez que yo oía aquellas amorosas reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida; las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a nuestros propios pensamientos.”


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Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser  también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando  hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:  


"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."


El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."


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Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas: 

"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos". 


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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo.  Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación. 

Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!" 

Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!




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Pellico había sido carbonario,  y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral. 

Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."


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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)

Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física.  "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."


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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo: 

"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."

Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."







Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”