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jueves, 28 de septiembre de 2017

Cara y Cruz. Josemaría Escrivá

Cara y cruz. Josemaría Escrivá.
José Miguel  Cejas. Ed. San Pablo




José Miguel Cejas, periodista y escritor fallecido en 2016, tuvo la oportunidad de conocer y tratar al fundador del Opus Dei desde 1967. Esta obra póstuma es una serena reflexión sobre la vida de san Josemaría, fruto de su experiencia personal y de conversaciones con numerosas personas que también conocieron y trataron estrechamente a Escrivá. 

Ha estudiado también numerosas fuentes documentales del archivo de la Prelatura y del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá, sobre sucesos claves en la vida del fundador del Opus Dei, que contextualiza al hilo de los acontecimientos más relevantes de la Iglesia y del mundo a lo largo del siglo XX.

Cejas se fija especialmente en ese contraste que aparece en la vida de toda persona: la presencia inseparable de alegría y sufrimiento. La cruz, en forma de sufrimiento físico y moral, de incomprensiones y persecuciones, de calumnias desde dentro y fuera de la Iglesia, fue una constante en la vida de Escrivá. Pero en la vida del discípulo de Cristo el sufrimiento y la cruz es el camino para alcanzar el triunfo definitivo.

Escrivá, siendo niño, experimenta el dolor por la muerte consecutiva de tres hermanas, luego la ruina familiar y la incomprensión de algunos parientes cercanos. Siendo todavía joven, las estrecheces de la pobreza. Luego la persecución en la guerra civil, y enseguida las calumnias y acusaciones de herejía cuando el Opus Dei era apenas una criatura recién nacida.

Padeció también las tormentas que se vivieron en la iglesia después del  Concilio Vaticano II, provocadas por ese “concilio paralelo” que tuvo lugar en medios de comunicación poderosos que transmitían una visión sesgada y politizada, que era la que llegaba al pueblo. En medio de esos momentos de confusión y tormenta, Escrivá no cae en el desaliento, vive y transmite esperanza: “Dios, hijos míos, permite estas pruebas –por nuestros pecados, los vuestros y los míos- ¡pero no abandona a su Iglesia!

Cejas aporta viveza a su relato con ejemplos, construye las ideas universales desde sucesos concretos, no se queda en teorías.   Por ejemplo, al hablar de la forma en que Escrivá encara el sufrimiento aporta entre otros el testimonio del conocido siquiatra austríaco Victor Frankl, que resalta “la refrescante serenidad que emanaba de él y que envolvía toda su conversación (…) Vivía de manera plena el momento presente (..) para él cada instante tenía el valor de un momento decisivo.”

Para Escrivá, lo contrario de la alegría no es el sufrimiento, sino la tristeza. El dolor físico o moral no le hace perder la alegría, porque se sabe hijo de Dios, y porque Dios no deja de alentarle, también con mociones interiores que acrecientan su fe y su optimismo.  Ante el alejamiento de Dios que sufre el mundo, y la crisis espiritual de muchos cristianos, lo humanamente lógico sería el desánimo. Pero Dios le hace sentir una esperanza alegre que le permite ver la vida como es: bonita, porque es de Dios: “Si Deus nobiscum, quis contra nos?” Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Ante la presencia del mal aconsejaba una actitud positiva: “No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!” Y recordaba  que “en los momentos de crisis profundas en la historia de la Iglesia, no han sido nunca muchos los que, permaneciendo fieles, han reunido además la preparación espiritual y doctrinal suficiente, los resortes morales e intelectuales, para oponer una decidida resistencia a los agentes de la maldad. Pero esos pocos han colmado de luz de nuevo la Iglesia y el mundo.

Sobre el origen de las falsedades que se difundieron contra Escrivá ya desde los años 40, Cejas señala que partieron de algunos religiosos y políticos que aspiraban al monopolio en sus ámbitos, y crearon un clima de sospecha y recelo hacia la Obra que perduró después durante años en ciertos ambientes eclesiásticos y civiles. A eso se añadió la facilidad con que algunos periodistas se lanzan a opinar sobre la Iglesia sin un mínimo de conocimientos teológicos: “se echarían a temblar si tuviesen que escribir sobre bioquímica, pero piensan que lo saben todo de teología, y dicen disparates”. Esos ataques fueron después amplificados por medios dirigidos por personas anticristianas.

A este propósito, señala Cejas la extraña e incongruente evolución de los mitos sobre el Opus Dei. Los primeros ataques lo acusaban de  herejía revolucionaria, porque pretendía que se podía aspirar a ser santo sin abandonar el trabajo y las tareas ordinarias propias de cualquier ciudadano y cristiano corriente.  Después del Concilio Vaticano II, que afirmó y ratificó solemnemente el mensaje del Opus Dei, pasó a ser tachado de reaccionario. 

En la España católica y profranquista de la postguerra se acusaba al Opus Dei de difundir el liberalismo. Años después se le acusaba de difundir el conservadurismo. Pero Escrivá no cayó ni en el tradicionalismo anclado en el pasado de que le acusaban algunos, ni en el error de considerar lo nuevo como mejor por el hecho de ser nuevo.

Cejas remite a un estudio muy interesante de Jaume Aurell sobre la creación de los mitos y los estereotipos, aplicado precisamente al Opus Dei, con datos históricos de personajes concretos que propalaron falsedades a conciencia. Algunos después se arrepintieron y pidieron perdón, pero las falsedades y mitos quedaron. El daño estaba hecho.

Interesante la referencia al linchamiento moral que padeció el beato Pablo VI a raíz de la publicación de su Encíclica Humanae Vitae, en la que desautorizaba a teólogos que se consideraban a sí mismos vanguardistas. Esa encíclica, que afirmaba la doctrina católica sobre el matrimonio y la vida del no nacido, contrariaba los intereses económicos y demográficos del Banco Mundial y los laboratorios farmacéuticos. Y no se lo perdonaron a Pablo VI.

La clave del Opus Dei, afirma Cejas, es la atención personalizada. No pone el acento en comités, asambleas y encuentros, sino en la formación personal, para que cada uno dé su respuesta personal a los problemas sociales, a la injusticia y la pobreza material, moral y espiritual. Así surgen respuestas tan variadas como variadas son las circunstancias sociales, familiares y profesionales de cada uno.


Escrivá enseña con su ejemplo que la presencia de penalidades no es obstáculo para  vivir con alegría. Las exteriores (injusticias, incomprensiones, maledicencias, persecuciones…) Y también las interiores (complejos, tristezas, angustias, deserciones de la vida espiritual…) Los días que el cristiano vive en la tierra son siempre una prueba, para purificar su fe y prepararse para la vida eterna. Si el Señor nos ha traído a la vida con esas debilidades y al mismo tiempo nos llama a santificarnos, es señal de que, con Él, podemos lograrlo. Nuestras fuerzas personales tienen un solo nombre: flaqueza. Pero con Él somos fuertes.



Escrivá contempló con alegría los frutos de su trabajo. Pero también lo que  a ojos humanos se suelen llamar fracasos: proyectos que intentó poner en marcha y que no llegaron a cuajar. Tanteó posible iniciativas apostólicas: la creación de una universidad eclesiástica enRoma, un centro en Tierra Santa que actuara como foco de vida cristiana, un Santuario dedicado a la Sagrada Familia en los Estado Unidos… Pero tuvo que confiar todo eso a sus sucesores.

Quizá uno de los milagros más grandes de la vida del fundador del Opus Dei fue que las incomprensiones que sufrió no le agriaron el carácter ni le volvieron desconfiado. “El triunfo de Escrivá no está en los libros que publicó, ni en las labores apostólicas que surgieron… El triunfo son las Bienaventuranzas: bienaventurados los misericordiosos, los perseguidos por la justicia…” San Juan Pablo II, en la ceremonia de beatificación de Escrivá, lo explicó bien: “Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”.

El libro aporta un apéndice con los puntos esenciales para entender el Opus Dei y su misión en la Iglesia, así como el discernimiento de la llamada al Opus Dei, que consiste en vivir la propia vocación cristiana con una nueva exigencia y conforme a un carisma y unos medios específicos: la santificación del trabajo y de las circunstancias en que discurre la vida corriente del cristiano.

Ver también del mismo autor reseña de Cálido viento del Norte y de Los cerezo en flor








martes, 14 de marzo de 2017

Cálido viento del norte






José Miguel Cejas nos acerca en este libro a un conmovedor conjunto de historias, cuyos protagonistas viven en los países nórdicos: Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia, Groenlandia. Tienen en común su condición de testigos de la acción de Dios en sus vidas, ese Dios cuyos caminos son imprevisibles, pero que no deja de arreglárselas para actuar en la historia a través de personas que le escuchan. Comparten el despertar de un creciente interés por Jesucristo y por el cristianismo, en un ambiente que parecía definitivamente cerrado a la presencia de Dios.
                                                          
Son personas y familias  normales, a las que suceden cosas normales. Y de vez en cuando, como a casi todas las personas y familias normales, también les suceden cosas extraordinarias, de cuyo carácter sobrenatural son plenamente conscientes. Hechos extraordinarios que no aparecerán en ningún noticiario, pero que han marcado sus vidas para siempre, señalando un camino hacia Dios para su existencia.

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Finlandia, por ejemplo, es un país muy secularizado. Como relata uno de los personajes, la segunda guerra mundial hizo caer a muchos en el alcoholismo. Sufrieron la influencia del materialismo socialista ruso, y después del materialismo sueco. Luego vino la revolución sexual del 67. Todo eso destruyó la familia. La mayoría de los hijos nacían fuera del matrimonio, desapareció la fidelidad conyugal y se corroyeron tradiciones cristianas de siglos. La inmensa mayoría de padres mantienen una relación muy fría y distante con sus hijos.





En los años 70 y 80 del siglo XX, los finlandeses que viajaban a países como Italia, Austria o España se sorprendían al ver iglesias abiertas y muchas imágenes de la Virgen María. Cuando regresaban a Finlandia les impactaba el vacío.  Ese vacío interior y esa insatisfacción que genera el materialismo les helaba el corazón. Un hielo para el que no está hecho nuestro corazón, que necesita amar. Y surge la sed de un amor que llene la existencia: la sed Dios.



El Espíritu Santo actúa apoyado sobre la oración perseverante y el ejemplo optimista de cristianos que permanecen fieles, y hablan: porque “siempre hay que dar la palabra acerca de Dios, aunque nos parezca que cae en el vacío”.

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Dios actúa mediante cosas tan sencillas como la alegría de vivir de una familia católica, reunida para comer a la hora del almuerzo.  En esos países de frío individualismo lo normal es que cada cual pilla lo suyo de la nevera, lo deglute y se encierra en su habitación, en sus cosas. No hay convivencia, en cada casa sólo hay una suma de individuos.

Y el nórdico que asiste por primera vez al espectáculo de una familia católica reunida entorno a la mesa, comprende de pronto que hay algo más que el mero comer, que la familia reunida en torno a la mesa es un signo exterior de humanidad, de calor y alegría de vivir. Descubre que el cristianismo transmite amor, cuidado de unos por otros. Y es el comienzo de una conversión al catolicismo.

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Dios se sirve también de los escritos de los santos para mover los corazones. El joven Anders Arbolerius, luterano, se siente golpeado en el corazón cuando lee en “Historia de un alma”, de santa Teresa de Lisieux, estas palabras: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor.” Y sin saber cómo, sin que antes se le hubiera pasado por la cabeza semejante cosa, siente que debe ser católico y ordenarse sacerdote. Ahora es el obispo católico de Estocolmo, el primero desde la reforma protestante.

Detrás de cada conversión hay siempre alguien que reza: la madre Tekla Famiglietti, abadesa general de la orden de santa Brígida de Suecia, veía con frecuencia a Anders corretear por el convento cuando acudía con su madre, y rezaba por él.

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Muchos empiezan a descubrir ahora el valor de la familia, que es  el canal de transmisión de los valores. Se ha confiado demasiado en el sistema educativo que diseñan los gobiernos. Pueden ser técnicamente magníficos, pero los contenidos que transmiten pueden ser muy discutibles. Si ocupa el gobierno gente sin valores, el sistema puede ser venenoso para los jóvenes,  si transmite ideologías antinaturales. Un pedagogo que domine la técnica puede enseñar inmoralidades con perversa eficacia. La mejor educación no insiste en sacar buenas notas, sino en ser buenas personas, y en eso la familia es insustituible.

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Conocer la historia de la Iglesia es otro camino del que Dios se sirve para acercar a las personas a la verdad. Contra lo que han difundido bulos y estereotipos, se descubre la importancia que el catolicismo ha dado siempre a la razón y al pensamiento inteligente, que no se opone a la fe sino que ayuda a profundizar en ella y a entenderla mejor. Y que las guerras de religión no fueron sólo ni principalmente de religión, sino que tuvieron unas fuertes motivaciones políticas, económicas y culturales.


Y muchos descubren estudiando que gran parte de los cimientos de la civilización occidental han sido puestos por la Iglesia: fundó las primeras universidades porque enseña que el saber es para compartirlo; fundó hospitales (porque los enfermos son hijos de Dios y hermanos nuestros)... Y sobre todo difundió la caridad con todos y la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad que no fuerza a las mujeres a imitar a los hombres, sino que les permite desarrollar toda su potencialidad y dignidad femenina, como mujeres, madres e hijas. La criatura predilecta de Dios es una mujer: María (que significa en arameo Reina, Señora, Emperatriz)


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En el libro se cuentan también los primeros pasos del Opus Dei en Escandinavia, de la mano de Juan Luis Bernaldo y Richard Hayward. Allí llegó la Obra por el interés de san Juan Pablo II, que deseaba impulsar la cristianización del Norte de Europa y animó al beato Álvaro del Portillo a comenzar pronto en esos países. Desde 1983, “de amigo a amigo se van enlazando historias, porque el Opus Dei se difunde en el mundo por medio de la amistad.”

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Todo el relato refleja un hondo sentido ecuménico presente entre los creyentes: católicos, luteranos, protestantes y ortodoxos estrechan lazos anhelando una unión en la verdad de Jesucristo que no puede estar lejana cuando les vemos con la apertura de corazón que reflejan las vivencias recogidas. Como los muebles donados por el pastor luterano para que sus amigos católicos del Opus Dei puedan instalar una residencia de estudiantes…