miércoles, 8 de agosto de 2018

Eugénie Grandet. Honoré de Balzac


Belleza y mundo interior

En su novela “EugénieGrandet”, el escritor francés Honoré de Balzac describe la extraña belleza que parece emanar de las personas de buen corazón.


Balzac se refiere en concreto a la mujer, en la que parece más propio hablar de belleza. En las mujeres de corazón cristiano -que significa de corazón que se sabe llamado a amar a Dios y a los demás, y no a las riquezas- ha visto un algo que parece serenar su rostro y toda su presencia.

Así describe el atractivo de Eugénie, protagonista de su novela:

“Eugénie pertenecía a ese tipo de muchachas de constitución fuerte (…) cuya belleza parece vulgar. Pero si sus formas no se asemejaban a las de la Venus de Milo, las ennoblecía esa suavidad del sentimiento cristiano que purifica a la mujer y le comunica una distinción desconocida por los escultores antiguos (…)

El pintor que busca aquí abajo un tipo con la celestial pureza de María, que exige a la naturaleza femenina esos ojos modestamente orgullosos adivinados por Rafael, esas líneas vírgenes debidas a menudo a los azares de la concepción, pero que sólo una vida cristiana y púdica pueden conservar o hacer adquirir; ese pintor (…) hubiese encontrado de repente en el rostro de Eugénie la nobleza innata que se ignora a sí misma, hubiese descubierto un mundo de amor bajo aquella frente serena…”



Ese mundo de amor interior, que percibe Balzac, es el propio de las personas que saben “estarse a solas con el Amado”, como diría san Juan de La Cruz, para sentirse amadas por Él. Y, allí, "aprender del Amado a amar", a amar a todas las personas porque son amadas por Dios.

Todo artista busca en su obra un “toque divino”, y se emplea a fondo para lograrlo. Pero hay un “quid divinum” -en expresión de san Josemaría- que sólo puede generar un mundo interior rico, el mundo interior de quien se sabe hijo de Dios y amado por Él.



martes, 7 de agosto de 2018

Huid del escepticismo




Huid del escepticismo. Una   educación liberal como si la verdad contara para algo

Christoffer Derrick. Ed. Encuentro

Discípulo de C.S. Lewis, el intelectual y escritor inglés  Christoffer Derrick nos ofrece en este magnífico ensayo una reflexión crítica en torno a la educación tal y como se está planteando en muchos países de nuestro entorno. Una educación dominada por una intelligentsia que, contra lo que sería su razón de ser, niega la posibilidad de saber la verdad de las cosas. Con sentido del humor británico, Derrick señala las contradicciones en que cae el sistema educativo, víctima del escepticismo.

Derrick, tras constatar que en nuestros días  buena parte de escritores y profesores se muestran escépticos, parece descubrir un “interés” personal directo en ese escepticismo. Si la tarea profesional del intelectual es ir a la caza de la verdad, negar la posibilidad de alcanzarla –que  eso significa ser escéptico- sería una forma de dilatar sin fin su aparente e infructuoso trabajo.

El intelectual que sucumbe a la tentación del escepticismo quiere gozar  del placer de la búsqueda intelectual, pero se muestra reticente a asumir el producto final lógico de esa búsqueda, que es el conocimiento de la realidad. Parece como si inconscientemente tomara medidas para esterilizar anticipadamente su búsqueda, adoptando teorías relativistas o escépticas. Así el juego puede continuar eternamente, “como el juego de los amantes sin el estorbo del embarazo y el parto del niño”.

La versión política de esa tendencia escéptica de la intelligentsia es apostar por las tendencias más “progresistas”, por los cambios más “revolucionarios”, ya  que en cuanto suponen replanteamientos más vertiginosos parecen reclamar el protagonismo de la “intelectualidad”. En cambio su papel no sería tan relevante si se tratara de conservar valores adquiridos. De manera que mostrarse escéptico no dejaría de ser hoy una forma de vedettismo.

No debemos sucumbir a esa supuesta celebridad de ciertos intelectuales escépticos, señala Derrick: “El hecho de tener un cerebro de primer orden no es una garantía de integridad total, de total objetividad y total neutralidad ante los hechos.”

Derrick muestra el absurdo de planteamientos filosóficos que niegan por principio nuestra capacidad de conocer la realidad: “No puedo demostrar que los patos son patos, y que los cerdos son distintos de los patos. Una prueba así no es necesaria y mucho menos posible. Las cuestiones de ese género no son de orden filosófico; requieren la presencia o ausencia de una salud mental básica que haga posible la filosofía o cualquier otra actividad coherente.” 

Y concluye con estilo chestertoniano: “En la base de algunas filosofías no hay sino un problema de  salud mental…”

La postura del escéptico total es completamente absurda. Por eso, tales escépticos no existen en realidad: un hombre que dudase de todo, tendría que dudar también de que duda de todo; tendría que dudar hasta de su propia existencia, lo que no le permitiría dudar…






Entre las razones por las que está tan extendido el escepticismo entre los intelectuales, indica las siguientes:

1º, porque es fascinante ese juego de demostrar que no es lo que es; lo malo de ese juego es que se realice ante jóvenes que lo toman en serio;

2º, porque la duda, cuidadosamente racionalizada, alimentada y sostenida, es un magnífico mecanismo de defensa contra la pesada realidad, demasiado grave y molesta; y

3º, porque la postura  escéptica da cierto protagonismo. "Existe esa impresión vaga, pero persuasiva, de que expresar dudas es un signo de modestia y de democracia, mientras que se considera dogmática y dictatorial demostrar certidumbre."

Pero hay otra razón de más peso: y es que la presencia de la verdad compromete.

Hay, desde luego, personas que pretenden que es imposible conocer la verdad, pero es porque reconocer que la verdad existe les llevaría a sentirse obligados moralmente. Es menos comprometido negarla. Es lo que hizo Poncio Pilatos, cuando preguntó “¿Qué es la verdad?”, en presencia de la Verdad misma. Decía no saberlo, pero acto seguido condenó a muerte a un Hombre cuya inocencia él mismo había proclamado. Ser escéptico no es una actitud inocua…

Derrick concluye su ensayo con dos advertencias útiles para desarrollar una mente sana y cultivada:

1ª, “Guardaos, amigos, de los filósofos que os digan que el hombre no puede conocer la verdad. Esa postura solo puede conducir al hombre a la perdición.”

Y 2ª, confianza en la luz de la revelación cristiana, que ilumina (pero no frena) el camino de la razón. “La fe cristiana no se fundamenta en la razón, sino en la palabra de Dios: pero es bueno y conveniente saber que la razón está de nuestra parte y no contra nosotros, como ciertos filósofos quieren hacernos creer…”

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La propuesta de Derrick es lo que denomina educación liberal, en la que se estimule a la persona a desarrollarse de la manera más completa posible: leer mucho, pero no cualquier cosa, sino lo bien informado y sensible; apreciar el arte; entender algo de la historia del mundo y sus problemas. 

Una persona así tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante, y sabrá dar a las cuestiones públicas o políticas salidas distintas a las del simple prejuicio o interés particular, esos prejuicios que difunden con ahínco digno de mejor causa algunos hombres públicos. 

Una persona educada con ese espíritu liberal, apunta Derrick, tendrá cierta facilidad en las difíciles artes de leer, pensar y escribir -tan relacionadas, y tan escasas en nuestros estudiantes hoy-, y será alguien con quien valga la pena conversar, porque dispondrá de esos recursos interiores que admiramos en un espíritu cultivado. Y tendrá valores propios que aportar al conjunto social.

Todo un reto para los verdaderos educadores.