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viernes, 3 de noviembre de 2017

Tomás de Aquino visto por Josef Pieper

Introducción a Tomás de Aquino. Josep Pieper





Este libro recoge doce lecciones de Josep Pieper sobre la figura del doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino (n. 1225, +1274), una de las mentes más prodigiosas en la historia del pensamiento humano.


Pieper hace un análisis del portentoso trabajo intelectual que desarrolló Tomás a lo largo de su vida, contextualizándolo con los acontecimientos históricos que vivió, tanto personales y familiares como los referentes al ambiente social, político y religioso que le tocó vivir.


Destaca en Tomás su insaciable búsqueda de la verdad, inseparablemente unida a la búsqueda de la Sabiduría que da el conocimiento de Dios. Tomás asume un compromiso formal con la razón, seguro de que el pensamiento humano es capaz de penetrar la realidad de las cosas, y seguro también de que es razonable cuanto conocemos por la fe.


Explica Pieper, con imagen certera, que Tomás realizó su formidable tarea intelectual aproximando los dos extremos de un poderoso arco. Por un lado Aristóteles, esto es, la realidad natural y la capacidad de la razón humana para alcanzarla. Aristóteles significa la afirmación de todo lo que es, sin subjetivismos. Y en el otro extremo, la Biblia, esto es, esa parte de la realidad del mundo, del hombre y de Dios, sólo accesible por la Revelación divina, que nos da a conocer lo que resulta inalcanzable con las solas fuerzas de la razón. Aristóteles en un extremo, la Revelación en el otro: ese es el poderoso arco que tensó  Tomás, con el que alcanzó cotas de sabiduría insospechadas.






De la calidad de vida de Tomás nos habla el contenido de su oración. Desde joven hizo a Dios dos peticiones: alcanzar sabiduría, y ser alegre sin frivolidad, maduro sin presunción. Tomás no sólo fue un gran filósofo y un gran teólogo. Fue un místico y un santo. En 1272 sucedió en su interior un hecho prodigioso. Mientras hacía oración, le fue concedida la contemplación de lo sobrenatural. “Todo lo que he escrito me parece paja, en comparación con lo que he contemplado” explicó humildemente después, cuando le preguntaron por qué, desde ese momento, dejó de escribir.


Nos da idea de la inmensidad de su trabajo el hecho de que escribió todas sus obras -entre ellas la descomunal Suma Teológica- en un margen de 20 años, entre 1252 y 1272, y en medio de continuos traslados por las principales ciudades de Europa.  Nunca estuvo más de 2 o 3 años en el mismo destino, y realizó todos sus desplazamientos a pié.


Destaca en el estilo de Tomás su sobriedad, su apasionada renuncia a todo lo que encubra o desfigure la realidad. Se abre a lo real sin esas limitaciones que dicta la subjetividad. Tiene preocupación por comprender racionalmente, sin quedarse en términos y expresiones usados como lugares comunes, relativos al culto o a la expresividad religiosa por ejemplo. Y no lo hace de manera iconoclasta: en su profundo deseo de razonar se vislumbra una profunda veneración ante la verdad captada. En su sobriedad racional está la admiración ante la concordancia entre las cosas y la inteligencia que las conoce. Sobriedad para dirigirse a lo verdaderamente real, sin miramientos, con una gran independencia interior: “Quien dice la verdad no puede ser vencido.”


De su sobria veracidad nos  habla otra señal característica de Tomás: la extensión que dedica a exponer con precisión y objetividad los argumentos contrarios a sus tesis. Y lo hace sin ironías ni exageraciones, sin introducir matices que debiliten el argumento del contrario. Expone el argumento del contrario con tal deseo de entenderlo que durante muchas de sus páginas se diría que está de acuerdo. Se sitúa en la inteligencia de su contrario, habla por él, quizá con más precisión incluso, con tal mesura y tranquilidad que al lector le parece todo plausible y razonable. Hoy no estamos preparados para tanta ecuanimidad, asevera Pieper.


Tomás no solo deja hablar al adversario, sino que incluso incluye la argumentación que le apoya. Es un estilo que refleja alta calidad intelectual y un amor a la verdad del que carecen hoy tantos. A muchos intelectuales y pensadores de hoy les vendría bien  aprender de ese estilo franco y abierto a la verdad. Por no hablar de tantos políticos y profesionales de la comunicación y opinadores, a los que falta tiempo no ya para intentar entender, sino incluso para escuchar posiciones contrarias a la suya. Por eso se ha perdido en gran parte el espíritu de la auténtica polémica, de la oposición controlada, que es lucha, pero también diálogo, en que cada parte busca los indicios de verdad que puede haber en la otra, en lugar de buscar  sólo cómo tergiversar las palabras de su adversario con tal de parecer más razonables.


El espíritu presente en toda la obra de Tomás es el diálogo para buscar y alumbrar la verdad, un diálogo entre amigos que de entrada no comparten la misma opinión. Pero lleno de rectitud de intención, una rectitud en la que Tomás ve la perfección, más que en actos exteriores de accesis. Para Tomás, es en el diálogo donde aflora la verdad. Por eso cuida la precisión del lenguaje, y antes de continuar hablando se asegura de que estamos de acuerdo en el significado de los términos. Esa actitud estaba presente en sus clases, en su manera de enseñar a los alumnos: enseñanza, dirá, es el diálogo desde la posición del oyente hasta una verdad más completa.


Hoy en día abundan los sofistas, manipuladores del lenguaje, que hacen justo lo contrario: manipular los términos para vaciarlos de contenido. Por eso el resultado es tantas veces un diálogo de besugos del que es imposible extraer ninguna verdad. La postverdad no es otra cosa que el nuevo sofismo, la mentira o deformación de la verdad para vencer al contrario.


La actitud de Tomás ante el conocimiento es valiente, y es abierta. No tiene miedo de alcanzar la verdad, sea cual sea. No rehúye tener que revisar lo conocido hasta ahora para seguir progresando en el mejor conocimiento del mundo. No adopta posturas falsamente definitivas, como quizá han hecho posteriormente algunos tomistas, traicionando a su maestro. Ni siquiera el tomismo es definitivo. Lo que es definitiva es la verdad, que está ahí, esperando que la alcancemos.


Tomás, con su teología abierta al mundo, a la que se dedicó con una energía impresionante y una amplitud de campo y precisión que pocas veces se da en la historia, hizo una aportación inmensa que fortaleció la estructura intelectual del Occidente cristiano, y que sigue dando frutos hasta nuestros días.


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Aunque de lectura algo ardua, el libro de Pieper ayuda a reflexionar e invita a leer a Tomás de Aquino. Un ejercicio intelectual muy recomendable es dedicar cada día unos minutos a leer unas líneas del Doctor Universal de la Iglesia. Pocas cosas ordenan y estructuran mejor la mente, ayudando a desarrollar el arte de pensar.


Puede consultarse esta entrada sobre santo Tomás de Aquino en este blog.  



jueves, 5 de septiembre de 2019

Derecho a la información


Derecho a la información: materiales  para un sistema de la comunicación.

José María Desantes Guanter. Ed. Fundación COSO para el Desarrollo de la Comunicación y la Sociedad.


   


El derecho a la información es el principio fundamental del que surge el Derecho de la Información. El profesor Desantes, valenciano universal por su amplia docencia en universidades de Europa y América, fue el primer catedrático de esa materia en España. En palabras de Carlos Soria, Desantes "ha realizado una de las siembras más fecundas en la historia de la Ciencia de la Comunicación española."

En este tratado editado por la fundación COSO,  el profesor Desantes nos ofrece una rigurosa exposición del desarrollo del Derecho de la Información, desde sus orígenes hasta la aparición de los nuevos medios de comunicación a finales del siglo XX.

El Derecho de la Información es una ciencia que ha sido necesario hilvanar metódicamente a medida que los nuevos medios informativos experimentaban un vertiginoso desarrollo. Su objetivo es contribuir al perfeccionamiento de la comunicación humana, esto es, servir a la persona. Desantes nos expone los materiales necesarios para construir un sistema de comunicación digno de la persona. Expongo aquí unas breves pinceladas de su contenido.

En su comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, santo Tomás de Aquino ya explicaba que la comunicación es un acto de justicia. Un comunicador es justo si comunica bien. Si comunica mal, es injusto. En el trabajo informativo no se trata sólo de hacer y dar comunicación, sino de cómo hacer y qué dar.

La comunicación es fundamental para la convivencia. No puede juzgarse sólo por sus efectos sociológicos, sino desde la ética y el Derecho. El mensaje debe ser la comunicación de la realidad. Negarlo es negar la capacidad humana de comunicación, y supone destruir el núcleo mismo de la comunidad, que está basado en la credibilidad y la confianza.

Sin una comunicación justa llega a hacerse imposible la convivencia. Donde las fuerzas públicas o privadas limitan la información, se destruye la comunidad. Comunicar es poner algo en común, pero no toda comunicación está bien informada. Donde no hay comunicación veraz no puede haber comunidad de personas, sólo existe desconfianza, como han demostrado los regímenes totalitarios.

                                Otra de las publicaciones de Fundación COSO 

Todavía hoy naciones enteras viven en la desconfianza, y eso debería ser una llamada de atención para un ciudadano responsable, que debe saber exigir sus derechos, y pedir cuentas a quien trate de negarlos con prácticas como ocultar información o deformar los hechos por intereses bastardos o partidistas.

Hoy muchos desconocen que el derecho a la información es un derecho natural, lo que significa que toda restricción de ese derecho (por fuerzas coactivas o mediante manipulaciones y sesgos informativos) se convierte en un atentado a la dignidad de la persona y a su libertad.

El derecho a la información es más amplio y profundo que la mera libertad de expresión, que científicamente precisa del derecho a la información. Lo que justifica la libertad de expresión es precisamente el derecho previo a acceder a la información.

La libertad de expresión es un derecho, no una concesión del poder. La Constitución reconoce los derechos, no los concede, porque son anteriores a ella y superiores a toda Constitución. La misión del Estado, por ejemplo, es autorizar el uso de las ondas electromagnéticas, no concederlas, porque no son de su propiedad. Son patrimonio de la humanidad.

Es bueno recordar que los derechos fundamentales se coordinan entre sí. Los inherentes a la persona priman sobre los referentes a las relaciones. Por eso la intimidad personal prevalece sobre la información.

Otro error frecuente al hablar de libertad de expresión es ignorar que debe estar basada en el realismo: hay cosas que son verdad y cosas que son mentira. Si se ignora ese principio elemental, la libertad de expresión pierde su sentido, y puede convertirse en un atentado contra la dignidad humana, contra la libertad y la  capacidad de reconocer la verdad y su derecho a conocerla. No tener en cuenta que existe la verdad y existe la mentira transforma la información en apariencia de información, en manipulación o desinformación.

La seguridad máxima de la persona consiste en aferrarse a la verdad. La afirmación, tan frecuente, de que “todo es opinable” es un atentado a la inteligencia, y desde luego un atentado muy grave a la convivencia.

Muchas desinformaciones proceden de defectos del lenguaje, de no usar los términos precisos que definen el concepto, o de emplearlos con un sentido distinto al original. Por eso es obligación del informador dominar y enriquecer constantemente su lenguaje, leer mucho y bueno, pedir y transmitir claridad en la información, no hacer de  altavoz al sofismo (el arte de engañar con el fin de captar seguidores) tan frecuente entre los políticos.

También es deber del informador adquirir la formación científica específica de su profesión, y cultivar las cualidades necesarias para ejercer su oficio: amor a la verdad, objetividad, buen gusto, prudencia. Saber (y vivir) que el fin no justifica los medios. Concebir la información como deber, no como negocio (en el sentido turbio de la palabra).

Existe una delegación del pueblo en los profesionales para que realicen el derecho a la información. Por eso los periodistas tienen derecho a la información, para que puedan cumplir el deber de informar que el pueblo les ha entregado. Un deber del que se deduce que no pueden emitir mensajes que no sean verdaderos, conformes a la verdad operativa que es el bien. Violencia, pornografía o terrorismo no son verdaderos mensajes.


El libro refleja la gran erudición de su autor, y ayuda a reflexionar sobre la complejidad de las relaciones humanas y el derecho que las regula. Da las pautas básicas para quien desee caminar con sentido en el proceloso sendero de la justicia informativa. Y hará pensar a periodistas y expertos en comunicación sobre la arteria socialmente vital por la que discurre su trabajo, que no admite superficialidades.

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Un hecho pequeño pero significativo muestra el talante del profesor Desantes y su elevado sentido de la ciudadanía. Citado por la hacienda pública para una revisión de sus cuentas, cuando se presentó solo ante el funcionario éste se extrañó: “¿Cómo ha venido usted sin abogado?” Su respuesta fue contundente y colocó al funcionario en su sitio: “Porque usted, como funcionario, es mi abogado, no mi enemigo ni mi fiscal.”

Un buen ordenamiento social, y una buena convivencia, requieren que cada cual conozcamos cuál es nuestro deber y cuál nuestro derecho, y sepamos asumirlos con respeto a las personas y fiel espíritu de colaboración. Mucho de todo eso rezuma este libro.

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Ver también en este blog reseña del libro de Desantes San Vicente Ferrer, científico.