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viernes, 8 de enero de 2021

Antropología

 




Fundamentos de antropología. Ed Eunsa. Ricardo Yepes y Javier Araguren

 

El profesor de filosofía de la Universidad de Navarra Ricardo Yepes Stork recogió en esta obra los mejores hallazgos de la antropología, esa ciencia que estudia qué es el hombre y el sentido de sus construcciones culturales a lo largo de la historia.

 

Se trata de un valioso conjunto de reflexiones acerca de quiénes somos, cómo nos manifestamos, qué es lo que nos mueve a actuar, qué relación tiene con la verdad y el bien. El significado de las emociones, su papel en nuestra conducta; los valores, cómo se construye el sentido ético, qué es la virtud y cómo se adquiere.  Por qué nos atraen la verdad, el bien y la belleza, en qué consiste la felicidad, qué sentido tiene el dolor, y el amor. Cuál es nuestro destino y por qué la respuesta a esa pregunta determina profundamente la calidad de nuestra vida moral. En qué consiste la realización personal plena…

 

Las respuestas a esas preguntas, que de un modo u otro toda persona se hace en algún momento de su vida, marcan nuestra trayectoria vital. Son preguntas necesarias, sobre las que no todos los pensadores reflexionan y responden con la claridad y acierto que vemos en este libro.

 

Yepes Stork falleció tempranamente en accidente de montaña, y el libro –ya casi terminado- fue completado por su colega y colaborador Javier Aranguren. Dejó escritos varios libros muy interesantes para padres y educadores, como el que lleva el significativo título de Entender el mundo de hoy.

 

Anoto algunas ideas que pueden servir de referencia para hacerse cargo del rico contenido de este libro, cuya lectura resulta  agradable y accesible. 


Ética es la educación de los sentimientos

Los sentimientos, aunque irracionales en su origen, son armonizables con la razón: la sofrosine, que significa moderación, es la virtud que los domina. Son buenos, porque refuerzan las tendencias, pero no deben tenerse como norma exclusiva de conducta.

Quien disfruta con lo que hace, y lo hace ver, se convierte en alguien atractivo, porque consigue que su vida tenga una unidad muy plena: lo que quiere mi corazón lo quiere mi cuerpo, mi cabeza, todo mi yo. En cambio, la indiferencia provoca la muerte de lo vivo. Meter pasión a las cosas es llenarlas de sentido.

¿Por qué a veces nos sentimos frustrados? El origen de las frustraciones es el engaño en el conocimiento de la realidad sobre uno mismo y sobre las personas que trata: no saber apreciar los propios límites, conocer sólo epidérmicamente a los otros y esperar por tanto de ellos mucho más o mucho menos de lo que pueden dar…

Tiene que haber una proporción entre los sentimientos (por ejemplo, esas valoraciones inmediatas que nos producen las personas) y la realidad. El sentimentalismo no es una postura prudente, porque el dominio sobre los sentimientos no está asegurado. No debemos subordinar los juicios a las impresiones. (Es muy interesante lo que aporta en este punto la obra de Daniel Goleman Inteligencia social, sobre los descubrimientos de la neurociencia en relación con los mecanismos de transmisión de los estados de ánimo y las falsas percepciones.)

La ética consiste en tener los sentimientos adecuados respecto de los objetos, con la intensidad y el modo adecuado, sin defecto ni exceso. Cobardía es miedo excesivo, que paraliza. Temeridad es no temer lo que se debe temer, inconsciencia. Valentía es el punto medio: temer lo que se debe, cuando se debe, con la intensidad que se debe. 

La ética es el modo de equilibrar las tendencias humanas para armonizarlas, conseguir el término medio (mediante la educación de los sentimientos, que eso es la ética) con el que los sentimientos entran en armonía con las tendencias, y las refuerzan haciendo que la conducta humana se vuelva hermosa, bella.


La persona y su intimidad

Son muy significativas las notas que nos definen como persona, y entre ellas el valor que otorga a la intimidad, determinante para la cultura, y dentro de ella para esa manifestación de cultura que es la moda.  

Yepes destaca seis notas características de la persona:

-intimidad: un mundo interior creciente y creativo;

-capacidad de manifestar la intimidad, de sacar fuerza del interior;

-libertad: la persona es dueña de su intimidad y de su capacidad de manifestarla;

-capacidad de dar de lo suyo: por ejemplo, al amar, que es el regalo esencial;

-capacidad de recibir, de aceptar en su intimidad lo que otros le dan;

-capacidad de dialogar con otra intimidad: una persona sola no puede ni manifestarse, ni dar, ni dialogar: se frustraría.


 Moda y cultura

La moda, como la propia cultura, es la manifestación en sociedad de la persona. La intimidad, esa nota peculiar que nos define como personas, se exterioriza y manifiesta a través del cuerpo, como también del lenguaje y de la acción. Manifestar o exteriorizar el cuerpo es manifestar lo íntimo, ese mundo interior del que somos dueños, y por eso la persona viste según las circunstancias, porque exteriorizarlo totalmente y en cualquier momento significaría desposeerse de un elemento esencial de su intimidad, que sólo comparte al amar. 




En la moda, especialmente el rostro manifiesta externamente a la persona. Al vestirme, me distingo de los otros, dejo claro que soy yo, me defiendo del anonimato. El estilo es un reflejo de la personalidad.

 

El sentido del trabajo universitario

Yepes, formado en un centro académico de honda raigambre como es la Universidad de Navarra, que busca profundizar en la colaboración interdisciplinar de todas las áreas del saber, reflexiona también sobre el sentido del trabajo universitario.

 

Universidad, dice, es una comunidad de diálogo entre maestros y discípulos. Se supone que a la universidad le corresponde la visión global de la ciencia, pero hoy ha perdido en muchos sitios su “humanismo”, que es precisamente ese saber unitario que permite la visión de conjunto de todos los valores y armonizarlos entre sí.


 Hábitos, virtudes y vicios

Persona es un ser capaz de tener, de decir “mío”. Puede tener a través del cuerpo o de la inteligencia, y si llega a ser una posesión más permanente y estable posee hábitos, tendencias adquiridas que refuerzan su conducta. 

Los hábitos pueden ser técnicos, intelectuales o del carácter. Parte de los hábitos del carácter se refieren al dominio de los sentimientos, y son positivos o negativos, según ayuden o no a esa armonía. La ética los estudia, y llama a los positivos virtudes y a los negativos vicios.

       Los hábitos se adquieren con la práctica, y modifican al sujeto que los adquiere haciéndole ser de un determinado modo. Hacer actos valientes es el modo de llegar a ser valiente, como hacer chapuzas o injusticias de llegar a ser chapucero o injusto.

Lo natural en el hombre es el desarrollo de sus capacidades, llegar a ser aquello a lo que desde el inicio de su existir está llamado. El hombre sólo es él mismo cuando va más allá de lo que es de hecho: el hombre supera infinitamente al hombre (Pascal),


Ética, libertad y escepticismo


Ética es el modo de usar el propio tiempo según el cual el hombre crece como un ser completo. Es el criterio de uso de la libertad, que debe elegir aquello que contribuya a los fines y tendencias naturales. La naturaleza humana se desarrolla y perfecciona mediante decisiones libres. El hombre o es ético o no es hombre.

Contar historias tiene una influencia mayor que los discursos teóricos: el cuento de una madre a sus hijos, una novela, una película… crean modelos de conducta narrando hazañas de héroes y santos.

El escepticismo nos hace daño porque nos deja en la indeterminación sobre la verdad o la mentira, y nos impide alcanzar la perfección. Contra lo que dice el escepticismo, es posible alcanzar la verdad, pero se requieren algunos pasos para estar en condiciones de aceptarla: 

       -conciencia de que no se sabe;

       -superar prejuicios (inducidos normalmente por otros);

-cultivar la atención, la observación atenta de la realidad;

       -saber escuchar;

-aceptar la verdad y encararla;

       -guardarla en la intimidad, de manera que genere convicción.

 

Libertad es la adecuada gestión de las ganas: unas veces habrá que seguirlas, y otras no. A veces las ganas nos incitan hacia lo que nos perjudica, y el acto de libertad no es seguirlas, sino refrenarlas. Como en ocasiones sentimos pocas ganas de intentar un bien arduo, y la libertad consiste en afrontar el bien a pesar del esfuerzo que supone.

Tolerancia. Libertad y autoridad son necesarias. El uso responsable de la libertad obliga a preocuparse de que la educación transmita valores morales, y no sólo contenidos neutros (lo que no sería una postura neutral).



Amor y felicidad

El amor no es un sentimiento. El sentimiento es algo que nos pasa, agradable si está, pero no necesario. Se ama porque se quiere: la voluntad quiere querer. Sentir no es querer.

Lo amado es bello para el amante, y despierta el deseo de reproducirlo en su belleza. El amor se manifiesta en gestos, obras, conductas: si no, hay que dudar de que sea amor, porque ya no engendra belleza. (Esto es aplicable a la fraternidad).

La felicidad va unida al nombre propio de uno y a los lazos que sabe crear desde la propia intimidad personal.

El amor dádiva, que se da, no es el "amor de necesidad", ese que sólo busca recibir: amar sin dar es empobrecerse.



 Arte de gobernar

El arte de gobierno requiere formación para lograr una excelencia cuádruple:

-técnica (destreza profesional en el acto de gobernar)

-humana (capacidad de amistad, iniciativa, saber exigir según la capacidad de cada uno)

-moral (se requiere virtud y ejercer con justicia)

-política (prudencia: estar dotado para la correcta toma de decisiones directivas)

Lo público no es lo estatal, lo público se articula mediante iniciativas de los ciudadanos entorno a cuestiones comunes: la salud de un país depende de la vitalidad de su opinión pública y de sus iniciativas privadas, y no de su estado omnipresente. 

La democracia es un ideal más exigente y maduro que otras formas de gobierno, porque el uso de la libertad requiere cierta excelencia moral, política y cultural.

La moral es lo que de divino hay en el hombre. La moral no es una cárcel, sino al contrario, lo que permite al hombre elevarse a lo más alto de su dignidad. Suprimir la moral en la sociedad es cortar sus raíces, dejarla sin el porqué del esfuerzo por construirla.

 

      

 

 

lunes, 4 de enero de 2021

Lecturas para entender el mundo

 


Entender el mundo de hoy (II) Ricardo Yepes. Ed Rialp

 

Completo la reseña anterior de este magnífico libro aportando una relación de algunos de los títulos que Ricardo Yepes cita a lo largo de sus páginas.  

 

Son lecturas inspiradoras que. como su propio libro, constituyen una fuente de ideas prácticas para orientar la vida hacia la excelencia: esa excelencia a la que todos, como personas, estamos llamados.

 

La política, como la democracia, no se hace sólo votando, señala Yepes. Política es el compromiso con el bien común de la ciudad y del mundo. Y ese compromiso requiere preparación, una preparación que todo ciudadano debe empeñarse en alcanzar al mayor nivel posible según los alcances de cada cual.

 

No basta con lo aprendido en la escuela, entre otras cosas porque la escuela es objetivo de deterioro y manipulación por parte de poderes que aspiran a constituirse en hegemónicos, a los que no les interesa que los jóvenes se eduquen en el sentido crítico de sus gobernantes y de cuanto les rodea.

 

Hace falta sentido crítico para detectar, por ejemplo, que ciertos ataques a la Iglesia católica “provienen de gente que se fabrica adversarios inexistentes a la medida”: a una medida cómoda para sus ataques. Si no hay razón para combatir a un pacífico y eficiente molino, que sólo trabaja haciendo el bien, convierten al molino en su mente enferma en un malvado gigante, al que es necesario combatir.

 

Hacen falta personas que amen el mundo y a las personas (“Amar es desear el bien para alguien”) y trabajen arduamente para conseguir ese bien.  Un trabajo que debe ir orientado en lo posible a la especialización: no basta saber un poco de muchas cosas. Siendo necesario un mínimo de conocimientos generales, hoy se requiere también ser especialista en alguna de las ramas del saber. “Especialízate –dice Yepes-o no eres nada.”

 

Como señala Yepes, “un hombre es lo que ha vivido y lo que ha leído.” La dedicación a la lectura, y más que a la lectura al estudio de los mejores libros que se hayan escrito, es una obligación para quienes deseen aspirar a lo mejor, a combatir el error y dejar una huella de bien en el mundo. 


Y sin olvidar el cultivo del espíritu: “Hasta el paisaje puede ser más bello cuando el hombre ha pasado por él, porque lo viste con la huella de su espíritu.


                       

  

Estos son algunos de los títulos que menciona Ricardo Yepes. Como toda relación es parcial, pero sin duda son libros que también aportan valor:

 

-Intelectuales, Paul Jhonson.

-Apología de Sócrates (Platón).

-Paideia (W. Jaeger). 

-Cómo tomar decisiones, Peter Kreft.

-El ocio y la vida intelectual, J. Pieper. 

-Violencia y ternura, Rof Carballo: el afecto y la ternura son el ambiente natural en el que el espíritu puede mostrarse.

-Regla Pastoral, Gregorio Magno

-El cierre de la mente moderna (Alan Bloom)

-El Señor de los anillos, J.R.Tolkien

-Tras la virtud, MacIntyre

-Ética a Nicómaco (168)

-Eugenia Ginzburg: Vértigo y  El cielo de Siberia

-Cómo el Papa venció al comunismo, B Lecomte

-El poder de los sin poder. Vaclav Havel.

-La venganza de la Historia, Hermann Tertch


    Sirva esta relación como complemento de la que aporté en otra entrada anterior. 

   
                       

 

 


lunes, 11 de agosto de 2014

Cómo hablar de Dios hoy






¿Cómo hablar de Dios hoy? (Anti-manual de evangelización)
Fabrice Hadjadj
Ed. Nuevo Inicio

 

Fabrice Hadjadj (Nanterre, 1971) es director del Instituto de Estudios Antropológicos Philantropos de Friburgo. Filósofo, escritor, ensayista y  dramaturgo, está casado con una actriz de teatro y es padre de seis hijos.

Este libro tiene su origen en una conferencia del mismo título, impartida en 2011 en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, invitado por el cardenal Stanilas Rylko.

De origen judío y criado en un hogar de ideología maoísta, Hadjadj afronta,  con un estilo iconoclasta y rompedor, una de las cuestiones peor resueltas en muchos ambientes: ¿podemos hacer de Dios un tema de conversación?¿cómo hablar de Él?

Diríase que sólo los ateos hablan de Dios a todas horas, y -quizá como contestación- también los fundamentalistas. Ante esa insistencia, otros muchos -agnósticos y cristianos vergonzantes- optan por el silencio, incluso llegan a considerar de mal gusto o incómoda la mención de Dios.

En ese ambiente, ¿qué puede hacer un cristiano corriente, un cristiano que se sabe hijo de Dios, pero que se sabe también incapaz de hablar con propiedad de un Dios que le supera infinitamente, que no ve sino con los ojos de la fe? ¿Puede hacer algo más que emitir tímidos balbuceos?

Para responder, Hadjadj reflexiona acerca de la palabra y el origen de su eficacia: su poder de designar a las cosas tal como ellas son. Frente a ese sentido original, surgió desde antiguo la perversión del lenguaje: Dicen los impíos “La lengua es nuestro fuerte, nuestros labios por nosotros. ¿Quién va a ser nuestro amo?” (Salmo 11, 5) Es la vieja perversión sofística, que usa la palabra como instrumento de manipulación, y no como hospitalidad al misterio de cada ser.

Antes de su conversión, Hadjadj, como buen ateo, entendía la palabra Dios como un “tapa-agujeros”, un remedio para explicar lo inexplicable. Su conversión fue en buena parte  descubrir que la palabra Dios –siempre presente en la humanidad- en realidad es un “abre-abismos” que nos adentra en la infinitud de lo insondable.

El anuncio del Evangelio no tiene nada que ver con las seducciones retóricas de las técnicas de comunicación. “En el principio era el Verbo”, dice san Juan.  Verbo, Palabra. Hecho a imagen de Dios,  es precisamente la palabra lo más específico del hombre. La palabra es lo que nos distingue de los animales. Hay un infinito entre la Palabra divina y la palabra humana, pero ese infinito no rompe la  relación: la palabra humana, con todo su deterioro e imperfecciones a causa del pecado original, no cesa de beber en su fuente original y silenciosa que es la Palabra divina, origen de todas las cosas.

Por eso, hablar de la palabra humana es remontar el curso que nos lleva a la fuente: a Dios. Y  hablar de Dios es reverberar la Palabra que nos da la existencia. Por eso, hablar de Dios es un acto de amor a la persona a la que hablamos: porque es reverberar la Palabra que le da la existencia y le mantiene en ella, y por tanto desea infinitamente que él exista, que es la señal del amor.

Hablar de Dios requiere humildad: la  del que sabe que sus palabras son un pobre balbuceo, que no llega a explicar apenas nada de la hondura de su significado. Y la humildad del que comprende que incluso en el interlocutor más hostil hay un corazón a hechura de Dios, capaz de darle lecciones.

Quien intenta hablar de Dios ha de saber que no es mejor que los demás.  Dios está presente hasta en el más anticristiano: si no con su presencia de gracia, sí al menos con su presencia de creación, de inmensidad.        

Si hablo de Dios a quien se considera mi enemigo debo ser consciente de que Dios se aplica a crear a ese enemigo con amor. Desde luego,  eso no garantiza una eficiencia irresistible, porque la Palabra de Dios, que penetra hasta la médula (Hech 4, 12) puede no ser aceptada si encuentra un alma soberbia. Pero no le hablaría con propiedad de Dios si no tuviera en cuenta el hecho de que Dios le ama infinitamente.

Para el cristiano, el anuncio es una cuestión de ser, y no de hacer. No se trata de hacer evangelización, sino de ser (verdaderamente) cristiano. “Ay de mí, si no evangelizara”, dice san Pablo. Se juega la condenación. Hablar de Dios tiene una urgencia soteriológica (de salvación), pero también tiene un fundamento antropológico, porque separar la palabra y el ser sería inhumano: el hombre es un animal de palabra, y  no puede no hablar de lo que le es más sustancial.

¿Y por qué Dios no podría anunciarse directamente, sin nuestra colaboración? Dios parece esconderse para hacerse presente por medio de sus criaturas. Si parece silencioso es para que nosotros no seamos mudos, para hablar a través de nosotros. Cuando dice “Sed santos, porque Yo, YHVH, vuestro Dios, soy santo” (Lv XIX, 2) no intenta cargarnos un fardo, sino infundirnos una existencia más extensa y más elevada. Dios habla por medio de testigos porque quiere conceder al hombre cooperar en su vida y en su obra. Quiere que seamos Su venida los unos para los otros.

Es interesante la referencia de Hadjadj a esa llamada universal a la santidad que Dios hace a los hombres: es “la gran luz siempre presente en el magisterio de la Iglesia pero sólo hoy difundida”. Aunque no lo mencione expresamente, se trata del mensaje predicado desde 1928 por el fundador del Opus Dei y posteriormente recogido en el Concilio Vaticano II como su aportación más singular a la Iglesia y a la humanidad.

Jesús envía a sus discípulos para que anuncien: “El Reino de Dios está muy cerca de vosotros”. No comprenden mucho, pero pueden añadir: nos lo ha dicho Jesús. La misión precede a la comprensión. Lo importante es Él, que envía. No han de preocuparse mucho por qué dirán, porque:  Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios” (Lc 21, 15) Lo esencial es ser, con Cristo, una palabra viviente y entregada al otro, ser una palabra de Dios, más que tener una palabra sobre Dios.

Ser, cada uno, una respuesta (que no comprendemos del todo, pero somos), siguiendo al Verbo en su camino de Cruz y alegría. Porque no hablamos de Dios para promocionar valores (aunque por supuesto los promocionamos: Dios es la Justicia, la Bondad, la  Belleza, el Bien, la Misericordia, el Perdón, la Alegría…) sino ante todo para facilitar el encuentro con una Persona.

El objetivo no es seducir (que significa atraer, conducir hacia sí) sino hacer volverse hacia ese Otro, que es el Mismo que nos hace balbucear. La conversión es siempre un encuentro libre del que oye con Cristo. Se trata pues, “sencillamente”, de pedírselo a Él en la oración e intentar ser una respuesta viva que se entrega.

viernes, 25 de enero de 2013

Historia de la ideas contemporáneas (y II)


 Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (y II)







Como anunciaba en la primera parte de esta reseña, anoto algunas de las muchas ideas que invitan a la reflexión en este libro.


Alexis de Tocqueville (1805-1859), gran defensor de la individualidad, critica sin embargo el individualismo. Alertó de uno de los riesgos del sistema democrático: la actitud de los hombres que se retiran del ámbito público para encerrarse en el pequeño mundo de su propia casa y círculo de amistades, con el pobre ideal de pasar la vida cómodamente. 


Una de las consecuencias perversas de la mentalidad materialista y hedonista es la pérdida de  virtudes cívicas, visible en la irresponsabilidad de quienes esperan que unos pocos, en cuyas manos se abandonan, se lo den todo hecho.


Tocqueville afirma que la salud de una democracia se demuestra en la medida en que la mayoría no se transforme en despotismo hacia la minoría. Por eso la democracia requiere de las virtudes morales y de la libertad de prensa (“instrumento democrático por excelencia de la libertad”); y sobre todo requiere de la religión.






Tocqueville se sorprendió al comprobar la enorme importancia que tenía la religión en la sociedad americana, y la consideraba la salvaguarda más importante de la libertad. En la religión cristiana, decía, están unidas fontalmente la libertad política y la capacidad innovadora del individuo. Sin visión trascendente no se puede sanar la tendencia de los hombres a una vida cómoda. De la religión brota la energía innovadora y la conciencia de la propia dignidad y libertad.


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El  nacionalismo es una ideología política, con diversas variantes,  que ha protagonizado gran parte de los hechos más relevantes en los dos últimos siglos. Contiene una parte de verdad: el amor a la propia tierra y al ámbito que nos rodea, que nos da sentido y comprensión.  

Pero cuando convierte esta verdad en ideal Absoluto, transforma la nación en un fin en sí mismo, desprecia a otras naciones y culturas,  y acaba convirtiéndose en una especie de religión sustitutiva (cfr. discurso de Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995).


Uno de los elementos constitutivos del nacionalismo es la visión reduccionista de la naturaleza humana. Identificar al hombre con su pertenencia a una nación, cultura o raza, priva a la persona de algo esencial: la apertura interpersonal, el respeto a la diversidad, la promoción del diálogo, la conciencia de la radical unidad del género humano.


El nacionalismo es diferente del buen patriotismo, una virtud humana que consiste en el  justo amor por el propio país, que no impide el amor proporcionado a los demás.



La homogeneización lingüistica, en la que los dialectos son sustituidos por la lengua nacional, es otro efecto del nacionalismo. El nacionalismo revolucionario se asienta en dos pilares: educación nacional y ejército nacional,  y hace suya la vieja y falsa idea de Rouseau de que sólo el Estado puede crear buenos ciudadanos.



El concepto de guerra moderna surgió con la Revolución francesa y su antropología ilustrada: toda la nación se ve involucrada en la guerra y el servicio militar pasa a ser obligatorio. Los efectos del nacionalismo, que convierte a la Nación en madre por la que todos sus hijos deben sacrificarse, han sido devastadores.



El falso mito del progreso: la razón ilustrada termina en los lagers nazis y en la bomba atómica americana. Auschwitz e Hiroshima destruyen el mito del progreso natural, necesario e irreversible de la humanidad.







El impulso colonizador de las grandes potencias (Gran Bretaña, Francia, Alemania, USA, Rusia e Italia) tiene su origen remoto en el universalismo cristiano: la conciencia intuitiva de que lo logrado por Europa a lo largo de su existencia era patrimonio de todos, y debía ponerse a disposición de todos. Pero era un impulso ya secularizado, porque tuvo lugar a partir de 1870, cuando la ideología liberal progresista dominaba en los gobernantes de Europa. 


El credo que realmente se extendió (junto a las tecnologías y las ideas sociales) fue el liberalismo, credo del progreso y del enciclopedismo. La expansión del cristianismo fue mucho menor. Se universalizó la cultura occidental, de origen cristiano pero ya secularizada.



Liberalismo y marxismo comparten más de lo que parece: la visión inmanentista y el reduccionismo economicista: ambas ideologías son materialistas.


La propaganda soviética logró que se identificara la denominación “fascista” con “anticomunista”. Cualquier intento de crítica del comunismo era inmediatamente etiquetado de fascista. Es interesante en este sentido lo que aportan obras como El montaje, de Vladimir Volkof.


Nacionalismo y marxismo comparten la absolutización de lo relativo: la pertenencia a una nación o a una clase social. Pero esos  factores, presentes en la vida de los hombres, no lo explican todo.


El régimen soviético era un capitalismo de Estado. Se demostró que lo que oprimía al hombre no era la propiedad privada, sino algo más profundo.


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Fazio presta atención también al islam y su extensión en los países democráticos de occidente. La fe musulmana, llevada a sus últimas consecuencias, implica unión entre poder político y poder religioso, ya que para el islam la organización jurídica proviene de la revelación. 


Este hecho implica graves consecuencias para el orden internacional y para la salvaguarda de los derechos de la persona. Se puede decir que sólo un mal musulmán –que no lleva al límite su fe- no es peligroso. 


Coincide en esto con Martin Ronheimer, quien señala que el auténtico enemigo del Estado laico no es el cristianismo, sino una cultura como la islámica que se conciba a sí misma como un proyecto unitario político-religioso.







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Interesante la figura de Jacques Maritain, (1882-1973), con un itinerario intelectual que comienza en el cientifismo y el socialismo. Gracias al influjo de Bergson se libera del positivismo. En 1906,  la amistad con el poeta Léon Bloy y la lectura de sus obras, le acerca al cristianismo y se convierte a la fe católica, junto a su mujer Raïsa, rusa hebrea.  

Maritain convirtió su casa en las afueras de  Paris en un lugar de encuentro con amigos intelectuales. Allí organizaba charlas para estudiar la doctrina católica, y  retiros de contenido espiritual, predicados en ocasiones por el conocido sacerdote Garrigou Lagrange. Asisten  personajes de la talla intelectual de Cocteau o Julien Green,  y llegaron a lanzar una colección editorial. 

Maritain es uno de los impulsores del neotomismo, y tuvo un papel muy importante en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



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Respecto del feminismo, Fazio analiza sus orígenes diversos: la Ilustración y su visión igualitaria, el socialismo utópico, el liberalismo,… sin olvidar el influjo de la antropología cristiana, que subraya la común dignidad de hombres y mujeres en cuanto imagen de Dios.


Entre las diversas corrientes feministas, el feminismo radical se presenta como una ideología revolucionaria, basada en buena parte en la sicología de Freud e inspirada en la escritora Simone de Beauvoir

Este feminismo afirma que la verdadera liberación de la mujer consiste en  la liberación de la heterosexualidad, porque “el matrimonio es fuente de opresión”. Pretende  transformar el espacio privado, la intimidad del hogar  y la familia, en espacio público - “lo personal es político”, afirma- lo que convierte esa ideología  en un peligroso movimiento totalitario. Al considerar el dominio sexual como fuente de poder,  reivindican el lesbianismo y el placer sexual de la mujer como medio de liberación.


Sulamith Firestone, una de las principales promotoras del feminismo radical,  afirma que la causa de la opresión de la mujer es la fertilidad. Su liberación, por tanto, exigiría destruir la estructura de poder que la mantiene oprimida: si los obreros se liberan apropiándose de los medios de producción, la mujer se liberará controlando los medios de reproducción mediante la tecnología genética (Dialéctica del sexo, 1972).

En contraste, el feminismo cristiano ha continuado su lucha en favor de la dignidad de la mujer, siguiendo la tradición de una religión que ha difundido la igual dignidad del hombre y la mujer como hijos de Dios. Esta concepción revolucionó las categorías culturales machistas de la Antigüedad, como aún hoy podemos comprobar cuando comparamos la situación de la mujer en países de tradición cristiana con otros de influencia musulmana.


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Democracia no es agnosticismo moral: pertenece a la esencia del régimen democrático la persuasión de que hay cosas que no se pueden hacer nunca.


La libertad tiene una dimensión relacional esencial, no es un valor absoluto en sí mismo, pues con ese modo individualista de concebirla se convertiría en libertad de los más fuertes contra los más débiles. 

La libertad no puede renegar de su relación con los demás y con la verdad. La  libertad es auténtica cuando dispone a acoger y servir a los demás, y a distinguir entre el bien y el mal, y no los deja a su capricho.


Sentirse obligado significa que se es libre. Todo deber implica libertad. Obligación no equivale a ausencia de libertad, sino una presión ejercida por la fuente de esa obligación (Henri Bergson).


La antropología cristiana no es ni pesimista ni optimista, es realismo sobrenatural: el mal alberga en el corazón del hombre, no basta con combatir las estructuras sociales para erradicar el mal: es preciso comenzar por la conversión personal.


El amor es una prueba de la inmortalidad del alma. “Amar a un ser es decirle: tú no morirás” (Gabriel Marcel).



El camino que lleva a la fe cristiana es obrar según la verdad revelada. Compórtate como un cristiano y te darás cuenta de su verdad: fac et videbis (Pascal).

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Mariano Fazio no se limita a analizar las ideas. Además ofrece certeros razonamientos que ayudan a entender hasta qué punto son acordes con el bien del hombre, o si por el contrario son ideas nocivas para el hombre y que por tanto perjudican la convivencia social.