El
paso siguiente en el baile. Tim Gautreaux. Ed. LGH
Colette y Paul son una joven pareja que
viven en un pequeño pueblo de Luisiana. La mayor parte de sus habitantes son de
origen francés y católicos. Humildes y
de costumbres algo bruscas. Los hombres amantes del alcohol, el baile y las
peleas. Colette, chica lista y muy guapa, tiene aspiraciones materiales más
altas de lo que Paul parece poder ofrecerle, y tras una ruptura decide marchar sola
a California para emprender una nueva vida. Allí encuentra un buen trabajo. Paul,
intrigado, quiere conocer qué atrae tanto a Colette del estilo de vida del
oeste, y sigue sus pasos.
Cada uno por su cuenta irán
descubriendo la quimera del oeste. Hay abundante oferta de trabajo, y los
sueldos son altos. Pero –reflexiona Colette- “la mayoría de la gente estaba
obsesionada con la forma física, acumular cosas o el sexo como diversión,
mientras que ella –por más que se esforzaba por olvidarlo- no podía dejar de
ser, en el fondo, católica, no materialista, y amante de la buena mesa.” En Los
Ángeles, “la mayoría de la gente que había conocido era agradable de ver, sana y
elegante, pero impaciente: parecían no estar satisfechos nunca. Parecían
esperar que les sucediera algo.” Ese estilo de vida en que se ha sumergido buena
parte de occidente, en el que la gente está siempre ambicionando cosas nuevas,
en lugar de aceptar y agradecer lo que se tiene.
Paul no pierde la esperanza de
recuperar a Colette. En su sencillez, se sorprende de las cortantes frases que
ella le lanza, como cuando le dice: “A mí no me han puesto en la tierra para
hacerte feliz a ti!” Se pregunta de dónde sacaría ella esas ideas. “Quizá de
esas revistas de mujeres, que en cada número presenta mujeres vestidas de
millonarias que hablan de cómo mejorar sus relaciones sexuales. ¡Qué equivocada
estaba!”
“Recordó por qué la quería, además de
por lo bien que cocinaba y lo guapa que era. Era la mujer más lista que había
conocido nunca y, como él, había procurado seguir su catolicismo lo mejor que
podía. (…) Sabía también que haberse casado por la Iglesia significaba algo
para ella: algo a lo que un juez no podía poner fin.” Respeta su deseo de
distanciarse de él, pero permanece fiel.
Colette y Paul, cada uno por su cuenta,
actúan con la plena naturalidad de quien tiene asumido que hay cosas por las
que no se está dispuesto a pasar. Ella rompe literalmente la cara al jefe que
intenta propasarse, aunque sabe que le costará el despido. Él no se pliega a firmar
informes falsos de los clientes, y si por negarse le despiden: “es algo con lo
que se puede vivir.”
Paul sabe mucho de motores, pero además estudia constantemente para estar al día. Colette trabaja a conciencia. Ambos van a Misa los domingos. Ambos son apreciados por su buen hacer profesional y su honradez. Ambos, con sus errores y defectos de carácter, con sus peleas y en medio de encuentros y desencuentros, piensan y viven con sentido cristiano. Cuando Colette explica el motivo de su ruptura: "Dejé a Paul porque le hacían feliz cosas estúpidas", una voz amiga le hace la pregunta inocente y certera: "¿Lo dejaste porque era feliz?" A lo que Colette responde sintiéndose infantil "Lo dejé porque la que no era feliz era yo." La vida les acabará enseñando -a ambos, pero sobre todo a Colette- que el amor y el egoísmo no son compatibles.
Una novela magistral, soberbiamente ambientada, con unos personajes entrañables que viven en un ambiente plenamente real, sin ficción. Un realismo que no esconde la sencilla naturalidad de los cristianos que conocen su condición de hijos de Dios y, porque se saben cuidados por su Providencia amorosa, son capaces de afrontar riesgos para cuidar de los seres queridos aunque se jueguen la vida. Como se la juegan Paul y Colette varias veces en esta trepidante historia, narrada con un lenguaje directo y lleno de naturalidad.
Recomiendo seguir a Tim Gautreaux, autor de otros libros y relatos como Desaparecidos; Luisiana 1923; El mismo sitio, las mismas cosas.
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