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jueves, 23 de febrero de 2023

¿Puede una madre olvidarse del fruto de sus entrañas?

 



En su impresionante comentario al Padrenuestro, en el primer tomo de su Jesús de Nazaret, Benedicto XVI se pegunta en qué sentido podemos dirigirnos a Dios como Padre.

Es Padre porque es nuestro Creador, le pertenecemos. Cada uno de nosotros, individualmente y por sí mismo, es querido por Dios, Él conoce a cada uno. Y por eso, en virtud de la creación, somos ya de modo especial hijos de Dios.

Pero somos también hijos en otra y más profunda dimensión: hemos sido creados según la imagen de Jesucristo, el Hijo en sentido propio, de la misma sustancia del Padre. Por eso, ser hijo de Dios, afirma Benedicto, es también un concepto dinámico: todavía no somos plenamente hijos de Dios, sino que estamos llamados a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. La palabra Padre que dirigimos a Dios comporta un compromiso a vivir como hijo.

Dios mismo, como buen Padre, se ha ocupado de muchas maneras en explicarnos cómo es su amor por nosotros. En Isaías 66, 13 lo compara con el amor de una madre por el fruto de sus entrañas: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo.” Y más adelante insiste: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Isaías, 49, 15)

Benedicto XVI explica cómo ese amor aparece reflejado de un modo conmovedor en el término hebreo rahamim, que originalmente significa “seno materno”, y poco a poco pasa a usarse también para designar el amor misericordioso de Dios hacia el ser humano.

La Sagrada Escritura emplea esas imágenes tomadas de la naturaleza para describir actitudes fundamentales de nuestra existencia. “El seno materno es la expresión más concreta del íntimo entrelazarse de dos existencias y de las atenciones a la criatura débil y dependiente que, en cuerpo y alma, vive custodiada en el seno de la madre.”

Ese lenguaje figurado del cuerpo, que nos permite comprender los sentimientos de Dios hacia cada uno de nosotros de un modo más profundo, nos enseña también algo esencial sobre nosotros mismos: lo sagrado de cada vida humana, para la que el Creador ha ideado un recinto de protección y cariño único: el seno materno.

Una madre y un hijo en sus entrañas. No se pueden contemplar esas dos existencias que crecen entrelazadas sin conmoverse,  y sin vivo deseo de protegerlas, porque son vidas humanas llenas de dignidad, y porque nos remiten a algo tan sublime y único como el Amor de Dios por cada uno de nosotros.

 

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miércoles, 15 de mayo de 2019

La infancia de Jesús


Jesús de Nazaret. La infancia. Joseph Ratzinger
Genealogía de Jesús, Dios hecho hombre



He releído La Infancia de Jesús, última publicación de la trilogía sobre Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger. Sabroso. A cada paso, nuevas luces. Es un don que tienen las obras del papa emérito Benedicto XVI: su potencia intelectual abre nuestra mente, iluminando con luces nuevas verdades de las que hasta ahora habíamos captado apenas la superficie.

Especialmente me han impactado sus reflexiones sobre la pregunta por el  de dónde viene Jesús, y las respuestas que se nos dan en el Evangelio.

Benedicto se fija en el significado de las diversas genealogías que los evangelistas nos presentan, de modos diversos pero con significados ricos y complementarios.

Tras el pecado original el hombre se convirtió en una bestia, se nubló su capacidad de distinguir el bien y se debilitó su voluntad de realizarlo. La Encarnación del Verbo es una verdadera nueva creación del hombre, a la que Dios nos invita: es preciso renacer de nuevo, y eso es lo que hacemos en el Bautismo.

Del mismo modo que somos herederos del pecado original de nuestros padres, por el Bautismo heredamos desde el primer momento de nuestra existencia el nacimiento a la nueva creación obrada por el Espíritu Santo, que en Jesucristo nos hace hijos de Dios en un grado más alto que antes del pecado original: es una verdadera nueva creación.

Explica Benedicto que los evangelistas Mateo y Lucas presentan la genealogía de Jesús de modos diferentes, pero complementarios. Buscan el número simbólico de 70 ascendientes, porque 70 significa plenitud: Jesús, al nacer, acoge y hace suya a la humanidad entera.

Mateo, tras mencionar a cada uno de los ascendientes varones con la fórmula “engendró a…”, da un quiebro al llegar a José y, contra lo usual, menciona a la Madre: “… José, esposo de María, de la cual nació Jesús…” Y es que en María aparece algo nuevo, se inaugura una nueva creación, obrada por el Espíritu Santo, que da un rumbo nuevo y decisivo a la humanidad.

Con Jesús nace un modo nuevo de ser persona, al que se nos invita a sumarnos. Jesús es hombre, es uno de los nuestros. Pero es también Dios, que se ha hecho uno de nosotros para que también nosotros tengamos acceso a esa vida nueva. “He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas.”

Tampoco es anecdótico que en la genealogía de Jesús aparezcan los nombres de 4 mujeres. ¿Por qué aparecen? Algunos, dice Benedicto, han dicho que les une su condición de pecadoras. Pero no, les une sobre todo su condición de gentiles, no pertenecientes al pueblo de Israel. Ahora la Nueva Ley ya no es solo para el pueblo elegido, sino para la humanidad entera.

Juan no recoge ninguna genealogía, pero comienza su evangelio con la respuesta a la pregunta clave sobre Jesús: ¿de dónde viene? Es la misma pregunta que le hará Pilato: ¿De dónde eres tú? La misma que se hacen los judíos: “¿De dónde ha salido este, pues conocemos a sus padres y parientes? ¿No es el hijo de José, el artesano?

Es a esa pregunta a la que responde Juan al comienzo de su Evangelio: “En el Principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios… Y se hizo carne, y acampó (levantó su tienda) entre nosotros.

El hombre Jesús, dice Ratzinger, es el acampar el Verbo entre nosotros. Su existencia humana es la tienda del Verbo. Y la tienda es el lugar del encuentro. Su de dónde es el principio mismo, la causa primera de todo, la luz que hace del mundo un cosmos. Viene de Dios, es Dios mismo que viene a inaugurar un nuevo modo de ser persona.

A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.” (Jn 1, 12 ss).

Quien cree en Jesús entra por la fe en el origen personal y nuevo de Jesús, recibe ese origen como suyo propio, entra en el origen de Cristo. Por Cristo, mediante la fe en Él, ahora hemos sido generados de un modo nuevo por Dios, entramos en comunión con Él.

Ahora también nuestra genealogía se ha interrumpido, como la de Jesús al llegar a José. Ahora nuestra verdadera genealogía es la fe en Jesús, que nos da una nueva proveniencia, nos hace nacer de Dios. 

Como Él, ahora vivimos por obra del Espíritu Santo. Aunque mantengamos nuestra genealogía humana y mortal, tenemos esa otra, que hemos de guardar como se debe guardar la dignidad de la realeza. Ahora somos hijos de Dios.




Vale la pena leer el original de Joseph Ratznger. Releerlo con calma. A veces exige un esfuerzo especial de atención para no perder el hilo. Pero el esfuerzo tiene sobrada recompensa.


lunes, 18 de agosto de 2014

El regreso del hijo pródigo. Un maravilloso cuadro de Rembrandt






El regreso del hijo pródigo. Meditaciones sobre un cuadro de Rembrandt
Henri J.M. Nouwen

Henri Nouwen (1932-1996), sacerdote católico holandés, fue profesor en varias universidades de Estados Unidos y en sus últimos años abandonó sus clases para trabajar como capellán en una institución dedicada a la atención de deficientes mentales. 


Este libro es la narración del impacto interior que le produjo la contemplación del famoso cuadro de Rembrandt, en que aparecen los personajes principales de la extraordinaria parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, recogida en el capítulo XVdel Evangelio de san Lucas. Retrata el momento del retorno: el Padre acoge con un abrazo maternal al hijo, que vuelve sucio, arruinado y humillado, pero arrepentido, al hogar del Padre, ante la mirada fría y desconfiada del hermano mayor.


Con una  valiosa erudición pictórica, Nouwen nos enseña a contemplar la pintura, y a descifrar la propia experiencia vital de Rembrandt.  La luz, los claroscuros y colores, los estudiados ropajes, gestos y actitudes  de cada personaje,  muestran una profunda asimilación de la enseñanza que Jesucristo nos ha  querido transmitir sobre el amor paternal de Dios a cada persona. Es una magistral imagen de las consecuencias de nuestra condición de hijos de Dios, en perfecta sintonía con la enseñanza de la Iglesia católica sobre la filiación divina.  


El autor se fija primero en la imagen del hijo menor,  el que se marchó de la casa del Padre de manera destemplada y desagradecida, hastiado de una vida aparentemente monótona, buscando  independencia y placer. Ahora regresa en actitud humilde y compungida, extraordinariamente interpretada por Rembrandt. Nouwen extrae consideraciones que invitan a la reflexión personal, al contrastar la propia conducta con la del personaje del cuadro.


Después repara en el hijo mayor, en su rostro frío y distante, incapaz de participar de la alegría del Padre por la vuelta del hijo descarriado. Su aparente dignidad, propia de quien se ha  mantenido junto al Padre en su casa,  está ensombrecida por una heladora falta de comprensión y de afecto: no ha entendido todavía la capacidad de perdón y de olvido de las ofensas que tiene el amor verdadero.


Y por último, descubre al Padre, su actitud maternal, acogedora, benevolente, dispuesta al perdón. En el Padre la alegría por el regreso del hijo arrepentido es mucho más grande que el sentimiento de ofensa.  Y en esa actitud Nouwen descubre el sentido de su propia vocación, que es en el fondo el sentido de toda vocación cristiana: participar del amor de Dios Padre por cada hombre, hacer sentir a cada persona que no está sola, que se la quiere. Un amor que no conoce fronteras,  siempre dispuesto a acoger y perdonar por grandes que hayan sido los desprecios y ofensas recibidas. 


Uno de los autores que más ha profundizado en el amor paternal de Dios por los hombres, y en el correspondiente sentido de la filiación divina, es san Josemaría Escrivá. Por eso, un buen complemento de este libro es la homilía La conversión de los hijos de Dios, en Es Cristo que pasa, nº 64. Su comentario  a este mismo pasaje del Evangelio es, más allá de la mera contemplación del cuadro, una invitación a sacar consecuencias operativas de la maravillosa realidad de nuestra condición de hijos queridísimos de Dios.   


Inserto este video en que el fundador del Opus Dei habla precisamente de la maravilla que supone un Dios siempre dispuesto a perdonar: