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jueves, 15 de marzo de 2018

Días de espera en guerra


Días de espera en guerra. San Josemaría en Barcelona, otoño de 1937
Jordi Miralbell. Ed. Palabra





Relato detallado y cuajado de tensión dramática de los días que el fundador del Opus Dei, acompañado por varios jóvenes miembros de la Obra, pasó refugiado en Barcelona, procedente de Madrid y Valencia, a la espera de conectar con los guías que les condujeran a Francia y desde allí a la zona de España en que no había persecución religiosa.


Desde el comienzo de la guerra, debido a la furia anticristiana desatada en la España dominada por comunistas y anarquistas, san Josemaría estuvo en peligro de muerte y hubo de buscar refugio en varios lugares de Madrid. Baste recordar, para hacerse idea del peligro, que de los 2.000 sacerdotes que había en Madrid, 700 fueron asesinados en los primeros meses de la guerra. 


También tuvieron que esconderse los demás miembros de la Obra, que en esos momentos eran apenas 25 varones y 5 mujeres, como tantos católicos a quienes se perseguía por el mero hecho de ser católico. Sólo mantuvo cierta libertad de movimientos IsidoroZorzano, un joven ingeniero de ferrocarriles que tenía nacionalidad argentina: un brazalete con la bandera de su país le daba ciertas garantías, y ese hecho resultó providencial porque pudo hacer de enlace para mantener la comunicación entre todos y ayudar en las necesarias gestiones de supervivencia.




La imposibilidad de realizar en la zona republicana el trabajo apostólico para el que Dios le llamaba, y el riesgo para las vidas de todos, que se mantenía más de un año después de iniciada la guerra, movió al fundador a intentar el paso a la otra zona a través de los Pirineos. Contó con la ayuda decisiva, además de Isidoro,  de uno de los primeros de la Obra: Juan Jiménez Vargas,  un joven médico de 23 años, audaz y valiente, que en los primeros días de la guerra se salvó providencialmente de ser fusilado.




El plan era audaz: consistía en viajar desde Madrid a Valencia, recoger en la capital del Turia a dos jóvenes de la Obra, Pedro Casciaro y Paco Botella, movilizados en el ejército republicano, y continuar viaje hasta Barcelona. En la ciudad condal  intentarían conectar con alguna red de contrabandistas que ayudaban a pasar a Francia a fugitivos.



Todos los componentes de la expedición tomaron notas de esos días en pequeños diarios, y don Josemaría, que tenía sentido histórico y conciencia de estar en los comienzos de una gran empresa sobrenatural, les enseñó a guardar cuanto pudiera servir para reconstruir aquella aventura: billetes de tranvía, recibos, salvoconductos, cartas en clave recibidas… Dos de ellos –Pedro Casciaro y Miguel Fisac- eran además arquitectos, y acompañaron sus notas de numeroso dibujos descriptivos. 


Gracias a ese material, y a entrevistas con testigos, el periodista Jordi Miralbell ha podido reconstruir con inusitado detalle, casi al minuto, la vida, llena de peligros y peripecias, de esos días, que abarcan desde el 10 de octubre hasta el 19 de noviembre de 1937. Es un relato vivo y realista, de gran valor histórico, en el que es posible sumergirse y contemplar casi en directo la vida de sus protagonistas,  cómo afrontaron cada uno de ellos las duras circunstancias de la guerra, y cómo era la vida en su entorno.




Llama la atención, junto a la valentía y audacia de esos jóvenes que saben que se están jugando la vida, su sentido sobrenatural, es decir, su conciencia de que están en manos de Dios, y que están cumpliendo una misión sobrenatural por encargo divino: hacer el Opus Dei junto al fundador. Saben que cuentan con la ayuda del Cielo, y que tienen el poder de la oración (que no descuidan) y la protección de los ángeles custodios, que se les hace patente en múltiples ocasiones. Esa conciencia les da una enorme paz, hasta el punto de no perder el sentido del humor ni el optimismo, ni en medio de intensos bombardeos, ni atravesando controles policiales con documentación falsa.  



Destaca la figura de Juan Jiménez Vargas, el joven médico, que una y otra vez expone su vida por don Josemaría y por los de la Obra. Su viaje desde Barcelona a Daimiel para rescatar a Miguel Fisac, que llevaba un año escondido en una buhardilla en casa de sus padres, es un episodio de película, que resalta su valentía, decisión y fortaleza. Don Josemaría, que entonces tenía 35 años,  confía en este joven de 23, que transmite audacia y seguridad a todos.




Sorprende también conocer el sufrimiento interno de san Josemaría, que se debate entre la necesidad de huir a la zona nacional para poder realizar su trabajo apostólico con libertad, y la pena de abandonar a los que quedan en la zona roja, expuestos a peligros y penurias. Lucha por controlar su zozobra interior, y no pierde el tiempo: se ocupa de formar a los miembros de la Obra, les enseña a no estar ociosos (cuando parecería tan disculpable en esas circunstancias) y atiende sacerdotalmente a numerosas personas con las que entran en relación. Impresionan sus numerosos desplazamientos  por la ciudad, incluso hasta poblaciones cercanas, para estar con unos y otros a pesar del peligro a que se exponía (por ejemplo veía semanalmente a su entrañable amigo Pou de Foxá, sacerdote también refugiado). Las largas caminatas que se vio obligado a realizar servían también como entrenamiento para la dura travesía de los Pirineos que les aguardaba. 



Por la narración desfila también un buen número de personajes con los que los protagonistas se relacionaron. Hombres y mujeres atrapados en la vorágine de la guerra y sufriendo sus consecuencias. Muchos se comportan con heroicidad y coherencia cristiana, sin darse importancia. Otros intentan justificar su postura alegando pérdida de fe, como el magistrado Galbe, a pesar de todo un hombre de corazón que no dudó en comprometer su seguridad por ayudar a su amigo Josemaría.   


Cada año Andorra celebra el Aplec de san Josemaría, en recuerdo de aquella aventura y en homenaje a cuantos, en un sentido y en otro de la frontera, han alcanzado la libertad por aquellos caminos que nunca debieron cerrarse.