Mostrando entradas con la etiqueta Virgen María. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Virgen María. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de mayo de 2021

Historia de los indios de la Nueva España

 



Historia de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de Motolinía

 

El autor

        Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano, nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.

Se sabe que tomó el hábito franciscano a los 17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo. Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.

Llegaron a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.

Fray Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos incorporados a la corona española.

        Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la historia, lengua y costumbres de los indios.  Y a partir de ahí, sacó conclusiones operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.


Motivo del libro

En este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.

Las tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.

Los datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como verdaderos liberadores.

 

Cruel dominio azteca y costumbres satánicas

Hasta el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores. Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.

El azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles, celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas (serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo aún caliente de las víctimas y se lo comían.



No nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica, que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás, y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.

 

Costumbres diabólicas

Había tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.

Otras tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a sus esclavos y aún a sus propios hijos.

Los territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser sacrificado a los ídolos.

Era una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos narra en su libro Motolinía.

A raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras encarnizadas entre las diversas tribus.

 

Liberados de costumbres sanguinarias

Los indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.

Los españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica, la sociedad indígena se humanizaba.

Motolinía aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos, en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo permite.

Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual. En lo humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad que lo haría por España. 

Fue una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos y sanguinarios ídolos diabólicos. 

Los primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos, y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.

 

Codicia de los conquistadores

Motolinía no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios fuese conocido y adorado.

Ese recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica entre los infieles.

 

Fervor cristiano de los indios

Era tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto sucedió, cuenta Motolinía, por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte leguas.

Si al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños. 

Es curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una utopía inexistente.

Quienes se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos americanos. 

Por no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado. 

Cuando se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?

Desde que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a darles un mínimo de formación. 


La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego
 

Era frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y suspirando”, subraya fray Toribio.  

En ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.

Algunas indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del demonio.

Debieron sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados, mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se adelantaban ellos. 

Los indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel de Hoaxotano…

De la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.


 

Educación y civilización de las costumbres

 

Desde el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión para la formación del clero indígena.

Los hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen. 

Cuando llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.

Los pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a la virtud.

Antes los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas, mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba todo o parte a los pobres. 

Cuando se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por propia voluntad- la esclavitud.

Paulatinamente se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.

 

Exageraciones utópicas de Bartolomé de las Casas

Asegura Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico, fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico, presidida por Nuño de Guzmán.

El obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de Mendoza.

Hubo españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni general ni mucho menos vista con aprobación.

La enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.

Motolinía tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se había desarrollado la actividad española.

Motolinía acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan, protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban, de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de esos escrúpulos, más propios de burócratas.


Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo



La historiadora Carmen Alejos ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo, las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y tengamos que pedir perdón?

 

Nada es blanco o negro. Todo tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.

 

Pertenecían a órdenes religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto, hubo muchas.

 

La fe la llevaron religiosos (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida. A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por defender los derechos de los indígenas.

 

La evangelización llevada a cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”


 

 Carta de fray Toribio al Señor de Benavente 

FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno de sus hijos rey de América. 

En 1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles. Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.



El papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas,  quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron a la vez elementos activos de promoción social. ¡Cuánto se debe a ellos, incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en tantas formas y lugares…”

Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.   


Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson

        Este video ofrece los últimos descubrimientos de la ciencia sobre el misterio de la imagen de la Virgen de Guadalupe:

 

lunes, 12 de abril de 2021

Tomás Luis de Victoria: la música del Siglo de Oro español




Victoria

Josep Cercós. Josep Cabré. Ed. Espasa Calpe

 

He vuelto a ver Converso, la sencilla y genial película documental de David Arratibel. Y me ha conmovido aún más que la primera vez. Es un documento humano, real, hilvanado sin sofisticación mediante llanas y genuinas conversaciones entre los miembros de una familia, que por fin, gracias al propio documental, encuentran la ocasión de sincerarse sobre lo esencial y –sorprendentemente- siempre rehuído: su encuentro personal con Dios.

 

Pero en esta segunda visualización he descubierto un protagonista subyacente: la música. Y no cualquier música, sino una de las más sublimes jamás compuestas en la historia de la música: el O Magnum Mysterium, antífona del II Domingo de Pascua, de Tomás Luis de Victoria.

 

En la familia Arratibel hay profesores de música y un buen organista, y cantan esa pieza a capella, como broche de cierre perfecto para el documental. Me ha cautivado de tal manera esa melodía que la he buscado en la red. Así suena:

 

            

 

 Esa melodía no la puede componer cualquiera. Hace falta finura especial, sintonía con lo espiritual, deseo de poner la música al servicio de lo sagrado. He buscado saber más de su autor. Y me he encontrado con esta pequeña y significativa biografía de Tomás Luis de Victoria, uno de esos luceros que brillaron en el firmamento del nunca suficientemente bien ponderado Siglo de Oro español.

 

Nacido en Ávila en 1548, de familia cristiana, muy joven sintió la llamada al sacerdocio y entró a formar parte del coro de la catedral, donde recibió su primera formación musical. Uno de sus hermanos era amigo de santa Teresa de Ávila. A los 17 de años se trasladó a Roma para seguir sus estudios sacerdotales y perfeccionar los conocimientos musicales como organista y compositor. Su gran maestro fue Palestrina, el famoso compositor italiano, aunque siempre se mantuvo fiel a un estilo propio, claro, sereno, de sobriedad castellana, que llegó a influir en alguna de las obras del propio Palestrina.

 

Los autores de esta biografía resaltan que Tomás Luis de Victoria, a diferencia de otros compositores de la época –y especialmente los de Roma o la escuela flamenca- no escribía según le surgía la inspiración, o por ansia de componer, sino por la necesidad que sentía de contribuir al engrandecimiento del Reino de Dios a partir de lo que sabía hacer: componer música. Por eso fue sobrio no sólo en el estilo, sino también en la cantidad: mientras que Palestrina escribió 300 motetes y 153 misas, Victoria se limitó a 50 motetes y 21 misas. 


En su producción destaca el Oficio de Difuntos para los funerales de María de Austria, hermana de Felipe II, que fue su protectora en las Descalzas Reales:


            

 

El Oficio de Semana Santa es considerado una de las obras cumbre de Victoria, y quizá de la música. Contiene todos los textos litúrgicos desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. Incluye un bellísimo Pange lingua a 5 voces:


           

  

La serenidad de la música de Victoria contrasta con la complejidad típica de la escuela flamenca. Victoria sacrifica las posibilidades de su genio musical y su técnica en beneficio de la comprensión de lo que se canta, siguiendo fielmente en esto las disposiciones del Concilio de Trento: la música no debía ser un elemento decorativo o de entretenimiento, sino parte importante de la liturgia, que debía ser inteligible para los fieles. Esta fue también una constante de la música litúrgica de la escuela española: simple, austera, sin artificios, que acompañase a los fieles hacia la contemplación del misterio divino expresado en los textos sagrados.

 

Otra nota que se percibe en la obra, y en la vida, de Victoria es su ausencia de protagonismo, su olvido de sí mismo. A diferencia de otros grandes autores del momento, que  acostumbran ilustrar la portada de sus obras impresas con un retrato del autor, Victoria no lo hizo, y de hecho no existen retratos suyos.

 

Ponía por entero sus composiciones al servicio del fervor religioso, y ese es el secreto de que consiguiera una expresividad musical no superada por ninguno de sus contemporáneos. Es una impronta tan personal que no es posible adscribirlo a ninguna otra escuela. De hecho, influyó en otros autores españoles y en su propio maestro Palestrina, que asumirá en los últimos años de su vida el dramatismo realista propio de Victoria.

 

Una anécdota significativa muestra el diferente modo de ser de Palestrina y de Victoria. Giovanni Pierluiggi da Palestrina, que estaba casado y tenía dos hijos de la edad de Tomás Luis de Victoria, siendo ya mayor enviudó. Muchos pensaron que quizá se retiraría a un convento para seguir componiendo música piadosa. Pero no solo se casó de nuevo con una rica mujer, sino que además abrió un negoció de pieles para suministrar vestimentas a las autoridades romanas y a la Curia. En contraste, ya en esos momentos Victoria ansiaba volver a España, no estaba a gusto en el bullir romano. Soñaba con la vuelta a Castilla, donde todo invitaba al recogimiento y a la oración. Esos caracteres tan distintos, y complementarios desde luego, pues en cualquier vida honesta se puede dar gloria a Dios, marcan también los diferentes estilos de cada uno.

 

Era frecuente en esa época tomar como base para la música religiosa melodías procedentes de la música profana. Fue famosa por ejemplo la canción L’HommeArmé, melodía favorita de Carlos I, sobre la que Cristóbal Morales compuso dos Misas e inspiró también a otros autores. Sin embargo, esta práctica no fue usada por Victoria, incluso antes de que la prohibiera el Concilio. Victoria solo escribió música propiamente religiosa, inspirándose en antífonas del canto gregoriano o en su propio genio creativo. La única excepción fue la Misa pro Victoria, que se compuso sobe la canción La Guerre, de Janequin, y dio origen a la Misa de batalla. Está compuesta a base de notas cortas y repetidas con aire de fanfarria, con un estilo concertante nada usual en Victoria. La dedicó a Felipe II.

 

Victoria rehuyó la vida placentera romana, y fue progresivamente sumergiéndose en la oración y contemplación que subyace en su obra. Señal de esa inmersión hacia el mundo interior es también que a partir de cierto momento deja de dedicar sus obras a personajes de la realeza o de la Curia, para dedicarlos a la Virgen o a la Santísima Trinidad. Se percibe que su intención es volcarse en la contemplación de lo divino, y así logra que también el oyente se sienta sumergido en ese mundo contemplativo.

 

Él mismo lo explica: “He procurado no ser del todo ingrato con Dios, de quien todos los bienes proceden, por esta gracia y beneficio de Dios que me ha concedido y que me inclina por cierto natural instinto a la música sagrada, no sin frutos por lo que oigo decir a otros…” El verdadero destinatario de sus obras es Dios.

 

En la misma línea escribe a Felipe II, cuando está a punto de regresar a España: “Ya desde el principio me propuse no fijarme en el solo deleite de los oídos y del ánimo, ni del contentarme con este conocimiento, antes bien, mirando más allá, resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros (…) ¿A qué mejor fin debe servir la música, sino a las sagradas alabanzas de aquel Dios inmortal de quien proceden el ritmo y el compás, y cuyas obras están dispuestas en forma tan portentosa que ostentan cierta armonía y cántico admirables?”

 

En la obra de Victoria no hay desnivel de calidad, y toda ella es de grado notablemente superior al de sus contemporáneos. Abundan los temas eucarísticos y marianos: Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina. Quizá su máximo esplendor lo alcanza en los motetes de la Pasión. Hay un dramatismo realista, común a composiciones españolas de la época, que los distingue claramente del resto de escuelas europeas, motivado por la profunda y sincera religiosidad, y también por las circunstancias especiales de la situación política, económica y cultural, que dieron un sello propio y esplendoroso a la España del Siglo deOro, que abarca desde finales del siglo XV (1492, año del fin de la Reconquista y del descubrimiento de América) hasta mediados del siglo XVII.

 

Fue una época en la que alcanzaron excelencia todas las áreas del saber y la cultura en España. Fue mítico el prestigio de las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares. En la famosa Escuela de Salamanca tuvo su origen el Derecho de Gentes, precursor de los Derechos Humanos, basado en la ley natural e iluminado por la fe cristiana según la cual todos somos hijos de Dios y hermanos.

 

En la literatura surgen figuras inolvidables como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca. En la mística, San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o fray Luis de León. Grandes fundadores y promotores del saber, como san Ignacio de Loyola. Pintores como Velázquez, José de Ribera o Ribalta. Escultores como Berruguete, arquitectos como Juan de Herrera… Y en esa pléyade irrepetible, brilla la música sacra de Tomás Luis de Vitoria.

 

Nuestros bachilleres deberían retomar el estudio del Siglo de Oro español. ¿Por qué se ha retirado de los planes de estudio, hasta el punto de que probablemente no ya los alumnos, sino muchos de sus profesores ni siquiera hayan oído hablar de que exista un Siglo de Oro español? Los prejuicios que lanzaron los enemigos políticos de España –y de la Iglesia católica, de la que España era un bastión- sin duda han llegado hasta nuestros días, tratando de ocultar con su basura los ricos manantiales de humanidad que fluyeron aquellos años en España. Y que aún están ahí, ofreciendo su saludable influencia. Resultan proféticas las palabras mencionadas de Victoria a Felipe II: “… resolví ser útil, dentro de lo posible, a los presentes y a los venideros.” Y vaya que lo ha sido y seguirá siendo.

 

El Siglo de Oro nos enseña cómo el ser humano, puesto en ambiente favorable ante la trascendencia, ante Dios,  es capaz de alcanzar las más altas cotas de ciencia y cultura, de verdad, bien y belleza. El influjo benéfico de la estela que levantaron aquellos hombres y mujeres españoles del siglo XVI sigue llegando hasta nosotros.

 

De ese benéfico influjo es testigo discreto este buen documental, que muestra que las creaciones musicales, cuando salen de personas que rezan, son capaces de penetrar los abismos celestiales y plasmarlos en melodías, que al ser escuchadas toman nuestra mente y nuestro corazón y los alzan de vuelta hacia las intimidades divinas.

 

Aunque de lo que es mejor testigo el documental Converso es de la acción del Espíritu Santo en la historia y en cada alma. Sigue soplando donde quiere y como quiere. Mayormente allí donde alguien implora su acción y busca sinceramente la verdad.


            

martes, 14 de marzo de 2017

Cálido viento del norte






José Miguel Cejas nos acerca en este libro a un conmovedor conjunto de historias, cuyos protagonistas viven en los países nórdicos: Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia, Groenlandia. Tienen en común su condición de testigos de la acción de Dios en sus vidas, ese Dios cuyos caminos son imprevisibles, pero que no deja de arreglárselas para actuar en la historia a través de personas que le escuchan. Comparten el despertar de un creciente interés por Jesucristo y por el cristianismo, en un ambiente que parecía definitivamente cerrado a la presencia de Dios.
                                                          
Son personas y familias  normales, a las que suceden cosas normales. Y de vez en cuando, como a casi todas las personas y familias normales, también les suceden cosas extraordinarias, de cuyo carácter sobrenatural son plenamente conscientes. Hechos extraordinarios que no aparecerán en ningún noticiario, pero que han marcado sus vidas para siempre, señalando un camino hacia Dios para su existencia.

**

Finlandia, por ejemplo, es un país muy secularizado. Como relata uno de los personajes, la segunda guerra mundial hizo caer a muchos en el alcoholismo. Sufrieron la influencia del materialismo socialista ruso, y después del materialismo sueco. Luego vino la revolución sexual del 67. Todo eso destruyó la familia. La mayoría de los hijos nacían fuera del matrimonio, desapareció la fidelidad conyugal y se corroyeron tradiciones cristianas de siglos. La inmensa mayoría de padres mantienen una relación muy fría y distante con sus hijos.





En los años 70 y 80 del siglo XX, los finlandeses que viajaban a países como Italia, Austria o España se sorprendían al ver iglesias abiertas y muchas imágenes de la Virgen María. Cuando regresaban a Finlandia les impactaba el vacío.  Ese vacío interior y esa insatisfacción que genera el materialismo les helaba el corazón. Un hielo para el que no está hecho nuestro corazón, que necesita amar. Y surge la sed de un amor que llene la existencia: la sed Dios.



El Espíritu Santo actúa apoyado sobre la oración perseverante y el ejemplo optimista de cristianos que permanecen fieles, y hablan: porque “siempre hay que dar la palabra acerca de Dios, aunque nos parezca que cae en el vacío”.

**

Dios actúa mediante cosas tan sencillas como la alegría de vivir de una familia católica, reunida para comer a la hora del almuerzo.  En esos países de frío individualismo lo normal es que cada cual pilla lo suyo de la nevera, lo deglute y se encierra en su habitación, en sus cosas. No hay convivencia, en cada casa sólo hay una suma de individuos.

Y el nórdico que asiste por primera vez al espectáculo de una familia católica reunida entorno a la mesa, comprende de pronto que hay algo más que el mero comer, que la familia reunida en torno a la mesa es un signo exterior de humanidad, de calor y alegría de vivir. Descubre que el cristianismo transmite amor, cuidado de unos por otros. Y es el comienzo de una conversión al catolicismo.

**  

Dios se sirve también de los escritos de los santos para mover los corazones. El joven Anders Arbolerius, luterano, se siente golpeado en el corazón cuando lee en “Historia de un alma”, de santa Teresa de Lisieux, estas palabras: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor.” Y sin saber cómo, sin que antes se le hubiera pasado por la cabeza semejante cosa, siente que debe ser católico y ordenarse sacerdote. Ahora es el obispo católico de Estocolmo, el primero desde la reforma protestante.

Detrás de cada conversión hay siempre alguien que reza: la madre Tekla Famiglietti, abadesa general de la orden de santa Brígida de Suecia, veía con frecuencia a Anders corretear por el convento cuando acudía con su madre, y rezaba por él.

**

Muchos empiezan a descubrir ahora el valor de la familia, que es  el canal de transmisión de los valores. Se ha confiado demasiado en el sistema educativo que diseñan los gobiernos. Pueden ser técnicamente magníficos, pero los contenidos que transmiten pueden ser muy discutibles. Si ocupa el gobierno gente sin valores, el sistema puede ser venenoso para los jóvenes,  si transmite ideologías antinaturales. Un pedagogo que domine la técnica puede enseñar inmoralidades con perversa eficacia. La mejor educación no insiste en sacar buenas notas, sino en ser buenas personas, y en eso la familia es insustituible.

**

Conocer la historia de la Iglesia es otro camino del que Dios se sirve para acercar a las personas a la verdad. Contra lo que han difundido bulos y estereotipos, se descubre la importancia que el catolicismo ha dado siempre a la razón y al pensamiento inteligente, que no se opone a la fe sino que ayuda a profundizar en ella y a entenderla mejor. Y que las guerras de religión no fueron sólo ni principalmente de religión, sino que tuvieron unas fuertes motivaciones políticas, económicas y culturales.


Y muchos descubren estudiando que gran parte de los cimientos de la civilización occidental han sido puestos por la Iglesia: fundó las primeras universidades porque enseña que el saber es para compartirlo; fundó hospitales (porque los enfermos son hijos de Dios y hermanos nuestros)... Y sobre todo difundió la caridad con todos y la igualdad entre hombres y mujeres. Una igualdad que no fuerza a las mujeres a imitar a los hombres, sino que les permite desarrollar toda su potencialidad y dignidad femenina, como mujeres, madres e hijas. La criatura predilecta de Dios es una mujer: María (que significa en arameo Reina, Señora, Emperatriz)


**



En el libro se cuentan también los primeros pasos del Opus Dei en Escandinavia, de la mano de Juan Luis Bernaldo y Richard Hayward. Allí llegó la Obra por el interés de san Juan Pablo II, que deseaba impulsar la cristianización del Norte de Europa y animó al beato Álvaro del Portillo a comenzar pronto en esos países. Desde 1983, “de amigo a amigo se van enlazando historias, porque el Opus Dei se difunde en el mundo por medio de la amistad.”

**

Todo el relato refleja un hondo sentido ecuménico presente entre los creyentes: católicos, luteranos, protestantes y ortodoxos estrechan lazos anhelando una unión en la verdad de Jesucristo que no puede estar lejana cuando les vemos con la apertura de corazón que reflejan las vivencias recogidas. Como los muebles donados por el pastor luterano para que sus amigos católicos del Opus Dei puedan instalar una residencia de estudiantes…




sábado, 15 de marzo de 2014

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II

Cruzando el umbral de la esperanza. Juan Pablo II. 





Cuando nos acercamos a la  canonización del gran papa polaco, este libro bien podría declararse de obligada lectura para cuantos desean conocer de cerca el pensamiento de la que sin duda es una de las figuras más decisivas de la historia en el siglo XX, Juan Pablo II.


En 1994, cuando ya se habían cumplido quince años de su pontificado, y la humanidad se dirigía hacia el umbral del tercer milenio, lleno de incógnitas e incertidumbre, Juan Pablo II responde a una serie de cuestiones que le plantea el periodista italiano Vittorio Messori. Se diría que Messori no deja en el tintero ninguna de las preguntas esenciales que todo ciudadano, preocupado por el devenir del mundo, querría haber hecho al Papa. Y este responde con la cercanía  y altura intelectual que le caracterizaban.


Juan Pablo II entra en profundidad a analizar las grandes cuestiones sobre  el hombre y la humanidad, y también algunos de los tópicos acerca de la historia y misión de la Iglesia.  La existencia de Dios, el problema del mal, la oración, los jóvenes y las nuevas generaciones, los frutos del Concilio Vaticano II, los retos de la nueva evangelización, la mujer en la Iglesia, el judaísmo y el islam


Sus consideraciones están  enraizadas en la  concepción cristiana del ser humano, y ayudan a extraer consecuencias operativas de la fe. Pero son igualmente válidas para toda persona de buena voluntad, aunque esté alejada de Dios: el sentido común ayuda a descubrir la verdad y el bien allí donde se manifieste. Y Juan Pablo II, hombre de fe, es también un hombre lleno de sentido común.


**


El cristianismo, dice el Papa, no es mera acción del hombre: Dios también actúa. Joseph Ratzinger explicaría poco después que Dios actúa en la historia sobre todo a través de hombres que le escuchan. La mera posibilidad de esa acción de Dios en la historia pone nerviosos a quienes dicen ser  agnósticos o ateos.  Pero es bien real: la historia de la salvación –y eso es el cristianismo, y la historia de la humanidad en definitiva- es la historia de la conjunción de la acción de Dios y del hombre. 


Dios actúa, habla.  Nadie es capaz de sofocar su voz: ni siquiera la voluntad programada del hombre, que intenta -mediante la prepotencia política y cultural- imponer errores y abusos,  extendiéndolos  con gran despliegue mediático. Aunque a veces el mal parezca prevalecer, Dios no abandona al hombre. La confianza en esa acción de Dios  es lo que llena de esperanza al cristiano.  


El pensamiento de Juan Pablo II penetra con hondura en la realidad del ser humano.  Una de sus ideas más repetidas era la de que no debemos tener miedo a la verdad sobre nosotros mismos. Dios comprende nuestras debilidades: “Él sabe lo que hay dentro de cada hombre”. 


Juan Pablo capta el misterio insondable que encierra la enseñanza de Jesucristo: la verdad se hará amando. Esa es la misión de la Iglesia: manifestar el amor de Dios al hombre, a pesar de nuestras miserias y debilidades.  Hemos sido creados para amar, y por eso la única dimensión adecuada a la persona es el amor. Y el amor es donación, entrega. Por eso, dándose es como el hombre se afirma plenamente a sí mismo.


La Iglesia, depositaria de las enseñanzas de Jesucristo,  responde a una pregunta esencial: ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (La ciencia no puede decirnos nada acerca de preguntas esenciales como esa. Por eso sorprende la fragilidad del razonamiento de quienes piensan que el conocimiento científico excluye la necesidad de religión.) La respuesta es invariable, porque proviene de Dios, y ningún poder de la tierra puede hacerla cambiar. Exponerla no es condenar, convencer de pecado no equivale a condenar, como no es condenar señalar el camino correcto. Una enseñanza reiterada ahora con singular claridad por el papa Francisco. “Dios quiere la salvación del hombre.

**

El libro contiene intuiciones bellas y certeras. Asombró de Juan Pablo II su capacidad de sintonía con los jóvenes. Saltaba enseguida entre el papa y los jóvenes una chispa de entendimiento llena de  alegría.  En la alegría de los jóvenes veía un reflejo de la alegría que Dios tuvo al crear al hombre. Una alegría franca y jovial a la que él mismo se entregaba.  Es célebre, por ejemplo, el episodio del joven payaso que hizo reír al Papa como un niño, durante uno de los encuentros con universitarios del UNIV.





Su amor y devoción a la Virgen fue proverbial. A Ella dirigió su lema episcopal: Totus Tuus, Todo Tuyo. Se abandonaba confiadamente al cobijo de los brazos de la Madre, y sabe descubrir la infinita riqueza que  el culto mariano supone para el mundo. No es sólo una necesidad sentimental, un acto piadoso, sino que corresponde también a una verdad objetiva sobre la Madre de Dios. Fruto de la  contemplación de  esa realidad se ha abierto camino silenciosa y eficazmente  en la civilización cristiana la actitud de respeto a la mujer.  En María todas las mujeres han sido dignificadas: “Más que Tú, sólo Dios”.


**


Cuando algunos se empeñan en apartar a Dios de la vida pública, cobran singular importancia las palabras que Juan Pablo II subrayó con fuerza en el original que escribió de su puño y letra: 

"Al finalizar este segundo milenio tenemos quizá más que nunca necesidad de estas palabras de Cristo resucitado: ¡No tengáis miedo! (…) Tienen necesidad de esas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y de los infiernos (cfr. Apocalipsis 1, 18). Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (cfr. Apocalipsis 22, 15). (…) Y este Alguien es Amor (cfr. Juan 4, 8-16). Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!"


Un libro profético, que no ha perdido actualidad, y proporciona respuestas  claras y esperanzadas a los retos del momento presente.


**

Ver también de Vittorio Messori la reseña de su libro  Opus Dei. Una investigación.