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jueves, 5 de septiembre de 2019

Derecho a la información


Derecho a la información: materiales  para un sistema de la comunicación.

José María Desantes Guanter. Ed. Fundación COSO para el Desarrollo de la Comunicación y la Sociedad.


   


El derecho a la información es el principio fundamental del que surge el Derecho de la Información. El profesor Desantes, valenciano universal por su amplia docencia en universidades de Europa y América, fue el primer catedrático de esa materia en España. En palabras de Carlos Soria, Desantes "ha realizado una de las siembras más fecundas en la historia de la Ciencia de la Comunicación española."

En este tratado editado por la fundación COSO,  el profesor Desantes nos ofrece una rigurosa exposición del desarrollo del Derecho de la Información, desde sus orígenes hasta la aparición de los nuevos medios de comunicación a finales del siglo XX.

El Derecho de la Información es una ciencia que ha sido necesario hilvanar metódicamente a medida que los nuevos medios informativos experimentaban un vertiginoso desarrollo. Su objetivo es contribuir al perfeccionamiento de la comunicación humana, esto es, servir a la persona. Desantes nos expone los materiales necesarios para construir un sistema de comunicación digno de la persona. Expongo aquí unas breves pinceladas de su contenido.

En su comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, santo Tomás de Aquino ya explicaba que la comunicación es un acto de justicia. Un comunicador es justo si comunica bien. Si comunica mal, es injusto. En el trabajo informativo no se trata sólo de hacer y dar comunicación, sino de cómo hacer y qué dar.

La comunicación es fundamental para la convivencia. No puede juzgarse sólo por sus efectos sociológicos, sino desde la ética y el Derecho. El mensaje debe ser la comunicación de la realidad. Negarlo es negar la capacidad humana de comunicación, y supone destruir el núcleo mismo de la comunidad, que está basado en la credibilidad y la confianza.

Sin una comunicación justa llega a hacerse imposible la convivencia. Donde las fuerzas públicas o privadas limitan la información, se destruye la comunidad. Comunicar es poner algo en común, pero no toda comunicación está bien informada. Donde no hay comunicación veraz no puede haber comunidad de personas, sólo existe desconfianza, como han demostrado los regímenes totalitarios.

                                Otra de las publicaciones de Fundación COSO 

Todavía hoy naciones enteras viven en la desconfianza, y eso debería ser una llamada de atención para un ciudadano responsable, que debe saber exigir sus derechos, y pedir cuentas a quien trate de negarlos con prácticas como ocultar información o deformar los hechos por intereses bastardos o partidistas.

Hoy muchos desconocen que el derecho a la información es un derecho natural, lo que significa que toda restricción de ese derecho (por fuerzas coactivas o mediante manipulaciones y sesgos informativos) se convierte en un atentado a la dignidad de la persona y a su libertad.

El derecho a la información es más amplio y profundo que la mera libertad de expresión, que científicamente precisa del derecho a la información. Lo que justifica la libertad de expresión es precisamente el derecho previo a acceder a la información.

La libertad de expresión es un derecho, no una concesión del poder. La Constitución reconoce los derechos, no los concede, porque son anteriores a ella y superiores a toda Constitución. La misión del Estado, por ejemplo, es autorizar el uso de las ondas electromagnéticas, no concederlas, porque no son de su propiedad. Son patrimonio de la humanidad.

Es bueno recordar que los derechos fundamentales se coordinan entre sí. Los inherentes a la persona priman sobre los referentes a las relaciones. Por eso la intimidad personal prevalece sobre la información.

Otro error frecuente al hablar de libertad de expresión es ignorar que debe estar basada en el realismo: hay cosas que son verdad y cosas que son mentira. Si se ignora ese principio elemental, la libertad de expresión pierde su sentido, y puede convertirse en un atentado contra la dignidad humana, contra la libertad y la  capacidad de reconocer la verdad y su derecho a conocerla. No tener en cuenta que existe la verdad y existe la mentira transforma la información en apariencia de información, en manipulación o desinformación.

La seguridad máxima de la persona consiste en aferrarse a la verdad. La afirmación, tan frecuente, de que “todo es opinable” es un atentado a la inteligencia, y desde luego un atentado muy grave a la convivencia.

Muchas desinformaciones proceden de defectos del lenguaje, de no usar los términos precisos que definen el concepto, o de emplearlos con un sentido distinto al original. Por eso es obligación del informador dominar y enriquecer constantemente su lenguaje, leer mucho y bueno, pedir y transmitir claridad en la información, no hacer de  altavoz al sofismo (el arte de engañar con el fin de captar seguidores) tan frecuente entre los políticos.

También es deber del informador adquirir la formación científica específica de su profesión, y cultivar las cualidades necesarias para ejercer su oficio: amor a la verdad, objetividad, buen gusto, prudencia. Saber (y vivir) que el fin no justifica los medios. Concebir la información como deber, no como negocio (en el sentido turbio de la palabra).

Existe una delegación del pueblo en los profesionales para que realicen el derecho a la información. Por eso los periodistas tienen derecho a la información, para que puedan cumplir el deber de informar que el pueblo les ha entregado. Un deber del que se deduce que no pueden emitir mensajes que no sean verdaderos, conformes a la verdad operativa que es el bien. Violencia, pornografía o terrorismo no son verdaderos mensajes.


El libro refleja la gran erudición de su autor, y ayuda a reflexionar sobre la complejidad de las relaciones humanas y el derecho que las regula. Da las pautas básicas para quien desee caminar con sentido en el proceloso sendero de la justicia informativa. Y hará pensar a periodistas y expertos en comunicación sobre la arteria socialmente vital por la que discurre su trabajo, que no admite superficialidades.

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Un hecho pequeño pero significativo muestra el talante del profesor Desantes y su elevado sentido de la ciudadanía. Citado por la hacienda pública para una revisión de sus cuentas, cuando se presentó solo ante el funcionario éste se extrañó: “¿Cómo ha venido usted sin abogado?” Su respuesta fue contundente y colocó al funcionario en su sitio: “Porque usted, como funcionario, es mi abogado, no mi enemigo ni mi fiscal.”

Un buen ordenamiento social, y una buena convivencia, requieren que cada cual conozcamos cuál es nuestro deber y cuál nuestro derecho, y sepamos asumirlos con respeto a las personas y fiel espíritu de colaboración. Mucho de todo eso rezuma este libro.

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Ver también en este blog reseña del libro de Desantes San Vicente Ferrer, científico.






viernes, 3 de noviembre de 2017

Tomás de Aquino visto por Josef Pieper

Introducción a Tomás de Aquino. Josep Pieper





Este libro recoge doce lecciones de Josep Pieper sobre la figura del doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino (n. 1225, +1274), una de las mentes más prodigiosas en la historia del pensamiento humano.


Pieper hace un análisis del portentoso trabajo intelectual que desarrolló Tomás a lo largo de su vida, contextualizándolo con los acontecimientos históricos que vivió, tanto personales y familiares como los referentes al ambiente social, político y religioso que le tocó vivir.


Destaca en Tomás su insaciable búsqueda de la verdad, inseparablemente unida a la búsqueda de la Sabiduría que da el conocimiento de Dios. Tomás asume un compromiso formal con la razón, seguro de que el pensamiento humano es capaz de penetrar la realidad de las cosas, y seguro también de que es razonable cuanto conocemos por la fe.


Explica Pieper, con imagen certera, que Tomás realizó su formidable tarea intelectual aproximando los dos extremos de un poderoso arco. Por un lado Aristóteles, esto es, la realidad natural y la capacidad de la razón humana para alcanzarla. Aristóteles significa la afirmación de todo lo que es, sin subjetivismos. Y en el otro extremo, la Biblia, esto es, esa parte de la realidad del mundo, del hombre y de Dios, sólo accesible por la Revelación divina, que nos da a conocer lo que resulta inalcanzable con las solas fuerzas de la razón. Aristóteles en un extremo, la Revelación en el otro: ese es el poderoso arco que tensó  Tomás, con el que alcanzó cotas de sabiduría insospechadas.






De la calidad de vida de Tomás nos habla el contenido de su oración. Desde joven hizo a Dios dos peticiones: alcanzar sabiduría, y ser alegre sin frivolidad, maduro sin presunción. Tomás no sólo fue un gran filósofo y un gran teólogo. Fue un místico y un santo. En 1272 sucedió en su interior un hecho prodigioso. Mientras hacía oración, le fue concedida la contemplación de lo sobrenatural. “Todo lo que he escrito me parece paja, en comparación con lo que he contemplado” explicó humildemente después, cuando le preguntaron por qué, desde ese momento, dejó de escribir.


Nos da idea de la inmensidad de su trabajo el hecho de que escribió todas sus obras -entre ellas la descomunal Suma Teológica- en un margen de 20 años, entre 1252 y 1272, y en medio de continuos traslados por las principales ciudades de Europa.  Nunca estuvo más de 2 o 3 años en el mismo destino, y realizó todos sus desplazamientos a pié.


Destaca en el estilo de Tomás su sobriedad, su apasionada renuncia a todo lo que encubra o desfigure la realidad. Se abre a lo real sin esas limitaciones que dicta la subjetividad. Tiene preocupación por comprender racionalmente, sin quedarse en términos y expresiones usados como lugares comunes, relativos al culto o a la expresividad religiosa por ejemplo. Y no lo hace de manera iconoclasta: en su profundo deseo de razonar se vislumbra una profunda veneración ante la verdad captada. En su sobriedad racional está la admiración ante la concordancia entre las cosas y la inteligencia que las conoce. Sobriedad para dirigirse a lo verdaderamente real, sin miramientos, con una gran independencia interior: “Quien dice la verdad no puede ser vencido.”


De su sobria veracidad nos  habla otra señal característica de Tomás: la extensión que dedica a exponer con precisión y objetividad los argumentos contrarios a sus tesis. Y lo hace sin ironías ni exageraciones, sin introducir matices que debiliten el argumento del contrario. Expone el argumento del contrario con tal deseo de entenderlo que durante muchas de sus páginas se diría que está de acuerdo. Se sitúa en la inteligencia de su contrario, habla por él, quizá con más precisión incluso, con tal mesura y tranquilidad que al lector le parece todo plausible y razonable. Hoy no estamos preparados para tanta ecuanimidad, asevera Pieper.


Tomás no solo deja hablar al adversario, sino que incluso incluye la argumentación que le apoya. Es un estilo que refleja alta calidad intelectual y un amor a la verdad del que carecen hoy tantos. A muchos intelectuales y pensadores de hoy les vendría bien  aprender de ese estilo franco y abierto a la verdad. Por no hablar de tantos políticos y profesionales de la comunicación y opinadores, a los que falta tiempo no ya para intentar entender, sino incluso para escuchar posiciones contrarias a la suya. Por eso se ha perdido en gran parte el espíritu de la auténtica polémica, de la oposición controlada, que es lucha, pero también diálogo, en que cada parte busca los indicios de verdad que puede haber en la otra, en lugar de buscar  sólo cómo tergiversar las palabras de su adversario con tal de parecer más razonables.


El espíritu presente en toda la obra de Tomás es el diálogo para buscar y alumbrar la verdad, un diálogo entre amigos que de entrada no comparten la misma opinión. Pero lleno de rectitud de intención, una rectitud en la que Tomás ve la perfección, más que en actos exteriores de accesis. Para Tomás, es en el diálogo donde aflora la verdad. Por eso cuida la precisión del lenguaje, y antes de continuar hablando se asegura de que estamos de acuerdo en el significado de los términos. Esa actitud estaba presente en sus clases, en su manera de enseñar a los alumnos: enseñanza, dirá, es el diálogo desde la posición del oyente hasta una verdad más completa.


Hoy en día abundan los sofistas, manipuladores del lenguaje, que hacen justo lo contrario: manipular los términos para vaciarlos de contenido. Por eso el resultado es tantas veces un diálogo de besugos del que es imposible extraer ninguna verdad. La postverdad no es otra cosa que el nuevo sofismo, la mentira o deformación de la verdad para vencer al contrario.


La actitud de Tomás ante el conocimiento es valiente, y es abierta. No tiene miedo de alcanzar la verdad, sea cual sea. No rehúye tener que revisar lo conocido hasta ahora para seguir progresando en el mejor conocimiento del mundo. No adopta posturas falsamente definitivas, como quizá han hecho posteriormente algunos tomistas, traicionando a su maestro. Ni siquiera el tomismo es definitivo. Lo que es definitiva es la verdad, que está ahí, esperando que la alcancemos.


Tomás, con su teología abierta al mundo, a la que se dedicó con una energía impresionante y una amplitud de campo y precisión que pocas veces se da en la historia, hizo una aportación inmensa que fortaleció la estructura intelectual del Occidente cristiano, y que sigue dando frutos hasta nuestros días.


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Aunque de lectura algo ardua, el libro de Pieper ayuda a reflexionar e invita a leer a Tomás de Aquino. Un ejercicio intelectual muy recomendable es dedicar cada día unos minutos a leer unas líneas del Doctor Universal de la Iglesia. Pocas cosas ordenan y estructuran mejor la mente, ayudando a desarrollar el arte de pensar.


Puede consultarse esta entrada sobre santo Tomás de Aquino en este blog.  



jueves, 19 de octubre de 2017

Fe y cultura. La verdad y la ineludible presencia de lo sagrado.



La fe ante el reto de la cultura contemporánea



Hay libros  cuya relectura siempre aprovecha. Libros que no pasan, porque saben preguntarse por las verdades esenciales de la existencia humana e iluminarlas con aguda inteligencia y las luces que nos aporta la Revelación. 

De esta magnífica obra destaco dos ideas:

a)  la ineludible presencia de lo sagrado en el hombre y en el mundo. Vivir de espaldas a lo sagrado, considerar al hombre como un mero animal superior, es un daño irreparable a cada persona y al conjunto social.

b) la palabra y el lenguaje son –han de ser- manifestación de la realidad. Usar la palabra para desfigurar la realidad, con la mentira o la sofística, es envenenar la convivencia social y a la propia persona. No es posible vivir en la mentira.


Ante una cultura que pretende la ausencia de Dios y niega la espiritualidad, Pieper muestra la evidencia de lo sagrado, su necesidad, y a la vez la radical insuficiencia del procedimiento científico para demostrar la existencia espiritual del hombre. Una vida espiritual que no es una mera yuxtaposición a la vida material, sino que la absorbe y la integra en una única existencia, espiritual y corporal a la vez.

Lo profano y lo sagrado no son dos mundos incompatibles y contrapuestos. Ambos, profano y sagrado, forman la totalidad. La etimología de profano significa que está a las puertas del templo, a las puertas de lo sagrado. Según el pensamiento griego, lo profano acontece en presencia de lo sagrado, no a sus espaldas. 

Por eso decir que hay un mundo fuera de lo sagrado en el que se puede hacer lo que se quiera es una simplificación inadmisible, dice Pieper. Vivir así se vuelve contra el hombre, porque es vivir contra su naturaleza, que es espiritual y corporal. 

San Josemaría, fundador del Opus Dei, explicaba esa natural presencia de lo sagrado en el mundo de un modo mucho más profundo, como parte esencial del mensaje que debía transmitir al mundo: “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.” 

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Pieper profundiza en la esencial necesidad de que la palabra y el lenguaje estén ordenados a la verdad, porque es en la palabra donde acontece la verdad.  Pocas cosas hay más dañinas para el ser humano que el desorden en el lenguaje. El orden de cada persona y de la sociedad se funda en un lenguaje ordenado, es decir, un lenguaje que busque y diga la verdad.  

El hombre no puede llevar una vida digna donde reina la mentira. Eso sucede en los regímenes totalitarios,  en los lugares donde se impone el totalitarismo ideológico, o donde impera la sofística, que es el vicio de ocultar la verdad y retorcerla con argumentos falsos. La sociedad no puede permitir el sofisma y la mentira, si quiere sobrevivir.

Pieper señala tres ideas básicas para la vida social:

1)              El bien del hombre consiste en ver las cosas como son, y vivir partiendo de la realidad así captada.

2)      El hombre se alimenta sobre todo de la verdad, y la sociedad vive de la verdad públicamente presente. La existencia es tanto más rica cuanto más ancho es el mundo real que la verdad le permite contemplar.

3)        La verdad acontece en el diálogo, en el lenguaje, en la palabra. Y por eso el orden y la existencia social necesitan del orden en el lenguaje, de que a las cosas se les llame por su nombre, sin desfiguraciones ni reduccionismos.

Es claro que el conocimiento académico se basa precisamente en ese orden de la palabra: esa zona de verdad libre de intereses bastardos (políticos, económicos, ideológicos).  No habría avance del saber si reinara la mentira o el sofisma.  Del mismo modo, un Estado sin ese enclave de libertad se convierte en un Estado totalitario. 

La convivencia social requiere espacios de libertad en los que cada cual pueda exponer sus convicciones libre de simplificaciones partidistas,  de enardecimientos ideológicos, de afectos ciegos. Libres de la denigración del otro como estilo, del ego superficial que inventa titulares tan impactantes como falsos, de la frivolidad formal. 


Por eso, cuando en la vida pública crece ese totalitarismo que intenta restringir la libertad para que cada persona exprese palabras verdaderas,  hay que encender las alarmas y exigir un cambio.







sábado, 25 de agosto de 2012

Curiosas incoherencias en El País

    

Tribunal Constitucional de España

    Es lo que pasa con la sofística, el arte (diremos mejor las malas artes) para retorcer la realidad hasta hacerla coincidir con los prejuicios. Llega un momento en que te pillan en flagrante contradicción.

    Lo señala muy bien Rafa Rubio, a propósito de la campaña de El País contra el profesor Andrés Ollero, miembro del Tribunal Constitucional:

http://www.rafarubio.es/2012/08/el-caso-ollero-sin-salir-de-el-pais/ 


Sobre el aborto, Ollero, los Catedráticos y la independencia del Tribunal Constitucional

     Desde hace un par de días, tras una noticia publicada por El País, se viene hablando de la idoneidad del Magistrado Andrés Ollero para actuar como ponente de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. El debate no es nuevo y se plantea tras la recusación en el año 2007 del Magistrado Pablo Pérez Tremps para intervenir en las deliberaciones y la votación de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Lo que ha cambiado, y mucho, es la posición de algunos medios de comunicación (otros simplemente han decidido ignorar el tema), y los argumentos que utilizan, provocando algo que dicen buscar evitar, que se cuestione la legitimidad de la sentencia del Alto Tribunal.


     Este cambio de posición, que no es el primero ni el único en los medios de comunicación, llama la atención por la contundencia con la que en su día El País defendió al Magistrado Pérez Tremps, llegando a publicar en sus páginas un artículo de un prestigioso Catedrático de Derecho Constitucional que calificaba la recusación como un auténtico “Golpe de Estado”.


     Ahora sin embargo los argumentos esgrimidos hasta el momento, recogidos por el País, giran en torno a tres ideas distintas que concluyen en la necesidad de apartar, voluntaria o involuntariamente, al Magistrado Ollero del asunto:

     1) La pertenencia al Opus Dei del Magistrado, que, para algunos, le incapacitaría para redactar la ponencia y, para otros, le incapacitaría para ejercer como juez. No merece la pena entrar a analizar un argumento que atenta directamente contra unos cuantos artículos de la Constitución (la igualdad de todos ante la ley del artículo 14, la libertad de asociación del artículo 22 y, teniendo en cuenta que el Opus Dei es una organización de la iglesia católica, el artículo 16 que reconoce la libertad religiosa). Limitar el acceso a determinadas responsabilidades en función de las creencias de una persona recuerda a otras épocas, y, aunque Orwell en 1946 decía que la palabra “fascismo” hoy no tiene otro significado que “algo no deseable” creo que demandas como esta se ajustan bastante a la definición convencional de la palabra.

 2) El tercer argumento cuestiona la imparcialidad del Magistrado Ollero por sus opiniones previas, en las que se ha opuesto públicamente al aborto. Ollero, como muchos de sus compañeros en el Tribunal Constitucional, es Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos y como puede verse en su curriculum ha dedicado al tema en cuestión numerosas publicaciones (al menos 2 libros y 9 capítulos de libros). El caso es bastante similar al de Pérez Tremps, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Carlos III, que fue recusado por realizar un informe para la Generalitat de Cataluña sobre la acción exterior y las relaciones con la Unión Europea de la Generalitat. Nos encontramos con un argumento peligroso para la democracia (como señalaba El País en 2007, en un artículo de Javier Pérez Royo que calificaba la recusación como un “Golpe de Estado”. Es un asunto clave, y así lo creen, o al menos lo creían, los 43 catedráticos que, con motivo de la recusación de Pérez Tremps publicaban en el País un manifiesto en el que, entre otras cosas, decían:
     2. Creemos que la decisión adoptada no puede dejar de producir cierta perplejidad y merece ser objeto de una reflexión crítica, porque, de aplicarse generalizadamente el criterio en que se sustenta, se restringiría gravemente la libertad de producción científica y de investigación que la Constitución consagra, y acabaría por generarse una composición de nuestro Tribunal Constitucional inadecuada a la exigencia constitucional de que todos sus miembros, sean “juristas de reconocida competencia”, según impone el artículo 159.2 de la Norma Fundamental, al hacerse prácticamente imposible la presencia en él de profesores de Derecho Público. Por el contrario, unos Magistrados realmente expertos en la jurisdicción en la que dictan sus sentencias, antes de acceder a la institución, son la mejor garantía de su recto funcionamiento. 
4. (…) Se trata, en definitiva, de la expresión de criterios científicos, expuestos con anterioridad a la propuesta de Estatuto y a su condición de Magistrado Constitucional. 
5. Si admitiéramos la corrección del razonamiento (…) no solo se estaría causando un daño inmediato a la libertad de investigación científica, sino que irremediablemente, a medio plazo, estaríamos destinados a tener un Tribunal Constitucional lleno de ilustres desconocidos, personas desprovistas de opiniones previas antes de acceder a la magistratura, no sabemos si verdaderamente independientes, pero desde luego desconocedoras en profundidad de las materias de las que se ocupa la jurisdicción constitucional. Difícilmente podrían contribuir a hacer del Tribunal el intérprete supremo que la Constitución quiere. Justo lo contrario de lo que se pretende. 

Los argumentos son suficientemente contundentes, y aplicables al 100% a la producción científica del Magistrado Ollero. Incluso de no ser así lo que debería cuestionarse es su “reconocida competencia”, algo general que nadie hizo en el momento oportuno, el de su designación, y no aplicable a sentencias particulares. Como resumía con claridad el Profesor García Vitoria (en una carta publicada en el mismo periódico): Nos parece injusto que se ponga en duda su capacidad intelectual para llevar a la práctica la convicción de que una cosa es la actividad académica y otra la función jurisdiccional.

3) Su filiación política: El argumento de su filiación política es, en mi opinión, el más contundente (aunque no está exento de efectos secundarios). Hoy, 16 de agosto, en su editorial señala que Ollero, diputado del PP hasta 2003, y que por tanto no votó la ley cuya constitucionalidad se cuestiona, no debería participar en un recurso promovido por su propio partido. El tema tiene su miga. A pesar del razonamiento el periódico pide que se abstenga de elaborar la ponencia, cuando la conclusión lógica sería que se abstuviera de participar en la votación, en este y en todos los recursos presentados por su partido. Quizás el editorialista no se atreve a tanto ya que, en buena lógica, el razonamiento llevaría a un cuestionamiento, legítimo y muy razonable, de la propia Constitución y la ley orgánica que regula el funcionamiento del Tribunal Constitucional y a una conclusión: los exdiputados no podrían ser nunca Magistrados. Siguiendo con la lógica del razonamiento, la vinculación del Magistrado con el Partido que amenaza su objetividad, deberíamos plantear hasta qué punto la propuesta como Magistrado supone una vinculación más directa que la de ser diputado de uno u otro partido, ya que abre la posibilidad que los partidos propongan a aquellos Magistrados que fueran a apoyarles en sus recursos pendientes. Si ésto es así, deberíamos concluir que todos los magistrados deberían abstenerse de participar en aquellos recursos promovidos por aquellos partidos que les propusieron como Magistrados. Esto supondría en la práctica acabar con el control de constitucionalidad de las leyes que lleva a cabo el TC, por lo que, para evitarlo, sólo nos quedaría impedir que los partidos participaran en la elección de los Magistrados, pero El País parece que no va por ahí. Parece que su posición es distinta y le lleva a defender una posición paradójica y contradictoria con su posición anterior: 

Quienes en su día reclamaron (y obtuvieron) la recusación del magistrado Pérez Tremps por haber redactado un estudio sobre un asunto que tiempo después sería parte de un recurso sobre el Estatuto catalán, ¿no deberían ser los primeros en pedir la abstención de quien ha sido diputado del partido que presenta el recurso? Me imagino que el argumento a contrario: los que se opusieron a la recusación de Pérez Trems deberían apoyar que Ollero siguiera adelante con la ponencia, no es aplicable, aunque no sé bien por qué. Y El País, que defendió activamente al Magistrado Pérez Tremps, debería estar defendiendo al Magistrado Ollero con uñas y dientes, pero éste no es el caso.

 La conclusión también la podemos dejar en manos de los editorialistas de El País, que el 7 de febrero de 2007, y bajo el título: “Decisión arriesgada, antecedente desastroso”, lo explicaban con claridad: Ello no impide considerar deseable que sea el Tribunal Constitucional al completo, y no amputado de uno de sus miembros, el que se pronuncie sobre una cuestión tan cargada de significación jurídica y política (…) Pero de momento ya se ha creado un antecedente que condena al Constitucional a prescindir de las personas más capacitadas por sus conocimientos especializados.