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miércoles, 6 de septiembre de 2017

Berlín. La caída: 1945

Berlín. La caída: 1945. Anthony Beevor





Relato crudo y desapasionado de la última batalla de la segunda guerra mundial, en la que los ejércitos de los regímenes nazi y soviético se enfrentaron a muerte, con una violencia terrible que sistemáticamente dirigieron también contra la indefensa población civil. 

El libro está muy bien documentado, y reconstruye con precisión los últimos meses de la guerra: movimientos de las tropas de ambos ejércitos, perfiles de los protagonistas militares más destacados, órdenes de los Estados Mayores, batallas y escaramuzas pueblo a pueblo, y ya en Berlín, calle a calle.

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Jamás existió una violencia tan amplia y cruel –dice Beevor- menos comprensible aún por cuanto fue operada por personas que vivían en sociedades de un nivel cultural avanzado.

Viene a la mente la reflexión de Benedicto XVI, en Luz del mundo: tanto Alemania como Rusia estaban dirigidas por dos regímenes, el nazi y el soviético, que coincidían en su intento de convertir el ateísmo en religión del Estado. ¡Hasta dónde es capaz de llegar la crueldad del hombre cuando se prescinde de Dios! 

Paul Johnson recuerda en Tiempos modernos que la historia reciente es en gran parte la historia de los intentos del pensamiento ateo por colmar el enorme vacío dejado por la religión. 

Marx cambia la religión por el interés económico y la lucha de clases. Freud por el impulso sexual. Nietzsche intenta sustituir a Dios por la Voluntad de poder, y escribe en 1886 que el hecho de que la creencia en Dios no fuera ya defendible comenzaba a arrojar sus primeras sombras sobre Europa. Sombras y muerte.




Comenzaron a surgir esos nuevos mesías con ansias de controlar a la humanidad. Libres de las inhibiciones que provoca la religión, que se comportaron como auténticos estadistas pistoleros.

A esto se refería también san Juan Pablo II, en Polonia, agosto de 1991: “Si Dios no existe, estamos más allá del bien y del mal. El siglo XX nos ha dejado experiencias incluso demasiado elocuentes y horrendas que certifican el significado de ese programa de Nietzsche.”

Y el mismo Juan Pablo II en Alemania, en 1996: “La terrible experiencia del régimen del terror nacionalsocialista demostró que sin respeto a Dios se pierde también el respeto por la dignidad del hombre.” Y si algunos llegaron a cuestionarse cómo Dios pudo permitir esas desgracias, “todavía más demoledora fue la constatación de lo que es capaz  de hacer el hombre que ha perdido el respeto a Dios y qué rostro puede asumir una humanidad sin Dios”. “Los regímenes ateos han dejado desiertos mentales y espirituales.”




Beevor se detiene en varios momentos a analizar la personalidad de Hitler según personas que le trataron de cerca. Según algunos no tenía propiamente una enfermedad mental, sino un grave trastorno de personalidad que le había perturbado. Se había identificado hasta tal extremo con el pueblo alemán que creía que todo el que se opusiera a él se estaba enfrentando también a Alemania. Y si debía morir, el pueblo alemán no sería capaz de sobrevivir sin él.

Esa identificación hipertrófica con el pueblo alemán parece que le llevó incluso a no contraer matrimonio, para resaltar su imagen de “célibe por la causa alemana”, y para despertar la admiración y el afecto de todas las mujeres alemanas, que podían soñar con ser la elegida algún día por su líder. 

Otros apuntan a su posible homosexualidad, que trató de ocultar teniendo cerca a Eva Braun. La relación entre ellos es un misterio, y algunos apuntan que era como la de un padre con su hija.