Mostrando entradas con la etiqueta marxismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta marxismo. Mostrar todas las entradas

viernes, 3 de marzo de 2023

Grandes interpretaciones de la historia



Grandes interpretaciones de la historia. Luis Suárez Fernández. Ed. Eunsa.

 

        El historiador Luis Suárez nos ofrece en esta obra un análisis profundo acerca de la percepción histórica y la forma de interpretar los hechos pasados en las diversas culturas de la humanidad, desde la antigüedad hasta nuestros días.

Si la primera concepción de la historia se encuentra en los poemas de Homero, La Odisea y La Ilíada, probablemente debemos a san Agustín una de las primeras intuiciones acerca del sentido de la historia y del tiempo, al percibir la tensión que provoca en el espíritu del hombre la memoria del pasado, la vivencia del presente y la expectación del futuro.

El historiador holandés Johan Huizinga considera que la historia es la forma en que una cultura se rinde cuentas de su pasado. Y que la tarea del historiador consiste no tanto en el estudio objetivo del pasado, como en el conocimiento del presente a través del pasado. En la medida en que este presente cambia, cambian también las preguntas que el hombre formula a su pasado.

Por eso, señala Luis Suárez, casi cada generación necesita rehacer su historia, pues las respuestas dadas por las generaciones que la precedieron ya no satisfacen a los nuevos interrogantes que se plantean. El historiador selecciona, de todos los hechos acontecidos, cierto tipo de hechos, a los que llama “históricos”, que son los que han promovido consecuencias que se reflejan en el conjunto evolutivo de la Humanidad.

Además, del conjunto de los “hechos históricos”, elige solamente los que se relacionan específicamente con su trabajo. Y orienta las investigaciones en el sentido que marcan las tendencias de su propio tiempo: el historiador se sitúa subjetivamente (es necesario) en su propio tiempo.

        La historia trata de entrelazar presente y pasado para someterlos a un orden lógico unitario, explicando el presente por el pasado y el pasado por el presente. Sirve para el autoconocimiento del hombre; sin ella, faltaría en la conciencia científica una dimensión humana esencial: la del tiempo.

        La historia universal es el ámbito en que se mueven las varias culturas, contemporáneas y progresivas; su movimiento constituye sin embargo un proceso único en el sentido de que por medio de él van alcanzando los hombres su libertad –entendida no en el aspecto político, sino en el científico de dominio cada vez más perfecto de la Naturaleza- al mismo tiempo que su unidad.

En las décadas recientes estamos asistiendo al fenómeno de que los hechos históricos se producen a escala mundial; es decir, el hecho histórico está empezando a ser universal. El universalismo es término de llegada más que puro planteamiento científico.

        Luis Suárez señala dos modos de entender la historia:

a) lineal ascensional: la humanidad tiene objetivos exteriores a ella que alcanzar; es común a:

        -providencialismo agustiniano: Dios, supremo motor de la historia, conduce a la humanidad hacia el Reino que no es de este mundo (porque donde Dios quiere reinar es en los corazones…)

        -marxismo: suprime a Dios y su providencia, considerando la meta como un Reino de plenitud humana instalado en el futuro;

        -positivismo: sustituye providencia por progreso, situado fuera de la mente humana; los hombres se dirigen al futuro iluminados por el brillo fulgurante del saber.

b) cíclica: formulada por primera vez por Polibio al constatar el sucederse de regímenes políticos: se cumple en cada cultura; resulta compatible con la concepción lineal de progreso cuando se relacionan unas culturas con otras, ya que ninguna parte de cero, sino de cierto grado de evolución colectiva que sirve de plataforma. En época reciente, coinciden en esta interpretación cíclica las formulaciones de Hegel, Splenger y Toynbee.

Al analizar con detenimiento cada una de esas interpretaciones, Suárez nos ofrece también un ámbito para la reflexión -y revisión quizá- sobre los contenidos esenciales de nuestra particular percepción histórica. ¿Los hemos adquirido de fuentes fiables? ¿O albergamos prejuicios sobre hechos, personajes o culturas? Es notorio el interés de ámbitos de poder, a escala local y global, por ofrecernos visiones sesgadas de la historia, sin otra razón que favorecer sus intereses de dominio económico o político.

Es saludable caer en la cuenta de que la historia se interpreta desde el presente, y que por eso mismo está expuesta no sólo a puntos de vista cambiantes, sino también a falseamientos y manipulaciones de quienes pretenden alcanzar un control ideológico del pueblo. Un ciudadano responsable debe estar atento a quién y cómo formula esas “nuevas interpretaciones”, para no caer víctima del engaño.

El profesor y académico Luis Suárez ha realizado un excelente trabajo científico como historiador, y lo demuestra en cada uno de sus numerosos ensayos, muy recomendables todos ellos: Historia de España Antigua y Medieval, La política internacional de Isabel la Católica, Los Reyes Católicos: el camino hacia Europa, Franco y la Iglesia, etc.

Relacionados:

El pensamiento europeo en el siglo XVIII 

El pontificado Romano en la Historia

Historia de la Iglesia en Valencia 

Historia de la Iglesia 

Tiempos modernos 

Historia de las ideas contemporáneas



martes, 18 de septiembre de 2018

Tiempos modernos

Tiempos modernos. La historia del siglo XX desde 1917 hasta nuestros días. Paul Johnson. Ed. Vergara


 

Es necesario conocer la historia, con toda la objetividad posible, para no repetir los errores que cometieron nuestros antepasados. Conocer no sólo los hechos, sino también las ideas que dominaban en los ambientes culturales y de poder.

 

Paul Johnson hace en este ensayo un equilibrado análisis de los hechos más relevantes que acontecieron en el siglo XX, un siglo torturado por dos guerras mundiales, las más cruentas de la humanidad, y por regímenes totalitarios de larga duración, como los comunistas  que se establecieron en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en la China de Mao,  y el más efímero de la  Alemania nazi. 

 

El libro no se limita a describir los hechos. Analiza sobre todo las ideas del poder dominante. Como refiere en el primer capítulo, la historia de los tiempos modernos es en gran parte la historia del momento en que se colmó el enorme vacío dejado por la religión, a raíz de las corrientes de pensamiento propagadas por el ateísmo y la Ilustración en los siglos precedentes, especialmente desde el siglo XVIII. 

 

Marx sustituyó la dinámica religiosa por el interés económico. Freud por el impulso sexual. Nietzche predicó la muerte de Dios, y tuvo que escribir en 1886 que el hecho de que la creencia en Dios "ya no fuera defendible" comenzaba a proyectar sus primeras sombras sobre Europa. Como afirmó san Juan Pablo II en su viaje a Colombia de 1986, "el vacío de la religión vienen a llenarlo las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío e indiferencia, o el pansexualismo pagano."

 

Nietzche acertó al predecir que Dios pronto sería sustituído por la Voluntad de Poder. Aparecería un nuevo tipo de mesías, con un ansia ingobernable de controlar a la humanidad, libre de las inhibiciones que provocaba la religión, y libre por tanto para sojuzgar a la población a su antojo. No tendría que rendir cuentas ante nadie, con tal de que todas las riendas del poder las mantuviera en su mano, y no hubiera nadie más fuerte que él. 

 

Es el tipo de mesías que se convertiría en estadista pistolero, una figura que comenzó a aparecer en Europa y Asia, encarnado en personajes siniestros como Lenin, Stalin, Mao o Hitler. Todos ellos unidos por su ateísmo. 

 

El libro aporta una visión sugerente de la historia reciente, se mantiene bastante alejado de determinados estereotipos e ideas "políticamente correctas" que , al tergiversar la realidad, nos impiden conocerla y evitar errores pasados.

 



 


miércoles, 6 de septiembre de 2017

Berlín. La caída: 1945

Berlín. La caída: 1945. Anthony Beevor





Relato crudo y desapasionado de la última batalla de la segunda guerra mundial, en la que los ejércitos de los regímenes nazi y soviético se enfrentaron a muerte, con una violencia terrible que sistemáticamente dirigieron también contra la indefensa población civil. 

El libro está muy bien documentado, y reconstruye con precisión los últimos meses de la guerra: movimientos de las tropas de ambos ejércitos, perfiles de los protagonistas militares más destacados, órdenes de los Estados Mayores, batallas y escaramuzas pueblo a pueblo, y ya en Berlín, calle a calle.

**

Jamás existió una violencia tan amplia y cruel –dice Beevor- menos comprensible aún por cuanto fue operada por personas que vivían en sociedades de un nivel cultural avanzado.

Viene a la mente la reflexión de Benedicto XVI, en Luz del mundo: tanto Alemania como Rusia estaban dirigidas por dos regímenes, el nazi y el soviético, que coincidían en su intento de convertir el ateísmo en religión del Estado. ¡Hasta dónde es capaz de llegar la crueldad del hombre cuando se prescinde de Dios! 

Paul Johnson recuerda en Tiempos modernos que la historia reciente es en gran parte la historia de los intentos del pensamiento ateo por colmar el enorme vacío dejado por la religión. 

Marx cambia la religión por el interés económico y la lucha de clases. Freud por el impulso sexual. Nietzsche intenta sustituir a Dios por la Voluntad de poder, y escribe en 1886 que el hecho de que la creencia en Dios no fuera ya defendible comenzaba a arrojar sus primeras sombras sobre Europa. Sombras y muerte.




Comenzaron a surgir esos nuevos mesías con ansias de controlar a la humanidad. Libres de las inhibiciones que provoca la religión, que se comportaron como auténticos estadistas pistoleros.

A esto se refería también san Juan Pablo II, en Polonia, agosto de 1991: “Si Dios no existe, estamos más allá del bien y del mal. El siglo XX nos ha dejado experiencias incluso demasiado elocuentes y horrendas que certifican el significado de ese programa de Nietzsche.”

Y el mismo Juan Pablo II en Alemania, en 1996: “La terrible experiencia del régimen del terror nacionalsocialista demostró que sin respeto a Dios se pierde también el respeto por la dignidad del hombre.” Y si algunos llegaron a cuestionarse cómo Dios pudo permitir esas desgracias, “todavía más demoledora fue la constatación de lo que es capaz  de hacer el hombre que ha perdido el respeto a Dios y qué rostro puede asumir una humanidad sin Dios”. “Los regímenes ateos han dejado desiertos mentales y espirituales.”




Beevor se detiene en varios momentos a analizar la personalidad de Hitler según personas que le trataron de cerca. Según algunos no tenía propiamente una enfermedad mental, sino un grave trastorno de personalidad que le había perturbado. Se había identificado hasta tal extremo con el pueblo alemán que creía que todo el que se opusiera a él se estaba enfrentando también a Alemania. Y si debía morir, el pueblo alemán no sería capaz de sobrevivir sin él.

Esa identificación hipertrófica con el pueblo alemán parece que le llevó incluso a no contraer matrimonio, para resaltar su imagen de “célibe por la causa alemana”, y para despertar la admiración y el afecto de todas las mujeres alemanas, que podían soñar con ser la elegida algún día por su líder. 

Otros apuntan a su posible homosexualidad, que trató de ocultar teniendo cerca a Eva Braun. La relación entre ellos es un misterio, y algunos apuntan que era como la de un padre con su hija.





viernes, 24 de junio de 2016

Vértigo y El cielo de Siberia. Eugenia Ginzburg





    Estos dos libros contienen el apasionante relato autobiográfico de la escritora y profesora rusa Eugenia Ginzburg (1904-1977). Miembro del Partido comunista ruso, sufrió una de las sangrientas depuraciones de Stalin y fue deportada a Siberia tras una parodia de juicio. Sobrevivió tras 18 años bajo las crueldades del Gulag soviético. Fue rehabilitada en 1955. 




    Sobrecoge la narración de las experiencias vividas en las cárceles por las que pasó, los trabajos forzados en los lager, la infamia de los personajes crueles a los que estuvo sometida, y también el sufrimiento impotente de muchos miles de inocentes como ella. Es un relato sereno, que busca la objetividad, casi todavía incrédulo ante lo que contemplaron sus ojos y sufrieron sus carnes y su alma. Pero un relato sincero, de algo tan indeleblemente grabado en su memoria que no debe sorprender que recuerde con tanto detalle.






    Mujer de pensamiento cultivado, aunque atrapada en los rígidos dogmas del marxismo, la evidencia de tanta contradicción en los principios marxistas, y la maldad de un sistema en el que antes creía, quiebran los cimientos de sus ideas y su forma de entender la vida. Con la viveza y el sereno rigor de una profesora, va describiendo las diversas etapas de su evolución intelectual y moral en esos años.



Mujeres y niños en un lager soviético



    El bien siempre está presente en el mundo, incluso donde el mal sobreabunda. Eugenia es testigo de hechos que le golpean, como el de ver morir por su fe a un grupo de admirables religiosas, condenadas a morir en un lago helado por negarse a trabajar en domingo, porque es el día que debe dedicarse a  honrar a Dios, y a pesar de que se comprometían a compensar trabajando más el resto de la semana.   En el relato del martirio se percibe el impacto de ese ejemplo de coherencia y valentía en la conciencia de Eugenia


    Sumergida en ese mundo de odio y terror, intuye también la importancia del perdón que enseña el Evangelio,  y sobre todo la necesidad de pedir perdón a quienes equivocada e injustamente hemos hecho daño. Quien no es capaz de pedir perdón se prepara para seguir cometiendo injusticias. Sorprendida, descubre que el horror nos sitúa ante la íntima necesidad de entonar, nosotros también, el "mea culpa" por nuestras malas acciones y por el bien que hemos dejado de hacer a sabiendasEs significativo cómo siente surgir ese sentimiento dentro de sí misma en el lager de Belichié 

    "Ví cómo se alzaba de pronto, en medio de aquel abismo de barbarie moral, el grito de Mea máxima culpa!, y cómo este grito devolvía al hombre el derecho de llamarse hombre. Y comprobé así que la necesidad de arrepentirse y de confesarse es, realmente, una constante del alma humana.

    Se me podrá objetar que es más frecuente encontrar hombres que proclaman a gritos su inocencia, descargando las propias culpas sobre la época, sobre el prójimo, sobre su juventud e inexperiencia. Y es verdad. Pero estoy casi segura de que los que se proclaman inocentes a gritos lo hacen precisamente para acallar la voz interior, suave e implacable, que les recuerda continuamente su responsabilidad personal... 

    En todo corazón late un mea culpa, y sólo hay que saber cuándo prestará oído el hombre a esas dos palabras que resuenan en lo más hondo de su ser.

    Durante las noches de insomnio se oyen muy claramente. Esas noches de insomnio en las que, como dice, Puskhin, todos "releemos la vida con horror", y nos estremecemos, y maldecimos. En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y en las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. De uno u otro modo. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa..."


    Al cabo de años de sufrimientos en el Gulag, pierde toda esperanza de salir de allí con vida. Vive con el convencimiento de que Stalin no perdonaría nunca a quienes había hecho tanto daño; que ninguno de los deportados podría salir nunca de aquel engranaje de castigo, porque debía ser muy duro para el tirano reconocer las tremendas injusticias cometidas, y admitir que vivieran en libertad los miles y miles de hombres y mujeres inocentes cuyas vidas rompió tan despiadadamente.


    Descubrirá también, en medio de tanta maldad, que existe la bondad, y se le aparece en la persona de un prisionero católico, médico, con el que más tarde se casaría. Exiliada a Europa, se convirtió al catolicismo y falleció en 1977.





sábado, 2 de marzo de 2013

Verdad, valores, poder. Joseph Ratzinger




Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista. Joseph Ratzinger. Ed. Rialp


Verdad, valores, poder, son piedras de toque que nos permiten calibrar la calidad de una sociedad pluralista. Este libro recoge tres ensayos del cardenal Joseph Ratzinger sobre cuestiones tan esenciales.


Con la nitidez y hondura características de su pensamiento, el futuro papa Benedicto XVI reflexiona sobre el problema al que se enfrenta una sociedad, que intenta construirse en torno a la democracia, cuando pierde una referencia clara acerca de los valores que debe promover, y considera la verdad un concepto meramente subjetivo. Conceptos fundamentales como conciencia y culpa se difuminan. En esa sociedad la persona está en riesgo de perder su libertad.


Las democracias que no se apoyan en un mínimo de valores, no expuestos al arbitraje de mayorías cambiantes, degeneran en tiranías. Las democracias occidentales corren ese riesgo, porque buscan en vano un fundamento en el pantanoso terreno del relativismo, y desprecian el firme apoyo de los valores cristianos sobre los que crecieron. 


    En La Democracia en América,
 Tocqueville escribe que en América era posible un orden de libertades, una libertad vivida en común, precisamente porque era una sociedad en la que seguía viva la conciencia moral fundamental alimentada por el cristianismo. Pero sin convicciones morales comunes las instituciones no pueden durar ni surtir efecto.


    La historia del siglo XX, afirma Ratzinger, ha demostrado dramáticamente que la mayoría es manipulable y fácil de seducir, y que la libertad puede ser destruida en nombre precisamente de la libertad. La mayoría no puede ser fuente del derecho ni lo único decisivo en democracia. Es indiscutible que la mayoría no es infalible, y que sus errores no afectan sólo a asuntos periféricos, sino a bienes fundamentales que dejan sin garantía la dignidad y los derechos del hombre. Ni la esencia de los derechos humanos ni la de la libertad es evidente siempre para la mayoría. Si la mayoría siempre tiene la razón, el derecho tendrá que ser pisoteado. 


  Ratzinger analiza el comentario de Hans Kelsen, maestro del positivismo jurídico, a la pregunta de Pilatos a Jesús: ¿Qué es la verdad? Kelsen dice que la pregunta ya contenía la respuesta: la verdad es inalcanzable. Por eso Pilatos no espera la respuesta: se dirige a la multitud y les dice: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Es decir: somete la cuestión (sobre qué es la verdad) a la voluntad popular y deja que sea el pueblo quien decida. 


   Actuando así, Pilato se comporta como el “perfecto demócrata”: confía el problema de designar lo que es verdadero y justo a la opinión de la mayoría. “El hecho de que en el caso de Jesús fuera condenado un hombre justo e inocente no parece inquietar a Kelsen. No hay otra verdad que la de la mayoría”.

       La democracia, en el ámbito anglosajón, se apoyaba en un consenso fundamental cristiano. Pero a partir de Rouseau (siglo XVIII) comenzó a dirigirse contra la tradición cristiana. Lo democrático será desde entonces un concepto que se entiende en oposición al cristianismo e incorpora los dogmas masónicos del progreso necesario, el optimismo antropológico, la divinización del individuo y el olvido de la persona. Por eso Ratzinger recuerda que es misión de la Iglesia, y de cada cristiano, hacer que surja con fuerza renovada aquella evidencia de los valores sin la que no es posible la libertad común.


       Ratzinger resalta el valor de la conciencia, que en su primer estrato contiene el recuerdo primordial de lo bueno y de lo verdadero, insertado por Dios en nosotros. Es una tendencia ontológica del ser creado por Dios a promover lo conveniente a Dios. Ahí radica el derecho de la actividad misionera de la Iglesia: aunque lo ignoren, todos esperan secretamente el Evangelio, la Noticia del Amor de Dios a los hombres

        En ese recuerdo primordial radica también el que nadie debe obrar contra su conciencia. Aunque sea errónea, no es culpa nunca seguir la convicción alcanzada, pero sí puede ser culpa adquirir convicciones falsas y acallar las protestas que proceden de lo íntimo de nuestro ser. Hitler y Stalin obraron convencidos, pero son culpables.

 

 Debemos seguir el veredicto evidente de la conciencia. Pero eso no significa que la conciencia sea infalible, pues sería tanto como afirmar que la verdad no existe, y todo sería subjetividad. Y por tanto tampoco existiría libertad.

 

 Ratzinger observa que la falsa idea de que es más libre quien no está cargado con las exigencias de la fe ha paralizado la actividad evangelizadora de la Iglesia en los últimos decenios. Es el pensamiento de que la falsedad y el alejamiento de la verdad podrían aportar una vida más cómoda que la de quien afirma que existe la verdad. ¿No habría que liberar al hombre de la verdad, que lo ata y no  lo hace más libre? ¿No es mejor dejar a los hombres sin fe, para no atarles? 


“Quien ve en la fe una pesada carga o una exigencia moral excesiva no puede invitar a los demás a seguirla. Prefiere dejarlos en la supuesta libertad de su buena conciencia.”

 

Esa cierta aversión “casi traumática” a lo que llaman catolicismo preconciliar quizá procede de una fe soportada como una carga. Parecen decir que la conciencia errónea protege al hombre de las exigencias de la verdad.

 

Pero en realidad “la conciencia es la ventana que abre al hombre el panorama de la verdad común que nos sostiene y nos sustenta a todos, haciendo posible que seamos una comunidad de querer y de responsabilidad apoyada en la comunidad de conocimiento.”

 

Newman decía que la conciencia es la presencia clara e imperiosa de la voz de la verdad en el sujeto. Es la anulación de la mera subjetividad en la tangencia en que entran en contacto la intimidad del hombre y la verdad de Dios.

 

Acallar esa voz, para permanecer en un convencimiento subjetivo, no exculpa al hombre: Hitler y sus SS actuaron con convencimiento subjetivo, con la seguridad y falta de escrúpulos que se derivan de él.


Distinguir la verdadera voz de la conciencia

 

Un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, éxito, bienestar, reputación y aprobación públicas renunciando a la verdad.

 

¿Cómo distinguir la verdadera voz de la conciencia? Hay dos señales claras: que esa voz no coincida con los deseos y gustos propios, y que no coincida con lo aparentemente más beneficioso o llevadero para la sociedad, con el consenso de grupo, o con las exigencias del poder político o social.

 

No se puede comprar el progreso y el bienestar traicionando la verdad reconocida. Hoy el concepto de verdad ha sido abandonado y sustituido por el de progreso. El progreso “es” la verdad. Pero es así precisamente como se destruye el progreso, pues al separarse de la verdad pierde la dirección, y tanto puede ser progreso como retroceso.

 

En el hombre existe la presencia inexcusable de la verdad, de la verdad del Creador, que se ofrece también por escrito en la revelación de la Historia Sagrada. El hombre puede ver la verdad en el fondo de su ser. No verla es culpa. Solo se deja de ver cuando no se la quiere ver.

 

 El error, la conciencia errónea, sólo son cómodos en un primer momento. Enseguida, tarde o temprano, sobreviene la deshumanización. En el telón de acero, el sistema marxista era un sistema de engaño, y produjo embotamiento del sentido moral y una sociedad inhumana. La verdadera culpa es la supresión de la verdad que precede a la conciencia errónea, que deja al hombre en una falsa seguridad y en un desierto inhóspito.

 

 Por eso el sentimiento de culpa es necesario, porque rompe la falsa tranquilidad de la conciencia. Es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que nos permite conocer la alteración de las funciones vitales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. El enmudecimiento de la culpa es una enfermedad de alma más peligrosa que la culpa reconocida como culpa: no hay más que pensar en los crímenes contra la humanidad perpetrados por gentes sin escrúpulos de conciencia en los lager y gulags comunistas o en los campos de exterminio nazis.

 

 No acallar la conciencia es lo que nos salva. En Lc 18, 9-14 vemos a Jesús que puede obrar en el pecador que se reconoce culpable porque no se oculta tras su conciencia errónea. Jesús sin embargo no puede actuar en el fariseo que no siente la necesidad de perdón ni de conversión. Es precisamente el grito de la conciencia que llega al publicano lo que le hace capaz de alcanzar la verdad y el amor salvador.

 

 El peligro de perder el sentido de culpa nos acecha a todos, y debemos rezar con el salmo: “¿Quién será capaz de reconocer los deslices? Límpiame de los que se me ocultan” (Ps 19, 13). El hombre que no examina su conciencia corre peligro de adormecer ese sentimiento de culpa, sin el que no es posible acceder al perdón.

 

Y este es el reto y la responsabilidad al que se enfrenta el cristiano: conducir de nuevo a la humanidad hacia el reconocimiento de los valores morales eternos: desarrollar de nuevo el oído casi extinguido para escuchar el consejo de Dios que habla al corazón de cada persona.

 

 

 












 

viernes, 25 de enero de 2013

Historia de la ideas contemporáneas (y II)


 Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (y II)







Como anunciaba en la primera parte de esta reseña, anoto algunas de las muchas ideas que invitan a la reflexión en este libro.


Alexis de Tocqueville (1805-1859), gran defensor de la individualidad, critica sin embargo el individualismo. Alertó de uno de los riesgos del sistema democrático: la actitud de los hombres que se retiran del ámbito público para encerrarse en el pequeño mundo de su propia casa y círculo de amistades, con el pobre ideal de pasar la vida cómodamente. 


Una de las consecuencias perversas de la mentalidad materialista y hedonista es la pérdida de  virtudes cívicas, visible en la irresponsabilidad de quienes esperan que unos pocos, en cuyas manos se abandonan, se lo den todo hecho.


Tocqueville afirma que la salud de una democracia se demuestra en la medida en que la mayoría no se transforme en despotismo hacia la minoría. Por eso la democracia requiere de las virtudes morales y de la libertad de prensa (“instrumento democrático por excelencia de la libertad”); y sobre todo requiere de la religión.






Tocqueville se sorprendió al comprobar la enorme importancia que tenía la religión en la sociedad americana, y la consideraba la salvaguarda más importante de la libertad. En la religión cristiana, decía, están unidas fontalmente la libertad política y la capacidad innovadora del individuo. Sin visión trascendente no se puede sanar la tendencia de los hombres a una vida cómoda. De la religión brota la energía innovadora y la conciencia de la propia dignidad y libertad.


**


El  nacionalismo es una ideología política, con diversas variantes,  que ha protagonizado gran parte de los hechos más relevantes en los dos últimos siglos. Contiene una parte de verdad: el amor a la propia tierra y al ámbito que nos rodea, que nos da sentido y comprensión.  

Pero cuando convierte esta verdad en ideal Absoluto, transforma la nación en un fin en sí mismo, desprecia a otras naciones y culturas,  y acaba convirtiéndose en una especie de religión sustitutiva (cfr. discurso de Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995).


Uno de los elementos constitutivos del nacionalismo es la visión reduccionista de la naturaleza humana. Identificar al hombre con su pertenencia a una nación, cultura o raza, priva a la persona de algo esencial: la apertura interpersonal, el respeto a la diversidad, la promoción del diálogo, la conciencia de la radical unidad del género humano.


El nacionalismo es diferente del buen patriotismo, una virtud humana que consiste en el  justo amor por el propio país, que no impide el amor proporcionado a los demás.



La homogeneización lingüistica, en la que los dialectos son sustituidos por la lengua nacional, es otro efecto del nacionalismo. El nacionalismo revolucionario se asienta en dos pilares: educación nacional y ejército nacional,  y hace suya la vieja y falsa idea de Rouseau de que sólo el Estado puede crear buenos ciudadanos.



El concepto de guerra moderna surgió con la Revolución francesa y su antropología ilustrada: toda la nación se ve involucrada en la guerra y el servicio militar pasa a ser obligatorio. Los efectos del nacionalismo, que convierte a la Nación en madre por la que todos sus hijos deben sacrificarse, han sido devastadores.



El falso mito del progreso: la razón ilustrada termina en los lagers nazis y en la bomba atómica americana. Auschwitz e Hiroshima destruyen el mito del progreso natural, necesario e irreversible de la humanidad.







El impulso colonizador de las grandes potencias (Gran Bretaña, Francia, Alemania, USA, Rusia e Italia) tiene su origen remoto en el universalismo cristiano: la conciencia intuitiva de que lo logrado por Europa a lo largo de su existencia era patrimonio de todos, y debía ponerse a disposición de todos. Pero era un impulso ya secularizado, porque tuvo lugar a partir de 1870, cuando la ideología liberal progresista dominaba en los gobernantes de Europa. 


El credo que realmente se extendió (junto a las tecnologías y las ideas sociales) fue el liberalismo, credo del progreso y del enciclopedismo. La expansión del cristianismo fue mucho menor. Se universalizó la cultura occidental, de origen cristiano pero ya secularizada.



Liberalismo y marxismo comparten más de lo que parece: la visión inmanentista y el reduccionismo economicista: ambas ideologías son materialistas.


La propaganda soviética logró que se identificara la denominación “fascista” con “anticomunista”. Cualquier intento de crítica del comunismo era inmediatamente etiquetado de fascista. Es interesante en este sentido lo que aportan obras como El montaje, de Vladimir Volkof.


Nacionalismo y marxismo comparten la absolutización de lo relativo: la pertenencia a una nación o a una clase social. Pero esos  factores, presentes en la vida de los hombres, no lo explican todo.


El régimen soviético era un capitalismo de Estado. Se demostró que lo que oprimía al hombre no era la propiedad privada, sino algo más profundo.


**


Fazio presta atención también al islam y su extensión en los países democráticos de occidente. La fe musulmana, llevada a sus últimas consecuencias, implica unión entre poder político y poder religioso, ya que para el islam la organización jurídica proviene de la revelación. 


Este hecho implica graves consecuencias para el orden internacional y para la salvaguarda de los derechos de la persona. Se puede decir que sólo un mal musulmán –que no lleva al límite su fe- no es peligroso. 


Coincide en esto con Martin Ronheimer, quien señala que el auténtico enemigo del Estado laico no es el cristianismo, sino una cultura como la islámica que se conciba a sí misma como un proyecto unitario político-religioso.







**


Interesante la figura de Jacques Maritain, (1882-1973), con un itinerario intelectual que comienza en el cientifismo y el socialismo. Gracias al influjo de Bergson se libera del positivismo. En 1906,  la amistad con el poeta Léon Bloy y la lectura de sus obras, le acerca al cristianismo y se convierte a la fe católica, junto a su mujer Raïsa, rusa hebrea.  

Maritain convirtió su casa en las afueras de  Paris en un lugar de encuentro con amigos intelectuales. Allí organizaba charlas para estudiar la doctrina católica, y  retiros de contenido espiritual, predicados en ocasiones por el conocido sacerdote Garrigou Lagrange. Asisten  personajes de la talla intelectual de Cocteau o Julien Green,  y llegaron a lanzar una colección editorial. 

Maritain es uno de los impulsores del neotomismo, y tuvo un papel muy importante en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



**



Respecto del feminismo, Fazio analiza sus orígenes diversos: la Ilustración y su visión igualitaria, el socialismo utópico, el liberalismo,… sin olvidar el influjo de la antropología cristiana, que subraya la común dignidad de hombres y mujeres en cuanto imagen de Dios.


Entre las diversas corrientes feministas, el feminismo radical se presenta como una ideología revolucionaria, basada en buena parte en la sicología de Freud e inspirada en la escritora Simone de Beauvoir

Este feminismo afirma que la verdadera liberación de la mujer consiste en  la liberación de la heterosexualidad, porque “el matrimonio es fuente de opresión”. Pretende  transformar el espacio privado, la intimidad del hogar  y la familia, en espacio público - “lo personal es político”, afirma- lo que convierte esa ideología  en un peligroso movimiento totalitario. Al considerar el dominio sexual como fuente de poder,  reivindican el lesbianismo y el placer sexual de la mujer como medio de liberación.


Sulamith Firestone, una de las principales promotoras del feminismo radical,  afirma que la causa de la opresión de la mujer es la fertilidad. Su liberación, por tanto, exigiría destruir la estructura de poder que la mantiene oprimida: si los obreros se liberan apropiándose de los medios de producción, la mujer se liberará controlando los medios de reproducción mediante la tecnología genética (Dialéctica del sexo, 1972).

En contraste, el feminismo cristiano ha continuado su lucha en favor de la dignidad de la mujer, siguiendo la tradición de una religión que ha difundido la igual dignidad del hombre y la mujer como hijos de Dios. Esta concepción revolucionó las categorías culturales machistas de la Antigüedad, como aún hoy podemos comprobar cuando comparamos la situación de la mujer en países de tradición cristiana con otros de influencia musulmana.


**



Democracia no es agnosticismo moral: pertenece a la esencia del régimen democrático la persuasión de que hay cosas que no se pueden hacer nunca.


La libertad tiene una dimensión relacional esencial, no es un valor absoluto en sí mismo, pues con ese modo individualista de concebirla se convertiría en libertad de los más fuertes contra los más débiles. 

La libertad no puede renegar de su relación con los demás y con la verdad. La  libertad es auténtica cuando dispone a acoger y servir a los demás, y a distinguir entre el bien y el mal, y no los deja a su capricho.


Sentirse obligado significa que se es libre. Todo deber implica libertad. Obligación no equivale a ausencia de libertad, sino una presión ejercida por la fuente de esa obligación (Henri Bergson).


La antropología cristiana no es ni pesimista ni optimista, es realismo sobrenatural: el mal alberga en el corazón del hombre, no basta con combatir las estructuras sociales para erradicar el mal: es preciso comenzar por la conversión personal.


El amor es una prueba de la inmortalidad del alma. “Amar a un ser es decirle: tú no morirás” (Gabriel Marcel).



El camino que lleva a la fe cristiana es obrar según la verdad revelada. Compórtate como un cristiano y te darás cuenta de su verdad: fac et videbis (Pascal).

**

Mariano Fazio no se limita a analizar las ideas. Además ofrece certeros razonamientos que ayudan a entender hasta qué punto son acordes con el bien del hombre, o si por el contrario son ideas nocivas para el hombre y que por tanto perjudican la convivencia social.