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viernes, 5 de marzo de 2021

Capacidad crítica y libertad de expresión


Foto: Duke Law


Frente al poder opresivo de las ideologías, filósofos y pensadores, como Javier Gomá o Higinio Marín, han advertido recientemente a la ciudadanía sobre la necesidad de defenderse. Se hace preciso optar por “una sutil forma de resistencia” en la que pongamos en juego nuestra capacidad crítica.

 

Necesitamos ejercitar cada día la libertad de opinar por cuenta propia, como señala Higinio Marín: la libertad de salirse del discurso público monocolor, si así lo estima conveniente nuestra inteligencia. Es un ejercicio que está en los cimientos de la democracia.

 

Sin embargo, todo parece organizado para evitar que las nuevas generaciones sean capaces de pensar por su cuenta. Con honrosas excepciones, una gran mayoría de nuestros jóvenes salen de la escuela adormecidos de ideales, sin conocimiento de la historia ni de sus raíces, con una pobre mochila mental, vacía de ideas y plagada de eslóganes creados por publicistas, que cada vez se parecen más a los eslóganes del Gran Hermano en la pesadilla orweliana.

 

Hace falta, dice Javier Gomá, “un ejercicio sutil de la inteligencia, edificado sobre una base moral que procure ser excelente.” Una sociedad no puede organizarse en torno a la nada. Necesita una base moral común. Como señaló el cardenal Ratzinger glosando a Agustín de Hipona, “Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones –es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines- solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un estado.”

 

 Hay que proponerse seriamente construir la sociedad desde una base moral común en la que se eduque a todos. Sólo así saldrán de la escuela personas maduras, capaces de pensar por sí mismas. Una base moral transmitida con la educación, en la que se resalte que lo realmente liberador es optar por la verdad y el bien. Que hay que desterrar de la vida pública a quienes mienten. Que el fin no justifica los medios. Que donde las palabras dejan de ser verdaderas, surge la desconfianza y la convivencia se vuelve irrespirable.

 

Como apunta Javier Gomá, hay que apostar por crear no minorías, sino mayorías selectas, que surgen cuando desde muy jóvenes se enseña a todos que es posible afrontar el esfuerzo por salir de la vulgaridad en busca de la excelencia. El objetivo no puede ser igualar por abajo, sino elevar hacia lo mejor que cada persona es capaz de alcanzar.

 

Es valiente, y a mi juicio acertado, el argumento de Gomá, que no se corta en contradecir a Ortega y su concepto de masas. Las masas no existen. Sólo existen personas, ciudadanos, uno a uno. No somos número, ni grumo amorfo e impersonal. Somos ciudadanos, “cada uno en lucha consigo mismo para salir de la vulgaridad y alcanzar la excelencia.”

 

Hacer del pueblo una masa es el sueño de los totalitarismos, porque la masa no piensa, es manejable. Pero una sociedad libre y democrática promueve y alienta la mejor educación posible para sus jóvenes, porque sin instrucción no es posible alcanzar la verdad, y sin el conocimiento de la verdad no se puede ser libre.

 

Con una educación así, en la que se aprende el gusto de conversar, de leer, de instruirse, y se fomenta la libertad de pensar por libre, es como la sociedad se libera de ideólogos sectarios y totalitarismos opresivos. Tenemos demasiado cerca, en el tiempo y en el espacio, ejemplos dramáticos para no ver el peligro que nos acecha.

 

En el ámbito educativo cada vez más voces se alzan contra ideólogos capaces de hundir un sistema educativo, mejorable pero que funciona, con tal de imponer el suyo, embutiendo a la ciudadanía en unas hormas que ni son las suyas ni les gustan.

 

        En el sistema político, urgen listas abiertas para que la ciudadanía pueda elegir realmente a sus representantes, uno a uno, en los que deposite, o no, su confianza según el cumplimiento de sus promesas, su honradez y su veracidad. El sistema impide que los supuestos representantes piensen por su cuenta. Están sometidos a los dictados de sus partidos, por lo que difícilmente se les puede considerar representantes de los ciudadanos: sólo representan a su partido.

 

        Urge devolver al ciudadano la competencia de su iniciativa, ahogada por una concepción estatalizadora de la convivencia, que parece diseñada para castigar el emprendimiento libre de los ciudadanos. Hay que apostar por una sociedad civil fuerte, que no abandone su futuro en manos de quienes alcanzan las riendas del Estado, sino que les pida cuentas. Porque, volviendo a la frase de san Agustín, si alcanzan el poder quienes no se rigen por el criterio de la justicia, la conducta del Estado no será muy distinta a la de una banda de ladrones.

 

 

martes, 27 de marzo de 2012

La ética debe imperar sobre la economía, y no al revés





    El profesor de antropología  filosófica Higinio Marín iluminaba sabiamente ayer, en el Foro IESE de Valencia, el problema de fondo de la crisis que padecemos.

    La economía, ciencia de apenas 300 años de vida, nació reclamando autonomía de cualquier otra norma ética. "El mercado es el mercado", o "la pela es la pela". La misma autonomía de la ética que para la política reclamó Maquiavelo, quien venía a decir que el político debe regirse por unos principios distintos de los que marca la ética del común de los mortales.

    Si el político quiere triunfar como político, decía Maquiavelo, tiene que saber mentir. La "razón de Estado" puede justificar engaños o crímenes, guerras y bombas atómicas arrojadas sobre cientos de miles de civiles inocentes. Y no, esa autonomía de la ética no pude ser buena ni para la economía ni para el sistema. Los resultados lo demuestran.

    Si en economía, como en política, el "listo" es el que miente mejor. Si se admira al financiero "sagaz" que sólo piensa en su propio beneficio y coloca con engaño productos tóxicos. Si el interés personal es la única norma del mercado, y se desprecia el interés común... aquello tarde o temprano revienta.

    Si la norma ética no se asume a nivel personal por todos y cada uno, el sistema se caerá una y otra vez, por más "órganos vigilantes" que se introduzcan.

    La ética es algo personal, pero eso no significa que sea sólo para vivirla en casa. Sólo personas honradas son capaces de edificar una sociedad justa. Sin esa honradez no hay confianza, término muy aireado ahora en las organizaciones. Pero lo que hay que airear es que generar confianza requiere mucho más que hablar de ella. Generan confianza las personas que son capaces de dar no sólo lo justo, sino más de lo que les correspondería.

    Claro que este dar más de lo justo sólo puede nacer de un impulso ético de origen religioso. Pero no hay que asustarse: estamos hechos de esa pasta.

    Resumen: crisis económica, sí. Pero sobre todo lo que tenemos es una crisis de modelo de economía, que se ha querido mantener independiente de la ética. Y así no funciona ni funcionará.