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miércoles, 12 de marzo de 2014

Misión Olvido



Misión Olvido. María Dueñas 

Ed. Planeta





Blanca, mujer ya madura, profesora universitaria, casada y con dos hijos ya crecidos, se enfrenta de improviso a la amargura de que su marido, encaprichado con una mujer más joven, la abandona. El mundo se le viene abajo. Sin fuerzas para afrontar la rutina de siempre, decide marchar lejos durante una temporada. Consigue una beca para investigar en una universidad de California. Allí deberá realizar un estudio sobre las misiones de los franciscanos españoles que llevaron el evangelio y la cultura a  aquellas tierras en los siglos XVIII y XIX, ordenando y analizando el legado de otro investigador español, el profesor Fontana, fallecido años atrás.


Durante seis meses la  vida de Blanca se cruzará con la de dos hombres: Luis Zárate,  director del departamento que la acoge, y un veterano investigador, Daniel Carter, que ya no trabaja para la universidad pero tuvo una intensa relación profesional y de amistad con Fontana. Daniel, en su época de estudiante, viajó por la España de los años 50, enviado por el profesor Fontana para seguir el rastro del escritor R.J. Sender. Daniel, al principio en la sombra, ayudará a Blanca en su investigación.


La novela está bien escrita y se deja leer. Son creíbles los sentimientos de los personajes: dolor, soledad, rabia, nostalgia de los momentos felices y de los buenos amigos, desesperación ante el futuro incierto…  Eso ya es mucho.


Pero María Dueñas nos presenta unos personajes sin fe, resignados a una vida en la que Dios no cuenta, y a la que por tanto no logran dar sentido. Personajes sin resortes para gestionar la adversidad, cuyo único recurso en momentos de crisis es una fuerza de voluntad no siempre suficiente, y en el mejor de los casos  el hombro de algún amigo relativamente  leal. En esas condiciones, la posibilidad de afrontar la vida con optimismo queda muy mermada.


A mi juicio Dueñas, al perfilar a sus protagonistas, sucumbe a los dictados de lo políticamente correcto: una buena dosis de agnosticismo, algún divorcio o separación dolorosa, expectativas de escarceos sentimentales como remedio de la soledad… Si se menciona  la religión (y el tema bien que se presta: nada menos que  una investigación sobre la epopeya evangelizadora de los franciscanos españoles en California)  es con cierta displicencia, dejándola relegada a la categoría de curiosidad cultural marginal, propia de épocas pasadas, de personas menos cultas, un punto intolerantes, o tal vez  algo hipócritas. Una visión alicorta de la realidad, de la que surgen personajes igualmente pobres y alicortos.


Con ese mal sabor de lo humanamente insuficiente queda el lector cuando llega al punto final. Y con la esperanza de que los protagonistas de la novela no sirvan de modelo a  los jóvenes (y mayores)  que lleguen a leerla.


Son tiempos de recordar con más frecuencia algunas verdades esenciales, con las que pocos se atreven: que la mayor miseria del ser humano es vivir como si Dios no existiera, que nuestra capacidad de elevar el corazón a Dios es lo que nos diferencia de los animales, que el silencio sobre Dios es lo que está llenando de tristeza a Europa, que es posible un compromiso estable de amor entre marido y mujer, que la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre  del amor, que estamos hechos para la fidelidad en el amor.


Sí: el mundo interior de las personas es en realidad mucho más rico y trascendente de lo que dicta la anquilosada corrección política al uso.   Ya sé que el objetivo de la novela no tiene porqué ser aleccionador. Y que es cierto que abundan los casos de separaciones y abandonos que parten el alma y merecen toda la compasión. Pero necesitamos creadores que muestren en sus personajes todo el bien de que es capaz el ser humano: esos valores (fidelidad, lealtad, compromiso, trascendencia…) que nos realizan plenamente como personas, y nos permiten afrontar la vida con optimismo, esperanzados en la construcción de un mundo mejor.